Nos dirigÃamos en coche a un pueblo de montaña. Por la carretera no dejaban de pasar ciclistas a toda velocidad por nuestro lado como en un tour de España. Yo estaba muy intranquilo por miedo a chocarnos con ellos, pero tú estabas tan radiante y mostrabas una sonrisa como cuando eras mucho más joven.
—Tranqui, amigo, no pasará nada —me decÃas.
Al cabo de un rato llegamos a un pueblo y aparqué el coche. En medio de la plaza un árbol se erguÃa majestuoso, aunque no crecÃa recto, sino que estaba torcido y hacÃa forma de ese y debajo de esa ese, a modo de dintel y esculpida en el tronco habÃa una talla de un ciervo incrustada en la propia madera y pintado el animal con acuarelas. La tradición local —no sé cómo sabÃa acerca de la tradición local, pues era la primera vez que iba hasta aquel lugar— decÃa que quien pasara por debajo del ciervo tallado en el árbol tendrÃa suerte toda su vida. Me apresuré a agacharme y pasé a rastras por debajo del agujero.
Una vez traspasado el agujero, tal Alicia, al levantarme, te habÃa perdido de vista y un momento después te reencontré y te vi delante de un bar. La entrada resultaba encantadora, rústica de madera, muy bonita, de auténtico pueblo y detrás de un tonel estabas tú con un vermut en la mano. Y me acerqué hasta ti, todavÃa conservabas esa sonrisa tan genuina tuya, y te pregunté:
—¿Tú no pasas por debajo del árbol, amigo?
—¿Tú no pasas por debajo del árbol, amigo?
Y me contestaste:
—¿Para qué? Sà yo ya soy muy afortunado.
Menudo sueño más chulo, habÃa mucha paz en ese viaje.
Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia