domingo, 30 de agosto de 2020

«El que quiera peces que se moje el culo»

—¿Verdad que sabes hablar con los peces? —preguntó Utla y, sin esperar respuesta por parte del muchacho, continuó—. Pregúntales dónde se esconde el duende.
—Pero…
—Si encontramos al duende te liberaremos del hechizo. Adiós voces nocturnas. 

El rostro de Utla se abombó: ¿de nuevo satisfecho? Nils se encogió de hombros, aseguró los remos al bote y sacó medio cuerpo por el costado de la embarcación, mirando con el rostro pegado a menos de medio palmo sobre las cristalinas aguas. Habló, vaya que sí habló. Y los otros le contestaron.

«Hace unos días nos pescabas y ahora, ¿vienes a pedir ayuda?», eso fue lo que le respondieron los salmones rosados a sus ruegos, tampoco tuvo mejor suerte con sus parientes más cercanos, los salmones jorobados, llamados así por una joroba situada en su lomo: «Ahí te pudras». Las truchas no se dignaron ni a responderle y aleteando río arriba se alejaron de ellos. Las anguilas le dijeron: «Sí, sí, sabemos donde se esconde Tryckfelsnisse», y él insistió en la pregunta. «Sí, sí, sabemos donde se esconde Tryckfelsnisse», pero ninguna insistencia las sacó de aquel bucle perpetuo como única respuesta. Al menos ya conocían el nombre del duende. Tryckfelsnisse. Las lampreas, lejanas hermanas de las anguilas, les respondieron con intrincadas abluciones comunicativas: «Glups, duende, no, Tryckfels, Glups, vivir, sí, Tryckfels, Glups, quemado, no, Tryckfels, Glups, árbol, sí, Glups, agua, agua, Glups, Glups», pero de la maraña de gorgojeantes sonidos era complicado extraer una secuencia entendible.
Habían perdido todo el día en el río Ätran y ningún pez les había acercado más al duende. Nils había intercambiado la posición en la barca con ella y, agotado, se recostaba contra el timón, mirando el cielo cada vez más oscuro.

—… La otra vez…

¿Qué murmuraba Utla? Su recuperado ademán de seguridad había desaparecido y ella prestó atención a la frase que disminuía en intensidad. «[…] la otra vez sí funcionó». ¿Qué otra vez? La verdad es que estaba muy cansada, si el hombrecillo quería murmurar sandeces que lo hiciera, ella tenía más sueño que hambre como para prestar atención a una situación que la cansaba y, además, empezaba a tener un calor excesivo en la frente.

—Os agradezco la ayuda. —El tono de Nils, sin inflexión, no se correspondía con sus palabras—. Pero es inútil. Los pescados no me van a decir nada.
—¿Tienes un lugar donde podamos dormir?
El muchacho cabeceó un instante, miró al enanito y la miró a ella, bajó la cabeza al río, un gruñido se deslizó entre las aguas que le devolvían el oscuro rojizo del atardecer.
—¡Bueno, supongo que os lo debo! Estaremos un poco apretados. También tendréis hambre.


Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

miércoles, 26 de agosto de 2020

«El paquete estaba junto a la puerta»


Richard Matheson nos deleita, una vez más con su talento, en este relato corto que inspiró algún capítulo de la zona desconocida (The Twilight Zone) e incluso fue adaptado a la gran pantalla.

La trama es simple y efectiva.

Un desconocido entrega un paquete con una llave a una pareja con la siguiente condición: si abren la caja y presionan el botón que hay dentro un desconocido morirá y ustedes recibirán 50.000 dólares.

Obviamente, en los tiempos en los que Matheson escribió el relato dicha cantidad era desorbitada para un ciudadano medio, un lector astuto lo comprenderá y elevará mentalmente esa cantidad a 500.000 dólares de hoy día o a la cifra que considere oportuna para capear lo risorio del importe.

En todo caso, la cantidad no es lo importante. Matheson, al igual que hiciera con Soy Leyenda, en esta historia plasma un conflicto con conceptos antagónicos propios de la condición humana: codicia vs empatía. ¿Qué podrá más, el amor al prójimo, aunque sea un prójimo desconocido, o la avaricia monetaria y personal?

Cuídese muy bien quién lea este relato de extraer sus propias conclusiones.

Por supuesto, y en esto creo que hay que darle un punto positivo al celuloide, la idea fue renovada y ampliada con gran maestría en la película The Box.

¿Apretarías ese botón?


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Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

lunes, 24 de agosto de 2020

«El nombre de drakar proviene de la transformación de un antiguo vocablo usado para citar a los dragones, ya que las embarcaciones en cuestión solía poner en sus proas, en lo alto de los caperoles, mascarones de terribles dragones, con los que causaban el pánico de sus enemigos y de sus presas»



Embarcados los tres, ella observó como Nils apoyaba la punta del remo en una piedra y, ayudándose con ambas manos, empujó el remo contra la roca, acción que, con inversa fuerza, los alejó de la orilla. La inercia los acercó al medio del canal y, acunados por las aguas, el muchacho aprovechó la corriente para bogar río abajo. El sol restallaba sobre el caudal azul y llamaradas de plata la deslumbraron, tapó los destellos interponiendo la mano delante de los ojos y, entre el diminuto resquicio entre falange y falange, vislumbró borrosa la blanca espalda de la chaqueta de Utla. El enanito seguía asido al caperol tan ufano como al principio y miraba al frente como seguro de encontrar algo. Nils, sentado delante de ella, bogaba sin ningún brío, pues la corriente ejercía suficiente fuerza para arrastrarlos hacia el mar. Las cuatro arcadas del puente Tullbron se les acercaban veloces, en concreto uno de los robustos pilares se acercaba más rápido de lo que a ella le gustaría. Su intranquilidad aumentaba. Nils se acercó a ella y la apartó hacia un lado sin brusquedad, aquello detuvo su temor, pues el chico continuaba tranquilo respecto a la proximidad del puente como el experto que conoce su oficio y no se asusta frente a lo que los neófitos desconocen, y, con una sola mano, agarró un travesaño de hierro encastrado en el timón y lo torció. El gesto maniobró el bote y la barquichuela salvó la enorme columna, pasando con seguridad bajo de una de las arcadas. ¡Ufff! Respiró más tranquila.

Superado el puente, pero no muy lejano a él, las ruinas de una antigua edificación reposaban inertes en tierra. Eran cimientos demolidos reconvertidos por el paso del tiempo en montones de viejas piedras, pero que, por la cantidad de runa y el espacio ocupado, reflejaban un prominente pasado al lado del río.

—Acerca la embarcación ahí —señaló Utla a una porción de muralla próxima a las aguas.

Con un golpe de remo Nils acercó la barca hasta donde indicaba el enanito. El costado de la embarcación chocó con suavidad contra las piedras y Nils bogaba para asegurar la posición. Utla alargó la mano hasta la hiedra verde que arracimaba sus hojas en la verticalidad de la construcción, su mano se engarfió a la frondosidad de la planta como si quisiera descorrer una cortina delante de una puerta secreta, pero al apartar la hiedra tras ella solo había más muralla. Lo miró extrañada. El hombrecito dudaba y el movimiento de la otra mano, aduciendo al descrédito del enanito, quién apoyaba infructuoso la palma de la mano sobre el muro, aumentó esa sensación.

—Vámonos de aquí, sigamos río abajo, probaremos otra cosa.

¿Probar otra cosa? Pero ¿qué persigue Utla? Fuera como fuese, el hombrecillo había recuperado el abombamiento en su cara, gesto que ella atribuía a un estado de seguridad o alegría, y encaraba el rostro hacia la desembocadura del río. Nils se encogió de hombros y un nuevo movimiento de remos alejó a la embarcación del castillo. Al dejar atrás la población, la coloración del lecho se volvió de un cristalino verdoso, la nueva pigmentación reflejaba los colores de la flora que crecía a los lados del río: tupidos álamos, alargados abedules y piramidales alisos; de entre ellos sobresalía un fresno quemado a orillas del río, partido por la mitad seguramente por la caída de un rayo. A la flora, se le sumó el baile de la fauna ribereña, bajo ellos bancos de peces aleteaban en bancadas y las escamas de los animales reflejaban los destellos solares, la diversidad de formas, tamaños y pigmentaciones confería vida al mural acuático. 


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Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

miércoles, 19 de agosto de 2020



«Los hombres de este siglo XXIX viven en medio de una comedia de magia continua, sin que parezcan darse cuenta de ello».

Esta crónica de Julio Verne es un relato corto, ficcional y predictivo de cómo sería el futuro, aunque el texto bien podría encasillarse dentro del género de ciencia ficción, deberé hacer hincapié en lo que muchos Vernistas aseveran ante la obra del más fecundo escritor, que Verne no escribía ciencia ficción, sino ficción científica; y aun así se erraría el tiro en este caso, pues el texto orbita sobre un humorismo cruel por el futuro regado con mucha sátira.

«[...] Cuánto más admirables les parecerían las modernas ciudades con calles de cien metros de ancho, con casas de trescientos metros de altura, a una temperatura siempre igual, con el cielo surcado por miles de aerocoches y aeroómnibus».

Sin entrar más en los linderos de estos detalles literotécnicos, solo decir que la historia escrita en tono de sátira es en todo momento una burla hacia el futuro que no intenta disimular su autor para nada. Un relato extraño en los recovecos de la forma, pues o bien se burla de los adelantos tecnológicos (la tecnología propia del futuro es entendible como un fin y no como un medio, empobreciendo la moral y la intelectualidad de los hombres futuros), o bien se puede entender como una burla al prototipo del burgués norteamericano (¿no era Verne francés y ante ese pique, inconsciente o no de nacionalidades, imperara la burla ante los logros de Estados Unidos?) o bien una mezcla de ambos conceptos (en lo que sinceramente tanto monta como monta tanto).

«[...] Dos minutos después, sin que hubiese recurrido a la ayuda de ningún sirviente, la máquina lo depositaba, lavado, peinado, calzado, vestido y abotonado de arriba abajo, en el umbral de sus oficinas. La ronda cotidiana iba a comenzar».

Verne refleja la frivolidad de la sociedad norteamericana ante sus propios avances, meros utensilios de su propio ego que, poco o nada, sirven para la mejora de la sabiduría humana (tanto adelanto para hacer churros, como decía la canción); Verne, a través de su personaje principal, Francis Benett, director de un periódico, engrandece el estúpido consumo, la ligereza y el desenfreno de esa sociedad imaginada a la que él predice —entre líneas— males mayores.

«—Hay siempre un baño preparado en la mansión y ni siquiera tengo que molestarme en ir a tomarlo fuera de mi habitación. Mire, con sólo tocar este botón, la bañera va a ponerse en movimiento y la verá presentarse ella sola con el agua a la temperatura de treinta y siete grados».

Es por supuesto un relato gracioso, cómico y consigue con creces la ansiada burla en los puntos que desea ensalzar el autor: el simple utilitarismo de los bienes futuros sin apego de una sustancial moralidad al servicio de la humanidad; el servilismo del hombre hacia la tecnología, sí, es recurrente en los relatos distópicos de hace un siglo ese miedo a la máquina, y el desarraigo de la humanidad de los valores naturalistas.

«Gracias a un ingenioso sistema, una parte de esta publicidad se difunde en una forma absolutamente novedosa, debida a una patente comprada al precio de tres dólares a un pobre diablo que acabó muerto de hambre».

Sin embargo, a pesar de estos logros, el autor también cae presa de su propia burla, pues si hay un género que envejece peor que el resto de géneros es, sin lugar a duda, la ciencia ficción. Algunas burlas de Verne, muy acertadas en lo espiritual sobre el futuro, caen en lo ridículo al expresar detalles sobre móviles, medios de comunicación y transportes. Queda la burla un tanto atrofiada en la forma por esa imposible visión que se puede tener desde el pasado hacia la evolución tecnológica (solo risible en la forma).

«[...]
—Perfecto. ¿Y este asunto del asesino Chapmann? ¿Ha entrevistado a los jurados que deben presidir la audiencia?
—Sí, y están todos de acuerdo en la culpabilidad, de modo que el caso ni siquiera será expuesto ante ellos. El acusado será ejecutado antes de haber sido condenado… —¿Ejecutado… eléctricamente?
—Eléctricamente, señor Benett, y sin dolor… se supone, pues aún no se ha dilucidado este detalle [...]».

Esa mirada antigua del futuro venidero se convierte en un anacronismo en el mismo momento de su alumbramiento: no habrá coches ni trenes ni autobuses voladores, los receptores de comunicación móvil no serán tan grandes como una palangana, ni usaremos nombres risorios como el fonotélefoto para nombrar al móvil/celular/teléfono (¿por qué inventar palabras cuando ya se tienen las necesarias?), pero es que la miniaturización no era cognoscible ni remotamente en el siglo de Verne, y así con un montón de objetos y conceptos más, etc.

«A fines del siglo XIX, ¿no afirmaban ya los científicos que la única diferencia entre las fuerzas físicas y químicas reside en un modo de vibración, propio de cada una de ellas, de las partículas etéricas?».

En resumen, un gran relato, una burla estupenda, mal envejecida en el aspecto técnico, pero de gran risa y estupor en la cuestión crítica que quería ensalzar Verne: la estupidez humana, vehículo que —con toda seguridad— será el único elemento insuperable por la humanidad… quién sabe.




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Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

domingo, 16 de agosto de 2020



«Ea, ea, que el que no embarca no se marea»

Nils los guio hasta el muelle riberense donde embarcaciones de distinta eslora se mezclaban en el lugar agrupadas por tamaños, las más grandes reposaban expuestas en mitad del río y las pequeñas cercanas a la orilla, incluso algunas descansaban encima de la arena. El muchacho se acercó a un joven que, sentado en tierra, hilaba una red. Intercambiaron unas palabras y el que hilaba señaló un pequeño bote amarrado a un bolardo, una de las tantas columnas de madera que amarraban con gruesos cabos distintos botes. Después de solicitar el pequeño navío a su amigo, Nils, Utla y ella, se acomodaron en el interior de la embarcación. Utla saltó sobre la proa y, situado de pie al frente de la embarcación, se asió con una mano al caperol, un pequeño saliente de madera situado en la cabecera de la nave, y, con la otra mano libre, señaló río abajo. Nils se encogió ante el bufonesco gesto del enanito y, viendo los reparos de ella por embarcarse, le ofreció la mano para ayudarla a bajar. ¡Un gesto amable, menos mal, empezaba a pensar que era un bruto!

—gracias.

Agarrada a la mano dio los primeros pasos en firme y, una vez sentada en la bancada posterior, el muchacho dio un salto igual de ágil que el de Utla y se sentó en la bancada libre de en medio. Sin más dilación, Nils encorvó la espalda y agarró los remos.

—¿A dónde nos quieres llevar, enanito?

Sin esperar respuesta, el muchacho colocó los dos remos sobre las chumaceras, unas pequeñas hendiduras semicirculares, recubiertas de cobre y talladas a los lados del bote, sobre ellas colocó los luchadores de los remos, dos anillas de caucho engarzadas alrededor de cada palo que, puestas de esa manera sobre el cobre, reducirían la fricción y le facilitarían bogar. A pesar de la inacción a bordo de la barquita, el constante oleaje del río impelía al bote de un lado a otro, el vaivén producía un movimiento mareoso, muy molesto que, a la larga, podía inducir a las náuseas. ¡A ver si acaba el viajecito este!

—Río abajo —dijo Utla.



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Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

miércoles, 12 de agosto de 2020


«Tarde o temprano tenía que suceder».


Así es, en algún momento u otro —quizá no— se produzca el temido o esperado primer contacto con algún ser, material o forma de vida extraterrestre; y eso es lo que Arthur C. Clarke refleja en esta maravillosa historia ganadora en 1974 de los prestigiosos premios de ciencia ficción: Hugo, Nébula y Locus. Rama un, ¿vehículo?, ¿cometa?, ¿planeta?, enorme que visita nuestro particular vecindario cósmico.

