jueves, 30 de enero de 2014


Al otro día una marcha fúnebre con todos los buenos animales acompañó el cuerpo sin vida de la niña por todo el bosque. El sol estaba tan triste aquel día que se ocultó entre un montón de nubes para que nadie le viera llorar. A la cabeza de la comitiva iban el viejo y sabio búho Avisis y el niño.

- Sabio búho Avisis no quiero recriminarte nada, pero no seguí tus consejos. En parte me beneficiaron y en parte me han llevado a este triste final.

El sabio y viejo búho Avisis escuchaba atentamente.

- Me dijiste que no mostrara compasión en el desierto. Pero ayudé a una lagartija que estaba en un pozo. Eso me hizo desperdiciar un tiempo precioso, sin embargo también me proporcionó una información vital. Saber dónde podía conseguir la rosa blanca.

El sabio y viejo búho Avisis seguía escuchando atentamente.

- Después me dijiste que no abandonara la senda del este, pero nuevamente una serpiente me imploró ayuda para sus pequeños retoños atrapados. Esto me apartó nuevamente de mi senda, pero afortunadamente así fue, puesto que me puso de nuevo en el buen camino.

El sabio y viejo búho Avisis inclinó aquiescentemente su cabeza.

- Y finalmente me dijiste que me mostrará frío ante el mal. Pero cuando me disponía a matar al que yo creía el basilisco un presentimiento interior me hizo recular. No podía matarlo a sangre fría. Gracias a ello acabé con el verdadero monstruo. No lo comprendo sabio Avisis, ¿qué es lo que hice bien y que es lo que hice mal?

- Joven niño, ¿obraste siempre siendo fiel a tu corazón y pensamientos?

- Sí. Así fue.

- Entonces siempre obraste bien. Los consejos que te den los demás están para ayudarte y aconsejarte. Pero ni el ser más sabio puede predecir qué acciones o decisiones serán las correctas llegado el momento.

- Entonces, ¿por qué mi compañera murió? ¿Por qué me siento tan vacío?

El búho miró fijamente a los ojos encharcados del niño. La comitiva paró en aquel claro del bosque. El sol se asomó entre las nubes para despedirse de la niña. Estaba muy triste aquel día.

- Joven niño hemos llegado al lugar. Acércate a la niña y despídete.

El niño que aún guardaba la rosa blanca se acercó a la niña. Miró su rostro y depositó amorosamente la blanca flor en los labios de la niña. Apretó delicadamente las manos de aquel cuerpo sin vida y se inclinó para besar su frente. Sus lágrimas se mezclaron con el perfume de aquellos delicados pétalos blancos. Y aquel tibio, salado y perfumado llanto fue a parar a los labios de la niña... por última vez...



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viernes, 24 de enero de 2014


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Habían pasado varios días y el niño aún no había vuelto a palacio. El paso de ese tiempo confirmaba nuevamente el fracaso de un nuevo héroe.

Al cabo de tres días, el joven príncipe escuálido bajó a las catacumbas. Iba solo, ningún soldado de la guardia le acompañaba. En su cabeza llevaba su magnífica corona de oro y en la mano derecha una brillante espada. Parecía dubitativo pero finalmente entró  en la estancia donde el basilisco reposaba.

El príncipe escuálido chilló.

- Hola monstruo. ¿Todavía estás vivo? ¿Ningún héroe consigue matarte?

- No me torturéis más. Devolvedme mi forma humana.

- Engendro, no sé de qué me hablas. Merecerías morir, pero no te puedo matar ni tu a mí.

- Libérame. Te lo suplico.

Ambos, el príncipe escuálido y el basilisco se quedaron mirando a los ojos fijamente.

- BASTA DE MENTIRAS. - atronó una voz que procedía  desde detrás del basilisco. Una figura se alzó. Era el niño.

- ¿Estáis AUN vivo? Gracias al cielo.

El niño desenvainó la espada y comenzó a acercarse lentamente al príncipe escuálido.

- ¿Qué hacéis aquí abajo Majestad? ¡Me gustaría saberlo!

- Estaba preocupado por vos y... pero...no me gusta vuestro tono.  ¿Acaso os ha hechizado el basilisco? O peor aún, ¿os habrá engañado y confundido con sus mentiras?

El niño rió.

- Ya veo. No debéis creeros sus mentiras. Así me engaño a mí. Acercaros a mí, joven héroe. Rehuid esa demoniaca presencia.

El príncipe escuálido y el niño estaban cada vez más cerca el uno del otro.

- En defensa del basilisco diré que no me mató cuando pudo hacerlo.

Tras estas palabras, el príncipe escuálido dejó escapar la antorcha al suelo. Un fugaz y certero golpe de su pie apagó aquella débil luz. Nuevamente en la  estancia sólo reinaba la oscuridad.
Se escuchó un chillido. Después un ruido de un frasco roto se escuchó y al instante una extremada luz blanca iluminó la estancia. Aquella luz desveló la verdadera apariencia del príncipe escuálido que ahora se veía como el monstruo deforme y sanguinario que era. Mientras que el basilisco mostraba la forma de un pequeño muchacho tirado en el suelo.

La espada del niño golpeo fuertemente la frente de la figura del príncipe escuálido. La corona que llevaba en la cabeza cayó al suelo. Antes de que pudiera reaccionar y todavía cegado por la inmensa luz que invadía la estancia, el niño fintó su espada. La cabeza del príncipe escuálido rodó por la galería. Ahora mostraba su forma real. Dos ojos monstruosos en forma de serpiente se apagaban. Al mismo tiempo la figura que había sido el basilisco recuperaba su verdadera forma. El verdadero príncipe del castillo había vuelto. Y el basilisco había muerto.

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No hubo tiempo de vítores ni despedidas. Ya andaba presto el niño de vuelta a casa. A su querido bosque. Con la niña que estaba esperando. Apenas tuvo tiempo de recoger la rosa blanca que poseía el malvado basilisco en su interior. Y aunque el verdadero príncipe quiso darle muestras infinitas de agradecimiento, el plazo de doces días que el sabio búho Avisis le había pronosticado estaba expirando rápidamente. El niño quería volver inmediatamente al hogar. Le habían proporcionado un caballo, el más veloz que poseían en las cuadras reales. Aun así el tiempo se escurría tan rápidamente como aquella arena del desierto que ahora pisaba su montura.

Quedaban pocas horas. El plazo vencía justo aquel mismo día.

El linde del bosque no aparecía. El atardecer estaba cayendo y el sol llegaba a su cénit. La noche sustituyó al sol. Por fin apareció el linde del bosque, pero aun debía recorrer un buen trecho hasta llegar a su cabaña.

La luna miraba expectante desde lo alto del cielo sin poder decir nada. El niño ya se encontraba delante de la puerta de su cabaña. Muchos animales, fieles compañeros, hacían guardia en la entrada del hogar. El sabio búho Avisis estaba delante de la puerta. Dirigió su mirada a la rosa blanca que llevaba el muchacho en la mano.

- No corras más niño, lo has hecho bien. Pero la niña … ha muerto.

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viernes, 17 de enero de 2014


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Al cabo de un par de días un castillo inmenso apareció detrás de unas rocas que dificultaban la visión del caminante.

El niño andó deprisa cruzando el puente que colgaba sobre el foso. Delante de la gran puerta que le cerraba el paso golpeó con fuerza e insistencia.

- ¡Ah del castillo! ¡Dejadme entrar!
- ¿Quién eres pobre desdichado que desconoces el enorme terror que hay en el interior de este lugar?
- No soy ningún desdichado y sé perfectamente el mal que os adolece. Dejadme entrar, os lo suplico. Pues necesito con urgencia aquello que he venido a buscar y que sólo aquí hallaré.

Los soldados le abrieron la puerta. Después de conversar y explicar sus razones los milicianos llevaron al niño ante la presencia del rey huérfano.

El rey huérfano era un joven muchacho escuálido que se sentaba en un gran trono. En su mano derecha llevaba una calavera y en la otra un cetro. En la cabeza portaba una majestuosa corona de oro que le iba grande. Su mirada triste se perdía en  el vacío. El niño ya se encontraba ante su presencia.

- Majestad vengo a solicitaros un favor que a la par os hará un gran bien.

El rey huérfano realizó un gesto aquiescente con la mano con la que sostenía el cetro.

- Deseo enfrentarme al basilisco.

Los cortesanos congregados murmuraron. Las espadas de algunos soldados temblaron. Mas el Rey huérfano completamente impertérrito seguía mirando fijamente al vacío.

- Muchos caballeros de mi reino lo intentaron y pagaron con su vida. Es imposible matar al basilisco.

- No existen actos imposibles majestad sólo nuestra propia capacidad de querer lograrlos. Os lo suplico, dejadme intentarlo.

Todas las miradas se centraron en el Rey huérfano.

- El basilisco mató a mi madre, días después mató a mi padre. También a muchos caballeros leales y fieles amigos. Incluso mi familiar, un pequeño búho, feneció bajo sus garras. Su poder es demoníaco. Si conseguís matarlo os colmaré de oro. Ésta es mi promesa.

El niño se despidió de su majestad y una lágrima rodó por su mejilla. "Que horrible debe ser perder a todos tus seres queridos".

Algunos soldados le acompañaron a la entrada de las catacumbas. Mas no osaron traspasar un último recoveco. Allí reposaba por lo general el basilisco. Antes de partir le dieron una antorcha para que le alumbrara el camino.

El niño se armó de valor. Giró en la última curva y bajó unas escaleras. El basilisco dormía sobre una gran pila de esqueletos y calaveras. Estaba encadenado a la pared con unas gruesas cadenas y un bozal de hierro.

El niño desenvainó su espada y se aseguró de tener el frasco que le diera Avisis. Comenzó a acercarse lentamente hacia aquel monstruo.

El basilisco abrió de repente un ojo. Estaba despierto. Y una vez en pie le triplicaba en altura.

La espada lanzó un tajo que se perdió en el aire, puesto que el monstruo esquivó hábilmente el golpe. Las garras del basilisco buscaron la piel del niño. Este consiguió dar un salto hacia atrás. Se tropezó y la única antorcha que alumbraba la sala que los guardias le habían dado, cayó al suelo torpemente. Ambos se miraron.

El niño volvió a lanzarse en un ataque desesperado. Pero la altura de su oponente sólo le permitía retroceder. A su espalda quedaba la galería por donde había venido, pero desde su nueva posición vio que tenía una reja. El basilisco redobló sus ataques, el niño conseguía defenderse a duras penas. En un ataque desesperado su espada alcanzó la extremidad derecha del basilisco que aulló de dolor. Y esa extremidad comenzó a sangrar.

Ahora ambos se encontraban justo debajo de la reja. Al niño le asaltó de inmediato un plan desesperado. Con su espada lanzó una fuerte estocada contra la cuerda que soportaba la reja. Ésta viéndose libre de su atadura cayó a una velocidad tal que no le dio tiempo al basilisco de escapar.
Un fuerte sonido hueco se produjo al contacto entre la reja y la carne del basilisco. De aquel fuerte impacto el bozal se rompió.
El niño se levantó. Observó como el basilisco jadeante se debatía debajo de la reja que lo tenía aprisionado. Una lágrima se escapó del ojo del basilisco que le miraba extenuado. Debido al duro golpe el bozal estaba en el suelo partido por la mitad.

El niño se acercó con la espada en la mano. Dispuesto a dar la estocada fatal.

- Noo... por..favor – balbuceó a duras penas el basilisco.

"Está sangrando. Y parece mal herido. ¿No se suponía que era inmortal mientras llevara su corona?"

- Os debo...con..tar...algo - apenas podía murmurar el maltrecho basilisco.

"Los basiliscos son mentirosos. Es posible que intente engañarme con las palabras.  Pero, ¿por qué  tengo igualmente la desagradable impresión que algo está mal?"

El niño se acercó lentamente a la cabeza del basilisco.

- Habla. Te escucho.

- Todo lo que me atribuís no es obra mía. No soy quien pensáis que soy. Ese pequeño monstruo me trajo aquí contra mi voluntad. Mató a mis caballeros. Me obligó a darle un veneno a mi propia madre. Y cuando mi padre colérico quiso matarme sólo pude defenderme. Desde entonces vivo encadenado aquí. Hechizado malvadamente con esta horrible forma. Sólo luchando por sobrevivir. El verdadero basilisco, el auténtico mal se encuentra sentado en un trono mucho más arriba.

- Mentiroso. No te creo, ¡ pero... !

Justo en aquel momento, la única antorcha de la estancia se apagó...

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viernes, 10 de enero de 2014


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- Socorro, socorro. - chillaba una vocecilla desde algún lugar cercano.

El niño aguzó el oído. Al fin se dirigió al lugar de donde procedía aquella voz.
Una pequeña lagartija estaba atrapada en el fondo de un pozo seco.

- Por favor señor humano -  gimió la pequeña lagartija - sálveme.

El niño tenía mucha prisa. Pero no pudo dejar de apiadarse de aquel pequeño ser y con mucho esfuerzo por su parte elaboró una cuerda con ramas de algunos árboles secos y muertos, y consiguió rescatar a la lagartija de aquel hoyo inmundo donde hubiera muerto sin remedio.

- Gracias, gracias, señor humano. Decidme cómo os puedo ayudar, que si está en mi cola de lagartija el poder ayudaros, a buen seguro que lo haré.

- Busco la rosa blanca del desierto. ¿Sabes dónde se encuentra?

- Está en el estómago del basilisco, Rey de las serpientes, el de las múltiples formas. Pero desconozco dónde queda. Dicen que el basilisco es inmortal pero eso es mentira, las lagartijas conocemos su secreto. Se le debe arrancar la corona de su cabeza. Cuando se le quita su joya entonces puede morir.

Después de esta explicación ambos se despidieron y cada cuál continuó su camino.

Al cabo de un par de días, una serpiente saltó de improviso desde unas rocas para ir a parar justo delante de las botas del niño. Éste desenvainó rápidamente la espada que portaba al cinto.

- No por favor noble humano. No me ataquéis. Vengo a pediros ayuda.
- Las serpientes sois traidoras, lleváis veneno con vosotras, y matáis a otros seres. ¿Por qué debería ayudarte?
- Matar a otros seres es simple cuestión de supervivencia. Nuestro veneno es nuestra única arma para defendernos y el ser traidor o no, sólo depende de quién lo diga. Todo lo que he dicho se puede también aplicar a vosotros los humanos. Mas la ayuda no es para mí, sino para mis retoños que ningún daño pueden haber hecho a nadie.

Las palabras del ofidio le dejaron sorprendido.

Entonces la serpiente explicó que se había producido un pequeño deslizamiento de rocas y el nido donde estaban sus hijos había quedado sepultado bajo escombros. El único problema era que debían desviarse hacia el norte.
La serpiente siguió implorando y esto causó penar en el corazón del niño.

Finalmente decidió ayudarla aunque esto supusiera un desvío en el camino.

Al cabo de un par de días, llegaron al cubil de la serpiente. El niño comenzó a extraer piedras, después de horas extenuantes las pequeñas serpientes pudieron salir de su escondrijo y cuando vieron a su madre se enroscaron alrededor suyo con muestras infinitas de amor.

- ¿Cómo poder devolverte este gran favor noble humano? Mis crías hubieran muerto sin remedio de no haber sido por ti.
- Busco la rosa blanca del desierto que está dentro del estómago del basilisco, pero creo haberme desviado en exceso de mi ruta.
- Pues hubierais buscado en vano en el este. Porque para suerte vuestra, tengo una prima que tiene una amiga que escuchó que el Basilisco mudó hace poco de residencia. Ahora tomó posesión del Castillo del Rey huérfano. Ese castillo queda hacia el norte siguiendo este mismo sendero pedregoso. Y aunque el basilisco es el rey de todas las serpientes, es traidor y cruel. Por culpa suya la mayoría de nosotras hemos tenido que huir. Muchas serpientes se alegraran al saber que ha muerto.

El niño dio las gracias a la serpiente y partió velozmente.

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viernes, 3 de enero de 2014


Érase una vez, hace mucho tiempo, en un bosque lejano y solitario había una cabaña. En ella habitaban un niño y una niña.

Los dos vivían felices en aquel bosque. Hablaban con animales, flores y plantas. El sol les alumbraba el día con su cara sonriente, la luna les regalaba el rocío, y la lluvia mojaba sus tierras.

Pero un día, la niña intrépida por naturaleza, profundizó demasiado en el bosque. Tanto, que halló por casualidad una de las últimas rosas negras del mundo. Alguien, en algún momento de su corta vida le contó algo acerca de esa clase de rosas...pero ella no recordó que era, ensimismada como estaba, mirando aquella flor tan bella y oscura.

Su curiosidad fue tal que acercó demasiado la mano a la rosa negra y sin  querer se pinchó en el dedo corazón. Tres gotas de sangre brotaron de su fina yema.

Se sobrepuso al mareo pero la vorágine de la inconsciencia la engullía lentamente. Por suerte contó con la ayuda de todos los animalitos del bosque que se encontraban a su paso y en un estado lamentable, consiguió regresar a la cabaña.

El niño se asustó mucho ante la palidez cadavérica que mostraba la niña. Ésta sólo tuvo tiempo de abrazarlo y postrarse en la cama.

Pasaron los días y la niña no abría los ojos. El sol quería alumbrarla con sus rayos para intentar sanarla. La luna brillaba fuerte y redonda. Plantas y árboles regalaban sus flores y frutos con la misma intención.

Mas todo era en vano. La niña no abría los ojos.

Un buen día se presentó el anciano y sabio búho Avisis. Respetado animal de aquellos contornos. Su sabiduría le precedía y al enterarse de aquella triste noticia se presentó en cuanto sus obligaciones se lo permitieron.

El búho se postró a los pies de la cama de la niña. Comenzó una serie de preguntas acerca del inicio de su dolencia. Cuando hubo recopilado la suficiente información habló, ante la expectación del niño y de todos los animales que se hallaban congregados alrededor de la cabaña.

- El mal de la rosa negra sólo tiene una cura. Y se encuentra en el largo desierto, al este de tu cabaña. Deberás encontrar en el plazo de doce días la rosa blanca del desierto. No muestres compasión allí, no abandones nunca la senda hacia el este y muestra frialdad ante el mal. Si cumples todo esto quizás halles la rosa blanca del desierto. Una vez en tus manos tráela de vuelta, con ella podremos salvar a la niña de su mal.

La cabeza del niño se movió en un ímpetu aquiescente.

- Toma este pequeño frasco. Contiene luz de la fuente de la verdad. En el momento de más oscuridad rómpelo y te mostrará el camino.

Dichas estas palabras el anciano y sabio búho Avisis partió.

Sin más dilación el niño cargó su mochila con enseres útiles para el viaje, recogió su espada y dejó a cargo de los buenos animales del bosque los cuidados de la niña. Partió inmediatamente.

La primera visión del desierto fue escalofriante. Un lugar yermo hasta donde llegaba la vista. Aparentemente sin vida de ninguna clase.

Se reapretó la mochila en sus hombros. E infundiéndose el valor de la desesperación se internó en aquel infierno de arena y calor.

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