miércoles, 30 de diciembre de 2015



Érase una vez un pequeño Oins desesperado, el cual surgía con deleite gutural de aquella tráquea en busca de unas buenas orejas a las que penetrar.

Pobresito Oins, que no encontraba ningún tímpano donde acomodarse. Ni modo... buscaba y buscaba sin parar, «¿será posible? ¿ninguna oreja se me presentará?», se repetía incesantemente con la onda volteada. Y fue justo al doblar la esquina de su atribulada existencia, exactamente detrás de la esquina de un viejo árbol de F’Fidrac, donde divisó un par de orejas morenas con todo el resto a juego, y envalentonado, se acercó a aquellas orejas con su onda más gutural a presentarse.

«OINS», atronó, barriendo con su propio sonido todas las inconsistencias silenciosas que le separaban de aquellas bellas aurículas. Pero las pobres orejas quedaron tan atontadas, tanto, que no pudieron escuchar bien, y el líquido perilinfático desbordo alegría. Y así, con la antigua técnica del despiste atronador, el pequeño Oins se acomodó en aquellas pequeñas orejas morenas, las cuales, para su suerte o desgracia, ya nunca dejaron de escuchar a aquel Oins en el fondo de su tímpano.


Esto es verdad y no miento, y como me lo contaron os lo cuento. ^^


Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

domingo, 20 de diciembre de 2015


En el cosmos, existe un pequeño planeta llamado «Arreit» por sus pequeños habitantes.

Los habitantes de «Arreit» son muy parecidos los unos a los otros, entre ellos sólo mudan pequeñas diferencias de pigmentación. Por ejemplo, su color de piel se vuelve ligeramente más blancuzco cuanto más cerca viven de los polos. Tampoco varía mucho su estatura, siendo esta menuda y de tamaño inferior. Esta pequeña deficiencia no les impide ser risueños y hacendosos a los Arreitistas, sino todo lo contrario, pues como dice un antiguo refrán Arreitista:

«En la ostra más pequeña, se esconde la más preciosa joya».

El planeta «Arreit» órbita alrededor de una pequeña estrella denominada «Los» y posee un pequeño satélite de nombre «Anul». El nombre del satélite es un juego de palabras utilizado por los Arreitistas desde tiempos inmemoriales, ya que cuando la órbita de ese cuerpo espacial se interpone entre su planeta y la claridad emitida por «Los», el satélite Anula la claridad que debería llegar al pequeño planeta. De este curioso juego con la Anulación de la luz, proviene de antaño el nombre del satélite.

«Arreit» tarda en completar un ciclo completo alrededor de su estrella 481 días, y cada 66 días se produce el temido período de anulación lumínica de 6 horas.

¿Por qué es temido este período de anulación lumínica?

Antes de la tercera Era, en «Arreit» todos convivían en armonía y felicidad, pero un grupo de temerarios Arreitistas profanaron el velo del secreto cósmico en busca de conocimientos superiores. Sin embargo, y sin ellos desearlo, el pequeño grupo de Arreitistas conjurados invocó a un peligroso ser oscuro, el cuál vino a romper la harmoniosa vida en el planeta.

El malvado «Noicanimoba», así se llama el ser invocado, un ser de consistencia etérea, de múltiples rostros y de capacidad casi omnipresente, el cual se dedica durante el período de oscuridad de 6 horas a causar cuantas maldades imaginables estén en su haber. Por suerte su poder disminuye a medida que lo utiliza.

Los habitantes de «Arreit» viven siempre en intensa desgracia.

Y aprendida la lección, intentan por todos los medios, no traspasar nuevamente el velo del secreto cósmico, pues esto podría traer nuevos horrores. Curiosamente, la única esperanza de erradicar a «Noicanimoba» reside justamente en bordear el velo, pues de esta manera, sin profanar el secreto, esperan captar la atención de la benevolente entidad «Airgela», enemiga declarada del oscuro ser.

Y mientras, los habitantes de «Arreit», sobreviven como pueden.


Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

domingo, 13 de diciembre de 2015


Es lunes. Me he quedado dormido por que ayer se me olvidó poner el despertador. El día comienza con una inmensa explosión de caótica rapidez y prisas.

No es de extrañar que, en este estado llego medio adormilado a mi querido ascensor. Es tan tarde que no hay nadie. La puerta se abre y entro. Es un ascensor extraño, posee dos puertas, por una se entra desde el vestíbulo y justo por la puerta de enfrente se sale a la andana. Lo normal, en un ascensor, es que la misma puerta sirva de entrada y salida. Pero mi barrio anda tan loco como yo.

Así que entro, y aún adormilado me recuesto dando la espalda a la puerta de entrada. Un segundo antes de cerrarse las puertas oigo la voz de una señora.

—Ascensor malo. Faltamos nosotras. ¿A que sí, Herminia?

«¿Ascensor malo?», esta señora promete. Doy los buenos días a las señoras sin girarme, acto seguido, y a pesar de mi actual sueño, extraigo mi móvil del bolsillo para tomar notas.

—Yo se lo dije —continua con ímpetu la conocida voz de señora que culpa al ascensor de ser malo—. Se lo dije. La culpa es de los quemadores. ¿A que sí Herminia?

La muda Herminia no responde, debe andar tan intrigada, o quizás no, como yo en saber qué diablos son los «¿Quemadores?».

Continuo oreja avizor.

—La culpa es muy negra y nadie la quiere —La señora ríe con cierta locura—. Y tanto que es negra. Y más cuando se trata de quemadores.

Su destartalada risa inunda el pequeño cubículo. Herminia y yo continuamos callados, y cada uno, con nuestra particular manera, atentos a la historia.

—Eureka, apareció el fogón —continua la señora—. Enciendo el termostato para que se bañe, extiendo la alfombra, y... ¿el agua fría? Fría no, congelada. Y ahora dice que la culpa es mía. La culpa es de los quemadores. ¿A que sí, Herminia?

El ascensor llega a su destino. No acabo de entender la historia de los "Quemadores". Intrigado por saber quiénes son las señoras que me han acompañado en este extraño viaje giro disimuladamente la cabeza.

La sorpresa es gigantesca. En el ascensor sólo estamos la señora de los «quemadores» y yo. La cual continua con su particular diálogo con la nada.

—¿A que sí, Herminia? ¿A que sí?

«No es posible. ¿Dónde está Herminia?»

Me alejo angustiado del ascensor. Y mientras camino en dirección al andén pienso en quien está peor, si la pobre señora o yo por creer durante unos segundos en «Herminia».

Hay días que más vale no levantarse de la cama. «¿A que sí, Herminia?».


Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

martes, 8 de diciembre de 2015


«Transcripción dedicada a mi amigo Jordi».


Hace años, cuando era apenas un mocoso, vivía en calle Argimon.

Ahora no reconoceríais la zona, porque el antiguo parque de las palmeras fue derruido para construir un inmenso túnel, ese que conecta el barrio de Alfonso X con el barrio de Horta.

En aquel tiempo, delante de mi casa había un enorme descampado. Tan lleno de arena que cuando llovía se tornaba fango. En esas ocasiones que conseguía escapar al control de mi madre, volvía a casa recubierto del pringoso material, para desconsuelo de mi progenitora.

También recuerdo que mi madre trabajaba en un colegio, quizás lo conozcáis, es ese colegio que se asemeja a un castillo y que aún a día de hoy se puede ver al pasar por la autopista.

Y recuerdo a Golfo, mi perro, cada día acompañaba alegre a mi madre al colegio donde trabajaba limpiando. Y después regresaba él solo al hogar. Al acercarse al umbral se reclinaba con su peso sobre la puerta. En aquellos inocentes tiempos no solíamos cerrar las puertas de día. Y así, con todo su peso y su gran inteligencia, entraba él solito a casa.

Era un perro muy listo.

Incluso recuerdo un día, qué sin querer, lo dejamos encerrado en casa. Y cuando toda la familia regresamos por la noche, había abierto la nevera y sacado de ella un trozo de carne, lo más sorprendente de todo, es que también extrajo un plato donde devoró aquel suculento manjar, dejando de lado el insípido pienso para perros. Nos reímos mucho con aquella anécdota.

La señora Palmira era una archidefensora de los animales. Y aunque el nombre de esta buena mujer hoy os pueda sonar extraño, en aquellos tiempos todo el mundo conocía a una vecina que se llamara Palmira. La buena mujer acogía a toda clase de animales en su casa: perros, gatos, palomas y hasta poseía bajo sus cuidados una vieja cacatúa. Palmira estaba enamorada de «Golfo». Al encontrarnos por la calle siempre me decía, «Cuídalo mucho, es un perro muy especial».

Por aquel entonces nos mudamos a un bloque de pisos, para estar más cerca del trabajo de mi madre, por desgracia, allí, no dejaban tener perros. Éramos muchos hermanos, hacinados en una vivienda moderna pero más pequeña que la antigua casa. Cuantos sacrificios por la modernidad. Y mi madre tuvo que tomar una dura decisión, tuvimos que dejar a Golfo en casa de un amigo de mi hermano mayor. La casa del amigo quedaba muy lejos de la ciudad.

Le eché mucho de menos.

Y pasaron dos semanas.

Un día, alguien rascaba en la puerta. Debía ser algún vecino, o quizás algún «paleta», esos trabajadores de la construcción que de vez en cuando venían a casa a realizar de manera desinteresada algún arreglo. Con desgana me tocó ir a abrir la puerta, y entonces me encontré delante un perro sucio, con el pelaje lleno de barro. Era golfo. Me lamió entera la cara.

Lo abracé con una inmensa alegría, dando chillidos de emoción. Salió mi madre de la cocina, mi hermana mayor de su habitación, y uno de mis hermanos mayores del comedor. Los tres no acaban de entender a que se debían mis chillidos de emoción. Hasta que nos vieron juntos.

Y en el estrecho recibidor de aquella vivienda, de aquel ingrato bloque de pisos, me giré aún agarrado a «Golfo», y les observé, observé sus vívidos rostros, eran caras de genuina sorpresa. Pero yo, a mi tierna edad, no me percataba de su disimulado malestar, de la incómoda tristeza, sólo apretaba a Golfo contra mí. El me lamía la cara alegre, despreocupado ante el trasiego familiar.

Y lo llevaron de vuelta a casa del amigo de mi hermano.

Nunca más volví a ver a mi perro Golfo.

Siempre me acordaré de él.


«93% imaginación, 7% realidad»


«Si os ha gustado esta historia, pensad que es normal, pues nada en ella ha sido inventado, tan solo omitido. El verdadero personaje, mi amigo Jordi, me la contó una noche en la cual me invitó a su casa. Me enterneció tanto, que aproveché, mientras él acostaba a su niña, a escribirla en estas pocas líneas».


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Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

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