domingo, 27 de octubre de 2019

«Como marioneta dirigida por manos inexpertas, camina calle abajo dando traspiés, se le doblan las rodillas, recupera el equilibrio y prosigue su marcha vacilante».

Parte VI

 Día: 24 de julio de 2019
Origen: Barcelona. Cementerio de Montjuic.
Destino: Tumba de Herta Frankel
Locomoción: Humana


Según la anotación en el mapa, la siguiente tumba, la de Herta Frankel, quedaba en una esquina situada en el cuadrante en el que nos hallábamos. El pequeño mapa fotocopiado en blanco y negro seguía siendo nuestro guía principal, a pesar de tener en nuestro poder una copia a color de mayor tamaño entregada por uno de los guardeses del cementerio, en el primigenio mapa teníamos anotados la ruta de los cuadrantes más cercanos que contenían más cantidad de tumbas. Para dibujar la mejor ruta aplicamos una variante necrológica de la teoría de grafos para cementerios, así obtuvimos el recorrido más óptimo.

Siempre me gustó simplificar y mejorar las tareas, por elementales que fueran. En un pasado, que se me antoja lejano, mi otro yo fue informático y es en pequeños detalles como este que aflora ese vestigio de mi ser(gio). Durante el paseo me dio por reflexionar en mi modus operandi: ¿cómo a una mente más cercana a la ciencia le da por la literatura? ¿Dos antípodas del conocimiento? Pero como me dijo Montse en una ocasión: «no hay que creer en el falso mito de desasociar la ciencia de la literatura pues muchos científicos se convirtieron en inmejorables escritores». Si me paraba y ejercitaba la memoria acudían a mi algunos autores: Chéjov y Doyle (médicos), Asimov (químico), Carroll (matemático). Ellos demostraron que las distintas disciplinas del saber humano podían mezclarse para ofrecer nuevos frutos de conocimiento.

Con mis divagaciones sobre ciencia y literatura erré el camino. Montse me intentó ayudar, pero no conseguíamos ubicar nuestra posición en el mapa. Anduvimos un rato con más de 29º grados en los hombros y, de nuevo, aunque concentrado, equivoqué el camino mientras pensaba en Herta Frankel, exvecina de mi antiguo barrio. Mientras seguíamos perdiéndonos por aquellas callejuelas rememoré mi vida en mi antiguo barrio.

Durante 13 años viví en el barrio del Carmelo, entre el reino de La Teixonera y Horta, recuerdo la primera presentación de mi novela, en el Centro Cívico de La Teixonera, no saco a colación este hecho de manera gratuita, al lado del centro cívico se encontraba una plaza (todavía está), estrenada pocos años atrás: la Plaza de Herta Frankel. Apellido y nombre, a cuál más extraño, que se te quedaban grabados en la retina, en el tuétano y en lugares posiblemente más profundos. En el tiempo que viví en el barrio no se me ocurrió preguntar a nadie quien era aquella señora, pero la sonoridad onomástica poseía una fuerza tan difícil de esquivar que me perseguía en mi cotidianidad urbana al pasar una y mil veces por aquel lugar, para ir a coger el metro, para dirigirme al trabajo, al mercado, para ir a tomar unas copas con mi amigo Henry Slim y como un eco se te quedaba grabado en el subconsciente. La plaza de Herta Frankel, plaza de Herta Frankel, Herta Frankel. Por eso, la noche anterior al viaje, cuando vi el nombre de Herta en el mapa y acudió todo ese riachuelo de recuerdos, de mi antiguo barrio, marqué con bolígrafo su tumba en el mapa. Entre Montse y yo habíamos pactado que solo señalaríamos en el mapa escritores o poetas, por eso, al no ubicar en su memoria a la señalada Frankel como poeta o escritora preguntó: «¿escritora?». «No», le contesté, «vivió en mi barrio». «¿Y quién era?». Me encogí de hombros: «No sé, pero fue vecina mía».

En el presente, la tumba de mi exvecina se resistía a aparecer y presas del azar nuestros pasos nos llevaron hasta una curiosa tumba de una familia de gitanos amurallada con un doble cristal impoluto. Detrás del material traslúcido, limpio como si lo hubieran acabado de frotar, pendían en un mármol letras de estilo neón con los retratos de algunos de los fallecidos. En la misma pared colgaban centenares de rosas de un brillante rosa pálido. La estética de la tumba desentonaba con la sobriedad del entorno, resaltaba alegre, con mucho desparpajo, en medio de la seriedad que nos rodeaba, así que paramos por curiosidad. Al poco continuamos ruta revisando el mapa con cuidado, examinando por enésima vez el mapa, para ver si interpretábamos el laberíntico complejo de callejuelas, escaleras y tumbas.

Y mientras Herta seguía sin aparecer, nuestro caótico devenir nos acercó, sin buscarlo, a otra tumba extraña. No era una tumba al uso, un bloque de piedra rectangular, en posición horizontal, del que se alzaban formas cuadradas en dirección al aire. La distancia entre la docena de cuadrados era uniforme y tan solo una línea diagonal alteraba el diseño tan cuadriculado. Por un momento me recordó al plano de una ciudad. «¡Mira qué tumba más extraña!», comentó Montse, descubridora inicial de aquella maravilla. Asentí y seguía pensando en la intención del escultor, como si este hubiera moldeado en la roca un mapa aéreo en formato 3D, una escultura extraída de una visión urbana de callejuelas vista infinidad de veces en Google Maps. Me dispuse a tomar una foto de aquella extrañeza mientras Montse bordeaba el conjunto y, cuando estaba tomando la foto, en el otro extremo del bloque escuché la animada risa de ella. Sorprendido por su repentino estado de ánimo me dirigí hacia ella y leí el cartelito al que miraba sin dejar de reír, entonces reí yo también: «Tumba de Ildefons Cerdà i Sunyer». Aquella tumba no podía estar mejor esculpida, Cerdà implantó el modelo reticular de calles barcelonés, tan práctico y útil que ha sobrevivido hasta nuestros días, la plasmación de aquella idea quedaba representada de manera magistral en su tumba con el mismo esquema que él instauró para la Ciudad Condal.

La larga búsqueda de Frankel continuaba. Descansamos bajo la sombra de un árbol, sus ramas nos cobijaron mientras bebíamos algo de agua. Nuestras frentes chorreaban sudor, creo recordar eran las 12:00, a pleno sol, y nosotros tan contentos con nuestras tumbas. Al pararme, más sosegado, observé en la esquina de la calle un poste indicador con flechas que señalaban calles y tumbas. Cada indicador contenía en ocasiones, además del nombre de la calle a la que señalaba, un número bastante grande en la punta de la flecha. Ese número, dentro de un círculo de colores, me hizo recordar el mapa dado por el guardés, donde también había números en colores en el interior de redondeles. Le pedí a Montse que sacara el mapa del guardés y lo extendimos, cada uno de una esquina, entre los dos. En nuestro mapa en blanco y negro no se podían apreciar colores pero ante la visión del mapa en color todo cobraba sentido, nos habíamos guiado por puro instinto, el mapa del guardés añadía una información básica para guiarse con corrección en el laberíntico cementerio de Montjuic. Ambos señalamos el círculo coloreado con un número dentro. Nos miramos con una sonrisa, era mucho más sencillo llegar a las tumbas si combinabas los nombres de las calles del cementerio con aquellos recién descubiertos números indicados en los postes. Pero nos dimos cuenta de otro hecho todavía más importante y aquí viene el quid de la cuestión, el mapa en color marcaba con excelencia la posición de las fuentes. Me refiero a las típicas construcciones urbanas de donde sale agua cristalina de sabor metalizado que hay diseminadas por todo el recinto. Los surtidores del vital líquido estaban perfectamente indicados en el mapa. Y gracias a los tres elementos, calle, número y fuente cualquiera podía triangular de manera inequívoca la localización de una tumba. Entonces entendí que nos habíamos guiado casi por intuición, llegando a todas y cada una de las tumbas, por lo que posé rápidamente la vista en la cruz de Herta: calle, número y fuente. Ahí estaba, con la triada de información al fin interpretaba correctamente las señales (ni que fuera un chamán) y entendí que habíamos dado vueltas en círculos intentando encontrar a mi exvecina, cuando tan solo había que levantar la vista del mapa y ver el entorno. «Ya está», sonreí, Montse también sonrió, «Nos ha costado», pero ahora ya sabíamos que no nos volveríamos a perder.

A pesar del bochornoso calor, en pleno mes de julio, recorrer las callejuelas de nuestro querido cementerio nos proporcionaba una felicidad maravillosa. Resolver la ubicación exacta y descifrar bien las indicaciones había subido nuestra moral. Seguimos el número, giramos en la fuente de sabor metalizado —lo reconozco, bebí en ella— y enfilamos rumbo a la tumba de la familia Kaps, es decir, de Herta Frankel y su esposo, Arturo Kaps.
Allí estaba, tomé una fotografía para inmortalizarla, una cruz color ónix con reborde blanco y una guirnalda de rosas rojas coronaba su cúspide. De Frankel solo sabía que habíamos coincidido en el espacio vecinal del barrio del Carmelo, aunque no en su temporalidad. Herta murió antes de que yo me afincase en el barrio. Tenía muchas ganas de llegar a casa y buscar las sorpresas me depararía investigar sobre mi exvecina temporal y sobre el nombre de la familia Kaps. De paso, ¿descubriría algo interesante sobre mi exbarrio?

[Futuro. Wikipedia proveerá]


«Herta Frankel y su marido, Arturo Kaps, formaban parte de un grupo de titiriteros, conocidos como Los Vieneses. Huían de la segunda guerra mundial que asolaba el continente europeo y se instalaron en el que, más tarde, se convertiría también en mi barrio, el Carmelo-La Teixonera. No es que sea el mismo barrio, Carmelo y Teixonera forman entidades administrativas diferentes, pero para la gente de la zona es como si fueran la misma cosa. Herta Frankel, además de titiritera, era una ventrílocua bastante famosa en los años sesenta, incluso salía en la televisión y muchas de sus propuestas artísticas se concibieron en el Carmelo. Me alegré mucho al saber que mi antiguo barrio había albergado, no solo a un escritor reconocido como Juan Marsé, sino también a esta mujer. Imaginé a la pareja huyendo de los horrores de la guerra, afincándose en ese barrio de trabajadores e inmigrantes que ha sido el Carmelo, me emocioné y me apené, me resultó triste conocer toda esta información cuando hacía ya un año que me había mudado. La gentrificación no perdona pero tampoco es que importe mucho, pues en cualquier vivienda o en cada cambio de domicilio donde he ido me he aclimatado de lo mejor. La mejor maleta solo necesita de buenas sonrisas y el hogar de una persona reside donde va su corazón, mucho más ahora, que me acompaña un corazón tan bello y encantador como es el de Montse».

Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


domingo, 20 de octubre de 2019


«El amor es un indiano que va y vuelve, que va rico y vuelve pobre».

Parte V

Día: 24 de julio de 2019
Origen: Barcelona. Cementerio de Montjuic.
Destino: Tumba de José F. Fonrodona
Locomoción: Humana

Según indica la oficialidad, José F. Fonrodona, fue la primera persona enterrada en el cementerio de Montjuic. Sobre este hecho, Montse y yo, especulamos bastante la noche anterior. La curiosidad de ambos nos separó, ella se atrincheró en su mesita de escritora, lacada en blanco, último modelo IKEA, delante de su portátil; yo me planté delante de mi obsoleto ordenador de sobremesa con un escritorio igual de antediluviano a juego y del que se desconoce su año de fabricación, pues las pruebas de los historiadores con carbono catorce arrojan resultados dispares. Separados, pero unidos por el mismo afán, nos zambullimos en el virtual mundo de información que representa El Internet a recabar información sobre aquel punto: el primer hombre enterrado en Montjuic. Saciada la búsqueda, con la prontitud que exige el Dios Internet de nuestros tiempos, nos juntamos al poco en la sala de guerra, también denominado por lo común, el comedor y sentados cómodamente en el sofá, intercambiamos los apuntes. Releímos acerca del emplazamiento de la montaña, antaño conocida como cementerio nuevo o cementerio del sudoeste. Acogió siglos atrás otros espacios de eterno reposo: un cementerio exclusivo para judíos, pueblos de la edad media, romanos e íberos. Un patrimonio mestizo en raza y tiempo, por lo que la atribución de primer enterrado se me antoja un poco extraña, aunque tampoco quiero quitarle ese mérito al señor Fonrodona y si es eso lo que pone en su tumba dejemos a las palabras esculpidas en el mármol hablar por sí solas.

