lunes, 28 de septiembre de 2015




*-*-*
El 20 de agosto de 1975 despegaba del planeta Tierra el ambicioso proyecto espacial con nombre clave «Viking 1». Los principales objetivos de la misión eran: realizar fotografías de la órbita de Marte y recoger muestras de la superficie. Dos instrumentos básicos cubrían el operativo: una sonda espacial, «Viking Orbiter 1» denominada «VO», y un vehículo terrestre, «Viking Lander 1» denominado «V1». Además, un tanque de combustible acoplado a todo el conjunto añadía una nada despreciable masa total de 3.527kg.
*-*-*


Orbi, tengo miedo.
—Es normal Lan, tú eres más de tierra. Yo estoy acostumbrada al espacio, al cielo, a volar, a la velocidad.

«10...9...8...7...»

—¡ Ai ai ai ¡ Ya comienza.
—Tranquilo guapo, agárrate fuerte a mi chapa, porque allá vamos.

«6...5...4...3...2...1...»

«Viking Lander 1»

«Viking Orbiter 1»

Continuará...

Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

domingo, 20 de septiembre de 2015

Fan Art - Pippi by BlankEye

Hoy regreso de trabajar a una hora decente, tanto que me encuentro delante del ascensor a un grupito de jóvenes, exactamente un chico y dos chicas.

Una de ellas, la que parece llevar la voz cantante dentro del reducido grupo, viste unos apretados leggins, ya sabéis, esos pantalones elásticos y muy ajustados que quedan tan apretados al cuerpo de las mujeres que hay hombres que pierden el sentido con su sola presencia. Pero perdonar, no quería «legginizar» el relato. La chica en cuestión posee dos graciosas y estilizadas coletas que caen graciosas por detrás de sus orejas, y una curiosa «gafapasta» de múltiples colores se mantiene imperturbable en su cara, una asimétrica camiseta de solo un tirante en el hombro es su indumentaria final. Su atuendo tiene cierto parecido al de aquel famoso personaje de televisión: «Pipi Lamstrung».

—¿Sabéis? —anuncia nuestra particular Pipi Lamstrung—. Pues el Manolo, el «profe» de gramática, «ma» vuelto a suspender.

«No me extraña, coletas de oro», pienso mientras enciendo el bloc de notas de mi móvil. Mis aguzados sentidos blogueros se han disparado, intuyo una prometedora historia de ascensor en cuanto huelo el ambiente cargado, denso, tan humano de estos pequeños cubículos llamados ascensores. ¡ Presto Oreja avizor!

—Pues sí —Continua la adolescente, a la que cariñosamente, a partir de ahora en adelante denominaremos «Pipi»—, es que me tiene manía el Manolo.

«La eterna maldición de la manía». Es muy antiguo ese epítome. Ya desde la escuela griega, que las malas notas de los alumnos eran atribuibles a la enquistada «manía» de algunos profesores para con sus alumnos.

—¿Y qué vas a hacer? —pregunta la amiga en tono consternado, pues la posibilidad de suspender una asignatura encierra ciertos horrores innombrables.

—Lo tienes crudo —replica el chico—, el Manolo es un hueso duro de roer. Ya puedes ponerte a estudiar como loca.

—Pues no, listillo —replica triunfal Pippi con una sonrisa en el rostro—, me he «enrollado» con «El Jose». Somos novios.

Tanto el chico como la chica se miran extrañados.

—¿Qué Jose? —pregunta el chico al parecer molestamente extrañado.

—¿El melenas, el gordo o... —duda la amiga en continuar la pregunta— ... o el otro Jose?

Pippi ríe pícaramente.

—El otro Jose. ¡ Jajaja ¡—Su risa inunda el pequeño ascensor. Mientras yo tranquilamente, en una esquina del ascensor, sigo tomando notas sin saber a qué Jose se refieren.

—No jodas, tía. ¿«El Jose»? El hijo de Manolo el profesor... —la amiga posee la cara de desconcierto propia de un loco.

—¿Estás saliendo con el hijo del profe? —replica el chico claramente consternado.

—Si —contesta sonriente Pippi—. De esa manera espero aprobar gramática. Los hijos de los profes nunca suspenden. Y sus amigos tampoco.

«Esta leyenda urbana es nueva».

Los dos amigos, la chica y el chico, se miran alucinando, aún intentan asimilar la información recibida, que al parecer no acaba de cuadrar dentro de sus limitados planes para aprobar una asignatura.

—Y entonces, ¿funcionó?, ¿aprobaste? —pregunta la chica.

El chico observa a Pipi embelesado, y con mi superoído le oigo mascullar «¿El Jose?,¿El Jose?"», repitiendo consternado esa frase en un tono de afectada incredulidad.

—Pues... no —responde Pipi sin eliminar su sonrisa de la boca—. Ahora Manolo nos ha «cateado» a los dos.

—¿Os ha suspendido? Que c@br@#n —replica la amiga indignada—. Pero si «El Jose» es muy listo, ¿por qué le ha suspendido?

—A mí por mi mala gramática, y a «El Jose» por salir conmigo.

El chico no dice nada. Sigue consternado, algún oscuro pensamiento ofusca su mente, me es difícil captar su estado de ánimo, sus gestos son difusos.

—Bueno —replica la amiga con convicción—. No hay mal que por bien no venga. Ahora dejarás a «El Jose», ¿verdad? Es más feo que pegar a un padre.

—Pues... —Pippi duda—. Es que le he cogido cariño. Es tan mono.

La amiga se lleva las manos a la cabeza, la incredulidad da paso a un estupor creciente.

El chico sigue mascullando por lo bajo, esta visiblemente preocupado, creo que empiezo a intuir el motivo.

Las puertas del ascensor se abren. Pipi sigue sonriendo, ajena al suspenso en gramática, ajena al rechazo de su amiga, y ajena al secreto dolor de su amigo.

Ahora Pipi, elucubro, sólo piensa en «El Jose».

Yo pienso: «Lo que ha unido el suspenso que no lo aprueben los hombres». ^^

«Sólo existe el amor»

Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

viernes, 11 de septiembre de 2015


«El último ejercicio: realizar un compendio de normas internas. 
Muchas gracias Julia Cameron por enseñarme tantísimo en tan poco tiempo.
Gracias por recordarme lo realmente importante.
Gracias por no dejar que la negatividad se apoderará de mí.
Por todo ello, muchas gracias
»


Todos tenemos derecho a escribir.

Escritor es quien escribe.

Acepta críticas constructivas, no pierdas tiempo con las negativas.

Tú sabes la diferencia entre negativo y positivo.

No permitas que nadie te desaliente.

Escribe tan a menudo como te sea posible.

Al escribir se sincero.

Detén al peor crítico: vive dentro de ti.

Rellena tu «fuente», vive la vida plenamente.

Mantén contento al niño interior.

Lectura es hija de Escritura. Cuídala.

Ama escribir.

«93% imaginación,7%realidad»




Epílogo:

Agradezco a Feli permitirme publicar en este espacio, así como su tiempo y la paciencia revisándome los escritos.

A UTLA por brindarme su tierna amistad y enseñarme la etimología de la palabra «Amor».

Por último a todos vosotros, queridos lectores y lectoras, por haber aguantado hasta aquí toda esta sarta de locuras.


Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

miércoles, 9 de septiembre de 2015


«Ahora Julia nos propone un juego metafísico, algo parecido a la “ouija”, pero sin ese carácter tan esotérico de la dichosa tablita. En este juego, debo realizar preguntas, al principio guiadas por la propia autora, y después dejarme guiar por la corriente energética, espiritual o lo que haya en mi imaginación. El nombre a esa corriente lo pone cada uno. Y después de escuchar a la "fuente" anotar todas las respuestas. Bon Boyage».

P-¿Crees en Dios?
R-No y sí.

P-Describe tu fe o falta de fe.
R-Soy una extraña clase de «agnóstico escéptico creyente». Creo en todo, en la ciencia y en la espiritualidad; lo bueno y lo malo son dualidades perpetradas en nuestra mente para entender nuestro entorno. El bien y el mal son dos conceptos variables en el tiempo pero permanentes en el medio, ambas siempre existen pero con significado distinto. Intercambiándose los roles en esa lucha eterna, movidos ambos por esa fuerza llamada «Amor» que coreografía todo a nuestro alrededor.

P-¿Crees en los ángeles o en alguna clase de fuerza positiva?
R-Por supuesto. El Amor es positivo.

P-¿Alguna vez has tenido una experiencia literaria que se pudiera calificar de extraña?
R-Siete amigos me insistieron en que querían jugar a rol. Tenían curiosidad y conocían de mi antigua afición. El rol no es solo esa «frikada» de interpretar un papel de un personaje y tirar dados y ya está, pues para quien organiza una partida le requiere en muchas ocasiones un trabajo previo de documentación, guionizaje e incluso pequeñas pinceladas literarias...En esa ocasión accedí y copie partes de un juego casi desconocido que encontré por internet, adapté personajes y me invente nombres de ciudades y lugares. La partida, después de casi una semana, estaba lista para jugarse. Entonces, les envié un formulario por email a cada uno de mis amigos, en él debían rellenar el nombre del personaje, una breve descripción de su historia y algunas datos más. Les insistí que no me dijeran el nombre de sus respectivos personajes, quería que fuera una sorpresa. Llego el gran día. Les situé en el mapa, los introduje en aquel mundo imaginado y entonces les comuniqué el nombre del pueblo donde comenzarían la aventura. Uno de ellos, una persona muy especial, un maestro espiritual, comentó de repente, «Vaya, el pueblo se llama como yo». Pensé que me estaba gastando una broma. El nombre del pueblo era invención mía, y no había comentado nada de la aventura con nadie. Giré su hoja de personaje, la cual tenía enfrente de él encima de la mesa y leí el nombre del personaje. Era idéntico al del pueblo. No podía ser, era un nombre esdrújulo, fruto de mi imaginación, nadie lo podía conocer, y sin embargo allí estaba. Los demás dijeron «que casualidad», y comenzamos a jugar extrañados por «la» casualidad. Pero mucho tiempo después, yo intuí que no había sido una casualidad, los dos habíamos estado en la misma fuente, nutriéndonos de la misma energía, y ahora me rio pensando como el Amor posee estas «causalidades» que siempre confundimos con las «casualidades», esas mismas que de vez en cuando nos permiten acudir a la fuente a varias personas a la vez.

P-¿Imagino todo lo que escribo?
R-No siempre. Soy mentiroso por naturaleza, siempre me gusta mezclar realidad y ficción. También unir recuerdos con «si hubieras». Y a otra parte de mi le gusta realizar preguntas al aire para poder escuchar.

P-¿A qué me refiero con escuchar?
R-A dejarme llevar, a escribir tan rápido que mis pensamientos no me pertenezcan, y justo en ese momento de «rapidez» permitir la entrada de las historias desde ese otro lado. Muchas historias poseen vida propia, desean ser contadas por alguien, en muchas ocasiones yo tan solo soy un puente.

P-¿Soy feliz escribiendo?
R-Mucho. También soy feliz con muchas otras cosas, pero la escritura posee ese hueco especial en mi interior.

P-¿Creo que mis personajes existen?
R-Sí y no. Cuanta ambigüedad destilo. Mis personajes no existen en nuestra realidad. Pero como ya bien indica alguna teoría física, «teoría de cuerdas», existen múltiples dimensiones que de vez en cuando colisionan las unas con las otras, por lo que no creo que los que yo denomino mis personajes existan en esta «realidad», pero estoy seguro que tienen vida propia en alguna de las otras «dimensiones» existentes, y es posible que en una de ellas sea UTLA el que me imagine a mí, sentado delante de mi ordenador escribiendo sobre él. Es una teoría muy personal, aún me encuentro en ese estadio inicial desarrollándola, escuchando los susurros que me narra la fuente...

P-¿Creo en algo especial en esta vida?
R-Si, creo en el Amor.

«93% imaginación,7%realidad»


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Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

martes, 8 de septiembre de 2015


«La velocidad ayuda a crear, afirma Julia en este inspirador libro que ha creado. Debo narrar sobre ello, pensar en disciplinas que expliquen la velocidad desde distintas perspectivas».

Es en parte esta idea de Julia un pensamiento que comparto, llevo años escribiendo en tren, desde el trayecto de mi casa al trabajo y en sentido inverso. Cada trayecto es de una hora, con lo que al día dispongo de poco más de dos horas aprovechables; antes devoraba libros, después descubrí la escritura, y aunque ahora intento alternar entre ambas pasiones, debo reconocer que la escritura gana más veces de lo que debería.

Cuando el tren pasa veloz por unos árboles, la forma difusa de las ramas, las piedras y el propio suelo conforman un extraño lienzo de difuminados colores. Dentro del vagón suceden otras muchas cosas, la niña que tose, el adolescente con los auriculares a todo volumen, las viejecitas parlanchinas, o el trajeado hombre de negocios. Pero ni el exterior ni el interior importan, tan solo la velocidad en sí misma, es en esa rapidez donde yo adquiero creatividad y me acerco a la «fuente».

Quizás algún día los científicos expliquen con alguna de sus estrafalarias teorías, un vínculo entre velocidad y creatividad.

En Física...

Podemos imaginarnos la fórmula: C= v2 x a / m
(donde C es creatividad = v (velocidad m/s) al cuadrado x a (aceleración) todo ello dividido por m (masa)).

¡Sorprendente!, argumentarían unos, aunque nosotros ya lo habíamos intuido tiempo atrás.

En antropología...

A lo mejor provenga de nuestros tiempos en la caverna, cuando nuestra supervivencia dependía de cuanto corriéramos detrás de las presas, huyendo velozmente de los depredadores, salvando la vida de un corrimiento de tierras apartándonos de la gran piedra que caía.

En Psicología...

Quizás algún día los psicólogos deduzcan que el movimiento está asociado inevitablemente con los estados de ánimo, puesto que la mente con la velocidad se mantiene activa, alerta ante lo que sucede en nuestro entorno fugazmente, o quizás deduzcan lo contrario, que la muerte es movimiento. Incluso algunos lleguen a afirmar categóricamente que el movimiento, lejos de ser un parámetro psicométrico más, es el catalizador vital del sexo. Si Freud levantara cabeza. Psicología divina incoherencia.

En Filosofía...

Las personas exitosas se mantienen en movimiento, comentaba una cita del internet, aunque no hay que realizar una interpretación directa de esta frase, no entendiendo este movimiento como un acto realmente físico, es una metáfora, iniciar las acciones que desencadenen otros eventos que a su vez desencadenen otras acciones y así sucesivamente firmando una gran carambola cósmica. Yo la bautizo la corriente «movimientista creativista».


Física, Antropología, Psicología, Filosófica... ¿pensáis que exista alguna otra variante científica que especule mejor acerca del movimiento? ¿Realmente creéis que el movimiento produce creatividad?

Agradezco mucho vuestra afable lectura.

«No dejéis nunca de moveros»

«93% imaginación,7%realidad»


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Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

lunes, 7 de septiembre de 2015



«Suplantarme. Es el resumen del ejercicio de hoy. Suerte»

Sergio se levanta de la cama, últimamente es feliz pero siempre tiene sueño. Suele despertarse rápido, no le gusta remolonear. Levanta la persiana, se dirige al lavabo arrastrando los pies y realiza la primera parada biológica del día. Un número uno. Bosteza, se lava la cabeza, el agua un poco fría le ayuda a despejarse, un buen desayuno acabará de sintonizarlo con la vida. Tostadas con tomate restregado, sal y aceite, el queso no puede faltar.

Recoge el carro de la compra, primero irá al pequeño supermercado de la esquina de su calle, la misma invariable lista de comida y otros utensilios, después visitará la carnicería, reirá con la carnicera mientras ella corta un par de pechugas de pollo, y por supuesto, un cuarto de kilo del inolvidable queso de oveja. La última parada será en la agradable farmacia regentada por un par de hermanos farmacéuticos muy cariñosos. El barrio donde vive esta en la ciudad, pero por cómo se tratan las personas más bien se diría que es un pueblo grande. Algún chisme, un cotilleo, pero también esa agradable camaradería se filtran por todas las esquinas de este antiguo barrio.

Sergio no ha quedado hoy con nadie, es domingo, día de interminables lavadoras y descanso en general en su rutinaria vida. Ama la rutina, y sin embargo, también es feliz cuando por algún motivo debe cambiarla.

Hoy se preparará salmón al vapor, sin aceite, el cuerpo es sabio dice, y desde hace tiempo rechaza de manera innata el dorado líquido, su estómago lo agradece. Añade estragón y un poco de vino blanco al agua, el líquido final servirá como improvisada salsa al plato, dos tostadas acompañaran la frugal comida. Un yogur desnatado es la guinda final de esta excelente comida.

El contacto con el agua lo calma, lavadora, fregar los platos, tender; lo que peor lleva es barrer, es alérgico al polvo y este le causa bastantes molestias, lleva tiempo pensando en comprar un robot de limpieza inteligente, pero el precio es excesivamente caro.

Una película después de comer, se sienta enfrente de su ordenador, el centro neurálgico de su hogar, o como él lo llama en ocasiones: «sancta sanctórum».

La película le ha gustado, se la recomendó una conocida bloguera a la que sigue, es maravilloso ese intercambio de información, cuando era pequeño no podría haber imaginado lo importante que sería el internet en su vida, internet es la madre, el wifi el cordón umbilical que le mantiene con vida. Puntúa la película en IMDB, una página especializada en cine y televisión.

Después recoge la ropa seca, y hace la cama, es tarde para hacer la cama, pero se acerca el verano, esa temida fecha en la que los calores asolan a todo bicho viviente y amodorran el ánimo de cualquiera, mucho más de este personaje llamado Sergio. A él le encanta el frío, una buena manta y estar encerrado en algún lugar confortable, «el yeti» le llama cariñosamente un buen amigo suyo.

El sol comienza a caer, debe ponerse a reescribir su novela, narrar es sencillo, divertido y gratificante, lleva esa pasión consigo desde hace cuatro años, pero reescribir es una tarea desesperante, es el momento en el que uno más debe luchar con el crítico interior, por que cuando reescribe el crítico surge con fuerza, e intenta destrozar todo a su paso, su peor enemigo está dentro de él, si permitiera abrirse paso al crítico este destrozaría toda la obra, quizás su propia existencia. La lucha contra ese malvado ser interior en ocasiones se recrudece, pero no es ese el día, ese Domingo esta apaciguado, en paz con su enemigo interior, el cual duerme tranquilo en algún lugar recóndito de su ser, hoy escribirá tranquilo.

Ha pasado tres horas reescribiendo, hubo un momento en el que sintonizó con la reescritura, no existía nada más a su alrededor, únicamente la pantalla con palabras y su imaginación; ese «debía» por un «atesoró», una camuflada frase en pasiva reconvertida al activismo literario, y algunas faltas ortográficas que causaban mucho daño en sus ojos.

La tarde se ha convertido en noche, esta dama nocturna lo ha atrapado tecleando frenéticamente en su «sancta sanctórum»; el tiempo detenido, como bien anuncia uno de los blogs que sigue, es la sensación que perdura en su mente. El capítulo ha sido reescrito con éxito. Hoy puede irse satisfecho a dormir.

Se desnuda, una ducha rápida antes de dormir, pantalón corto y camiseta de tirantes, se acerca el verano, los monstruos se esconden detrás de los infernales goterones de sudor.

Es un buen día, ojalá todos fueran así, mueve el rostro con aquiescencia, se recuesta tranquilamente en la cama. Comienza el iniciático viaje a ese otro lugar. «¿Dónde me llevaran hoy los sueños? ¿Quizás me reencuentre con UTLA?», son las últimas preguntas que recuerda antes de volver a la onírica realidad que le engulle...

«93% imaginación,7%realidad»


Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

domingo, 6 de septiembre de 2015


Yo era jovencito. No recuerdo exactamente la edad que tenía entonces, pero si recuerdo que mi abuelo era mayor, 92 años cargaba a sus espaldas. En otras ocasiones ya había estado enfermo, resfriados propios de la edad, una semana en urgencias y para casa. Era fuerte como un roble. Todo el mundo decía que me parecía mucho a él. Vi fotos de él de joven, era cierto que poseíamos una retirada similar, hombros anchos y ese mentón con el hoyuelo partido de James Stewart. «Estas hecho de casta Ponciana», recuerdo las palabras que me dedicó un familiar, una suerte de piropo pues con el apellido de mi abuelo materno adjetivado yo me sentía realmente muy cómodo.

Yo lo quería mucho. Recuerdo su mano grande acariciando lentamente mi pelo. «Chiquillo», me decía antes de solicitarme algo amablemente. Y de vez en cuando mostraba un poco de mal genio, como los abuelos de antes, el mismo que yo poseo en ocasiones. Pero aunque nos peleáramos por tonterías, siempre acabábamos perdonándonos. Nos queríamos mucho.

Entonces un día se puso más malito de lo habitual. Lo ingresaron en urgencias. Mi madre se quedó las primeras noches con él, yo estudiaba, así que me intercambiaba con ella el fin de semana. Mi padre trabajaba todo el día y mi hermano era aún muy pequeño. Pero todos los miembros de la familia intentábamos ayudar en lo que podíamos, mi hermano, mi padre, yo; mi abuela por aquella época comenzaba a tener Alzheimer, creo que no acababa de entender toda la situación. Quizás fuera lo mejor para ella, habían estado más de treinta años juntos, incluso más. No lo sé.

No recuerdo que día era, posiblemente un viernes o sábado, los días que yo podía quedarme por la noche, y mi madre aprovechaba para marchar a casa a descansar un poco y realizar alguna tarea del hogar. Mi abuela también requería de ciertos cuidados. Habían movido a mi abuelo de planta, después de casi dos semanas ya se encontraba fuera de urgencias, en la planta uno. He estado infinidad de veces en ese hospital. Es un hospital bonito, al menos yo lo recuerdo así. Estuve como paciente cuando me caí y me fracturé el dedo, cuando se introdujo en mi ojo, en clase de química, aquel trocito de piedra azul y mi ojo empezó a llorar soltando una dolorosa legaña amarilla, también lo he visitado en muchas otras ocasiones por familiares y amigos hospitalizados. Ese hospital es casi una segunda casa, pero en todas las ocasiones en las que lo visité, jamás estuve en la primera planta. No sé el nombre técnico que recibía esa planta en concreto del hospital, pero recuerdo que en un pequeño indicador de fondo azul y letras blancas aparecía un nombre largo, alguna clase de eufemismo médico al que con el tiempo yo asigné mi propio significado: desahuciados. Es triste recordarlo así.

El suelo de esa planta poseía baldosas romboides, como las que observamos en las películas de los años sesenta, algunas pocas estaban rotas. Es curioso, porque el resto del hospital no poseía esa decoración y estaba realmente bien cuidado, es como si la proximidad a la muerte tuviera que ser forzosamente desagradable. La luminosidad de la habitación siempre en eterna penumbra, como si con esa negrura pudiera uno anticipar el cometido del lugar. Había un pequeño recibidor apartado, con una extraña columna blanca en medio de él que nunca entendí que hacía allí, no resultaba nada acogedor, era como si todo aquel lugar te invitara a salir corriendo, a escapar.

Eran las once de la noche, mi padre había venido de trabajar en coche y yo lo acompañaba, mi madre estaba sentada en una silla tendiendo cariñosamente la mano a su padre, mi abuelo, recuerdo ternura en los ojos e mi madre. Yo me quedaba esa noche a sustituirla. Era la última noche que ella lo vería.

Me despedí de ella hasta el otro día, me vendrían a recoger de madrugada. Mi abuelo estaba tendido boca arriba en el lecho, no hacia frio, tenía los ojos cerrados, respiraba con lentitud, y un tubo de plástico transparente salía de su boca. Me fije en su mandíbula, y en su hoyuelo partido de James Stewart. Me senté a su lado, a esperar toda la larga noche. Se pasa muy mal, no sólo se te ocurren mil pensamientos nefastos, físicamente el sueño intenta apoderarse de ti, la silla del hospital era cómoda, pero no para pasar ocho horas sentado en duermevela toda la noche, y pensar que mi madre se pasaba de lunes a jueves todos los días ahí. Se me parte el alma. Tampoco, en ese tiempo, podías realizar ninguna otra acción, no podías encender una lámpara para leer un libro o revista pues molestarías a alguien. Nada. No se podía hacer nada, salvo esperar, observar, callar y pensar mucho. Había una señora delante de mi abuelo, también estaba entubada. No había nadie a su lado. Me daba mucha pena. Al otro lado del camastro de mi abuelo, separados por una cortina blanca que nos proporcionaba cierta intimidad, se podía escuchar la fuerte respiración de otro hombre mayor. Sé que no debería escribir esto, pero en ocasiones me gustaría ser rico, no por la avaricia del asqueroso dinero, si no para evitar estar hacinados así, tener una habitación propia donde estar cuando suceda lo peor y no ver al resto de desgracias almas que me rodean, ni ellos a mí. Yo pensaba en muchas cosas, no solo me caía de sueño, aquel ambiente me cargaba aderezado con aquella oscuridad, el ambiente de eterna penumbra me amodorraba, sostenía la cabeza por intentar mantenerme despierto sentado en la silla, de vez en cuando me levantaba, necesitaba dar aunque fuera unos pasitos en el pasillo. Pasé un rato malo, luchando contra el cansancio. Al fin, me senté y me puse más calmado al lado de mi abuelo, le tendí la mano como había visto hacerlo a mi madre. Y le sostuve cariñosamente la mano, quiero pensar que aquella mueca que vi en su rostro era una sonrisa. Y entonces me dio por conversar con mi abuelo, en voz muy baja, para no molestar el descanso del resto de acompañantes. Le expliqué como me iba en los estudios, le hablé de mis amigos, de lo mucho que lo quería, como recordaba el tiempo pasado en el pueblo, le conté lo enamorado que estaba de una chica de aquel entonces, y estuve un rato hablando a mi abuelo sentado en aquella silla de hospital mientras el respiraba entrecortadamente.

Entonces su respiración se volvió más lenta. Hubo un pequeño cambio que yo advertí, inhalaciones más cortas, más pausadas entre ellas, seguía agarrándole la mano, intuí algo, le agarré la mano con más fuerza, como intuyendo algo que no acababa de querer asimilar le dije que le quería atropelladamente, entonces hizo una pequeña respiración, muy tibia, muy pausada, y de repente su piel comenzó a tornarse de un extraño color amarillento, no era el color blanquito al que estaba acostumbrado a ver en su piel. Te quiero, te quiero, le repetí, no pude ni soltar una lágrima, no sabía que me sucedía. Ya no le escuchaba respirar, creo recordar que me acerqué a su cara y le di un beso en la frente, aunque no lo puedo asegurar, son traicioneros mis recuerdos. Solo sé que se fue tranquilo, agarrado de la mano de un ser querido.

Y me quedé allí sentado sin saber qué hacer. Me imaginaba la muerte de mi abuelo, era una posibilidad, pero cuando sucedió no podía creérmelo, uno puede fantasear sobre muchas cosas, pero llegado el momento la mente rechaza el acto. Yo estaba allí y seguía sin saber qué hacer.

Por suerte apareció proverbialmente un vecino, trabajaba como celador del hospital, me vio, creo que preguntó algo. No le respondí. Entonces se percató de lo que estaba sucediendo y se marchó de la habitación.

Quizás fuera aquel cambio, aquella marcha de mi vecino de la habitación lo que me impulsó a salir en dirección al mostrador. Mi vecino había desaparecido, ¿quizás lo había soñado? Me dirigí donde estaban las enfermeras de guardia, tenía que comunicar a alguien el fallecimiento de mi abuelo. Había tres enfermeras detrás del mostrador de entrada, una gorda y dos más delgadas. «Perdone», les dije, pero fue la única palabra que conseguí anunciar. «¿Qué sucede?», me contestó una de ellas con cara agria, las otras dos estaban hastiadas, no tenían un semblante amigable, sus expresiones las recordé durante mucho tiempo. «Diga, ¿Qué es lo que quiere?», insistió molesta ante la absurda interrupción de la que parecía que yo hacía gala. No recuerdo si yo balbuceaba, lo que se seguro es que no me salía ninguna lágrima. Aunque mi cara debía ser un poema. Empatía cero. Y continué por un instante que a mi me pareció interminable delante de aquel mostrador. Entonces, por suerte, apareció de nuevo mi vecino, había ido en busca de una enfermera conocida. Se portó muy bien aquel vecino, se encargó de todo, habló con las enfermeras del mostrador que relajaron su semblante y comenzaron a comprender, acudió de nuevo a la habitación y llamó a mis padres desde el teléfono situado en la entrada de planta. Era aquel tiempo en el que no existían los móviles. Mi madre y mi padre acudieron en menos de quince minutos.

Mi padre me abrazó muy fuerte sin decirme nada y marchó a arreglar los trámites de la muerte de mi abuelo. Y me quedé con mi madre y comenzamos a llorar abrazados.

Después, durante un par de años lo pasé mal, aquello me marcó mucho. En mi inocencia nunca había pensado que vería morir a una persona querida. Pero después aprendí que era necesario, que no cambiaría aquella experiencia por nada. Me quedé con el buen recuerdo de mi abuelo. Y pensé en sus últimas horas acompañado por uno de sus seres queridos, a cambio él me dejó una tierna lección de paz y amor.

Pues todo en la vida es una enseñanza.

Y como dice el bueno de UTLA:

«Sólo existe el amor».

«93% imaginación,7%realidad»


Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


Hoy seré un mal alumno, no realizaré los deberes comentados por Julia, sin embargo, este capítulo merece una mención especial gracias a la siguiente frase:

«La escuela literaria de Edgar Allan Poe:
Vivir atormentado y morir arruinado en la cloaca»

Es realmente una idea extendida la infelicidad que rodea a los escritores, al menos a muchos de ellos, Hemingway, Virginia Woolf, Lovecraft, Edgar Allan Poe, entre otros muchos.

Muchos de ellos me infundieron mucha imaginación pero también añadieron ese algo negativo, su particular visión oscura del mundo. La escritura no debe ser un martirio. La vida ya posee suficientes horrores cósmicos y oscuros cuervos «nevermore» reales para que rellenemos los intersticios de nuestra atribulada mente con más negatividad. Resulta muy aleccionador leer sus novelas, pero no debe esa oscuridad ocupar el papel predominante en nuestra existencia.

¿Por qué la vida alrededor del acto creativo tiene que convertirse en un calvario?

Personalmente me inundo de felicidad, al igual que Julia y otros tantos escritores, cuando escribo algo, un cuento, un relato corto, una saga. La escritura se convierte en un bálsamo sanador, por un lado me proporciona la estabilidad de estar realizando algo que me gusta, de manera constante, y por otro consigo el efecto «cambio», algo tan básico para mi psique como el poder respirar.

Cuando escribo me alejo de mi propio yo, vivo a través de mis queridos personajes otras vidas, otras situaciones, la simple idea de empatizar con esas otras vivencias me enriquece plenamente, permite conocer el otro punto de vista que mi «yo» jamás hubiera defendido.

Otra de esas perlas escondidas en este libro la dijo Walter Ritt:

«No le tengo mucho respeto al talento. Lo que cuenta es lo que uno hace»

Yo si le doy importancia al talento, él nos permite disfrutar de grandes autores: Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Stephen King, podría listar una serie de nombres y apellidos interminable, pero volviendo a la sentencia del señor Ritt, el resumen de su cita es «haz aquello que te guste», el talento es un bien secundario, las personas realmente talentosas no se autodenominan así, simplemente hacen lo que a ellos les enriquece. Quiero hacer lo mismo.

Y en este punto vuelvo a la idea inicial, no deseo preocuparme por estupideces, escribiré cada vez que posea tiempo, cada noche, cada día o cuando sea posible, pero escribiré historias que me hagan sentir bien, las releeré antes de irme a la cama, y a dormir bien.

Julia es de la opinión que el simple hecho de leer cosas buenas suscita un cambio positivo. Es posible que así sea. Pienso en la felicidad, no es un estado de ánimo pasajero, es una decisión consciente, determinar ser feliz proporciona más posibilidades de conseguirlo.

Pienso en el gran regalo que me ha hecho Amalasunta Regna, en esta pequeña joya titulada «El camino del escritor».

Cambiar el paradigma de mi vida no es tan complicado, erradicar modelos obsoletos lleva tiempo, pero el cambio está la vuelta de la esquina si lo persigo con esfuerzo.

Me despido con una frase de mi estimado UTLA, la cual estoy interiorizando cada día más.

«Sólo existe el amor». ^^

«93% imaginación,7%realidad»


Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

viernes, 4 de septiembre de 2015


«Narrar un lugar en el que haya vivido. Describirlo utilizando la primera persona en tiempo presente. Sobre entiendo de las palabras de Julia se refiere a la primera persona del singular, porque también existe la tan denostada primera persona del plural. Al respecto de ello poseo una graciosa anécdota que le sucedió a una antigua amiga escritora en clases de escritura en relación a primeras personas y sobre la que haré una entrada algún día».

Tengo treinta y dos años. Tengo reservada la habitación 304 del hotel «Sandyford» en Glasgow. Es la última planta, y aunque el elevado número de la habitación pueda intimidar imaginando un hotel enorme, el edificio es pequeño, tan solo cuatro habitaciones por planta. Sin embargo, estar alojado justamente en la última estancia me hace sentir el rey del castillo.

La puerta de entrada al hotel posee un atípico visillo de encaje blanco, una decoración un tanto extraña en la tierra de Shakespeare, podría haberlo hilado mi abuela. Detrás de la mesa de recepción un acuario, repleto de agua con apenas dos pequeños peces de colores rojos-azulados, estos nadan con rapidez por su interior. En una esquina de la estancia hay situado un elegante sofá de cuero blanco. El suelo es de madera barnizada y cruje al pisar por encima de él, una alfombra roja circular te indica el camino entre la puerta de entrada y el mostrador. Un típico cuadro de tela está colgado en la pared, es bonito a la par que siniestro, hay un ciervo de espaldas, tiene volteada su cabeza en dirección al espectador, es curioso pues da la sensación que el animal sepa quién está detrás suyo. Tengo la desagradable impresión de ser el cazador tras su pista. En todo caso es una conjetura, no tengo prueba alguna que el telar representé una escena de caza, y a pesar de esta primera sensación un tanto agorera, la tela contiene coloridos elementos de la naturaleza, troncos marrones, hojas verdes, y nubes anaranjadas en un ocaso que se muere. Todo ello se mezcla hermosamente embelleciendo el cuadro. El sol anaranjado del atardecer confiere una tonalidad mágica al conjunto.

Me desperezo y me dirijo a mi propia estancia. Al fondo observo las escaleras. Unas columnas de madera llegan desde el suelo al techo, y una barandilla de madera pintada en un brillante blanco acompaña al viajero por los peldaños. El conjunto proporciona una sensación de seguridad en el ascenso de los huéspedes a sus respectivas estancias. En el mostrador, en ambas esquinas, dos lámparas antiguas, parecidas a aquellos antiguos quinqués de aceite que alumbran de manera difusa las estancias de los reyes. Por suerte, unos modernos leds, hábilmente disimulados en el techo, aportan la claridad necesaria a la recepción.

De momento el lugar me resulta inmediatamente acogedor.

El hotel no posee ascensor, escucho a una pareja también de extranjeros, un hombre y una mujer, quejarse al inicio de la escalera. Hablan en alguna lengua nórdica, pero su expresión de queja es universal, la voz de ella recalca gruñonamente ese hecho mientras mira su pesada maleta con desdén y la arrastra escaleras arriba. El hombre lleva una maleta aún mucho más pesada pero no emite queja alguna.

A diferencia de ellos no me importa subir mi maleta por las escaleras.

La llave es dorada, ¡y horrores!, me cuesta enormemente encajarla en la cerradura, como si dentro del hueco hubiera una pequeña resistencia empujando hacia fuera, me imagino a un pequeño duende demoníaco jugando conmigo, instalado dicho ser en el interior y empujando hacia fuera el utensilio cada vez que yo lo inserto.

Finalmente, venzo al duende en el interior del ojo de la cerradura y entro en la habitación. Huele a algún producto de limpieza utilizado recientemente, es un poco molesto pero me acostumbro enseguida. El techo de la habitación posee forma piramidal, normal si tengo en cuenta que solo el tejado me separa de la intemperie. Escribiendo acerca del tejano, posee una pronunciada bajada, además de una graciosa ventana de techo por la cual se desliza una radiante claridad, la ventana es abatible, la abro y asomo la cabeza como un topo de las praderas. Observo la calle, a dos manzanas un parque lejano repleto de hierba muy verde y gran cantidad de árboles. La claridad es escasa, pues todo hay que decirlo, Inglaterra siempre posee unas bonitas nubes grises perennes 360 días al año, aun así la luminosidad diurna se cuela furiosa por esa apertura.

El suelo de la habitación esta tapizado con una curiosa alfombrilla verde, recuerdo mi alergia a los ácaros y pienso en la acumulación de pequeñas partículas en la jungla situada bajo mis pies. Pegado a la pared izquierda un pequeño escritorio de madera, encima un calentador de agua acompañado de una pila de sobres de distintas variedades de té, al lado, apilados en una cajetilla sobres de café, y colocados en un extraño orden, pequeños potecitos de leche condensada; todo el conjunto merece el título del imaginario nombre de «El ejército de las teteras». En la pared opuesta, justo debajo del ventanal del techo, hay dos camas separadas por una mesita de noche, encima de la cual una pequeña lámpara en precario equilibrio está encendida.

Espero, que cuando esta noche me acueste, no aparezca en mis sueños la cara asustada del ciervo del telar, ni tampoco el duende demoniaco empujándome al abismo del ojo de la cerradura, o tampoco quisiera soñar con el misterioso visillo blanco de la entrada.

Pero quién sabe a dónde me llevarán mis sueños.

«Una persona no escoge sus sueños, son estos los que escogen a uno»

«93% imaginación,7%realidad»


Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

jueves, 3 de septiembre de 2015


Revivo la existencia de la propia Julia a través de su libro. En este capítulo Julia me narra cómo se cayó de su caballo, aquella caída le fracturó un par de costillas, después del accidente tuvo que reposar durante dos meses. Durante ese tiempo se sintió mal, no sólo físicamente, anímicamente, como si el dolor físico siempre fuera acompañado de un malestar psíquico, y presta a seguir sus propios consejos comenzó a escribir sobre ello.

«La escritura, además de ser tu mejor amiga, 
también se convierte en un buen remedio contra tus neuras»

En el ejercicio de hoy, debo escribir 25 «ojalás». Según afirma Julia, no hay nada tan efectivo para reprogramar nuestro cerebro como habituarnos a aquellas cosas que realmente queremos abordar.

Detesto las listas, pero Julia transmitió tanta tristeza con su capítulo, que su lastimosa insistencia consiguió reblandecer mi rechazo a estas líneas esquemáticas, columnas verticales de palabras, estas molestas listas.

Y también debo reconocerme un melancólico incurable, pues de siempre me ha encantado la palabra «Ojalá», palabra la cual destila un color verde esperanza. ^^

1. Ojalá no estuviera siempre tan cansado.
2. Ojalá me fuera a dormir pronto cada noche.
3. Ojalá mis padres se llevaran mejor.
4. Ojalá recuperara la confianza con mi hermano.
5. Ojalá las personas a las que he hecho daño me perdonen.
6. Ojalá estuviera siempre contento.
7. Ojalá no me importara la muerte.
8. Ojalá tuviera a esa mujer «imaginada».
9. Ojalá no me enfadara.
10. Ojalá escribiera la historia de UTLA.
11. Ojalá escribiera una novela tan bonita como "La historia interminable".
12. Ojalá mi corazón no se enquiste.
13. Ojalá mi mente se conserve siempre joven.
14. Ojalá mis padres siempre estuvieran ahí.
15. Ojalá consiguiera ganarme la vida de otra manera.
16. Ojalá pudiera, a las personas que me han ayudado, brindar todo mi cariño.
17. Ojalá fuera mejor escritor.
18. Ojalá siempre pueda hacer ejercicio regularmente.
19. Ojalá pudiera viajar a Japón.
20. Ojalá el hastío no pueda nunca a mi ilusión.
21. Ojalá conserve a mis amigos queridos.
22. Ojalá nunca de al dinero, más importancia, de la que realmente tiene.
23. Ojalá no me odie a mí mismo.
24. Ojalá aprendiera inglés.
25. ¡ Ójala...!

«93% imaginación,7%realidad»


Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

miércoles, 2 de septiembre de 2015


«Escribe Julia acerca de realizar otro experimento espiritual similar al del «yo» veterano, en esta ocasión para conectar con aquella parte joven en mi interior. Abandonar la sabiduría del «yo» anciano, abandonar incluso la experiencia acumulada hasta ahora y centrarme en las primigenias emociones, aquellas más ingenuas y a la par más viscerales».


Tengo dieciocho años. Soy gordito, tengo vergüenza a las chicas y lo único claro que tengo en la vida es mi deseo de trabajar como informático.

Ya he comenzado con mis prácticas. Me tratan bien, trabajo cuatro horas cada tarde, bajando y subiendo pantallas de ordenador. Me pagan 60€ al mes. Es una miseria y lo sé. Pero es complicado comenzar a trabajar sin experiencia en informática. Por suerte para mí, no soy un chico al que le guste mucho salir por las noches, de hecho hoy me quedo en casa de mis padres leyendo y jugando al ordenador. Mis amigos insisten a menudo en que les acompañe a las discotecas y bares, son un grupo de chicos y chicas de mi edad. Pero las chicas me intimidan, tienen esa mirada de saberlo todo, de hacerme sentir un microbio, no es que sean malas personas, pero estoy seguro que ya me han descendido a la condición de mero objeto desechable, pues en el grupo están los «machos». Esa clase de «hombre alpha» más deseable. El sexo se me antoja el elemento fantástico de una novela de ciencia-ficción.

Y entonces aparece Marina. Es la prima de una amiga. Tiene esa «mirada limpia» en los ojos. Me sonríe, no me mira por encima del hombro como yo noto en las demás. Posee una exquisita amabilidad. Congeniamos de manera natural. Como nunca he estado enamorado no se discernir si lo que siento forma parte de ese sentimiento, por otro lado la vergüenza se me adhiere como una vil enemiga, anquilosando por completo mi inexperta alma.

¿Por qué tanta vergüenza a las chicas? Como envidio a José, Manolo, Claudio o Jaime, ellos sí saben hablar con ellas, las zarandean, les cuentan chistes, se ríen canallescamente de ellas pero de esa manera tan dulcemente pícara que a ellas no les importa, se muestran caballerosos cuando tienen que serlo, y expeditivos cuando la obediencia se convierte en patetismo por agradar. Pienso mucho en esa palabra: «patetismo».

Le comento a Marina estos pensamientos. Es inteligente y es mi amiga. Ella no piensa que haya personas patéticas. Adoro a Marina, su oscuro pelo a media melena, su sonrisa. Muchas veces cuando estamos en grupo buscamos la compañía del otro, no siempre es así, pero cuando sucede me rio mucho a su lado. Pero no le comento nada de la timidez.

De repente, me voy a un viaje muy lejano. Surge de improviso, una pareja de amigos me brindan la oportunidad de acompañarles a Estados Unidos, si somos tres los billetes y el alojamiento saldrán más barato. Me lo pienso, hago mis números y decido «fulminarme» todo el dinero que he conseguido ahorrar. Les digo que sí. Cruzo el gran charco, y paso casi dos meses por toda Norteamérica, nos alojamos en moteles de carretera, en la casa de unos familiares de uno de ellos, visitamos la ciudad que nunca duerme, «Nueva York», vemos los grandes edificios azules de Philadelpia, en Washington, la cuna de América entramos al congreso y la gigantesca estatua de Lincoln. Tomamos un avión interno y volamos a la otra costa, en el gran cañón descubro mi vértigo, hacemos fotos a ese puente rojo tan increíble, visitamos la ciudad de los mafiosos, «Chicago» que me defrauda enormemente. Y después de dos meses volvemos a casa.

He comprado algunos recuerdos para mi familia. Pero el regalo más especial es para Marina, una taza de nueva york con un juego de palabras en inglés, «estuve aquí y me acorde de ti», al llegar a mi país olvido el significado de la frase en inglés nativo, en un futuro debería aprender más inglés, pero recuerdo vagamente que se trataba de un juego de palabras entre el verbo «acordar» y el verbo «querer».

Quedamos en un café. Le entrego la taza y suelta una lagrima, después ríe con su sonrisa «limpia». Pasamos un rato hablando, riendo, y algo en mi interior me dice que la bese. Pero soy tan tímido que no lo hago.

La acompaño a casa. Estoy delante del portal de su casa. Me comenta que quizás se vaya a Italia, que en esta ciudad no hay nada que la retenga. Observo un brillo en sus ojos, está esperando algo, estoy congelado por dentro, estupefacto, maldito sea, muévete, di algo, pero me quedo quieto, únicamente la miro. Entonces se acerca, me da un beso en la mejilla, y sus manos me rodean en un fuerte abrazo. Ni siquiera este contacto tan cercano, tan cálido consigue vencer a mi gran enemiga timidez.

Marina se aleja, ¿son lágrimas en sus ojos lo que observo? «Adiós», murmura mientras la puerta de su casa se cierra tras de sí.

Ya no volví a verla. Creo que se fue a Palermo, allí se casó y se separó, después de eso le perdí la pista y nunca investigué más.

El pasado, pasado está.

../..

Es una gran tontería, pero desde entonces hasta estos días, el nombre de «Marina» me ha perseguido a lo largo de mi vida como un atento recordatorio. Incluso leí un libro de Ruiz Zafón, el autor de «La sombra del viento», donde una de las protagonistas recogía este bello nombre, la novela de Zafón se titulaba «Marina» y la descripción del personaje estaba entallado según mis recuerdos: pelo oscuro, media melena y sonrisa limpia. Soy el típico lector egocéntrico que piensa que un libro ha sido escrito para él. A pesar de ello, la descripción de Zafón es tan exacta, que sin lugar a dudas hubiera jurado que se trataba de la «Marina» de mis recuerdos.

Las palabras vuelven a nosotros para reencontrarnos, para vivir nuestra vida una y otra vez.
Julia remueve una vez más los recovecos más oscuros de mi ser, la maldigo por lo bajo, por hacerme recordar a aquel joven tímido al que tuve que enterrar bajo toneladas de malas experiencias, asfixiando lentamente esa antigua parte de mi propio «yo» y con él a timidez.

No hay recompensa sin sacrificio.

«93% imaginación,7%realidad»


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Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

martes, 1 de septiembre de 2015



«Julia propone un reto interesante: he de imaginarme muy viejito, y ese anciano, con mucha experiencia acumulada debe escribir una carta al “yo” del presente. 
Por cosas como estas merece la pena realizar los ejercicio de este libro». 

Tengo ochenta años. Nunca pensé vivir tanto pero ha valido la pena hacerlo.

Existieron tres etapas críticas en la dura cuesta de mi vida en las que me vi obligado a reflexionar.

En los veinte años, cuando me convertí en adulto, y por alguna clase de deber moral que desconocía, me encontraba obligado a encauzar el sendero de mis decisiones. Tú te acuerdas, pues esa etapa ya la pasaste.

Después llegaron los cuarenta, cuando me encontré en el ecuador de mi existencia, y el descubrimiento de la propia mortalidad se hizo presente. Ver morir a seres queridos y amigos ayudó en gran medida a ello. Cuando uno es chico no reflexiona acerca de la precariedad de la existencia.

Finalmente la jubilación, halagüeña en un principio, aburrida a posterior y solitaria en el transcurrir de los años. Pero tuve suerte, no me desilusioné.


A partir de ese momento me acuciaba mucho el tema de la muerte, de la soledad, como bien escribe Julia, ¿pero sabes? La muerte es una ilusión, no es real, el vacío en vida es la verdadera muerte. La «no existencia». Ahora te abriré la mente un poco...

He conocido a personas que realizaban las más bellas acciones de sacrificio por los motivos equivocados. Si escucháramos más atentamente a nuestra voz interior, nuestra guía, esta nos indicaría exactamente lo que está bien, pero en ocasiones, muchas más de las que querríamos, decidimos ignorarla, escuchar en otra dirección. Escúchame atentamente, soy viejo, mucho más que tú, si posees muchas dudas en lo que estés haciendo, entonces probablemente no estés realizando lo correcto: mantenerte al lado de esa pareja porque tener simplemente alguien al lado, seguir estudiando esa carrera universitaria con tanta salidas profesionales que no disfrutas en absoluto, ser padre ante la insistencia de tu pareja aunque secretamente no estés aún preparado, no realizar ese viaje que llevas pensando durante tanto tiempo, absorber responsabilidades impuestas por terceros, enamorarte de las personas equivocadas y no hacerlo de las adecuadas justo por lo contrario.

En mi vida, «tu vida», no pude acometer todo lo que soñé. Me fue materialmente imposible, pero al menos, aquellas acciones que realicé, las hice convencido, alegre por querer llevarlas a cabo. Si dentro de ti, en algún momento, tu vocecita interior te avisa que algo anda mal, escúchala, date un respiro, vive esta inmensa vida que espera ser explorada por ti. Date el capricho que te mereces, no sigas dictados externos, se coherente con lo que escojas, y aunque no lo seas, se lo bastante sabio para cambiar radicalmente el guion de tu existencia. Tú decides.

Pero escojas lo que escojas, en cada momento, ante todo y por encima de todo...

«Se Feliz»

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Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

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