Al otro dÃa una marcha fúnebre con todos los buenos animales acompañó el cuerpo sin vida de la niña por todo el bosque. El sol estaba tan triste aquel dÃa que se ocultó entre un montón de nubes para que nadie le viera llorar. A la cabeza de la comitiva iban el viejo y sabio búho Avisis y el niño. - Sabio búho Avisis no quiero recriminarte nada, pero no seguà tus consejos. En parte me beneficiaron y en parte me han llevado a este triste final. El sabio y viejo búho Avisis escuchaba atentamente. - Me dijiste que no mostrara compasión en el desierto. Pero ayudé a una lagartija que estaba en un pozo. Eso me hizo desperdiciar un tiempo precioso, sin embargo también me proporcionó una información vital. Saber dónde podÃa conseguir la rosa blanca. El sabio y viejo búho Avisis seguÃa escuchando atentamente. - Después me dijiste que no abandonara la senda del este, pero nuevamente una serpiente me imploró ayuda para sus pequeños retoños atrapados. Esto me apartó nuevamente de mi senda, pero afortunadamente asà fue, puesto que me puso de nuevo en el buen camino. El sabio y viejo búho Avisis inclinó aquiescentemente su cabeza. - Y finalmente me dijiste que me mostrará frÃo ante el mal. Pero cuando me disponÃa a matar al que yo creÃa el basilisco un presentimiento interior me hizo recular. No podÃa matarlo a sangre frÃa. Gracias a ello acabé con el verdadero monstruo. No lo comprendo sabio Avisis, ¿qué es lo que hice bien y que es lo que hice mal? - Joven niño, ¿obraste siempre siendo fiel a tu corazón y pensamientos? - SÃ. Asà fue. - Entonces siempre obraste bien. Los consejos que te den los demás están para ayudarte y aconsejarte. Pero ni el ser más sabio puede predecir qué acciones o decisiones serán las correctas llegado el momento. - Entonces, ¿por qué mi compañera murió? ¿Por qué me siento tan vacÃo? El búho miró fijamente a los ojos encharcados del niño. La comitiva paró en aquel claro del bosque. El sol se asomó entre las nubes para despedirse de la niña. Estaba muy triste aquel dÃa. - Joven niño hemos llegado al lugar. Acércate a la niña y despÃdete. El niño que aún guardaba la rosa blanca se acercó a la niña. Miró su rostro y depositó amorosamente la blanca flor en los labios de la niña. Apretó delicadamente las manos de aquel cuerpo sin vida y se inclinó para besar su frente. Sus lágrimas se mezclaron con el perfume de aquellos delicados pétalos blancos. Y aquel tibio, salado y perfumado llanto fue a parar a los labios de la niña... por última vez... |
...sigue leyendo mientras no cierres tus ojos...