Antes de abordar la búsqueda de esta tumba, me apeteció fotografiar a Montse en un panteón contiguo y así se lo pregunté. Se alegró y, con semblante halagado por la pregunta, accedió a ello. Con elegancia se sentó en los escalones del panteón, la faldita corta dejaba entrever las piernas y la camiseta negra, ajustada, marcaba sus preciosas formas, para la fotografía se subió coqueta las gafas de sol y me miró fijamente, con esa mirada que solo ella sabe dirigirme. La casita de muertos detrás de ella, bastante grande, de entre unos 6 y 10 metros de alto, parecía un pórtico a otro mundo. En la cúspide se leía los apellidos de los moradores, Familia Julio Barbey. Un arco atravesaba de parte a parte la rectangular edificación y en medio pendía una antigua luminaria forjada en hierro. A los lados dos columnas, creo que de capiteles góticos, aunque escribo de memoria (le preguntaré a Montse) e incrustado en el muro, entre las dos columnas, los años de nacimiento, fallecimiento y nombres de los enterrados.

Acabada la tanda de fotografías, buscamos al señor Fonrodona. Él nos esperaba tranquilo en el interior de su tumba, a salvo del tórrido día. Solo a nosotros dos se nos ocurría montar un viaje fotográfico al cementerio en pleno mes de julio, estamos un poco locos, aunque sé que ese término, locos, no le acaba de convencer a Montse; yo pienso que sí, que el término nos viste con exactitud tal túnica romana, creo que, como dijo en una entrevista Ana María Matute, «los escritores estamos más para allí que para aquí». En todo caso, a pesar de no encontrarnos en la misma onda etimológica, soy afortunado de haber encontrado a una persona tan necroentusiasta como yo.

Montse y yo nos acercamos, a leer las letras en el mármol blanco, bastante limpio si lo comparamos con otras tumbas. Me fijé en el único ornamento adicional, una rosa de plástico que campaba muy lozana en medio del epitafio. El mármol blanco detrás de la flor más bien parecía una puerta que una tumba y contenía bastantes palabras. Ambos, ávidos lectores, leímos lo siguiente:

«Aquí descansan los restos mortales
de
D. José F. Fonrodona y Vila
Vecino de Matanzas (Ysla de Cuba)
Falleció el 16 de marzo de 1883,
y su cadáver fue el primero que recibió
sepultura en este cementerio
en 19 marzo de 1883».

«¿Ysla?» y nos miramos un tanto extrañados ante el posible fallo ortográfico. ¿O quizá era un término obsoleto en el lejano 1880?

Extasiado en el vocablo no me di cuenta de como, Montse alias Pigeon Kid, la pistolera más rápida al oeste del Pecos, extraía su libretita negra del bolso y anotaba algo rápidamente en ella, aunque mis reflejos fueron lentos en aquella ocasión, también anoté la duda en mi móvil y aproveché para tomar dos fotografías, una con la cámara y otra con el propio móvil, esta última la guardaría como dato adjunto en el apunte de aquella tumba que tenía abierto en el aplicativo Evernote.
(*momento publicitario*: Evernote, dicho sea de paso, excelente herramienta para escribir y organizar notas sin la que no podría pasar).


[Futuro: Será necesario una indagación posterior]

«Para los avezados lectores, eternos quisquillosos ante las faltas ortográficas, indicaré que la primera letra que conforma la palabra Ysla de Cuba, escrita con esa extraña i griega, no posee fallo alguno. En mapas del siglo XVIII y XIX, la por todos conocida isla de cuba, se encontraba así escrita: Ysla. Aclarado el pequeño misterio de la errática letra nos queda buscar más datos acerca del primer hombre enterrado en el cementerio. Don José F. Fonrodona y Vila, un indiano* lanzado a la aventura de las américas fue vecino de la población de Matanzas (Cuba). En esta ocasión El Internet se muestra clemente y me proporciona la información al primer clic. Por suerte, a diferencia del anterior poeta, descargo en un comodísimo PDF, escrito por su bisnieto, Rafael Soler i Fonrodona, una prolija biografía de 23 páginas dónde se explica la vida de Jaume Fonrodona, hermano de José Fonrodona. Aunque el estudio biográfico se centra en la vida del otro hermano, los engarces familiares entre ambos arrojan mucha información sobre la vida del primer enterrado en Montjuic.

*Me gustaría aclarar, llegado aquí, el término indiano. La palabra se refiere a la denominación del emigrante español en América que, por lo general, retornaba rico a España después de su aventura económica tras cruzar y regresar de las indias occidentales. El término se fijó como un tópico en el siglo de Oro de las letras españolas y se utilizaba en tono de admiración o de manera peyorativa según el interlocutor que se refiriese a tales individuos. La dualidad del término se circunscribía a dos hechos distintos, por uno vemos al héroe en su acto valiente de abandonar familia y cruzar el peligroso océano Atlántico para buscar fortuna a miles de kilómetros de su tierra, aunque en el anverso se esconde el villano, el indiano de hilo negro, que para enriquecerse traficaba con esclavos, una transacción legal en la época pero repudiada moralmente.

Al leer la biografía escrita por el bisnieto, un dato interesante se recoge en ella, el estudio aporta que el primer censado con un apellido similar es el hijo de un tal Antoni Fontrodona en 1541 en la zona de Mataró. He querido rescatar este detalle porque si nos fijamos en la tumba del primer hombre enterrado en Montjuic, Don José F. Fonrodona y Vila, no existe el carácter te: Fonrodona vs Fontrodona. Un claro ejemplo de como los apellidos mutan con el paso del tiempo debido a fallos en las transcripciones registrales, modificaciones intencionadas con algún fin legal o nobiliario, etc. En todo caso es interesante observar como el linaje de una familia, igual que el de una isla, varía su identidad por el simple hecho de variar una letra.

Sobre José F. Fonrodona y Vila no queda mucho más que decir. Después de haber leído tanto sobre la zona y las distintas necrópolis, para muchos será discutible que sea el primer enterrado y ese pensamiento se mantendrá según la susceptibilidad y desconfianza de cada uno y, a pesar de las reticencias, o no, que cada uno pueda tener, el dato histórico es que, el señor José F. Fonrodona, guarda con celo el honor de ser el primer enterrado según la oficialidad del momento actual.

P.D.: Es curioso que el número visible en la parte superior de la tumba del primer hombre enterrado sea el 14. ¿Quiénes son los decimoterceros anteriores?» Y la cuestión arroja una nueva nota mental.

Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


domingo, 13 de octubre de 2019

«¿Es posible que a pesar de las invenciones y progresos, a pesar de la cultura, la religión y el conocimiento del universo, se haya permanecido en la superficie de la vida?»
Rainer Maria Riker


Parte IV

Día: 24 de julio de 2019
Origen: Barcelona. Cementerio de Montjuic.
Destino: Tumba de Joan Vinyoli
Locomoción: Humana

La tumba de Vinyoli resultó más difícil de encontrar que la de su predecesor, se escondía tras una variada argamasa floral. Las flores mortuorias mezclaban ramos de rosas plásticas con sus homónimas orgánicas, descoloridas las primeras y marchitas las otras, ambas igual de ennegrecidas con la acumulación de polvo y polución, maltratadas por la lluvia y el viento, y, sobre todo, por el inclemente paso del tiempo que, sin mantenimiento por parte de nadie, había empobrecido el exterior de la lápida del poeta. Detrás de ese vetusto elenco floral se escondía el poeta catalán Joan Vinyoli. En la inmediatez de nuestra primera visión no leímos las letras esculpidas en la piedra, tapada por la anterior selva floral comentada, sino que fue el letrero informativo, bajo la tumba, el único y claro guía de lo visitado. Al fijarnos con más atención descubrimos una discordancia entre lápida y panel informativo: Viñoly en la lápida y Vinyoli en el cartelito informativo. La insana costumbre de traducir nombres y apellidos había llegado hasta el cementerio. Mi propio apellido, Bonavida, lo he visto cambiado infinidad de veces, tal que, Buenavida, Bunavida, Vonavida e incluso, y no sé si pensar si a modo de sorna por la afable transliteralidad británica, como Goodlife [¿?].
En todo caso, además del transformable apellido del poeta, se ocultaba una críptica frase que, entre tanto ramaje marchito y ennegrecido, a medias se descifraba:

«Propiedad [xxx]nera de Dª María Ramis de Viñoly.».*
*Las flores nos impedían la lectura de las letras ocultas tras las [xxx]
y, en aquel momento, no se nos ocurrió apartarlas
.

De nuevo un mar de dudas me asaltó, Doña María Ramis de Viñoly, ¿con eñe?, ¿castellanizaron su apellido catalán o catalanizaron su apellido castellano? Al parecer, no solo mis amigos británicos se reían con esa clase de desmanes traductivos.
Dejando de lado el risible misterio de la traducción, no cabía duda de que Doña María era familiar de Joan, pero ¿quién sería? ¿Su esposa? La tumba, minúscula, igual que la de mi abuela enterrada en este mismo cementerio, no posee la grandeza de otras y lo único que marca su notable diferencia respecto al de otros compatriotas sepultados es el cartelito informativo anclado a pie de lápida. Nota mental, «ya lo buscaré en casa», y eso es lo que hice.

[Futuro: Wikipedia y una taza de té]

El diccionario libre de internet me arroja una página web con la información de la cónyuge de Joan Vinyoli, Teresa Sastre, una mujer muy guapa, como atestigua una foto de ambos estirados en la arena, según reza el subtítulo, en la localidad de Begur. Si Teresa era la cónyuge de Joan Vinyoli, queda descartado que fuera la misteriosa mujer inscrita en la tumba: Doña María Ramis. Quizá, ¿Doña María fue la madre de Joan? Continúo la investigación y mantengo una frenética búsqueda durante quince minutos, pero no consigo encontrar nada del árbol genealógico del poeta. En estos tiempos, de insanas prisas promovidas por la fácil accesibilidad a la información, buscar algo durante más de un cuarto de hora se considera un dispendio de tiempo. Soy un buen hijo de mi época y me adhiero al canon de esas prisas, la falta de respuestas inmediatas me molesta y las súplicas a San Google, traducidas en términos de búsqueda (conjunto de palabras) tecleados en la caja rectangular de San Google, no conmueven al santo. ¿Será mentira que toda información esté en internet? ¿O será que este pecador informático se lo está rezando/tecleando mal?
Al poco, en una página web encuentro más información. El padre de Joan Vinyoli murió cuando él tenía cinco años y la familia quedó desprotegida económicamente. En la misma web se menciona a la madre y a la hermana. A una de las dos la nombran Carmen, pero la redacción del artículo es ambigua y no sé si el nombre hace referencia a la progenitora o a la hermana. Estoy un poco cansado y hago caso a la vocecilla que me susurra ir a dormir, la elección me ayuda a finiquitar por ese día la búsqueda, pero una pregunta se me ancla en mi ser(gio): ¿Me estaré volviendo un periodista de la prensa rosa?, o mejor aún, ¿un necroperiodista de la prensa negra del necrocorazón? En todo caso, da igual, es tarde y hay que descansar. No me lo tenga en cuenta señor Vinyoli, pero hoy ya no me importa, sus misterios quedarán en mi cajón de sastre para otro día.

P.D.: Tres días después, con el ánimo recobrado, releyendo y reescribiendo esta necroresueña, me emperro en encontrar quien es la misteriosa Doña María Ramis. Encuentro una fotografía del joven poeta acompañado con su hermana y su madre, pero sigue sin mencionarse el nombre de la viuda cabeza de familia. Lo que sí descubro en esta nueva web y sin ninguna clase de ambigüedad, es que Carmen alude al nombre de la hermana. Leo parte de la biografía de la hermana que, por extensión no reescribiré aquí, pero me emociono al leer la cercanía de ella al arte, estudió piano y danza. También me emociona la fraternal complicidad que destilaban los dos hermanos. Aprovecho para citar parte de un verso que le regaló Joan a su hermana, con quien, aparte del lazo fraternal, la unía ese amor especial por el arte y la cultura:


«Tot és metamorfosi [...] potser. [...]

Brindem ara, germana [...] sense plorar ni riure. [...]

Per molts anys».

(«Todo es metamorfosis [...] puede ser [...]

Brindemos ahora, hermana [...] sin llorar ni reír [...]

Por muchos años»).


Ha pasado una hora desde mi infructuosa búsqueda, no es que sesenta minutos sean mucho tiempo, pero la insana rapidez de nuestro tiempo me ahoga; a pesar de ello, soy un cabezón y persisto. Me cuesta admitir que, en algún recoveco oculto de internet, no se encuentre la información que, por simple voluntad, deseo encontrar. Me molesta admitir la derrota —de hecho, si me sincero conmigo mismo, no la admito—, y por eso continúo delante del ordenador. Pasados veinte minutos más, y cuando estoy a punto de darme por vencido —es mentira, hubiera vuelto y vuelto y vuelto a esa búsqueda con denuedo—, encuentro al fin el premio. El santo grial Vinyoli aparece ante mí reconvertido en una página en formato PDF donde, con un excelente trazo y dibujado a mano, se detalla al completo el árbol familiar Vinyoli. Descubro con asombro que tuvo otra hermana, María, que murió a los dos años. El nombre de su padre, médico, idéntico al suyo y, por fin, la madre, con nombre y apellidos, aparece ante mí: Emília Pladevall Maseras, pero ¡no es la persona que está enterrada con él! Sigue sin ser la propietaria de la tumba, no hay preocupación alguna, el árbol genealógico contiene toda la información, solo tengo que seguir de forma ascendente la línea paterna y, ahora sí, aparece Doña María Ramis Farrè y el misterio queda resuelto. Es la abuela paterna de Joan. La cabezonería obtiene sus frutos y mi curiosidad queda más que satisfecha, para que luego digan que los latinajos no sirven: «Cabezono, ergo sum».


Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


sábado, 12 de octubre de 2019




«Solo existe el amor»



Estimados:


Nuestro amigo Henry Slim, alquimista de la música, transmuta nuestro blog del plano literario al musical.

¿A qué nos referimos?

La canción de UTLA, la que podríamos denominar su banda sonora, el leitmotiv que da sentido a diez años de escritura, donde se ve reflejada la dualidad entre UTLA y NUTLA, donde surge Feli y el resto de nosotros, se transforma en una preciosa partitura que espero disfrutéis con nosotros.

Inicialmente nació con el nombre de «UTLA's World», pero ese nombre se acomodaba mejor a la cosmogonía global del blog, por lo que dicho nombre se reservó de cara a algún futuro álbum que pudiera incluir más canciones y, finalmente, este tema tan precioso pasaría a llamarse «Lluvia de estrellas».

Gracias, Henry Slim, por este regalo tan especial.
Abrazos. 🍶🤗

Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


domingo, 6 de octubre de 2019

«Tal vez aprenda algo sobre el carácter de la muerte, que es allí donde termina el dolor y empiezan los buenos recuerdos»


Parte III

Día: 24 de julio de 2019
Origen: Barcelona. Cementerio de Montjuic.
Destino: Tumba de Àngel Guimerà (y Pere Aldavert)
Locomoción: Humana


La pequeña tumba de Guimerá daba muestras de abandono. Debajo de su nombre aparecía el nombre de otro hombre, Pere Aldavert, y me sorprendí por ello. Mientras Montse prestaba atención a los detalles de la tumba del poeta, mi mente se evadía en un mar de cuestiones: ¿enterraron en la tumba de Guimerà a otra persona?, ¿un familiar? Pero no comparte apellido. ¿Murieron juntos? ¿Quizá fusilados? En una primeriza visión, propia de la imaginería popular, acudieron a mi memoria postales sangrientas de la guerra civil vistas en documentales y películas, como si dos hombres solo pudieran ser enterrados juntos a consecuencia de una acción bélica o por lazos de consanguinidad. Entonces, recordé, y recordé mejor, ¿Guimerà no era anterior a la guerra civil? ¿O quizá los enterraron como resultado de otro suceso bélico de los muchos que asolaron tiempo ha nuestro país? ¿Por qué los enterraron juntos? La mente me bullía de posibilidades. Un pequeño misterio digno de Sherlock Holmes que me atañía desentrañar. ¿A quién no le gustan los misterios? Los difuntos de la anterior necroresueña, Lluïsa y Santiago, formaban matrimonio, pero ¿quién era el misterioso Pere Aldavert y por qué compartía lecho mortuorio con Guimerà? 
Me dejé una anotación mental para buscar con más detalle ese dato que se me escapaba. Wikipedia proveerá.


[Futuro: En casa, delante del ordenador, internet y Wikipedia]


Ángel Guimerá nació en Tenerife. Un dato para mí desconocido u olvidado, siempre pensé en él como un oriundo catalán. La familia del Tinerfeño se mudó a Barcelona cuando él tenía ocho años y cuando contaba con nueve sus padres se casaron. Esa anécdota me resulta sorprendente sobre todo tratándose de un tiempo tan remoto. En 1854, ¿no estaban casados los padres antes del nacimiento del pequeño? Esta modernidad, más propia de los tiempos actuales, me sorprende. Al poco, la familia se mudó acabando en esta ocasión a la población de el Vendrell. ¡Anda! Ante este dato, resulta que Guimerà y nosotros fuimos casi paisanos. El Vendrell queda, y me permito una expresión coloquial, a un tiro de piedra de nuestra casa. Es sin dudas, un mestizaje extraño el de este ser: poeta-dramaturgo, Tinerfeño-catalán, viviendo a medio camino entre Barcelona y el Vendrell.

Aclarados los puntos básicos sobre la geolocalización guimeraniense, me pongo en serio a buscar sobre el misterioso compañero de sepulcro y me sorprendo ante la extensa biografía que me arroja mis indagaciones. Pere Aldavert: periodista y político catalán, profundo amigo de Àngel Guimerà, desde 1870 vivieron juntos en casa de Aldavert, se otorgaron poderes mutuos delante de notario el día de San Valentín. Es, ante ese dato tan elocuente, cuando se manifiesta la verdadera relación entre Àngel y Pere. Es innecesaria la detectivesca mente de Holmes para ver otra historia de amor truncada por la muerte. He querido indagar más sobre la homosexualidad del poeta, pero la vida íntima de uno de los dramaturgos catalanes más prestigioso, eterno aspirante al premio nobel, pasó completamente desapercibida. Investigando más descubro que este anonimato lo promovió el propio artista, muy normal, a tenor de las oscuras circunstancias que rodeaban la sexualidad de su época. A colación traeré el recuerdo de la reciente lectura de un excelente libro, De profundis, de Oscar Wilde. El libro es una extensa misiva de Wilde a su antiguo amante, donde narra su encarcelamiento a raíz de probarse su condición de homosexual. 
No es de extrañar que la incendiaria sentencia de los tribunales británicos recorriera toda Europa, llegando hasta nuestras fronteras y los homosexuales contemporáneos, en idéntica situación sexual a Wilde, prefirieran pasar lo más inadvertido posible. Los secretos del pasado, escondidos en los cementerios, se desvelan con una fotografía y una simple búsqueda en internet. La resolución de la corona británica conta Wilde fijó la línea de como debían comportarse los homosexuales en sociedad, entendiendo Guimerà al punto que, mutatis mutandi, la falsa apariencia de tolerancia se había barrido con la mojigatería victoriana, y, como diría Wilde, el amor que no se atreve a decir su nombre desde ese momento no solo calló, sino que no se atrevería a asomarse ni a la luz del sol, manteniendo las formas entre secretos y veladas acciones.

En la investigación encuentro más información como parte del extenso anecdotario del célebre dramaturgo. Dio el primer discurso en catalán en el Atenéu Barcelonés. Algo escandaloso en aquel entonces. Cuatro años después de su muerte, Dalí le llamó pederasta, no sé qué entuertos tenían entre ambos, pero no entiendo porque Dalí esperó a que muriera para insultarle. La verdad es que por cada noticia positiva que leo del bigotes leo tres malas y su excéntrico carácter no ayuda a que me caiga mejor. No me extraña que «El Divino» (llamado así por sus allegados) sea caricaturizado en una famosa serie de televisión española donde los atracadores se esconden tras una máscara con su cara [Ver La casa de papel]. El insulto dedicado, pederasta, poseía un significado diferente por aquel entonces y era sinónimo de sodomita, gay o maricón, este último vocablo el más común usado hoy día por los acólitos homófobos (la homofobia nunca pasa de moda, ¿verdad, old sport?). 

Ante la fotografía de la tumba del poeta y la avalancha de información rescatada de internet, me di cuenta del triste pasado homofóbico arrastrado en Europa: Oscar Wilde, Federico García Lorca, Àngel Guimerà, Marcel Proust; y el porqué de las silenciosas vidas de muchos de ellos. Pensé en Guimerà que, sin haber conseguido el galardón del nobel, obtuvo un premio más preciado: descansar en paz al lado de su ser querido.


Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


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Libros de S. Bonavida Ponce

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Smoking Dead Smoking Dead
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