lunes, 27 de octubre de 2014


Pasó el tiempo y el poblado de Erna se unió a otra horda.

La historia de esta anexión era simple. En aquellos tiempos de cortos linajes y frecuentes batallas, el Kan de la aldea de Erna se encontró desafiado por el líder de un poblado mongol rival... y murió.

El nuevo Kan fue pragmático, incorporó las nuevas adquisiciones sin ninguna clase de vejaciones a su horda, a excepción de toda la familia del antiguo Kan a la cual mató sin dilación.

Erna fue el único en atreverse a preguntar: "Has matado al guerrero, ¿Por qué matas a su familia?"

El nuevo Kan se le acercó lentamente y con una mirada de sangrienta seguridad dirigió su yagatán en dirección a una perra que amamantaba a sus cachorros. El nuevo Kan levantó su arma al aire y de un solo tajo mató a la perra. Uno de los cachorros aulló asustado y se abalanzó con más rabia que peligro contra el caudillo mongol. Un instante después este cachorro también caía fulminado por el tajo mortífero del yatagán del nuevo Kan. Los demás cachorros siguieron la misma suerte. El Kan envainó su espada al cinto y sin decir nada giró sobre sus piernas.

Pasaron dos años. La nueva horda era completamente trashumante. No paraba ni tomaba asiento en ningún lugar. Se alimentaban de la caza y de los  saqueos y tributos que indistintamente se cobraban de las tribus campesinas.

Este constante movimiento brindaba a la horda una mayor maniobrabilidad y disminuía la posibilidad de ataques. Además, así cubrían más terreno y poseían mejor control sobre las aldeas tributarias.

Un día llegaron a una aldea mejor armada de lo habitual. Poseía un alto cercado de estacas afiladas y un pequeño foso. Aquel lugar se encontraba en los límites de la marca septentrional y no constaba en ninguno de los mapas de la horda.

Los lugareños se negaron a abrir la puerta. De este modo negaban su pleitesía a sus nuevos señores. Ese gesto marcó el inicio de una cruenta batalla. Cuando la horda llegaba a un poblado mataba a un par de hombres por mera tradición, después los guerreros que quisieran saciar su apetito sexual podían hacerlo con las mujeres de los vencidos, y por último escogían a los niños más fuertes como futuros guerreros.

Pero en este caso sería distinto. Debían morir todos.

La incursión duró una semana. El poblado resistía ferozmente. El ánimo de Bárnabas era sombrío. Su Kan era un buen luchador pero un pésimo estratega. Aquello soliviantaba sobremanera los ánimos del ya no tan joven Bárnabas. Su frustración crecía ante las estúpidas órdenes de su superior.

Al sexto día de asedio, Bárnabas recibió una orden directa de su líder que desobedeció, la maniobra era estúpida y lo exponía a morir con seguridad bajo los yataganes enemigos. Con furia, el Kan ultrajado le lanzó un tajo por sorpresa en la espalda, ataque que pudo esquivar.

Un destello fugaz. Dos yataganes chocando en el aire. Una lucha dentro de otra lucha. Cuchillos escondidos que buscaban la carne. Y un estertor...

El Kan había muerto. Bárnabas se había convertido en el nuevo Kan.

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Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

lunes, 20 de octubre de 2014



Erna Ura Rago no se distraía con espadas de madera ni bolas de piedra como hacían otros niños de su corta edad. Desde muy pequeño prefería el frío tacto del acero. En más de una ocasión, aprovechando la distracción de su padre, hurtaba el cuchillo de la yurta familiar y perseguía hurones de la estepa hasta darles caza. Se agazapaba, esperaba con la infinita paciencia del cazador, y cuando los veía aparecer de sus madrigueras se abalanzaba rápidamente sobre ellos y los degollaba.

A la tierna edad de ocho años ya dominaba el arte del yatagán, el mortífero sable de doble curvatura, además poseía una innata puntería con el tiro con arco.

A la edad de diez poseía una corpulencia propia de un hombre del doble de su edad. El manejo completo del yatagán, del arco y del cuchillo mongol era de sobras conocido en toda la aldea.

Y el tiempo pasó...

Las tribus del Norte eran simples rebaños de pastores. Estúpidos campesinos que debían pagar tributo a la fuerte aldea de Era. Dos exploradores marcharon como cada estación de recolecta a reclamar el tributo, a los pocos días sólo volvió el caballo de uno de aquellos guerreros, aquel caballo solitario portaba atadas en sendas bolsas las cabezas de los guerreros.

