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Estimados,
Mientras leĂ©is este relato, os aconsejarĂa escuchar esta canciĂłn: “Green slaves”. Es posible que la uniĂłn de lectura y mĂşsica os transporten al ContinĂĽĂĽĂĽm, ese lugar de paso que visito con frecuencia.
Mi más sincero agradecimiento a BlankEye por esta ilustración realizada de manera desinteresada.
Gracias».
Aquel olor a madera vieja me recordĂł las clases de piano. Escala de Do, Escala de Re, Escala de La, y vuelta a comenzar.
El metrónomo ondulaba constante encima del antiguo instrumento musical. Su tic-tac en un tono bajo ayudaba a seguir el compás; y la música, esa clase de regalo de los dioses, se colaba lentamente por las ventanas, los balcones, y las aberturas de puertas y resquicios.
No es muy agradable escuchar escalas, no existe tonadilla, son una simple repeticiĂłn de notas siguiendo un orden limitado muy establecido. Pero los amables vecinos esperaban pacientes el turno de alguna canciĂłn conocida. Debo reconocer que las escalas tampoco me entusiasmaban, pero sin ellas, no se aprobaba. Y queriendo ver el lado positivo, su monĂłtona repeticiĂłn me otorgaba un mejor manejo en los dedos, más rapidez en la ejecuciĂłn, aunque esos frĂos tĂ©rminos descontextualizados de la mĂşsica Ăşnicamente fueran por si solos patrones de aprendizaje, ajenos a la vida detrás del sonido, Ăşnicamente conceptos, como si con el sĂłlo dominio de ellos la ejecuciĂłn de una pieza pudiera ser dotada de alma.
El arqueamiento en los dedos de un pianista es básico, algo fundamental, una vez leĂ un libro acerca de un gran cazatalentos del siglo XIX, el cual podĂa discernir el talento de un futuro pianista mirándole sĂłlo las falanges. Yo no creo en estas filosofĂas, hijas propias de la eugenesia, el potencial de cada ser humano está muy escondido en su interior, la fuerte convicciĂłn personal supera las limitaciones fĂsicas.
Mis vecinos, mientras tanto, ajenos a tanto debate moralista, esperaban con ansia alguna canción más célebre, esa clase de tonadilla pegadiza y mundialmente reconocida.
Y entonces detenĂa la aburrida repeticiĂłn y el tiempo de las escalas pasaba. Siempre diez minutos de práctica al dĂa. DespuĂ©s continuaba con alguna canciĂłn del centenar de piezas aburridas del examen, una lista inacabable. Comenzaba con piezas en clave de Do, las más complejas, rebajaba el ritmo con las de Fa y finalizaba ya cansado con las agradables piezas en clave de Sol. Los vecinos al llegar a este momento bufaban impacientes, aburridos ante mis martilleos sonoros más propios de una fundiciĂłn que de un mĂşsico. Pero esas eran prácticas Ăştiles, aunque yo no supiera apreciar las pequeñas enseñanzas en ellas, pues yo, al igual que mis vecinos, solo veĂamos un largo muestrario de canciones para aprobar un examen.
Los vecinos continuaban rechinando en secreto sus dientes; aunque alguno de ellos reconociĂł, años más tarde, haberse enamorado de alguna de aquellas canciones preparadas para examen, se le quedĂł grabada a fuego en su memoria. Quizás fuera más por la insistencia y la repeticiĂłn que no por la calidad. ¿Pero quiĂ©n de nosotros puede saber que efecto consigue una u otra canciĂłn en nuestro estado de ánimo?
Y al fin, despuĂ©s de media hora de canciones insustanciales, sin apenas alma, ejecutadas sĂłlo por la obligatoriedad de practicar distintas escalas en distintos ritmos, entonces llegaba lo que a mĂ, y al resto de vecinos, nos gustaba.
La mĂşsica...
AlgĂşn dĂa comenzaba con «Para Elisa» de Beethoven, cuanto amor destilaba el maestro para su amada. Esa pieza enternecĂa al mudo pĂşblico, a esos vecinos, ahora envejecidos por los años, que escuchaban al hijo de la portera interpretar esas bellas piezas. PodĂa continuar con un pequeño vals, o alguna pieza más atrevida de Elvis, el Rey, martilleando sonoramente el teclado, o a ritmo de esclavo negro la inmortal «Kumbaya my lord», mi estado de ánimo me guiaba segĂşn el dĂa; la melancĂłlica «Green slaves», o esa marcha norteamericana denominada «Dixie» del bando unionista o del confederado, nunca me informe, o el sublime "Himno a la alegrĂa", amor puro destilaba esta simple pieza.
Y cuantas otras tocaba.
Y en la mĂşsica, como en la vida, hay cambios.
Y entonces, tocó pasar página.
Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia