domingo, 29 de noviembre de 2015



«Y entonces, aparecieron los no entiendo en su historia...»
(Extractos de Gen De Luz, F'fidrac, DDC 5102)


Los no entiendo eran parecidos a las pequeñas bolas que se forman en los jerséis muy usados.

Molestos pero a la vez suaves.

Los no entiendo se adherían con suma facilidad a la superficie de las cosas: de los corazones, de las narices, de las mentes, de las orejas, de los oídos.

Los no entiendo subían, siempre subían sin cesar, por todas partes.

Al inicio alegres, después un poco molestosos,

pero siempre se les perdonaba su grácil ajetreo,

pues los no entiendo contenían algo de ingenuos y nunca hacían las cosas por maldad.

Por eso, era señal de buena suerte, entre los seres de aquel mundo, encontrarse un no entiendo.


«No entiendo nada de esta historia», comentaban los más jóvenes.

«Afortunado tú», contestaban los mayores.



«Si encuentras un no entiendo, pide un deseo en secreto y guárdalo; 
el día que desees que el secreto se cumpla, 
deja partir al no entiendo y el secreto se irá con él, 
después, el deseo se cumplirá».
(Leyenda Petoniense Anónima)



Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

domingo, 22 de noviembre de 2015


Estoy estirado en la cama de un hospital. Hace dos días sufrí un severo accidente. 230 kilómetros por hora. Choque frontal. No sé por qué estoy aún vivo.

De resultas del choque estoy completamente inmóvil. El tacto de mi piel sigue funcionando, también escucho y oigo con normalidad. Incluso pienso con normalidad, pero no puedo mover ni un musculo externo, de suerte que la tráquea sigue funcionando, si no me hubiera ahogado con mi propia saliva.

Como tampoco puedo abrir la boca, mucho menos masticar, las enfermeras me han entubado. Y una sonda recoge mi mierda, literalmente, y la extrae a una bolsa de plástico.

Al no poder bajar los parpados, los ojos se me resecan mucho, los primeros días las enfermeras pasaban por mi habitación cada dos horas y me depositaban dos gotas de colirio en cada ojo, pero no era suficiente y los ojos me dolían. Ellas lo sabían. «Que ojos más rojos», decía una de ellas. Después idearon un curioso mecanismo de goteo similar al de mi suero, y cada quince minutos dos gotas comenzaron a caer sanadoras en mis pupilas. La sensación de refresco era agradable y aunque durante unos segundos no veía nada, ahogadas mis pupilas en colirio, lo prefería a la anterior sequedad.

Ahora, los doctores intentan interaccionar conmigo pero sin éxito. Ningún musculo responde, ¿cómo puedo comunicarme con nadie si soy incapaz de realizar el movimiento más simple? Aunque solo fuera un parpado, una ceja o el dedo gordo del pie, algo que me permitiera comunicarme ni que fuera en morse. Las horas pasan interminablemente solitarias. La preocupación inicial deja paso al aburrimiento. Por las noches las enfermeras me cierran los parpados y así puedo dormir tranquilamente, el espanto se sucede por la mañana, cuando me despierto y no veo nada, todo es oscuridad. No es hasta que el turno de mañana viene a levantarme los parpados que no vuelvo a recuperar la visión. Pero en ese instante de negrura que se hace eterno, muchas veces pienso que estoy muerto. ¿Es así la muerte? ¿Un páramo oscuro donde no sucede nada?

Me realizan pruebas electrocardiográficas, y después de ellas, me ponen nodos en el pecho. Un monitor, una vieja pantalla de fondo negro y líneas verdes, me regula los latidos. Inmerso en esa quietud descubro que poseo un corazón más sosegado de lo que pensaba...excepto en algunas ocasiones.

Por ejemplo, en esas mañanas, cuando se acerca Rosalinda, una enfermera en prácticas y me lava mis partes íntimas con una esponja, entonces el acusador monitor de cardio me delata, y los pitidos se disparan.

«¿Se ha levantado juguetón esta mañana?», me comenta divertida. Yo no puedo responder, pero ella continúa riendo sin malicia.

Por la noche, Rigoberta, una enfermera de edad avanzada me arropa con cariño con una mantita. Mi corazón repunta un poquito cuando en ocasiones me pregunta: «¿Quiere que le quite la manta?», pero en ocasiones tengo frio, mi corazón se acelera ante la posibilidad de no tener la preciada manta. El monitor de cardio se dispara nuevamente con leves pitidos. La enfermera observa atenta.

«Tranquilo, no se preocupe, le dejo la manta puesta», responde Rigoberta. Mi corazón vuelve a su normalidad. Ella vuelve a comprobar las constantes y marcha tranquila, ahora todo va bien.

Y algo tan denostado como un viejo corazón me permite comunicarme con mis semejantes. Después de tantos años de trato injusto, agradezco de corazón a mi corazón, gracias, gracias corazón mío, ahora todo va bien, ya puedo comunicarme.

Ya no hay...más...inmovilidad.


Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

domingo, 15 de noviembre de 2015


«Estimados, 

Mientras leéis este relato, os aconsejaría escuchar esta canción: “Green slaves”. Es posible que la unión de lectura y música os transporten al Continüüüm, ese lugar de paso que visito con frecuencia. 

Mi más sincero agradecimiento a BlankEye por esta ilustración realizada de manera desinteresada.

Gracias».


Aquel olor a madera vieja me recordó las clases de piano. Escala de Do, Escala de Re, Escala de La, y vuelta a comenzar.

El metrónomo ondulaba constante encima del antiguo instrumento musical. Su tic-tac en un tono bajo ayudaba a seguir el compás; y la música, esa clase de regalo de los dioses, se colaba lentamente por las ventanas, los balcones, y las aberturas de puertas y resquicios.

No es muy agradable escuchar escalas, no existe tonadilla, son una simple repetición de notas siguiendo un orden limitado muy establecido. Pero los amables vecinos esperaban pacientes el turno de alguna canción conocida. Debo reconocer que las escalas tampoco me entusiasmaban, pero sin ellas, no se aprobaba. Y queriendo ver el lado positivo, su monótona repetición me otorgaba un mejor manejo en los dedos, más rapidez en la ejecución, aunque esos fríos términos descontextualizados de la música únicamente fueran por si solos patrones de aprendizaje, ajenos a la vida detrás del sonido, únicamente conceptos, como si con el sólo dominio de ellos la ejecución de una pieza pudiera ser dotada de alma.

El arqueamiento en los dedos de un pianista es básico, algo fundamental, una vez leí un libro acerca de un gran cazatalentos del siglo XIX, el cual podía discernir el talento de un futuro pianista mirándole sólo las falanges. Yo no creo en estas filosofías, hijas propias de la eugenesia, el potencial de cada ser humano está muy escondido en su interior, la fuerte convicción personal supera las limitaciones físicas.

Mis vecinos, mientras tanto, ajenos a tanto debate moralista, esperaban con ansia alguna canción más célebre, esa clase de tonadilla pegadiza y mundialmente reconocida.

Y entonces detenía la aburrida repetición y el tiempo de las escalas pasaba. Siempre diez minutos de práctica al día. Después continuaba con alguna canción del centenar de piezas aburridas del examen, una lista inacabable. Comenzaba con piezas en clave de Do, las más complejas, rebajaba el ritmo con las de Fa y finalizaba ya cansado con las agradables piezas en clave de Sol. Los vecinos al llegar a este momento bufaban impacientes, aburridos ante mis martilleos sonoros más propios de una fundición que de un músico. Pero esas eran prácticas útiles, aunque yo no supiera apreciar las pequeñas enseñanzas en ellas, pues yo, al igual que mis vecinos, solo veíamos un largo muestrario de canciones para aprobar un examen.