El Kan de la tribu reunió a todos los guerreros, aquel ultraje no debía soportarse, la debilidad era mal vista por la sociedad mongol. Unos guerreros muertos por un hatajo de sucios campesinos. Si aquella noticia llegaba a oídos de las otras tribus podrían tener problemas. Los guerreros marcharon y la solicitud del joven Erna de incorporarse a las filas de guerreros fue nuevamente rechazada.

“Aún eres joven para marchar a la guerra”.

Otros jóvenes, en su misma situación, también quedaron guardando a las mujeres y a los ancianos. Los guerreros marcharon de la aldea.

Aquella noche Erna salió encolerizado de su yurta. No podía dormir a causa de su rabia interior. Andaba huraño por la linde del bosque y entonces escuchó ruidos atípicos. Su enfado se desvaneció por completo. Sigilosamente se agachó para acercarse lo más silenciosamente a la fuente de aquel extraño murmullo. En medio del bosque, a poca distancia de la aldea, un grupo de hombres se encontraba estacionado. Portaban rudimentarias espadas al cinto y dos carros. Reconoció rápidamente la estructura de los carros como las típicas de los campesinos del norte.

Entonces Erna comprendió. Todo era una trampa bien urdida desde hace tiempo. Sin los guerreros en el poblado los campesinos iban a atacarlos por sorpresa.

Erna se arrastró sigilosamente de vuelta poblado, despertó a los jóvenes muchachos, tan sedientos de lucha como él mismo, y sin apenas disidencias todos acataron sus instrucciones...

Un ruido ensordecedor se acercaba desde el bosque. Los campesinos se acercaban al poblado como una turba gritona y mal adiestrada. Únicamente un necio se acerca chillando a su enemigo, aquellos cobardes chillidos, supuso Erna, serían para impedirles sentir el miedo.

Al llegar al poblado los campesinos comenzaron a incendiar las yurtas. En su afán incendiario cayeron tarde en el insólito hecho de no encontrar ninguna clase de resistencia. La aldea de guerreros mongoles parecía desierta. ¿Dónde estaban las mujeres y niños? Aquello les inquietó, destruyeron todo cuanto pudieron, y regresaron rápidamente al bosque con una mezcla de alegría y zozobra.

Una vez en el interior del boque sus temores colectivos se dispararon aún más. Un fuego amenazador se alzaba en medio de su campamento provisional. Los dos carros ardían y dos picas clavadas en tierra sostenían en lo alto las cabezas de los únicos vigilantes que habían dejado allí. Los campesinos contaban con una treintena de hombres. Erna tan solo con doce chiquillos.

Extraños silbidos empezaron a volar por el aire a su alrededor. Un hombre tras otro comenzó a caer. Flechas de muerte surgían certeras de las hojas de los árboles, aquella lluvia incesante diezmaba la cobarde comitiva de campesinos. Algunos arrancaron a correr bosque adentro. De la treintena tan sólo cuatro consiguieron escapar. Erna y un par de sus compañeros siguieron a los que huían mientras el resto diezmaba a los que aún quedaban en pie.

Finalmente les dieron alcance. Eran hombres que les doblaban en edad y fuerza. Pero no eran guerreros. Erna mató con su yatagán a dos de ellos. Con cuatro picas mandó empalar sus cráneos ensangrentados a la entrada del pueblo.

El poblado estaba a salvo. Se pintó la cara con la sangre de sus enemigos. Y esperó ayunando a la entrada del poblado.

Los guerreros volvieron un día después. Habían encontrado el poblado de campesinos vacío e intuyeron la velada amenaza.

Temiendo lo peor se encontraron con sorpresa al joven Erna a la entrada de la aldea. Estaba sentado en el suelo con las piernas cruzadas. Todo su cuerpo recubierto de sangre.

—Me he nombrado guerrero. Mataré a cualquiera que lo niegue.

Tan sólo el Kan del poblado podía nombrar guerreros en un asentamiento mongol. Aquel gesto podía interpretarse como un desafío a la autoridad, pero cierto es que eran aquellas circunstancias excepcionales.
El Kan desmontó lentamente de su caballo.

—Bárnabas —invocó el Kan el nombre del gigante que dio forma al mundo—. Ese será tu nuevo nombre.

Erna Ura Rago ya era un guerrero.

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Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

lunes, 13 de octubre de 2014


En una pequeña aldea del Asia occidental cercana a la que sería algún día “Sarai Batu”, la futura capital del Janato de la Horda de Oro, nació Erna Ura Rago.

