domingo, 25 de febrero de 2018

«La ilustración, de Ignatius B.P., es una adaptación libre en estilo Pixel Art de la obra pictórica titulada: 'La última libertad Góstalla'»


Habíase un lugar, en el reino de La Góstalla...

Ubicado en la región sur de Sintildaria, un reino pequeño, conocido por todos como La Góstalla. Allí vivía un gallardo caballero, de la causa de las letras perdidas, llamado Jose Sinacento De León. Vestía una robusta armadura Qué de brillos plateados, blandía una pluma por lanza y se batía con denuedo contra los malvados caballeros de la orden de la Santa ERA, que invadían con constancia pedante su reino. Estos malvados aniquilaban campos enteros de palabros, locuciones Góstallas y arruinaban la vida a cuanta persona se cruzaban por su camino.

Jose cuidaba con esmero la pequeña población de Sólos; unas singulares bestias, mitad palabra, mitad águila, monstruosas bestias de tilde puntiaguda, plumaje oscuro y enormes alas, que vivían en el cerro de Graphia. Pese a la apariencia feroz que poseían, el caballero había conseguido entablar amistad y se acercaba sin temor a ellas.

Un día, los malvados caballero de ERA, acudieron en legión y masacraron a los pobres Sólos; rompiendo huevos y lanzando a las crías al abismo de Graphia. Los gritos desgarradores de los Sólos que consiguieron escapar retumbó por el valle de los alaridos durante días.

Cuando la noticia llegó a oídos de Jose Sinacento de León mandó disponer su silla de monta sobre su gran , una langosta alada de cobriza armadura natural. A la cabeza de su centenar de leales Gostallenses, todos ellos armados con armaduras Qué, emprendieron marcha hasta el gran castillo de ERA, en la gran montaña de Orto.

Al llegar a la gran montaña, un ejército de caballeros de ERA le esperaban armados con armaduras blancas como la cal. Los Sólos sobrevolaban el campo, sin intervenir, eran bestias que a pesar de su fiereza eran precavidas en cuanto al uso de la violencia.

Jose cercenó cuellos, cortó brazos, hundió su espada en centenares de torsos que aullaban del mortal dolor. Casi podía abrazar la victoria, pero... ¡Qué aciaga es la providencia! Cuando la batalla parecía ganada, declinada en favor de las fuerzas Góstallas, aparecieron al fondo del valle las tropas de Tocompa; enemigos de Jose sin acento de León, que gracias a ilegítimas argucias habían pactado con los caballeros de ERA un pacto común para acabar con él.

Las dos fuerzas descomunales rodearon a las fuerzas Góstallas. Desbordado por dos frentes rodearon al ejército de Jose, su estimado cayó ensartado por muchas lanzas que atravesaron su cuerpo; el caballero continuó la lucha, sin montura, rodeado por algunos fieles que aún guerreaban sin cuartel contra el enemigo.

Apenas quedaban Gostallenses en pie; en el cielo todavía volaban los Sólos, quienes compadecidos por la suerte del guerrero, iniciaron un vuelo raso para al fin aterrizar próximos a Jose; le sujetaron con picos y garras, rescatando a los pocos supervivientes de esta índole y... huyeron.

La victoria de los caballeros de ERA, unidos a los Tocompa, arrasó las pocas fuerzas defensivas que quedaban en el valle; dos días después las fuerzas invasoras tomaron el control de todo el reino de la Góstalla.

Las nuevas leyes excedían el termino draconiano con creces; el abuso del vencedor sin escrúpulos ni honra. Entre los muchos edictos obligaron a todos los habitantes, y a los nacidos de ese entonces en adelante, a tildar el nombre José en aquellos que quisieran utilizar el nombre del antiguo caballero.

De él... No se supo más; aunque, cuentan algunas leyendas, que este no murió a causa de las heridas, que aún continúa reuniendo tropas en secreto,  albergando la esperanza de acabar con los malvados ERA, aniquilar a los Tocompa y retomar, para las gentes de la Góstalla, el antiguo reino.

¡Quién sabe, solo los necios aguardan a la esperanza, pero... es tan bonito soñar!

Esto es verdad y no miento,
y como me lo contaron,
os lo cuento.



Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


domingo, 18 de febrero de 2018




«Eran momentos felices,
nadie fotografía las penas»





Estimados,

Hoy tan solo os traemos cuatro fotografías adosadas en una y esta adivinanza: ¿Qué tienen en común un castillo, unas vías de tren, una concha marina y un gatiluz?

