Nils los guio hasta el muelle riberense donde embarcaciones
de distinta eslora se mezclaban en el lugar agrupadas por tamaños, las más
grandes reposaban expuestas en mitad del río y las pequeñas cercanas a la
orilla, incluso algunas descansaban encima de la arena. El muchacho se acercó a
un joven que, sentado en tierra, hilaba una red. Intercambiaron unas palabras y
el que hilaba señaló un pequeño bote amarrado a un bolardo, una de las tantas
columnas de madera que amarraban con gruesos cabos distintos botes. Después de
solicitar el pequeño navío a su amigo, Nils, Utla y ella, se acomodaron en el
interior de la embarcación. Utla saltó sobre la proa y, situado de pie al
frente de la embarcación, se asió con una mano al caperol, un pequeño saliente de
madera situado en la cabecera de la nave, y, con la otra mano libre, señaló río
abajo. Nils se encogió ante el bufonesco gesto del enanito y, viendo los
reparos de ella por embarcarse, le ofreció la mano para ayudarla a bajar. ¡Un
gesto amable, menos mal, empezaba a pensar que era un bruto!
—gracias.
Agarrada a la mano dio los primeros pasos en firme y, una
vez sentada en la bancada posterior, el muchacho dio un salto igual de ágil que
el de Utla y se sentó en la bancada libre de en medio. Sin más dilación, Nils
encorvó la espalda y agarró los remos.
—¿A dónde nos quieres llevar, enanito?
Sin esperar respuesta, el muchacho colocó los dos remos
sobre las chumaceras, unas pequeñas hendiduras semicirculares, recubiertas de
cobre y talladas a los lados del bote, sobre ellas colocó los luchadores de los
remos, dos anillas de caucho engarzadas alrededor de cada palo que, puestas de
esa manera sobre el cobre, reducirían la fricción y le facilitarían bogar. A
pesar de la inacción a bordo de la barquita, el constante oleaje del río
impelía al bote de un lado a otro, el vaivén producía un movimiento mareoso,
muy molesto que, a la larga, podía inducir a las náuseas. ¡A ver si acaba el
viajecito este!
—Río abajo —dijo Utla.
Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia
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