domingo, 16 de agosto de 2020



«Ea, ea, que el que no embarca no se marea»

Nils los guio hasta el muelle riberense donde embarcaciones de distinta eslora se mezclaban en el lugar agrupadas por tamaños, las más grandes reposaban expuestas en mitad del río y las pequeñas cercanas a la orilla, incluso algunas descansaban encima de la arena. El muchacho se acercó a un joven que, sentado en tierra, hilaba una red. Intercambiaron unas palabras y el que hilaba señaló un pequeño bote amarrado a un bolardo, una de las tantas columnas de madera que amarraban con gruesos cabos distintos botes. Después de solicitar el pequeño navío a su amigo, Nils, Utla y ella, se acomodaron en el interior de la embarcación. Utla saltó sobre la proa y, situado de pie al frente de la embarcación, se asió con una mano al caperol, un pequeño saliente de madera situado en la cabecera de la nave, y, con la otra mano libre, señaló río abajo. Nils se encogió ante el bufonesco gesto del enanito y, viendo los reparos de ella por embarcarse, le ofreció la mano para ayudarla a bajar. ¡Un gesto amable, menos mal, empezaba a pensar que era un bruto!

—gracias.

Agarrada a la mano dio los primeros pasos en firme y, una vez sentada en la bancada posterior, el muchacho dio un salto igual de ágil que el de Utla y se sentó en la bancada libre de en medio. Sin más dilación, Nils encorvó la espalda y agarró los remos.

—¿A dónde nos quieres llevar, enanito?

Sin esperar respuesta, el muchacho colocó los dos remos sobre las chumaceras, unas pequeñas hendiduras semicirculares, recubiertas de cobre y talladas a los lados del bote, sobre ellas colocó los luchadores de los remos, dos anillas de caucho engarzadas alrededor de cada palo que, puestas de esa manera sobre el cobre, reducirían la fricción y le facilitarían bogar. A pesar de la inacción a bordo de la barquita, el constante oleaje del río impelía al bote de un lado a otro, el vaivén producía un movimiento mareoso, muy molesto que, a la larga, podía inducir a las náuseas. ¡A ver si acaba el viajecito este!

—Río abajo —dijo Utla.



Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

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