Los vecinos continuaban rechinando en secreto sus dientes; aunque alguno de ellos reconoció, años más tarde, haberse enamorado de alguna de aquellas canciones preparadas para examen, se le quedó grabada a fuego en su memoria. Quizás fuera más por la insistencia y la repetición que no por la calidad. ¿Pero quién de nosotros puede saber que efecto consigue una u otra canción en nuestro estado de ánimo?

Y al fin, después de media hora de canciones insustanciales, sin apenas alma, ejecutadas sólo por la obligatoriedad de practicar distintas escalas en distintos ritmos, entonces llegaba lo que a mí, y al resto de vecinos, nos gustaba.

La música...

Algún día comenzaba con «Para Elisa» de Beethoven, cuanto amor destilaba el maestro para su amada. Esa pieza enternecía al mudo público, a esos vecinos, ahora envejecidos por los años, que escuchaban al hijo de la portera interpretar esas bellas piezas. Podía continuar con un pequeño vals, o alguna pieza más atrevida de Elvis, el Rey, martilleando sonoramente el teclado, o a ritmo de esclavo negro la inmortal «Kumbaya my lord», mi estado de ánimo me guiaba según el día; la melancólica «Green slaves», o esa marcha norteamericana denominada «Dixie» del bando unionista o del confederado, nunca me informe, o el sublime "Himno a la alegría", amor puro destilaba esta simple pieza.

Y cuantas otras tocaba.

Y en la música, como en la vida, hay cambios.

Y entonces, tocó pasar página.


Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

domingo, 1 de noviembre de 2015


—Mi querida Orbi, veo la estela de tu humo alzarse al cielo, en breve me reuniré contigo para siempre.



*Epílogo*:

En diciembre de 2006 una nueva sonda enviada a Marte, la «Mars Reconnaisaance Orbiter», fotografió los restos del «Viking Lander 1». Extrañamente el vehículo terrestre reposaba a 6 kilómetros de la ubicación original donde se le esperaba. De la composición química detectada en Marte y a raíz de las fotografías, se concluyó que la fuerte concentración de Perclorato había dañado gravemente la circuitería interna del vehículo, dejando este de funcionar años atrás.

Lo que nadie pudo comprobar fue el curioso cráter de dos metros donde descansaba el vehículo terrestre, y mucho menos, nadie pudo imaginarse el contenido debajo de él. Una pequeña pieza de la sonda orbital, apenas una chapa del «Viking Orbiter 1», reposaba debajo de su caparazón de hierros oxidados.

Orbi y Lan permanecerán juntos en la superficie Marciana hasta que alguna misión futura decida retirar los restos de estos dos héroes espaciales.

La misión «Viking 1» fue un éxito gracias al autosacrificio de dos seres mecánicos.

En los albores del siglo XXI, la humanidad aún no estaba lo suficientemente evolucionada en la empatía tecnológica para comprender cuanto debían a sus inestimables mecanos.


_ _ _ ___ FIN __ _ _ _



Anotaciones acerca de la misión «Viking 1»:


Por motivos estéticos y románticos se ha implementado movilidad al "Viking Lander 1", esto no era así en la realidad. El "Viking Lander 1" era un vehículo estático, aunque posteriores misiones si añadieron esa posibilidad en algunos vehículos.


La sonda "Viking Orbiter 1" aún permanece alrededor de la órbita marciana, y si nada lo impide la fuerza gravitacional comenzará a incidir sobre ella de manera crítica a partir de 2019, con lo que la probabilidad de impacto en el suelo marciano aumentará hasta que se produzca la fatal colisión.


Posibles ubicaciones del "Viking Lander 1", el escudo térmico y el paracaídas.

La nave, que tiene un diámetro aproximado de 3 metros, ha sido localizada con precisión en esta imagen orbital del HiRISE, así como las posibles ubicaciones del escudo térmico, el escudo posterior y el paracaídas conectado a éste.

Quizás, algún día, vayamos nosotros.


«Dedico este relato a todos esos héroes anónimos mal llamados "máquinas sin alma".
Por que han ofrecido su existencia desinteresada en aras del conocimiento y de la humanidad.
Mi más sentido agradecimiento.»



Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

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