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Revista Letraheridas y Letraheridos agosto 2022.
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Fue mejor
La idea básica que cualquier neófito recrea
en su mente al acercarse a un libro clásico se puede resumir en una única palabra:
aburrido.
En parte, esta idea nace por forzar lecturas
a edades tempranas que, lejos de acercar a la literatura, alejan de ella. El
estudio, en cualquier disciplina, debe ser escalonado y suave, no se puede
sumar y restar para acto seguido estudiar derivadas e integrales, por ello,
después de leer Los Cinco de Enid Blyton o Harry Potter de J. K. Rowling, no se
puede saltar al Lazarillo de Tormes del famoso Anónimo o a la IlÃada de Homero,
pues el salto ni es natural ni es gradual y provocará rechazo.
Los clásicos necesitan tiempo de
asimilación, permitir que la obligatoriedad dé paso al gusto lector deberÃa ser
el objetivo de la formación. Entonces, solo entonces, cuando la persona con
curiosidad decide dar un paso más allá de libros juveniles, de bestsellers y de
modas actuales, y se adentra en ese inmenso mar de los Sargazos que es el mundo
clásico, tal vez, y si su gusto y su tiempo se lo permiten, descubrirá que lo
narrado por Tolkien en el «Silmarillion» nace en gran parte gracias a los mitos
griegos, que ese libro tan complicado de leer y que dejó a medias ese autor
griego, la IlÃada, se redescubre con gusto en la pelÃcula homónima, «Troya», de
Brad Pit.
Entonces, si tan aburridos y cacofónicos
resultan ¿por qué persisten los clásicos? Existen pensamientos, los iniciales y
obvios, que critican la superficialidad de dichas obras por su contexto
histórico. En primaria se estudia que los griegos eran esclavistas (los
esclavos eran subhumanos sin ningún derecho), clasistas (solo los ciudadanos con
poder votaban) y machistas (los ciudadanos no podÃan ser, en la mayor parte de
las «polis», mujeres).
Pero aquà no se trata de sacar a la
palestra costumbres arcaicas de pueblos del siglo VIII a.C., datos que por otro
lado están muy bien rescatar y conocer para recabar mayor información de lo que
se lee, pero lo que se aborda, al acercarnos a textos que han sobrevivido más
de 2500 años es lo siguiente: ¿qué temas tratáis para que tanto tiempo después
todavÃa nos acerquemos a vosotros?
Un gran escritor y pensador, Italo
Calvino, escribió un libro sobre la importancia de los clásicos, «¿Por qué leer
los clásicos?»; al inicio de dicha obra lista una serie de definiciones, trece
en total, donde explica su enfoque sobre el asunto de los clásicos. En dicho
libro se alumbra uno de los mejores aforismos y más citado —en Letraheridos no
seremos excepción— sobre qué es un clásico, en concreto en la definición número
6, y que cito a continuación: «Un clásico es un libro que nunca termina
de decir lo que tiene que decir».
¡Qué extraña frase y cuánta verdad esconde! ¿Por qué un
clásico nunca acaba de decir lo que tiene que decir? Porque el verdadero libro
clásico es aquel que sobrevive a los ataques de la crÃtica actual, del
revisionismo inútil, el clásico es inmune a todo ello, pues la historia que
narra pervive en el tiempo de tal manera que se adapta y se transforma, se
reinventa, se redescubren nuevas interpretaciones, incluso el lector, ante segundas,
terceras y posteriores relecturas, redescubre nuevos significados en su
interior y redescubre con gusto nuevos saberes adaptados a su propia
temporalidad mortal.
Pongamos de ejemplo la IlÃada y tomemos como referencia base
a un lector imaginario con dieciséis años que se acerca a sus palabras y que,
por un azar, soporta su lectura. En sus primeras interpretaciones el
temperamental chaval puede descubrir en Aquiles a un guerrero gallardo al que
admira; el mismo lector, ya crecido, y a la contestaria edad de veinticinco, imaginará
tal vez a Aquiles como un chulo de patio de colegio al que no soporta; a los
treinta años quizá desvÃe su mirada hacia la valentÃa del amigo Patroclo; a los
cincuenta, ese mismo lector, ya casado y con hijos, admirará el esfuerzo del
antagonista Héctor por sacrificarse y, de ese modo, intentar salvar a su familia
y a su pueblo; a los sesenta quizá no perdone a Paris sus impulsos juveniles que
acarrean una estúpida Guerra; mientras que a los setenta llorará, casi seguro,
junto al rey PrÃamo la pérdida de un hijo…
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia