lunes, 24 de noviembre de 2014


Era la estación calurosa. El Janato de la horda de oro se encontraba a los pies de la montaña nevada, algunos exploradores del Janato fueron descubiertos. Sus cabezas decoraron la entrada del desfiladero de los huesos rotos.

El primer ataque llegó una noche. El Janato intentó aprovechar la sorpresa de la oscuridad. La misma táctica que había empleado Bárnabas años atrás. La noche se tornó un arma de doble filo contra la embestida de los guerreros del Janato. Los preparados guerreros del Kan de Erna estaban preparados. Los yagatanes cortaron miembros. En el desfiladero de los huesos rotos muchos gritos se escucharon aquella noche. Las tropas del Janato se retiraron.

Viendo que la noche no era ninguna aliada cambiaron de estrategia. Un gran contingente se encaminó al desfiladero nada más despuntar el sol en el horizonte. Estos guerreros portaban nuevas protecciones adquiridas en rincones remotos del mundo. Esplendidas armaduras doradas recubrían los cuerpos de aquel contingente. Pero la protección los volvía lentos y torpes. En un desfiladero, donde la mejor garantía de vida era poder ser ágil, aquellos hombres marchaban sin saberlo a una muerte segura. Se produjo una nueva retirada. El Janato tardó unos días en atacar. Mientras, para aleccionar a los generales, se dio la orden de separar las cabezas de sus cuerpos de un par de ellos. El miedo acrecienta la creatividad.

La Horda poseía recursos inagotables. A los pocos días lo intentaron con aquellas bestias inmundas extraídas de la india. Animales gigantescos e inmundos, con dos poderoso colmillos gigantes, decían que estos monstruos provenían del país de los faquires. Bárnabas mandó lanzar flechas de fuego, la sola visión del fuego en el estrecho desfiladero asustó a las bestias, que huyeron despavoridas en una estampida bestial.

Pero Liör y Bárnabas no sonreían. Sabían que tan sólo era cuestión de tiempo.

Finalmente, la horda contrató los servicios de un brujo venido de Cipango. Aquel maleficente ser conocía la manera de lanzar pequeñas piedras que al contacto con el suelo explotaban. Las piedras eran lanzadas desde el otro lado del desfiladero, los exploradores de Bárnabas alertaron de los carromatos y las catapultas, pero nada podían hacer.

Las explosiones se sucedieron sobre el campamento de Bárnabas. El olor a azufre inundaba la zona. Los más afortunados morían al instante debido a alguna explosión certera. Otros menos afortunados eran aplastados parcialmente por algunas de las rocas normales que caían mezcladas entre las explosivas.

Después de un millar de piedras, el Janato lanzó una ofensiva de hombres rápidos a pie. Apenas quedaban guerreros para combatir en el bando de Bárnabas. Todos caían ante el avance imparable del Janato de la horda de oro. Los generales enemigos sin embargo echaron en falta un pequeño detalle, ¿Dónde estaban los niños, las mujeres y los ancianos? Allí sólo encontraron guerreros. Este misterio no agradaría a los poderosos Kanes del Janato.

Bárnabas acunaba entre sus brazos la quemada cabeza de Liör. Este había recibido una fuerte explosión. Ya no se levantaría más.
Los pocos guerreros supervivientes de la horda del Gran Bárnabas se encontraban al borde del acantilado. Bárnabas tenía la pierna derecha malherida. Una astilla del tamaño de una mano se le había clavado en la pantorrilla y apenas podía caminar.

Picas largas ensartaban desde la lejana cobardía a los pocos supervivientes que defendían con ferocidad su vida.

Los vencedores reían mientras seguían picando y hundiendo sus afiladas armas entre los pocos supervivientes.

Bárnabas se acordó de la vieja perra que mató su antiguo Kan. Y sobre todo se acordó de sus cachorros.

—Estúpidos —atronó la voz de Erna Ura Rago—. Mi camada hace tiempo huyó. Jamás los encontrareis. Juro por el espíritu de mi cuerpo que volverán para destrozaros.

Los enemigos se detuvieron ante aquella voz al borde del precipicio.

—Maldita Horda dorada. —Los guerreros de la horda dejaron de reír—. Vuestra semilla nunca dominará el mundo mientras la mía siga viva.

La risa cada vez más burlona e histriónica de Bárnabas aumentaba, su efecto se amplificaba gravemente por el eco de las montañas y el túnel del desfiladero. La mayoría del ejército del Janato oyó aquella desmesurada risa. Reía sin parar, como si la batalla hubiera sido ganada por el bando equivocado, y de repente calló.

—Nos veremos en el Kasyrgan perros.

Dicho esto retrocedió dos pasos elevando su yagatán hacia el cielo. Al girarse miró de frente al vacío.

El abismo lo engulló en silencio y su cuerpo nunca fue encontrado por el Janato de la horda de oro.



~ ~ ~ FIN ~ ~ ~

Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

lunes, 17 de noviembre de 2014


La alegría en la vida no suele durar mucho tiempo, puesto que el tiempo transcurre mejor en la felicidad y lentamente en la desgracia.

La fama del pequeño imperio del gran Bárnabas se había extendido demasiado. Un día se presentó una pequeña comitiva del Janato de la horda de oro en el campamento del gran Bárnabas. La comitiva fue dignamente acogida. La fama del Janato era inmensa. Era un grupo unificado y numeroso de grandes hordas del este asiático. Los seguidores del Janato se autoproclamaban los herederos del mundo.

El emisario portaba un pergamino donde los grandes Kanes del Janato  imponían la voluntad y planes de la anexión de la horda de Erna Ura Rago al Janato de la horda de oro. Erna Ura Rago podría conservar su título pero debería rendir pleitesía al Janato, ceder el primogénito de su unión para asegurar la paz y proporcionar una onza de trigo por cada diez recogidas anualmente. A Bárnabas todas las condiciones le apestaban.

Curiosamente el detalle que más lo enfureció fue el título con el que le nombraban desde el Janato en todas sus misivas.

Erna Ura Rago. Su antiguo nombre. No habían utilizado su nombre de guerra por el que era más conocido. Bárnabas estalló en una secreta ira.

No comentó nada al emisario. Recogió el pergamino dando por finalizada la conversación e inmediatamente se dirigió a su yurta personal con Siyye y Liör.

En la intimidad de su yurta Bárnabas mostró los pergaminos a su amada Siyye y a su fiel Liör. A Erna siempre le había costado leer, pero gracias a las enseñanzas de Siyye había aprendido a un ritmo constante en los últimos tiempos. La escritura, sin embargo, era algo que se escapaba al entendimiento del gran líder y jamás puso empeño en esa labor.

Siyye se escandalizó al leer. "Exigimos una décima parte del trigo recaudado. Cada semestre nuestros emisarios recogerán la mitad de la décima parte. El primogénito será entregado en un plazo de no menos de un año.” El tono final de la emisiva no mejoraba el estado de Bárnabas al escuchar todos los detalles que se le habían escapado por alto en su reunión con el emisario. La misiva finalizaba con “Obediencia o muerte.”

La cólera de Bárnabas ardía en su interior. Tanto Siyye como Liör lo conocían bien y eran igual de orgullosos.

El día despertó y Bárnabas hizo llamar a la comitiva. El emisario confiado en su éxito entró en la yurta. La cólera de Bárnabas se desató. Un cuchillo se clavó en el estómago del desprevenido emisario. Mientras caía de rodillas al suelo, Bárnabas le abrió la boca con su cuchillo mongol, dentro de la boca ensangrentada introdujo por la fuerza el pergamino donde la horda, insistentemente, le llamaba Erna Ura Rago y le instaban obediencia. “Comeros vuestra obediencia”. Un puñetazo final introdujo de manera brutal el pergamino en la laringe del emisario que se ahogó lentamente.

Colérico abandono su tienda yatagán en mano.

Los cuerpos sin vida del resto de la comitiva yacían hacinados en el suelo a la entrada de su yurta. Y todas las cabezas de aquellos desgraciados emisarios fueron clavadas en picas a leguas de distancia.

Liör y Siyye estuvieron de acuerdo con la actitud de su Kan Bárnabas. Mejor morir libres que vivir esclavos. Era una vieja enseñanza de la estepa.

Se acercaban tiempos difíciles.

Pasaron cuatro estaciones.

De repente un día llegaron las noticias de una enorme horda que avanzaba en su dirección. Los exploradores contaban una proporción ingente de enemigos. El color dorado de los estandartes aseguraba que el Janato de la horda de oro no había olvidado la muerte de sus emisarios, ni tampoco sus pretensiones sobre los territorios de Bárnabas, la batalla era inminente.

Bárnabas y su mano derecha Liör idearon un plan defensivo. Fueron retrocediendo con el grueso de su ejército hasta las montañas nevadas. Esto les proporcionaría una tregua y cansaría a sus enemigos ya que deberían hacer caminar más a su ejército. También escogieron el lugar donde se defenderían, el desfiladero de los huesos rotos, un paso muy estrecho de las montañas nevadas donde podrían detener mejor a sus oponentes. Por desgracia, una vez pasado ese paso la única salida era un precipicio de mucha altura. Si el enemigo conseguía pasar... no habría escapatoria.

La retirada de la horda de Bárnabas se realizó con estudiada calma.

Y el tiempo pasó nuevamente.

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Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

lunes, 10 de noviembre de 2014



Un día Bárnabas conquistó un poblado fortificado muy grande. El señor de aquel lugar poseía un harén, pero fue una concubina de mirada dulce y cuerpo escultural la que hechizó a Bárnabas con su mirada, su sonrisa, su pelo largo y aquella mirada de ojos avellanados.

Siyye se llamaba la muchacha. Esa misma noche Bárnabas no reprimió su instinto salvaje y la tomó. Lejos de resistirse, la muchacha se mostró sumamente cariñosa, e intimaron con un afán desenfrenado toda la noche.

La muchacha, como descubriría días más tarde el propio Bárnabas, poseía además capacidades muy interesantes y útiles. Tenía la facultad de entender la palabra escrita y hablada de multitud de lenguas y dialectos. Si esto no era poco, Siyye poseía además un talento natural para con los números, algo tan complicado como la contabilidad de recursos en una gran horda requería de alguien disciplinado en el extraño arte de la numerología. Por desgracia para el Kan Bárnabas entre sus seguidores este arte no estaba tan adquirido como la destreza a las armas.

El impulso de deseo de Bárnabas fue en aumento hacia Siyye. Finalmente proclamó sus esponsales con aquella particular mujer que en un instante fugaz pasó de esclava a señora de una horda.

A los pocos meses Siyye portaba la semilla de Bárnabas en su vientre. Y tiempo después nació el primer macho. Un varón era una señal de buen augurio según predijeron los Chamanes, puesto que la debilidad femenina reencarnada en una primogénita hembra hubiera sido una mala señal enviada por los espíritus.

Así pues el líder estaba favorecido por las energías místicas.

Los planes de Bárnabas marchaban como deseaba.

Un descendiente que sería entrenado en la dureza de la tradición mongola.

Una mujer fértil que lo dotaría de hijos e hijas que engrandecerían su horda.

Aunque Bárnabas nunca se había permitido ser feliz en la vida, en aquellos momentos se permitió el gran lujo de poder aparentarlo, pero...

... una sombra siniestramente dorada planeaba sobre su pequeño imperio.

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Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

lunes, 3 de noviembre de 2014



Si recordáis, Bárnabas se había alzado con el poder como sólo un mongol auténtico sabía hacerlo en aquellos tiempos, por la destreza en la lucha.

Y hablando de luchas, la embestida contra el poblado sitiado cesó inmediatamente. Al mediodía, la horda ya comandada por Bárnabas, retiraba tranquilamente el sitio al poblado fortificado. Y a medida que la horda se alejaba, un clamor de alegría desde el otro lado del cercado, podía escucharse.

Esa misma noche una treintena de guerreros comandados por el nuevo Kan asaltaron en silencio la empalizada y acuchillaron a los centinelas apostados.

Erna recordó el intento estúpido, años atrás, de aquel grupo de débiles campesinos que intentaron en vano atacar su aldea. Siempre lo recordará pues fue aquella la noche en que se convirtió en guerrero. Cualquier buén estratega siempre aprende de una experiencia vital.

Bárnabas aprovechó la clandestinidad que ofrece el amparo nocturno. La mayoría del poblado estaba borracho celebrando la retirada de los enemigos. Cuan equivocados estaban en su pronta manifestación de alegría. La horda irrumpió como un río de aguas desbordadas y en un silencio mortal todo ser vivo de aquel poblado dejo de existir.
Nadie sobrevivió, ningún hombre, ni sus mujeres, ancianos masacrados, junto con niños y animales. Todos sucumbieron. No era Bárnabas un líder cruel por naturaleza, pero la bondad no era buena presentación en los tiempos de las hordas mongoles, por eso debía aniquilarlos a todos. Lo contrario hubiera creado un precedente indeseable.

Recordó la lección del anterior Kan, la muerte de una perra y de sus cachorros.
Las lecciones de vida no deben olvidarse.

* - * - * - * - * - * - * - * - * - *

Después de este episodio pasaron un par de años...

En uno de esos extraños momentos felices que suceden en la vida, Bárnabas encontró al que sería el general de sus ejércitos y único amigo.

Pero no adelantemos acontecimientos.

Se encontraba toda la horda celebrando el Naadam. En esta festividad se reúnen los mejores guerreros de cada poblado para disputar los juegos guerreros de la estepa. Eran tres las disciplinas más valoradas por los mongoles: fuerza, una lucha cuerpo a cuerpo sin armas; destreza, la pericia del arco, la cuerda y la flecha; y finalmente, acero, una lucha a primera sangre con yataganes.

Aquel día, un joven guerrero ganó las tres disciplinas, suceos que no ocurría desde hacía años. Su nombre era Liör y provenía de una tribu meridional que hablaba una apartada y antigua lengua mongola.

Bárnabas premió al ganador con dos caballos, un yagatán de fuerte acero y una bolsa de oro.
Aquel joven le recordaba a el mismo.

Estuvieron bebiendo hasta bien entrada la madrugada en compañía de otros guerreros. Su amistad se trabó casi al instante.

Bárnabas, con su nueva mano derecha Liör, aumentó enseguida el poder de aquella horda e incrementó en pocos años el radio de su poder. Poseía un gran cumulo de guerreros a sus órdenes y su maquinaria de guerra era conocida en muchos rincones de la estepa.

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