La respuesta, enteramente visual, la dejamos a vuestra amable interpretación. 👴😇👵


Abrazos, estimados. 😍

Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


domingo, 11 de febrero de 2018

«La palabra es lo más bello que se ha creado, es lo más importante de todo lo que tenemos los seres humanos.
La palabra es lo que nos salva»


Estimados,

Adoro las palabras, eso es algo que ya muchos intuíais hace tiempo, y ahora gracias al inestimable YouTube plasmamos en el canal que poseemos en dicha red social, una serie dedicada a una palabra al día.


Hace poco la RAE (Real Academia Española), una de las tantas academias que regulan el uso del idioma español, aceptó entre sus vocablos la palabra «palabro».

Me alegré mucho, ya utilizaba el término palabro hacía mucho tiempo, herencia de un ser muy querido que ya no tengo aquí conmigo.

En estos nuevos vocablos aceptados de facto -es decir, aceptados por el gran uso que se les confiere en la realidad- la academia realiza hincapié en que «palabro» es un término coloquial y que su uso queda restringido a ciertos ámbitos.

Quiero recalcar que no es por ello menos importante que otras palabras, al contrario, pues tendemos a pensar que solo las organizadas en el grupo de las cultas son las correctas, sin embargo, es esta palabra vulgar -nada que ver con inculta, pues vulgar proviene de vulgo, que significa el conjunto del pueblo- y coloquial la que muestra, como tantas otras, la verdadera esencia de nuestros sentimientos.

La literatura como arte de expresión busca precisamente eso, aunar las letras para poder acariciar así nuestros sentimientos, cavar en lo más profundo de nosotros para encontrar la veta de nuestras emociones.

Hemos nacido para sentir, somos seres sintientes, despreciar esas palabras, sería despreciar una parte de nuestra herencia que, al menos para mí, sería muy triste perder.

Espero que disfrutéis con todas las palabras y palabros que os traeremos.

¡Qué riais, penséis, os emocionéis y, por que no... lloréis!

La vida es emoción.

Abrazos, estimados.
«Palabras y palabros, ¿qué haríamos sin ellos?»




Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


domingo, 4 de febrero de 2018

«Utiliza en la vida los talentos que poseas:
el bosque estaría muy silencioso si sólo cantasen los pájaros que mejor cantan»
Una casa pequeña, construida al final de un camino de rocas mojadas, queda asentada al borde de un acantilado; debajo, un inmenso lago rodeado por montañas impide el paso a cualquier que no posea dos alas para volar.
«Bajo la cordillera». El césped, no muy crecido, recibe la huella de mis pasos húmedos; pisadas mojadas por el rocío matutino me dan la bienvenida con ese maravilloso petricor. El caminito, horadado en base al uso del trasiego de pisadas de los lugareños, marca la dirección hacia la casa.
Es de madera, posee una única planta aunque de estructura alargada es más grande de lo que pareciera desde el promontorio. El cobertizo extra, con una extraña y gran cristalera, da al Lago. En su interior, centenares de pájaros pian tranquilos al nuevo día.
La mujer de la casa, una rubia de pelo largo, sonrisa bellísima, me sonríe. La cara posee unos rasgos en exceso de anime; esa clase de dibujo animado nipón que engrandece ojos, sonrisas y facciones. Ella me sonríe con una alegría desmedida y una sonrisa tan grande que son imposibles de recrear en el mundo real. Me señala con el dedo índice en dirección a los pájaros. No dice nada. «¿Debe ser más bien callada o, quizá, muda?».
Al entrar en la habitación huelo una sorprendente combinación de plumas, alpiste y heces de aves. La inmensa jaula que representa la estancia me acoge con un centenar de ojos redondos y pequeños que me observan. Algunos pájaros se sobresaltan, otros curiosos me sobrevuelan; la más atrevida, una graciosa cotorra de plumaje verde-rojizo, pico negro, con una mancha negra instalada graciosa en su coronilla, se posa en mi hombro.
Me mira con ojos muy abiertos. Noto las plumas rozarme la oreja, por un instante siento el miedo del picotazo en la oreja; pero no, simplemente se acerca más a mi cabeza y con un suave picoteo me agarra del dedo pulgar que había levantado para proteger mi cuello. El mordisqueo picotil me produce cosquillas.
Salimos al camino, yo, la mujer y la cotorra. Paseamos por el sendero de vuelta al promontorio. Observamos la caída del sol. Animo al ave a que vuele, pero se queda engarzada en mi hombro y me vuelve a picotear la mano como indicando: «No me hace falta, yo estoy bien aquí». A mi espalda, me doy la vuelta apresurado, la gran urbe. Una gran ciudad anodina e intranquila, que nunca duerme, que nunca descansa, con ruidos propios de una gran metrópoli. La cotorra señala con el pico en su dirección y niega con la cabeza.
En ese momento, vemos como «¿alguien?» se escapa de la gran ciudad. Una pequeña sombra que se acerca en dirección a la casa de pájaros.
La noche se acerca. Vuelvo al interior de las cuatro paredes, al cobijo de esa vivienda y deposito a la cotorra en su habitación-jaula. La mujer observa al interior mientras derrama una lágrima que cae por uno de sus ojos hasta la mejilla. Los pájaros han muerto, están repartidos por el suelo. La pequeña sombra sonríe maligna situada al lado de un altavoz gigantesco que emite todos las infernales canciones heavy, reggaetón y rap juntas; con su mezcla de odios e intolerancias. Máximo volumen. Máximo odio. Así murieron los pájaros, por un sobresalto de ataque cardíaco de máxima estridencia. El zumbido atronador que sus pobres tímpanos no pudieron soportar.
La pequeña sombra sonríe malévola en mi dirección, también a la cotorra; acerca la mano al volumen: «No». Grito. Grito desesperado, pero no voy a llegar a tiempo de impedir que accione la palanca al máximo.
¿Es un sueño? Indudablemente. Sé gracias a ello que en mis manos tengo el poder de crear una especie de campana de Faraday, una cúpula transparente insonorizada que impedirá el traspaso de las malignas ondas. La pequeña sombra gira el interruptor de volumen al máximo. Mis manos aprisionan a Cotorra entre ella, la mujer me abraza de la cintura. El ensordecedor volumen aumenta, aumenta; en el interior de la campana solo sentimos la vibración de las ondas pero el poder de la vibración es cada vez mayor. Le traspaso la cotorra a la mujer, que ahueca la palma de las manos y protege con ellas al ave. La campana de Faraday revienta en miles de pedazos. Mis oídos revientan y el dolor es insoportable durante un instante; me comienza a salir sangre por las orejas.
«Maldita». Me levanto del suelo mareado, con las manos engarzadas la una contra la otra formando una bola y arremeto con toda la violencia de la que dispone mi cuerpo contra ella. La tiro al suelo, en mi desmedida furia y enloquecido por el dolor, la arrastro en dirección al gran ventanal al que nos acercamos con rapidez. Atravesamos la gran cristalera, otrora refugio de las aves y la inercia nos empuja en dirección al abismo. Veo los grandes colmillos y los ojos rojos en el interior de esa oscuridad, que no puede parar mi envite. En ese contacto con la oscuridad que me rodea, siento el miedo, el odio, un odio inmenso que recorre todo mi ser. Estamos al borde del precipicio, me paro en seco, aún con las manos engarzadas al ser oscuro. A pocos metros, la aparto de mi con fiereza, la sombra se separa de mi cuerpo, cae al abismo, mientras con algo que parecen manos, pliegues ocultos en el interior de su cuerpo, intenta agarrarse a algún asidero, pero le resulta inútil. Cae. Cae.
«Adiós maldito ente».
Aún así, en mi interior siento lástima, me da pena que muera. Tampoco disfruto la lenta agonía de su caída hacia las frías aguas del inmenso lago. Regreso a la casa. La mujer, arrodillada en el suelo, protege con el cuerpo a Cotorra.
«¿No he podido salvarla?». Una lágrima recorre mi rostro, tanto dolor, tanto sufrimiento, no han servido para nada. En ese momento, la mujer abre la boca, pero no escucho nada. Aun rezuman sangre mis pabellones auditivos. La cotorra encrespa las plumas, bate las alas y de un grácil salto se incorpora con sus patas en el suelo. Se acerca volando en mi dirección y se posa en mi antebrazo, camina por él hasta situarse en el hombro. Me picotea la oreja con agradable ternura, la mujer se acerca y me agarra de la mano. deposita un pañuelo en mis oídos. Vuelve a abrir los labios pero no consigo escuchar nada. Ella comprende que no estoy entendiendo y sonríe, muestra una triste y amplia sonrisa. Unidos los tres, observamos juntos el amanecer de un nuevo día, ahora... deberemos encargarnos de repoblar la casa de pájaros.




Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


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