por debajo de la imaginación y la invención,
por debajo de las palabras hay ritmos».
El sueño se alargó bastante rato más y durante ese deambular
dudé si el tiempo onÃrico transcurrÃa de manera más acelerada que el tiempo
consciente*, tal y como comentaba DiCaprio a Elliot Page —entonces Ellen Page— en
la pelÃcula Origen (Inception).
*(tempus lucidus según algunos manuales de oniricologÃa).
En el interior de la bruma somnolienta, los dÃas pasaron y
me hallé de nuevo entre las paredes del aula donde la profesora Le Guin presidÃa
el improvisado claustro preuniversitario y aludÃa a la importancia de la obra
de Miller, Otro Giro de Tuerca, sobre todo la enorme repercusión que
tuvo en otras obras, incluso en una pelÃcula… y se quedó callada mirando el
fondo de la clase, a la puerta doble por donde entrabamos y salÃamos del aula, escapándosele
el tÃtulo de la cinta que no acudÃa a su memoria.
Deduje que se referÃa a la cinta de Amenábar y con Nicole
Kidman de protagonista, pero la pelÃcula que recordé en mi inmersión onÃrica —estoy
en los años cincuenta—, todavÃa no se habÃa estrenado en esa época, en la
fantasÃa no soy consciente, lo seré al despertar, menudas mezclas temporales se
gastan las fabulaciones de los sueños.
Y como nadie más en el aula parecÃa saber la repuesta o ni
un alma se atrevÃa a responder, por vergüenza o por pereza, alcé la mano y Úrsula,
con un esperpéntico gesto de mano, me dio la voz.
—Los otros, de Amenábar —respondà ufano.
—Eso es, señor, buena respuesta.
Que bien me sentà al recibir el elogio de Úrsula y un
pensamiento se recreó en mÃ. ¡Ãšrsula sabe que existo! Menuda estupidez el ansia
de reconocimiento, ni siquiera llegó a pronunciar mi nombre porque con toda
seguridad desconocÃa la mayorÃa de nombres de sus alumnos, pero para mÃ, en
aquel momento que dictó, «buena respuesta», me supuso ser el centro de la
mirada de una persona de culto que para mi ego suponÃa el mayor de los logros. Tamaña
alegrÃa se vio empañada por la disquisición posterior. ¡Qué poca cosa somos!
Por suerte el sueño continuó y me llevó de nuevo al
flequillo moreno de mi compañera que, sin comparación alguna, era lo mejor de
esta fantasÃa onÃrica, pues ni literatura ni escritora de culto ni estudios
preuniversitarios eclipsaban mi deseo por ella. Al fin, mis insistentes cuchicheos
habÃan logrado el primer efecto: una cita. Paseábamos agarrados de la mano por
el arcén de una avenida transitada por antiguos Thunderbird con capota, algún
Corvette descapotable y un Buick, ¿por qué acudÃan estos extraños nombres a mi
sueño? ¿De dónde extraÃa marcas de coche de los cincuenta y de un paÃs lejano? La
respuesta más sencilla se podÃa transcribir en dos palabras: Ni idea.
De lo que sà era plenamente consciente era el calor de su
mano apretando la mÃa y la firmeza de los dedos entrelazados. Nuestro paseo nos
llevaba por debajo de robles que atenuaban la luz de las farolas, y el tiempo
se deslizaba con nosotros y para nosotros, y de la mañana pasamos a la tarde sin
apenas una notoria transición y sin importarnos el extraño hecho. A pocos
metros de nosotros, una pareja, un marinero, traje oscuro y gorra blanca inclinó
el cuerpo sobre una muchacha vestida de enfermera —la imagen versaba sobre esa famosa
fotografÃa que conmemora el final de la segunda guerra mundial—; una instantánea
de época que la maquinaria propagandÃstica norteamericana se ha encargado de colectivizar
en los inconscientes colectivos a base de mazazos publicitarios. La escena
resultaba del todo impropia en la acera de la avenida, no habÃa celebración ni festejos, se acercaba la noche, pero la pareja causó su debido impacto y me giré
hacia mi compañera que también los observaba e inclinó levemente los
hombros interrogándome con el gesto, ¿qué hacÃa?, ¿aprobaba o desaprobaba?, ¿interrogaba, negaba, suplicaba o qué? ¡Vaya!, pensé (no sé si se puede pensar
dentro de un sueño, pues ¿no es pensamiento puro el mundo onÃrico?) La única
deducción lógica es: debe ser ahora o nunca; y con suavidad la arrastré hasta
una pared cercana, no querÃa torcerle el espinazo como el marinero a la
enfermera, y con atenta dulzura la besé en los labios, y tras el primer
contacto sonrió. La sensación, antes de despertar, fue similar a la de aquel
escritor archiconocido —se me escapa el nombre igual que a Úrsula la pelÃcula—
que escribió que la literatura resultaba fabulosa, pero ni toda la literatura
del mundo serÃa importante si por la noche no tuviera a su mujer al lado.
Y, creo, pues mis recuerdos son traicioneros, desperté.
Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia