domingo, 23 de junio de 2019

«Una orgía real nunca excita tanto como un libro pornográfico»


«La etimología de la palabra latina, Sexus, significa literalmente cortar, la evidencia realza la separación física entre el hombre y la mujer; ese corte, también podría atribuirse a los lectores y sus libros, pues una buena lectura podría asemejarse a la orgiástica búsqueda, de mujeres y hombres, de una vida repleta de sexus».

Su primera ocasión fue con un niño de quince años, en medio de tierra de nadie, entre las líneas alemano-rusas de la Primera Guerra Mundial. Boris, se llamaba, el niño que le relató la cruenta guerra entre rusos y alemanes, y el atroz hambre que pasaba por culpa de ella. Le ayudó, durante un tiempo, a buscar las patatas semicongeladas en aquel erial helado. Boris volvió a su casa y él lo depositó en sus recuerdos.
En su segunda incursión, al desenfrenado mundo de los sexus, experimentó con un burro, propiedad de Juan Ramón, no era el animal muy grande, más bien pequeño y peludo, las hebras del pelo le brillaban como la plata, años más tarde, convertido en adulto, todavía recordaría aquellos destellos plateados.
La tercera vez montó a lomos de un ganso por toda Suecia, con otro niño, empequeñecido mágicamente, y, por una vez, un trío acabó bien. Ya más crecido, en 1984, creo, tuvo algunos problemas con su tiránico hermano mayor, George, y sus peculiares mandamientos, una hora diaria de odio y carencia absoluta de lo más vital. Lo abandonó rápido, aunque la corta experiencia lo dejó agotado.
Decenas de años después, preñados sus ojos de toda clase de experiencias, llegó a la conclusión que la vida, sin buenos sexus entre las manos, no era tan grata como la ausencia. 
Durante su dilatada vida devoró, probó y experimentó todo lo que pudo con todos aquellos que hasta él llegaban.
No era en especial un hombre creyente, más bien lo contrario, alejaba de si cuanta teología se acercaba a su persona, por eso le molestó cuando, en sus últimas horas de existencia, estirado en un camastro de hospital, un cura extendió ante su rostro aquel sexus rojo con una cruz blanca estampada. Cerró los ojos, rememoró el cantar de los cantares, una de los pocas ideas teológicas creadas para el disfrute, después la temible oscuridad dio paso al tópico túnel de infinita claridad y, así, pensando en sexus, marchó liber.



Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


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