domingo, 22 de marzo de 2015


"Seres que inspiran historias."


—Hija, eres muy espacial. Y eres bunita.


Me llamo Ezra, y Mamá siempre me dice que soy muy espacial y bunita. Es mi frase favorita, sobre todo cuando se le forma ese hoyuelo tan gracioso en los labios, sonríe y acto seguido acaricia mi pelo blanco.

Mi Mamá me contó una vez que Papa abandonó este mundo hace años. No recuerdo como era, pues yo era muy pequeña cuando se fue. Aunque Mamá describe nuestro parecido similar al de dos gotas de aguas. Dice que heredé el pelo blanco de Papá, y no solo eso, también sus iris de color lila y su carácter, o al menos eso es lo que siempre comenta Mamá.

Tengo una extraña enfermedad, tan rara que los señores médicos no se ponen de acuerdo en darle nombre. Albinismo cruzado, Enfermedad de Chediak-Higashi o Gen11 mutado.

Tampoco es que importe mucho. Yo soy feliz.

Hace poco nos mudamos y acabé en otro colegio, todo eran caras desconocidas, nuevos niños y nuevos profesores.

El otro día en el colegio, un niño de mi clase, se rio de mi pelo blanco y de mis ojos color lila. Es un "buscapeleas", aunque no es maldad lo que le guía. Noté como crecía la ansiedad dentro de él, no consigue agradar a los otros niños, así que la única manera de obtener su atención es pegándoles o burlándose de ellos.

Ese día me giré con semblante serio y me dirigí en dirección hacia él. Me miraba brabucón, expectante a mis movimientos, yo sentí como volvía a crecer la ansiedad dentro de él. Entonces, una vez en frente suyo, lo abracé con cariño, de improviso y muy fuerte. No se lo esperaba, como tampoco se esperaba el besito en la mejilla.

Nos hicimos amigos.
Se lo conté a Mamá, y me dijo.

—Hija, eres muy espacial. Y eres bunita.


También hay un niño albino en clase. No como yo que tengo la enfermedad rara esa, este niño es albino de verdad, pelo blanco, iris blanco, piel extremadamente blanquecina, vamos, blanco blanquísimo. Lo que no entiendo es su cara de tristeza absoluta. Así que lo abordé...

—Apaga el sol —fue la primera frase que escuché del niño albino de verdad, y yo le respondí con severidad con otra pregunta para evitar que la ansiedad creciera dentro de él.

—¿Porqué los panes tienen forma de pene? —sonreí.

El niño albino de verdad me observó perplejo. Negó con la cabeza, sus ojos blanquitos solicitaban una respuesta a mi extraña pregunta.

—Los panes tienen forma de pene, porque si no —hice la famosa parada de misterio— ,¿de dónde saldrían los panecillos?

Sus ojitos parpadearon y por vez primera sonrío. Para no tener que apagar el sol le regalé un paraguas. ^^

Se lo conté de nuevo a Mamá, y me repitió.

—Hija, eres muy espacial. Y eres bunita.


Así pasaron unos cuantos años.

Un día, al llegar a casa del colegio, Mamá no se encontraba allí, pero encontré una nota suya escrita a mano encima de la mesa del comedor.

«Queridísima hija Ezra,
Me tengo que ir de este mundo, Papá me llama, pero no te preocupes, en el colegio estarás muy bien cuidada.
Cuando nos volvamos a ver, calculo que dentro de ciento sesenta y seis rotaciones terrestres, te llevaré a conocer el planeta Bunita, tu planeta natal, es un pequeño mundo en el interior de la nebulosa de Magallanes.
Hasta ese día continúa socializando con la people de este mundo.
Aprende y cuídalos mucho.
Hija, eres muy espacial. Y eres Bunita.
Besitos cósmicos.
Tu Mamá.»


Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

domingo, 8 de marzo de 2015


—Nunca más se sentirá nadie atraído por este lugar —sentenció la muchacha al observar la columna de humo negro alzándose de las profundas cavidades donde antes reposaban las raíces del endrino— Nunca olerán las drunas de la locura. Nunca jamás tu endrino se alimentará de los corazones de ningún humano desprevenido.

El duende agonizante negaba lentamente con la cabeza.

—La maldición... —gruñó el duende, en un esfuerzo desesperado por escupir sangre negruzca almacenada en su boca— , maldita maldición. Podrías haber escogido otro camino muchacha, destruyendo tu corazón envenenado de amor de otras mil maneras.

Fueron las últimas palabras del duende, pues su cuerpo comenzó a convertirse en humo y cenizas.

«Los duendes, al ser criaturas mitad mágicas mitad de la naturaleza, evaporan en humo su parte mágica y sus cenizas abonan de nuevo la tierra».

Y Tsinränzon se evaporó para siempre.

La muchacha no mostró ninguna expresión de alegría, ni de rabia. Sus ojos, con su habitual mirada glacial, observaban en la prudencial distancia las cenizas aún humeantes del antiguo hogar del duende de los corazones rotos.

Los hombres tardaban en salir. El niño comenzaba a impacientarse y la muchacha miraba alrededor en espera de algún peligro.

El humo comenzaba a extinguirse con velocidad y Los hombres seguían sin dar ninguna clase de señal.

—Niño, recoge los caballos, nos vamos —sentenció glacialmente la muchacha.

Pero el niño no pudo obedecer las órdenes de su reina. Sus pies se habían comenzado a transformar en raíces, raíces que lo anclaban al suelo con una violencia inusual, sus brazos se convertían en ramas, y sus dedos en hojas, toda su forma física mudaba a la de un pequeño endrino. La transformación del niño sucedió muy rápido.

La muchacha observó el evento sin inmutarse, con pesar se apeó del caballo, extrajo una daga de su cinto y se preparó para asestarse un golpe mortal en su propio corazón. Pero no tuvo tiempo de acometer aquella suicida acción. Su mano se detuvo antes del golpe mortal, sus ojos pequeños y bonitos ojos comenzaron a convertirse en sendos ojos saltones y grotescos. Toda su figura empezó a empequeñecer y a ovalarse, la nariz pequeña se engrandeció enormemente, las manos finas y elegantes se convirtieron en dos manos repletas de callosidades, los dientes cayeron uno a uno de su boca y tan solo dos dientes largos y resplandecientes como fanales quedaron en su boca.

../..

"Muchos siguen oliendo el dulce aroma envenenado de las drunas violáceas. Esas drunas que siguen creciendo en ese endrino de raíces atrofiadas y profundas. Continúan los humanos, embriagados por su olor, aun hoy día, visitando el manantial de la tristeza absoluta y las cristalinas aguas del lago de la desesperación. Pero tranquilos, no estaréis solos en estos dominios, porque siempre habrá un duende de los corazones rotos que guarde vuestro corazón, en caso que queráis quedaros para siempre en Bosque Oscuro."


Esto es verdad y no miento y tal como me lo contaron os lo cuento.
Colorín colorado.
UTLend. 


Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

domingo, 1 de marzo de 2015



El tiempo transcurrió con su tedio habitual. Habían pasado veinticuatro estaciones desde la marcha de la muchacha.

Un día aparecieron en la linde del bosque doce hombres y una mujer. Todos ellos iban montados en caballos, y la mayoría portaban armas visibles al cinto o en la grupa de sus monturas. Dos eran, sin lugar a dudas, antiguos caballeros de la orden Dijë, iban montados en caballos muy robustos, sementales oriundos de las Tierras de Dij, las armaduras oxidadas de los dos caballeros lucían el símbolo del rayo partido. Otros cuatro eran arqueros, llevaban el emblema en su peto de las alas rotas, propias de los hombres del rey. Otro parecía por su singular atuendo un antiguo mago de las antiguas tierras de Kä, a su lado un hombre de baja estatura llevaba una gran hacha colgada en su espalda, este «hombre pequeño» se rascaba con creciente nerviosismo su gran barba blanca. Faltaban tres hombres al final de la comitiva, estos vestían capuchas oscuras y no hablaban con nadie. Ni siquiera entre ellos, no mostraban ningún símbolo ni heráldica, así que difícilmente alguien podría deducir su origen. El último hombre en cerrar la comitiva, si es que se pudiera llamar así, era un joven muchacho, apenas un crío, de pelo muy corto, pecas por toda la cara, que mostraba una sonrisa bobalicona propia del miedo a lo desconocido.

Aquel grupo lo encabezaba una mujer con una azulada capa. Portaba una corona de oro en su cabeza y su estilizada figura se realzaba gracias a aquella vestimenta de tonalidad azulada. Aunque los años la habían envejecido, su rostro seguía siendo reconocible para cualquier observador de Bosque Oscuro. Era la muchacha.

—Seguidme.

Los doce hombres y la muchacha se internaron en el bosque. Sortearon el manantial de la tristeza absoluta y bordeándolo con cuidado, encontraron la senda hasta llegar a los pies del endrino. Los hombres descabalgaron de sus monturas y prepararon sus armas: espadas, arcos, dagas y lanzas.

—Duende de los corazones rotos... —pronunció la muchacha en voz alta.

El endrino tembló y el duende surgió de debajo de sus raíces. Su mano derecha, tan callosa como siempre, agarró una druna de color violáceo y se la llevó a la boca.

—Has vuelto —gruñó— .¿Qué fue de tu corazón envenenado de amor?

La muchacha miraba a Tsinränzon con una frialdad pasmosa. Hizo un gesto y el joven muchacho, casi un crío, la ayudó a descabalgar de su caballo.

—Al primer año de mi marcha me casé con un rico burgués de ciudad. Enfermó, murió y heredé su fortuna. Un año después me mudé a la corte de Nicosan. Allí me case nuevamente con un conde, era muy inteligente y fuerte, pero también murió y heredé el título de condesa. Mucho tiempo después me desposé con el Rey de Nicosan, puesto que su esposa, la reina, murió en terribles circunstancias. Hace apenas una semana el rey murió y enviudé por tercera vez. Entonces marché a buscarte.

El duende miró la extraña mirada de la muchacha. Y recordó aquella fría sensación en su interior cuando la encontró por primera vez cerca del manantial de la tristeza absoluta.

—No hacía falta matar a tanta gente muchacha —sentenció con acritud el duende— ¿Conseguiste al menos de esa manera cambiar tu corazón envenenado de amor?

—No me hables tú de muerte, ni tampoco de cambio. Durante todo este tiempo hice mucho más que eso. Conseguí el poder que necesitaba.

El duende agarró otra druna violácea de las ramas de su endrino y se la llevó a la boca.

—¿Descubriste aquello que te atormentaba?

—No te hagas el estúpido conmigo. Este maldito bosque mató a mi amado. Tú, en parte, tuviste que ver con su muerte. Me contaba sus pesadillas nocturnas, el miedo a la depresión, a la oscuridad, miedo a vivir con miedo. El aroma de los racimos de drunas envenenadas que crecen en tu endrino lo deprimían gravemente. Aquel aroma lo agotaba por las noches. Me contaba cosas acerca de este lugar sin llegar a estar en él, y yo no podía hacer nada por salvarlo. Hasta que una noche vino hasta aquí, y se arrojó al lago de la desesperación y se convirtió en una más de las muchas gotas que forman ese hoyo de aguas tristes.

—Entonces —respondió imperturbable el viejo duende— ¿Sustituyó tu corazón el veneno del amor por el veneno del odio?

La pregunta del duende quedó sin contestar. La muchacha realizó un gesto y los arqueros dispararon cuatro mortales flechas. El duende no tuvo tiempo de moverse y dos de aquellas funestas saetas lo atravesaron. El impacto lo arrojó brutalmente contra el suelo. El duende apenas se movía. Unos espasmos recorrían su cuerpo y con su agónica mirada reseguía el curso de los acontecimientos.

—Bajad por la cavidad y quemad la raíz del endrino—ordenó la muchacha— .Los corazones están más abajo. Quemadlos también.

Los hombres bajaron por la gruta. En la superficie sólo quedaron la muchacha, el niño joven y el agonizante duende que miraba toda la escena con sus enrojecidos ojos saltones. En la comisura de la boca del duende, en la pendiente que formaban sus dos largos dientes caía un hilillo de sangre violácea, y en una extraña mueca: «¿Acaso se dibujaba una triste sonrisa?».


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Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

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