«Con el tiempo, sabrán lo que es
perder. Sentir desesperadamente que están obrando bien. Y, aun así, fallar.
Pueden temerle. Huir. Pero el destino es inevitable»
La
disciplina científica, conocida como aritmética, se encarga del estudio de
los números y de las operaciones que se hacen con ella.
1695. Inglaterra.
Hogar de John Wallis:
Con los ojos
aún medio cerrados, John deambulaba por el pasillo que unía su dormitorio con
el lavabo. Hasta el mejor criptógrafo del parlamento británico necesita, recién
levantado, echar la meada matutina.
Horas antes,
su criada había recogido un regalo para él. Se trataba de un nuevo espejo
circular, de esos tan de moda en las casas burguesas, que, molesta, no sabía dónde
colocarlo. Contrariada por el hecho de no poder devolver el regalo, se le
ocurrió anclarlo, en el lugar más remoto de la casa: el lavabo. En la pequeña
estancia ya se encontraba otro espejo, casi idéntico, un doppelgänger del que sostenía ella entre las manos, se dirigió a la
pared contraria, en la cuál había un gancho y lo dejó anclado delante del otro.
Como la mujer iba muy ajetreada, no observó la maravillosa sucesión de imágenes
que reproducían ambos espejos circulares puestos enfrente uno del otro.
Cuando el
señor Wallis acudió al lavabo, no del todo despierto, alzó el cuello y vio, su propia
espalda, reflejada en una vorágine inacabable de reflejos. Su primera reacción
fue echarse para atrás, movimiento que emularon al unísono sus múltiples copias
en el interior de los cristales.
Recuperado
de la impresión inicial, acercó el rostro al espejo circular que tenía delante,
sin dejar de mirar de soslayo, los reflejos del que tenía a la espalda.
—¡OOH! ¿No
se acaban nunca los reflejos?
...En la
mente de John Wallis...
La mente de
un criptógrafo, matemático y filólogo no es un lugar tranquilo. La electricidad
transmitida por las neuronas marcha a una velocidad tan vertiginosa que cualquier
cerebro normal acabaría reproduciendo el molesto fenómeno conocido como jaqueca.
—Nunca se
acaban. No es finito.
La mente de
John Wallis entró en un soliloquio sin fin, un bucle del que no parecía poder
salir; mientras, algunas figuras y formas matemáticas, pululaban por los
resquicios de las lejanas sinapsis.
¡Eureka!
Espetó el genio ante su propia brillantez. Pero, ¿fue antes la idea, la palabra
o la grafía? John no lo sabría jamás, pues su paralelismo cerebral, le permitía
pensar en varios temas a la vez.
—Prefijo
latino que indica lo contrario de... «in». Inacabado no es acabado. Inusual no es
usual. ¿Lo contrario de finito? ¿Infinito?
A la par,
una larga e interminable demostración matemática, como una larga hilera de
vagones, viajaba paralela al término.
Y, en esa
carrera, entre filología y aritmética, se sumó un nuevo actor, una nueva y
reluciente grafía matemática.
∞
El símbolo
del infinito
Un ocho
tumbado
John Wallis,
gracias al reflejo de dos espejos, conseguía erradicar el oscurantismo
científico que, durante 1600 años, había imperado por culpa de las palabras de
Aristóteles sobre el infinito. (Cita).
«El
número no puede ser infinito, ya que éste, así como todo lo que tiene número,
puede contarse, y, si puede contarse, no es infinito». (Aristóteles, Cuaderno Phys
III, nº5).
Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia