—Caracaballo —las risas de un grupo de adolescentes se cuelan rabiosas en mis orejas.
Intento alzar la vista, pero una señora muy grande, más ancha que alta, tapa toda mi visión de la esquina opuesta. Hoy el ascensor del metro está más lleno de hormigas que nunca. Ni las sardinas se encontrarÃan cómodas hoy aquÃ.
—Caracaballo, relincha un poco, porfa —el grupito de adolescentes comienza reÃr. El pobre aludido no dice nada. La señora estacionada delante de mà comienza a toser. Tengo que darme la vuelta.
—Pues el otro dÃa Caracaballo se cagó en el patio del colegio. TendrÃais que haberlo visto.
Las risas se multiplican. Por las voces calculo son tres niños, además del pobre caracaballo, vÃctima silenciosa del asqueroso acoso escolar.
«Malditos», pienso, y al pensar rememoro mi propio pasado, repleto de zancadillas, collejas, golpetazos en la espalda, burlas y risas. Y me enciendo. Dentro de mÃ, ya no se encuentra aquella pobre vÃctima, ahora soy el portaestandarte de la justicia, el adalid de los débiles. Malditos, como osan reÃrse de un indefenso.
La señora sigue tosiendo, mi espalda es un buen escudo contra este ejercicio de guerra bacteriológica. Me es imposible girarme, anulo cualquier intento de ver el lado contrario del ascensor.
«Tranquilo caracaballo», me autoconvenzo en mi soliloquista discurso. «Te salvaré».
El triple pitido, al fin, la señal inequÃvoca de nuestra llegada a la andana. Las puertas del ascensor se abren. Surjo al exterior con un giro brusco, la señora más ancha que alta mira con extrañeza detrás suyo. ¡Ajá! También está indignada del trato al pobre chaval, denominado canallescamente caracaballo. Me encaro en dirección a las puertas con mi posición más aguerrida, barbilla alzada, estómago hundido, hombros decididos. De haber tenido una capa negra y un estoque, la pose hubiera sido digna del zorro. Y hoy, estos malandrines, probarán toda mi furia.
La señora surge del ascensor. La cara de la señora muestra cierto asco.
«Está claro. Indignación. V de vendetta. Mi momento ha llegado».
Los visualizo. Tres chicos riendo y al fondo...
«¿Un caballo?»
—Venga Caracaballo, muévete —Un adolescente agarra una brida sujeta a un pequeño poni. Con la otra mano libre acaricia dulcemente la crin del pequeño equino—, o llegaremos tarde al colegio.
El poni mueve aquiescente la cabeza, y los tres crÃos surgen del ascensor.
—¿Nos permite pasar señor? —me dicen extrañados ante mi postura.
Balbuceo algo y ellos se encogen de hombros.
—Buenos dÃas tenga señor.
—Caracaballo, relincha un poco.
—SÃ, pero no te cagues como el otro dÃa, aquà estamos en el metro.
Mi móvil no tiene baterÃa. Adiós foto. Os juro que en mi barrio suceden cosas muy extrañas.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia