domingo, 22 de febrero de 2015


Érase una vez,

       un duende que vivía en lo más profundo de Bosque Oscuro. Se llamaba Tsinränzon. Era un duende de baja estatura, nariz redonda, ojos saltones y en su enorme boca dos largos dientes resplandecían como sendos fanales. Llevaba siempre un sombrero de paja y vestía como un campesino de Trigo Alto. Su aspecto distaba de ser elegante a diferencia del de sus parientes de Bosque Claro. Gruñía por naturaleza aunque no era arisco con los animales que vivían en Bosque Oscuro.

Todas las mañanas surgía de entre las raíces de su endrino y tomaba una pequeña druna de color violáceo y sabor agridulce para desayunar.

Paseaba por el bosque recolectando corazones rotos. En ocasiones esta búsqueda lo llevaba a la linde del bosque, donde la vegetación se aclaraba y podía observar con detenimiento “Donde los humanos”, un lejano poblado habitado mayoritariamente por estos seres.

Bosque Oscuro era conocido entre los humanos por ser depositario de las desesperanzas de su especie. Así pues, una larga lista de humanos con carácter innoble: desterrados, desesperados, aborrecedores, suicidas, depresivos, agresivos y muchos otros, acababan sus días debajo de las oscuras ramas de Bosque Oscuro.

Tsinränzon recogía los corazones de aquellos cuerpos humanos sin vida y los depositaba en una bolsa confeccionada con piel de Moscho. Esta especie poseía la cualidad de ser muy peluda y prolífica, una vez al año mudaba toda su pelambre, con lo que no era de extrañar encontrarse por todo Bosque Oscuro cantidades ingentes de pieles de Moscho, muy útiles cabe decir todas ellas, para la fabricación de toda clase de enseres.

Un día, Tsinränzon, estaba caminando cerca del manantial de la tristeza absoluta. A los pies del manantial se formaba una pequeña charca de aguas cristalinas que desembocaba, después de un corto trecho, en el lago de la desesperación. Allí, al inicio del manantial, vio a una joven muy bonita, vestía una azulada falda larga y su cabello negro, recogido en una bella trenza, caía élegamente por su hombro. La joven lloraba desconsoladamente.

—¿Qué haces aquí muchacha? Este no es lugar para ti —carraspeó molesto Tsinränzon por la intrusión de aquella humana.

—Mi amado se ahogó en estas aguas. Pero algo en mi interior me dice que no mire en ellas.

—Haces bien en no mirar niña —gruñó Tsinränzon— si miras en dirección a su profundidad desesperarás y acabarás convertida en pequeñas gotas de agua.

La muchacha, que físicamente no era tan niña, levantó la cara del suelo.

—No puedo vivir sin mi amado, pero —tragó saliva— no quiero morir. ¿Qué debo hacer?

Tsinränzon se rascó la barba.

—Por lo pronto sígueme a mi hogar. Se acerca la noche y los Aphrapordantes salen al caer el sol. No son peligrosos para mí, pero se apoderan con facilidad del espíritu humano y lo consumen.

Tsinränzon tendió su mano callosa a la muchacha. La mirada de la joven reflejaba un claro síndrome de desolación amorosa, sin embargo Tsinränzon observó fijamente el interior de aquellas frías pupilas, y creyó ver un brillo extraño, como una determinación desconocida e impropia en aquella muchacha que no debería estar dentro de ella.

La muchacha aceptó aquella mano callosa, repleta de arrugas, y se levantó.

Pasaron la noche debajo del endrino, el hogar de Tsinraänzon. Aunque en la superficie terrestre el endrino apenas mide una decena de palmos y posee la apariencia de un arbusto de escasos metros, sus raíces son alargadas y forman cavidades gigantescas, donde duendes, gnomos, criaturas mágicas, seres oscuros o subterráneos construyen sus moradas.

La muchacha seguía cada día a Tsinränzon en su trabajo matutino. Recolectaban juntos una media de uno o dos corazones humanos al día. Un poeta de versos depresivos, una mujer embarazada y sin esposo, un rey exiliado por sus enemigos, una anciana sordomuda acusada de brujería, una pareja de adolescentes huidos en su desesperado amor, un soldado sin piernas, el antiguo embajador de Nicosan caído en desgracia, un niño huérfano de madre. No siempre los encontraban al lado del manantial de la tristeza absoluta, en ocasiones sus cuerpos sin vida descansaban en las orillas del lago de la desesperación, del pozo sin nombre o cerca de los acantilados de la depresión.

—Tsinränzon, ¿qué nos empuja a los humanos a venir a Bosque Oscuro?

—Hay muchos motivos niña —Pero no añadió nada más. Tsinränzon aún la trataba como si fuera más joven de lo que realmente era.

—Tengo dentro de mí una pena inmensa. Cada día quiero ver el fondo de esas aguas cristalinas, pero tengo miedo. ¿Cómo podría salvarme de esta sin razón?

—Podrías vivir sin corazón —argumentó Tsinränzon.

—NO —respondió con temor la muchacha— ,conozco una leyenda atroz acerca de un Rey que vivió carente de corazón, creo que se llamaba Gudú, y me estremezco cada vez que la recuerdo. Preferiría morir que vivir sin corazón.

Tsinränzon miró a un lado del camino.

—También hay otra opción.

—¿Cuál es?

—Aprender a cambiar tu envenenado corazón de amor.

La niña quedó pensativa mirando fijamente a los ojos del duende que la miraban compasivamente.

—¿Cómo puedo aprender eso? —contestó finalmente la muchacha.

—No se aprende, ni se enseña, tampoco está escrito en ningún libro, ni existe ningún Maestro de tal arte. Debes tan solo desearlo, quererlo, solo entonces destruirás tu corazón envenenado. El resto será cosa tuya.

La muchacha quedó pensativa.

Pasaron los días, las semanas, los meses, las estaciones, y tres ciclos completos de cada uno de ellos. La muchacha había crecido aún más.

Un día la muchacha sorprendió a Tsinränzon con una curiosa pregunta.

—Tsinränzon, ¿qué haces con los corazones destrozados que encontramos?

—Niña —insistía Tsinränzon con este tratamiento hacia la muchacha, a pesar de todo lo que impedía dicho tratamiento— ,sí de mí dependiera te lo diría —gruñó— .Pero una maldición me impide contarte nada acerca de ello. Y mejor sería para ti el no llegar a saberlo nunca.

Y así pasaron nuevamente tres ciclos, con sus tres estaciones, sus tres meses, sus tres semanas y sus tres días.

Y una buena noche, la muchacha, desapareció.

Tsinränzon buscó a la muchacha por todo Bosque Oscuro. Cerca del lago de la desesperación, del pozo sin nombre y de los acantilados de la depresión. Después de un par de días abandonó la infructuosa búsqueda. Saboreó una druna de su endrino, rememoró aquel tiempo con la muchacha y siguió con su quehacer diario recolectando corazones rotos.


Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

domingo, 15 de febrero de 2015


Desde la antigua Grecia Euclides constataba su soledad. 1 es la unidad, la identidad, lo indivisible, y debido a su primigenia particularidad nacen todos los números enteros consecutivos a él.

Los demás números tienen propiedades que los agrupan, los definen, forman teoremas, conjuntos o subconjuntos. Sin embargo, el 1 siempre queda aparte, relegado a un confinamiento solitario.

En ocasiones le llaman neutro, porque 1 es el elemento neutro del producto; es decir, cualquier número 'x' multiplicado por 1 vuelve a dar 'x'.

Eso le enfada enormemente.

"¿Neutro?" Se enfurruña a sí mismo.

Incluso el grupo conocido como números primos no le aceptan en su selecto club.

La máxima cruel de este selecto club es tal que así:

Todo número es primo sí y solo sí:
— es divisible por sí mismo.
— es divisible por 1.
y es mayor de 1.

Y con esa última premisa y por alguna clase de maldición no escrita, la convención matemática aparta al 1 del resto de sus hermanos, porque hasta en la ley de los números primos, donde él encajaría tan bien, siguen confinándolo a lo soledad.

Es como si los propios matemáticos se hubieran percatado, quizás inconscientemente, que 1 no solo representa la indivisibilidad, si no la soledad del individuo. Pudiéramos pensar, que conmovidos en plasmar este concepto, los matemáticos hubieran lanzado esta secreta maldición contra nuestro querido 1.

Si las analizamos concienzudamente, en su inmensa mayoría, las inamovibles leyes matemáticas condenan al 1 a la soledad infinita. Siendo infinito un concepto "pragmático" aún por demostrar.

Pero si hay algo que enfada enormemente a 1 es que lo escriban con letras. A 1 no le gusta que le llamen por sus distintos nombres: One, Uno, Une, Um, Unu, Ú...

Prefiere una grafía numérica. 
1

La letra escrita es propia de los humanos y de sus "múltiplos" lenguajes, y aunque la grafía 1 también es invención humana y existen varias, es mucho más universal, más visual, como a 1 le gusta, con esa línea vertical a menudo acompañada de una serif en su vértice superior. ¡Sublime!

"Si tenéis que representarme hacedlo de la manera más única e inequívoca. ¡La que más me guste a mi! ¿O acaso olvidáis que fuisteis vosotros quienes me desterrasteis a esta soledad?"

Y con ese argumento 1 lanza su silenciosa queja.

1 es 1.

Y sólo 1.

Wikipedia Número Uno

Dedicado a mi querido número 1 en su infinita soledad.


Soy Feli, tengo un anuncio jijiji
¿qué cosas tan extrañas escribe UTLA, verdad? jijiji
pero es bonito no entender, lo hace mágico. ^^
besitooos guapísimas y guapísimos.


Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

lunes, 9 de febrero de 2015


"Todo relato tiene una historia detrás de él. Este en concreto se pasó un año en el páramo desierto de mi cuenta de correo electrónico entre centenares de hermanos suyos. 
Quizás os preguntéis, ¿cómo es posible que un año después lo rescatara del olvido?
La casualidad quiso que recientemente un amigo me enviara por email la dirección de un bar donde habíamos quedado para tomar algo. Justamente ese día había recibido una cantidad muy elevada de correos y por simple comodidad introduje la palabra "Bar" en la barra de busqueda de mi asistente de correo. Cual fue mi sorpresa al ver entre el resultado un email mio sin leer. 

¡Que extraño! Los correos que me envio a mi mismo suelen ser historias que cuidadosamente guardo y grabo en el asistente de Blogger al llegar a casa.
Sin embargo, ese email cuyo destinatario era yo mismo, estaba sospechosamente sin leer desde hacía 11 meses.  ???
Abrí el correo, y cual fue mi sorpresa al descubrir a este hijo mio, que por una casualidad del destino, ¿existen acaso las casualidades?, volvió a mi. 
Espero lo disfrutéis."
SBP


Era un muy apacible domingo cualquiera. Mis deseos me habían acercado a uno de los barrios bohemios de mi ciudad. El plan era sencillo. Quería ver dos películas en la misma tarde. Dos estrenos. ¡ Que personaje tan raro soy ! ¿Quien va al cine solo? ¿Habrá otros como yo que se sientan afortunados simplemente contemplando un frío celuloide?

La primera película me apasionó. Un hombre y una mujer. Ella quiere ser actriz y el es el director de un teatro. Una película donde la bellísima interpretación seduce al magnífico guión.

Miré mi reloj, entre sesión y sesión unos casi interminables cuarenta minutos me separaban del ansiado vouyeurismo cinéfilo, algo que todo buen amante del cine lleva muy adentro. Con todo ese espacio de tiempo por delante me aventuré a entrar en un café cualquiera.

Una mesa vacía. Limpia. Recogida. Allí me senté y solicite amablemente un café al camarero. Desparramé todo mi cuaderno de notas y me puse a repasar las anotaciones de mis personajes. ¿No os lo había dicho? Estoy escribiendo una novela. En esa novela un chico se enamora de una chica con cáncer. Se que es algo tópico, pero llevo pensando en eso desde hace tiempo y necesito sacarla de dentro, como quien tiene un picor muy grande y no puede dejar de rascarse.

Enfrascado en el trabajo no veo a una silueta acercarse.

—Perdona. ¿Esta ocupada esta silla?

Levanté mis ojos de las hojas de papel cuadriculado. Una mujer rubia, pelo muy corto y liso. Su delgada cara lucía unos extraños pendientes en forma de mariposa. Me miraba paciente con cierta curiosidad en sus pupilas al dirigirlas a mi cuaderno. No era voluptuosa, pero poseía la gracia de la feminidad en sus formas. Las sombras en el cristal de sus gafas no me dejaban adivinar el color de sus ojos.

—No, esta vacía, puedes cogerla.

Le respondí despreocupadamente. Y volví a bajar la cabeza a mis escritos.

—Perdona, me refiero a si puedo sentarme aquí. Estoy esperando a una amiga y el bar esta lleno.

Soy muy tímido con las mujeres bonitas. Para ser exactos soy muy tímido en general. Pero esta chica parecía un ángel, así que esa alusión proporcionó alas a mi imaginación rompiendo la barrera de mi autoimpuesta timidez.

—Me encantaría que un ángel se sentara al lado mío —me sorprendí a mi mismo al responder con esa galantería.

La chica me miró como si le hubieran pisado el dedo gordo del pie. Pero pasado ese estupor de incredulidad inicial lanzó una pequeña sonrisa auténtica, esa primera sonrisa fascinante que te regala cualquier mujer después de una frase valiente. Retiró rápidamente la silla y se sentó mientras mascullaba un tímido gracias. Y yo volví a bajar la cabeza a mis escritos.

Estuvimos un rato sin decirnos nada. Don cobarde volvió a realizar acto de entrada en el bar purgatorio. Ella rompió el silencio.

—¿Que haces? ¿O es un secreto?

—Escribo una novela.

—¿Y de que va?

—Eso si es un secreto.

Lanzó otra sonrisa. En esta entrada triunfal al bar purgatorio quien sabe donde acabarán nuestros destinos. Su rostro lucía el encanto de una sonrisa angelical.

—¿Te gusta leer? —me preguntó con sus ojos codiciosos de una respuesta afirmativa.

¿Porque toda la gente que escribe novelas tiene que haber sido lectora previamente?

—No. De hecho detesto con enorme profundidad los libros. Si por mi fuera crearía un grupo especial de bomberos que fueran casa por casa con el único cometido de quemar todas las bibliotecas y librerías personales. Fiuuum. Emulé el sonido de un lanzallamas. Fiuuum. Todo quemado. Fiuuum. Se acabaron los libros.

Me callé y me quedé muy serio mirándola fijamente. Su cara mostraba la sorpresa propia de alguien enfrente de un demente. ¿Caeria tan pronto en mi sutil trampa? ¿o sería tan buena lectora, ella, que se jacta haciendo LA pregunta a los demás ?

De repente su faz cambio de expresión radicalmente. Comenzó tímidamente a reír.

—Eso es Farenheit 451 señor novelista. Es usted un plagiador.

Su risa tenía el encanto de la sinceridad. Una risa limpia. Se quitó las gafas de su rostro, y sus pupilas brillantes como estrellas brillaron ante mí. Ese era el resplandor de la alegría. Vemos en los demás lo que anhelamos ver en nosotros mismos.

Si, es cierto, esto es el purgatorio y yo estoy con un ángel.

Estuvimos unos minutos hablando de la venganza de Edmond dantes, del ambicioso y pobre capitán Acab, de la impotencia de Gabriel Conroy. Aunque no estuvimos de acuerdo ante Madame Bobary, para mi una ingrata para ella una amante de la vida. Y reímos. Y sin embargo descubrimos que a los dos nos encantaban los mosqueteros. Acercamos nuestras almas en un dialogo mágico de palabras e historias escritas por otros. Creando un diálogo único en mundos mágicos donde todo es posible.

—Tu amiga tarda en llegar.

Esa pregunta le cambió el rostro. Formulé la pregunta incorrecta en el momento inoportuno. Algo cambió en ese instante, como si ella hubiera vuelto al cielo de donde había salido y ya no estuviera en este bar.

—Siempre llega tarde. Es mi mejor amiga. Le puedo perdonar todo.

Miré el reloj. Ese cambio percibido parecía haber destruido la efímera confianza en mi castillo de naipes repleto de ilusiones.

No se como conseguí extraer el valor de algún lugar remoto y olvidado.

—¿Te puedo invitar a tomar un café otro día?

Su mirada era seria. Glacial. Daba la sensación de estar a punto de echarse a llorar.

—No. Lo siento. No será posible.

—No lo entiendo. Nos caemos bien, ¿porque una chica guapa, encantadora y simpática como tu no podría querer tomar un café conmigo?

Me salen las palabras en un aluvión sincero tropezándose las unas contra las otras.

—No puedo —Realiza una breve pausa— , es mejor que no conozca a nadie. Que no de esperanzas.

—No lo entiendo. ¿Qué hay de malo en conocer a gente nueva ? ¿Qué daño hay en dar esperanza?

No era una conversación airada. Era la llamada de desesperación picando a la puerta de mi desbocado corazón. Ese sentimiento cercano cuando la desgracia aparta de nosotros algo que podríamos haber obtenido por muy poco. Eso es el purgatorio, un lugar cercano al cielo.

—No es por mi. Es por ti. Tengo cáncer. Una metástasis incurable. Me quedan menos de un par de meses.

Mis ojos se paralizaron en sus labios. De todas las excusas que me han dado en mi vida, era sin lugar a dudas la más cruel. Ojala fuera mentira. Pero aquella punzada que atravesó todo mi estomago presentía la triste verdad.

Y esos ojos acuosos que me miraban detrás de esas gafas de ángel.

—Yo...

Balbucear siempre se me ha dado bien. ¿Qué cojones ha pasado con los finales felices? ¿Porqué la vida es tan cruel ? El cielo sólo estaba a un par de metros.

—¿Te molesta este caballero? —Una voz femenina anuncia su presencia detrás mío.

—No estimada amiga. Ya se iba, ¿verdad? Espero que seas muy feliz en tu vida. Gracias por regalarme estos minutos tan preciosos.

Sus ojos continuaban acuosos, mirándome enrojecidos a través de sus gafas, triste escudo para esconder su impotencia.

Su amiga de pie no sabía si empujarme o preguntarme que demonios pasaba allí.

Me quedé un breve lapso mirándola fijamente a los ojos.
No pudiendo levantarme de mi silla.
Me fue imposible.

Pues en aquel instante me quedé eternamente en el bar purgatorio por un sueño que nunca se realizó.

93% Imaginación, 7% Realidad


Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

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