«En verdad, la estrella que el viejo Wells describía no era fría sino incandescente, y provocaba la mayor parte de la destrucción por el calor. Eso importaba poco; aun cuando Rama fuese un cuerpo frío que sólo reflejara la luz del Sol, podía causar la destrucción por la fuerza de gravedad tan fácilmente como por medio del fuego».

Y si Wells describía a la vieja estrella como incandescente, el tono usado por Clarke para la novela es frío, distante con los personajes y sus preocupaciones, pero es que eso no importa. Es Rama, en toda su inmensidad, el protagonista indiscutible de la trama; así, las simples hormigas humanas que pululan por él, que lo estudian, que lo analizan, y que llevan a cabo más tareas de las que no quiero acordarme; son justamente hormigas humanas curiosas, provenientes de los distintos planetas colonizados del viejo sistema solar que unidas se afanan en descubrir los misterios ocultos de este cuerpo celeste que nos visita.

«Rama era silencioso como una tumba… y quizá fuera eso en realidad».

¿Y qué es Rama? El arco argumental de la novela pasa las páginas intentado dar respuesta a esa pregunta, si lo consigue o no es algo que cada cual deberá leer; lo que sí puedo adelantar es que si te gusta la ciencia ficción no te defraudará, pero ¡ojo!, es ciencia ficción dura, de la dura dura, aun más que cualquier diamante, carburo o grafeno. Datos técnicos abrumadores que impresionarán a los amantes del subgénero.

«Si Rama es un mundo muerto, o deshabitado, […] se encuentra en la posición de un arqueólogo que descubre las ruinas de una cultura desaparecida. […] Ejemplos obvios son Schliemann en Troya y Mouhot en Angkor Vat».

No pude evitar recopilar la anterior frase, ya que en mi primera novela —y única novela hasta la fecha, «Smoking Dead», me perdonaréis ser autorreferencial— también recogí esa mítica ciudad, Angkor, como parte del entramado de fondo aunque fuera solo como una referencia sutil y lejana.

«Según los libros de historia hubo una época en que la antigua organización de las naciones Unidas estaba formada por 172 miembros. Los Planetas Unidos tenían solo siete, y eso ya era causa de suficientes problemas».

Y si antes comenté que el tono de Clarke era frío desde luego destila ironía y una crítica, como solo un autor de anticipación —por llamar al género de alguna manera— en frases destiladas con cierta mala baba critica nuestros procederes actuales.

«Él no era de los que se resignaban a una aquiescencia pasiva».

(+1) Punto Aquiescente para Arthur C. Clarke
Como no, un autor que usa la superfragilística palabra Aquiescencia en su novela merece, además de los mencionados tres permios anteriores, el Punto Aquiescente (+1); galardón tan o más prestigioso que los anteriores, y si no pregúntenles a los habitantes de Rama. ¡Ellos se lo explicarán si es que pueden dar con ellos!




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Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


domingo, 9 de agosto de 2020

«[...] antes de adentrarme en la arena y mientras me desato las bambas, encuentro un periódico en el que una mujer menuda y etérea flota en el fondo de un mar azul, aterciopelado y apremiante, con las extremidades rígidas y la espalda arqueada hacia atrás [...]»


Capítulo VII. Camino del río.

—Suficiente —anunció Utla levantándose de golpe de la silla—. Seguidme.
Con pasos cortos, pero decididos, atravesó la taberna y salió a la calle.
—¿Siempre es así? —preguntó Nils.
—a mí no me preguntes. le conozco hace poco.
En el local solo quedaban el grupo de hombres que jugaban a naipes y, en la mesa de las mujeres, restaba la chica del sombrerito que, con ojos mal disimulados, miraba en dirección a Nils. ¡No nos mira nosotros! ¡Le mira a él! La jovencita del sombrero de paja blanco seguía con atención los movimientos del muchacho, en especial cuando Nils introdujo la mano en el bolsillo de su pantalón, notó que la pupila de la jovencita se agrandaba mientras Nils introducía su mano en la hendidura de tela, sacaba una moneda y la depositaba encima de la barra. Cuando cruzaron de punta a punta la taberna, Nils encabezando la comitiva, ella detrás y Utla el último, se fijó en la joven que ni siquiera reparó en los dos últimos, sino que continuó su indiscreto espionaje sobre la persona del muchacho, ajeno a tal examen. ¿Por qué razón lo miraba tanto? ¡No entiendo a estos seres! Nils se despidió del tabernero levantando la mano y este emitió un gruñido en respuesta.
En la calle, Utla esperaba tranquilo, mirando de frente a la puerta de la taberna.
—¿Más despejado? —fue la primera pregunta de Utla.
—¡Eh…! Sí.
—¿Dispones de alguna embarcación? 
—Puedo conseguir un pequeño bote, ¿para qué lo necesitamos?
—Todo a su tiempo.


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Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

miércoles, 5 de agosto de 2020



«Todo esto sucedió,
más o menos».


La fotografía de la superficie lunar, añadida como cabecera de este resexpósibro, no es casual, Kurt Vonnegut estuvo en Dresde durante la Segunda Guerra mundial allá por 1945. Esta ciudad alemana, Dresde, fue bombardeada la noche del 13 de febrero en un ataque sin precedentes que duró varios días y en el que murieron más de 40.000 personas, dando paso a una ciudad asolada.

«Concédeme, señor serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las que sí puedo y sabiduría para distinguir las unas de las otras».

Un soldado norteamericano, un muchacho de diecisiete años sin apenas habilidades militares, se encontraba capturado por los alemanes; consiguió sobrevivir de milagro a la carnicería de aquella noche. Era el jovencito era Kurt Vonnegut y sintió que debía escribir una historia catártica que le liberara de las pesadillas de aquellos días.

Cuando el joven Kurt anduvo por el paisaje desolado, caliente todavía el suelo, le recordó a la superficie lunar, un terreno donde se hundía al caminar por entre los escombros.

«Sobre la puerta del edificio había un número inmenso. Era el número cinco. Antes de que los americanos entraran, el único guarda que hablaba inglés les recomendó que se acordaran de su nueva dirección para el caso de que se perdieran en la gran ciudad. La dirección era: “Schlachthof-fünf”. Schlachthof significa matadero. Fün, el viejo y querido número cinco».

No deja de ser significativo, si se quiere leer un macabro juego de palabras, que «Fün» en alemán signifique Cinco, pero que en inglés «Fun» signifique Diversión. Matadero Cinco se convierte por una pareidolia lingüística en Matadero Diversión; desde luego, si no es algo intencional, el subconsciente de Vonnegut resulta ser de una genialidad aterradora.

El libro presenta un arco argumental no lineal en el que los sucesos, viajes temporales y extraterrestres incluidos, resultan difíciles de ubicar en un principio: el personaje salta al día de su boda, al día de su muerte, cuando era pequeño antes de la guerra, cuando ejercía como óptico, etc. A medida que el lector avanza en su lectura la dificultad lectora se desvanece, puesto que el brillante Vonnegut desvela más y más información, jugando de manera magistral con la dosificación de información en una ascensión propia de las novelas de anticipación: primero te informo, esto sucederá; en un segundo peldaño añade más capas de información; para finalmente y según avanza la trama desvelar en profundidad los detalles de las distintas situaciones pantemporales que con anterioridad había informado (al estilo de «Trampa 22» de Josep Heller).

«Yo soy tralfamadoriano, y veo el tiempo en su totalidad de la misma forma que usted puede ver un paisaje de las Montañas Rocosas. Todo el tiempo es todo el tiempo».

El libro se enmarca en el género de Ciencia Ficción, pero claramente es un libro antibelicista con una poderosa carga moral. El retrato del niño en portada alude al hecho de que muchos jovencitos fueran enrolados sin apenas preparación militar, no es de extrañar el subtítulo que puso Vonnegut a su obra, La cruzada de los inocentes, doblemente alusiva a otro hecho histórico que no desvelaré aquí.

De nuevo, un libro que supuso un tremendo impacto en su época y que sigue causando auténtica fascinación hoy en día. 

Muy recomendable este relato temporalmente tralfamadoriano.

«Así es».


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Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

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