El nombre de Erna Ura Rago y el de su tribu fueron aniquilados casi por completo de los anales de la historia por su mayor enemigo, el Janato de la horda de Oro.

Quizás no os suenen de nada esos nombres, ni el del Janato, ni el de Erna Ura Rago, pero muchos de vosotros adquiriréis algo de lucidez si os nombro al líder de la Horda de Oro, uno de los líderes más carismáticos de todos los tiempo, me refiero al temido “Gengis Kan”.

Pero esta narración no tiene nada que ver con el famoso líder Mongol. Esta historia se remonta treinta años atrás en el tiempo, a la época de Yesükhei-Baghatur, padre de Gengis, cuando el imperio Mongol tan sólo era un niño empezando a gatear.

Pero no quisiera adelantar acontecimientos estimados míos.

Os narraré como fue la vida de Erna Ura Rago.

La madre de Erna murió en el parto. Fue aquella una noche extraña, los lobos aullaban nerviosos al otro lado del río y una luna más grande de lo habitual mostraba un color rojo tan intenso que ni los más ancianos de la tribu conseguían recordar. El “Chamán” desconfiaba de la interpretación de ese presagio. El rojo es el color en el lenguaje de los espíritus asociado a los grandes cambios. ¿Pero era un presagio benigno o un presagio maligno para la aldea? El “Chamán” debía descubrirlo. El anciano brujo se acercó al cuerpo aún caliente de la madre muerta de Erna, introdujo su mano en la bolsa de las adivinaciones y extrajo tres piedras negras con inscripciones y un hueso blanco. Acto seguido lanzó todo el conjunto de elementos sobre el vientre hinchado de aquel cuerpo sin vida. Cuando cayeron, el viejo leyó atentamente todos los signos, estudiándolos desde todas las perspectivas posibles. Finalmente todo aquello proporcionó al “Chamán” toda la información necesaria.

Erna, el recién nacido, no lloraba si no que contemplaba toda la escena con su carita acalorada por el esfuerzo. Una mujer lo sostenía en brazos. Era hermana de la mujer muerta y temía la decisión del “Chamán”. La mujer no entendía los signos, y aunque era mongola y de templanza fuerte, no conseguía dejar de temblar por dentro por la vida del vástago de su hermana.

El “Chamán” sonrió con regocijo. Recogió del vientre las piedras y el hueso y las devolvió a su bolsa de tripa de cabra. Sus manos aquiescentes se aproximaron a la frente de Erna Ura Rago. La mujer que lo sostenía bajó la mirada al suelo, el “Chamán” dibujó en la frente del neonato una línea vertical roja. Era la señal del horizonte. Podría seguir viviendo.

Los viejos ancianos de la tribu pronosticaron que sería un gran guerrero.

Un augurio que parecía predestinado a cumplirse.

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Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

domingo, 12 de octubre de 2014



Guapísimas y guapísimos,

Tengo el placer de anunciaros

una nueva minimacrosaga de estas que tanto os gustan.

"Erna Ura Rago"

jijiji que ilusión

¿acaso desconocéis quién es Erna Ura Rago ?

:-) Pues pronto lo descubrireis :-)


A todas y todos, guapísimas y guapísimos, besitoos

martes, 7 de octubre de 2014


Érase una vez

, en la comarca de rellonarg's cerca de la única gran posada en la tierra de los homínidos, que tuvieron lugar los inconmensurables juegos de los burdgeims.

Estos juegos eran convocados anualmente por el Gran Rey Homo en el reino Homoludicus.

Duras pruebas abatían a los legendarios héroes que desde todos los confines acudían.

Humanos, Hadas, Enanos, Hombres piedra, duendes, todos ellos marchaban prestos a demostrar sus habilidades en los fastuosos juegos de los burdgeims.

En una de esas ocasiones, UTLA se unió a tan fabuloso elenco de privilegiados participantes para disputar duras pruebas, saliendo victorioso en algunas y vivo de puro milagro en otras.

UTLA agradece el papiro mágico de recuerdo a una de las Hadas más sabia y paciente de todas.

Una gran amiga que salvó de la muerte a la pequeña comitiva en más de una ocasión, nos referimos como no a...

Amalasunta Regna




Un abrazo con mucho cariño a 
"Amalasunta Regna, Princesa de las hadas de Bosquevilla y Madre del heredero único".







"Salve homoludicus. Los que van a jugar te saludan."


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Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


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