miércoles, 12 de agosto de 2020


«Tarde o temprano tenía que suceder».


Así es, en algún momento u otro —quizá no— se produzca el temido o esperado primer contacto con algún ser, material o forma de vida extraterrestre; y eso es lo que Arthur C. Clarke refleja en esta maravillosa historia ganadora en 1974 de los prestigiosos premios de ciencia ficción: Hugo, Nébula y Locus. Rama un, ¿vehículo?, ¿cometa?, ¿planeta?, enorme que visita nuestro particular vecindario cósmico.

«En verdad, la estrella que el viejo Wells describía no era fría sino incandescente, y provocaba la mayor parte de la destrucción por el calor. Eso importaba poco; aun cuando Rama fuese un cuerpo frío que sólo reflejara la luz del Sol, podía causar la destrucción por la fuerza de gravedad tan fácilmente como por medio del fuego».

Y si Wells describía a la vieja estrella como incandescente, el tono usado por Clarke para la novela es frío, distante con los personajes y sus preocupaciones, pero es que eso no importa. Es Rama, en toda su inmensidad, el protagonista indiscutible de la trama; así, las simples hormigas humanas que pululan por él, que lo estudian, que lo analizan, y que llevan a cabo más tareas de las que no quiero acordarme; son justamente hormigas humanas curiosas, provenientes de los distintos planetas colonizados del viejo sistema solar que unidas se afanan en descubrir los misterios ocultos de este cuerpo celeste que nos visita.

«Rama era silencioso como una tumba… y quizá fuera eso en realidad».

¿Y qué es Rama? El arco argumental de la novela pasa las páginas intentado dar respuesta a esa pregunta, si lo consigue o no es algo que cada cual deberá leer; lo que sí puedo adelantar es que si te gusta la ciencia ficción no te defraudará, pero ¡ojo!, es ciencia ficción dura, de la dura dura, aun más que cualquier diamante, carburo o grafeno. Datos técnicos abrumadores que impresionarán a los amantes del subgénero.

«Si Rama es un mundo muerto, o deshabitado, […] se encuentra en la posición de un arqueólogo que descubre las ruinas de una cultura desaparecida. […] Ejemplos obvios son Schliemann en Troya y Mouhot en Angkor Vat».

No pude evitar recopilar la anterior frase, ya que en mi primera novela —y única novela hasta la fecha, «Smoking Dead», me perdonaréis ser autorreferencial— también recogí esa mítica ciudad, Angkor, como parte del entramado de fondo aunque fuera solo como una referencia sutil y lejana.

«Según los libros de historia hubo una época en que la antigua organización de las naciones Unidas estaba formada por 172 miembros. Los Planetas Unidos tenían solo siete, y eso ya era causa de suficientes problemas».

Y si antes comenté que el tono de Clarke era frío desde luego destila ironía y una crítica, como solo un autor de anticipación —por llamar al género de alguna manera— en frases destiladas con cierta mala baba critica nuestros procederes actuales.

«Él no era de los que se resignaban a una aquiescencia pasiva».

(+1) Punto Aquiescente para Arthur C. Clarke
Como no, un autor que usa la superfragilística palabra Aquiescencia en su novela merece, además de los mencionados tres permios anteriores, el Punto Aquiescente (+1); galardón tan o más prestigioso que los anteriores, y si no pregúntenles a los habitantes de Rama. ¡Ellos se lo explicarán si es que pueden dar con ellos!




Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


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