miércoles, 30 de septiembre de 2020



«Dar con el momento histórico en el que el ábaco alcanzó la Razón es igual de difícil que dar con el momento en el que el mono se transformó en hombre»


Stanislaw Lem, filósofo y escritor de ciencia ficción, bien hubiera añadido a sus cualidades ser compositor, pues escribe sus libros como melodías, de una belleza, musicalidad y profundidad que ninguna partitura habría de envidiar. Une las palabras tal notas, acordes y arpegios, en virtuosos alardes de composición que bien podrían escucharse sus obras como piezas musicales.

«[…] la Evolución es un jugador imperfectamente ordenado; porque no solo comete errores, sino que no se limita a ninguna táctica de preferencia a la hora de competir con la Naturaleza: apuesta por todos los campos posibles, de todas las formas posibles».

Ciñéndonos al libro actual, Golem XIV es una moderna epopeya escrita en prosa donde el agudo escritor nos desvela a una Inteligencia Artificial, Golem XIV, que supera a sus creadores. No es casualidad que el título, Golem, aluda al famoso ser de arcilla famoso en la mitología judía, pero es este Golem un ser distinto a ese, no nacido del barro, sino del silicio y el plástico.

«El ser humano no es capaz de formular todos los conocimientos que debe a sus experiencias personales […] nos consideraba “inteligencias aprisionadas por la corporeidad”».

Golem XIV es la decimocuarta versión de una máquina creada por el MIT con dinero del servicio de defensa de Estados Unidos. La premisa no es nueva, pero sí las ideas que pululan en torno a la vasta inteligencia de la máquina que, por mano de Lem, nos deslumbra con su sabiduría y su ecléctica visión de la humanidad. Nada se le escapa al GOLEM. Nada se le escapa a Lem.

«Vuelvo a la historia de la humanidad como historia de ilusiones efímeras».

Es Golem XIV, en mi humilde opinión, un libro complicado de leer, pues lejos de Solaris, Lem no nos presenta en este libro una novela fácil de digerir, es un ensayo filosófico sobre la propia visión de Stanislaw Lem sobre la humanidad, el conocimiento y el homocentrismo, una crítica, una advertencia y una profecía sobre el futuro y lo que obtengamos de él cuando construyamos una máquina pensante con la capacidad de cálculo del GOLEM.

«[…] la dificultad no solo reside en el hecho de que no conseguiréis subir a mi montaña, sino también en que yo, entero, no podré bajar hacia vosotros porque, al descender, pierdo por el camino lo que se suponía que tenía que entregaros».

¿De qué nos habla Lem en este libro? De la vida, de la humanidad, de la inteligencia, de la evolución, de la búsqueda, de términos inasibles y, por tanto, inalcanzables en sus cotas más elevadas, pero sobre todo nos habla de ese placer humano al sentir vanagloria ante nuestros logros, y el GOLEM nos rebaja, la vanagloria de ser una mota de polvo en el inmenso universo.

«La primera obligación de la Inteligencia es la desconfianza hacia sí misma».

No somos nada, sería el resumen que lanza la máquina pensante, un corolario del propio Lem quién necesitó crear al Golem XIV para no irritarnos en exceso con sus elucubraciones ni dañar nuestro frágil ego humano.

«Cogito ego Golem Lem».


Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

miércoles, 23 de septiembre de 2020



«Los primeros árboles que recuerdo haber conocido bien fueron los manzanos y los perales que había en el jardín de la casa en que crecí»


Memorias, ensayo y algo de estudios literarios; son algunos de los temas que nos trae la editorial Impedimenta. Su autor, John Fowles, nos regala esta delicia de libro, en él reflexiona lo que significa la naturaleza, la sociedad y, de paso, nos los explica con ejemplos de su cotidianidad a lo largo del devenir en su vida.

A Fowles y su familia les tocó vivir la Segunda Guerra Mundial; antes de que tan terrible acontecimiento ocurriera, su padre poseía en el patio trasero de su casa manzanos y perales, en ese pequeño jardín ubicado en un barrio de los suburbios de Londres su progenitor cultivaba árboles que ganaban premios por la calidad de sus frutos y del cuidado que les profesaba. John Fowles deja claro que su padre, a su manera, amaba a los árboles, pero mientras que para el padre sus afectos se traducían en atenciones mercantilistas u objeto de prestigio, para John era diferente…

«No es que no comparta el apego que mi padre sentía por sus fértiles objetos de devoción […]. Pero debo confesar que mi interés real se centra en la composición que forman los árboles en su conjunto […], ese coral verde que descubro en los bosques reside el auténtico significado de la experiencia […]. Creo que incluso podría hablar de la verdad».

Para John Fowles adentrarse en una arboleda reviste cierto misticismo, frase que entrechoca con los conocimientos científicos, pues la ciencia tiende a una excesiva pormenorización de los elementos estudiados, sin pararse a la contemplación, como el propio John Fowles deja escrito.

«Ponerles nombres a las plantas siempre implica categorizarlas y, por tanto, proceder a su recogida en un intento de poseerlas. […] sucede que esos nombres y los objetos a los que se vinculan pasan a estar obsoletos muy pronto […] Todo esto constituye el triste legado de la ciencia victoriana, tan obsesionada por la maquinaria y la taxonomía».

En el libro, El árbol, Fowles nos explica su vida de manera que profundiza en su intimidad y pensamientos, acercándonos de esa manera más aún a sus objetos de deseo; según avanza la lectura nos habla de muchas leyendas en torno a los bosques, de curiosidades acerca de los árboles y cita y comenta a otros autores de ficción como es el caso de Raymond Chandler en el que capta una similitud en la urbanidad vs la naturaleza. Raymond, según Fowles, traslada la maldad intrínseca de una naturaleza sin Dios a la arquitectura urbana creando en el proceso a un detective privado que, puesto sobre la jungla de asfalto, debe sobrevivir a la malvada ciudad como el hombre prehistórico debía sobrevivir al malvado bosque. Sin lugar a duda una excelente similitud que amplía con una explicación histórica.

«En el siglo XVII, […] el bosque era claramente el símbolo del mal. […] De esta forma, la Iglesia podía lamentarse de las ansias con que el público había aceptado las leyendas salvajes relacionadas con el adulterio, la magia, el misterio […] la maldad intrínseca de una naturaleza sin Dios».

Extenderme más en este libro sería una delicia, pero las resexpósibros nacieron con afán de ser útiles y breves, y ya conocemos el dicho: «lo bueno si breve, dos veces bueno».

Os invito a la lectura de este fascinante libro, cercano a cualquier lector que sienta cariño hacia nuestros congéneres planetarios: los árboles. Seres que comparten espacio con nosotros en el planeta Tierra y a los que no siempre tratamos tan bien como debiéramos.



Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

viernes, 18 de septiembre de 2020


«Solo existe el amor (3.0)»


Estimados:

En 2016, cambié la apariencia del blog, la conocida por todos vosotros hasta ahora, pero a finales del año pasado me rondó la idea de airear el blog, vestirlo con una nueva plantilla, y eso hice.

Me llevó bastante tiempo, primero indagué webs de plantillas para Blogger que me gustaran, durante dos semanas sopesé varias plantillas candidatas y, finalmente, escogí esta. Debo reconocer que el diseño estaba basado en un blog de recetas de cocina, pero, sin dejarme influir por el contenido, las dos columnas laterales, el carrusel central de imágenes y el formato de las entradas me atrajo desde un principio, además de que mejoraba ciertas cuestiones técnicas sobre el contenido de las entradas que no me gustaba del antiguo formato.

Después de escoger la plantilla definitiva, lidié con las vicisitudes que representa el HTML, el CSS, el JavaScript y los widget de Blogger con sus respectivas complejidades tecnológicas. Aunque no me incluiría como persona a la que le cueste la tecnología, los constantes cambios y el persistente avance informático, dejan a cualquier ser obsoleto en cuestión de años, en depende que tecnologías  incluso hasta meses.

En todo caso, para parapetar al blog de posibles errores, creé un blog paralelo de Pruebas, al que llamé «Un tranquilo lugar de aquiescencia (TEST)», y en él empecé el desarrollo para no afectar al blog de real (este).

Al principio pensé que me llevaría poco tiempo, pero he estado cerca de tres meses, opciones que no salían como yo quería, formato de fechas extraños, cambiar la imágenes del carrusel, añadir información aquiescente relevante del blog, el menú, los iconos de redes sociales, etc.

Finalmente, y por dejar constancia, así era…




Espero que el cambio os guste.
A mí me encanta.
Abrazos cordiales.

Esto es verdad,
y no miento,
y como me lo contaron,
os lo cuento. ;->


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Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

domingo, 13 de septiembre de 2020


«El ingeniero y químico francés Philippe Lebon, patentó su invención de la aplicación de gas para el alumbrado público. Le dio el nombre de termolámparas a sus aparatos de alumbrado económico»

Después de amarrar el bote en el mismo madero de la mañana, se adentraron en la penumbra de las calles. Falkenberg vestía el velo de la semioscuridad nocturna, pues las termolámparas de gas, diseminadas a lo largo de la empedrada calle, apenas alumbraban. No había un alma a esas horas. Se alejaron de la principal vía y se adentraron por callejuelas de tierra alisada en un barrio de casas pobres construidas con madera. Era el barrio de los pescadores, se podía intuir por los remos, las cañas de pesca y las redes que colgaban en paredes o tiradas en el suelo. En el exterior de bastantes casas colgaban candiles en los porches que, con débiles llamas, facilitaban la orientación en el intrincado laberinto de oscuridad. «Dormirás en casa de una amiga». Repitió el muchacho y ella encogió los hombros, le daba igual donde dormir, tenía mucho sueño, había sido un día largo y fatigoso. Se acercaron a una edificación, un poco más alargada que las demás, situada sobre un promontorio de piedras. Nils picó en la puerta tres veces y, para su sorpresa, al abrirse la puerta reconoció en su futura, e inminente anfitriona, a la chica del sombrero de paja blanco, la chica de la taberna que no hizo más que observarles.

—Buenas noches, Linn —dijo Nils—. ¿Puedo pedirte un favor?

La joven, todavía vestida como en la taberna con su sombrero blanco y demás parafernalia, asintió; no sin escrutar antes al hombre que acompañaba a Nils, un hombre alto que vestía chaqueta marrón, bombín y un bastón, y, como no, también a ella, la mujer que completaba el trío y que a ojos de su anfitriona iba vestida con una falda plisada y una blusa blanca estampada con flores. En ella reparó un poco más la mirada. Nils continuó:

—Son unos amigos. Han venido a verme, pero ya sabes que pequeño es la habitación donde vivo. ¿Puedes alojarla a ella? Serán pocas noches…

La escrutadora mirada dio paso a una sonrisa:

—Sí, sí, claro, Nils. Por favor, pase, pase. —Le indicó a ella deshaciéndose en gestos con las manos mientras los dos hombres, cumplido su objetivo, se despidieron y dejaron solas a las dos mujeres—. Me llamo Linnéa Flodgren. Soy profesora de esta escuela popular. ¿Cómo se llama usted?
Tragó saliva, ¿qué nombre le había asignado Utla en el puente? ¿Alva? ¿Agda?, se giró, pero era tarde para solicitar ayuda, las sombras de Utla y Nils se alejaban por la calle de tierra. Linn cerró la puerta y se la quedó mirando, esperando una respuesta. ¡Asa! Eso era. ¡Asa!

—¡asa! me llamo asa.

Linn asintió un tanto impresionada por aquel ímpetu en la contestación.

—Se le ve agotada. ¿Tiene hambre? ¿El cabezahueca ese de Nils les ha dado de comer? 

En ese momento un rugido de tripas surgió de su vientre e inundó la estancia. Se llevó avergonzada una mano a la boca y otra al estómago. Linn contuvo una risa, las cejas desmarcaron el arqueo felino y una creciente sonrisa vistió de afabilidad el rostro de su anfitriona. ¡Cuando no mira ceñuda es más bonita!

—Sígame, tengo un poco de pastel de salmón que sobró del mediodía. ¡Ais, este Nils…! Nunca sabrá tratar a una dama.


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Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

miércoles, 9 de septiembre de 2020

«Seguramente habían calumniado a Joseph K., pues, sin que nada malo hubiera hecho, fue detenido una mañana».

Esta obra, El proceso, es la historia de una venganza, graciosa, personal y transcendente de Franz Kafka contra el mundo del derecho; y es por ser, él mismo, parte de ese mundo —se doctoró en derecho en la universidad de Praga en 1906— que somete con sorna y debate la justicia de los hombres al arbitrio de nosotros los lectores. 

Algunas de sus primeras sentencias son clarificadoras, tales como la siguiente:

«La falsa creencia en la seguridad del estado que se preocupa por sus ciudadanos».

De suerte que esta absurdidad, propia de un genio, Kafka, que en sus últimos días, muriéndose, entregó los manuscritos de sus obras a su íntimo amigo y consejero literario, Max Brod, y le conminó que, a su muerte, los quemara. Sería porque ¿pocos lo leían en vida? Quién sabe. En todo caso, su fiel amigo, desatendió esa última petición, y aunque la promesa de amistad fuera traicionada, ello nos ha permitido disfrutar de la escritura de Kafka, un portento no reconocido en vida, pero valorado mucho después. 

«No hay armas contra esta justicia; es obligado confesar. En la primera ocasión, confiese».

Al anterior anecdotario anterior aporto la pregunta que cualquier lector se hace y que también comentamos mucho en el grupo de lectura Letraheridos del que soy asiduo, quizá esa súplica final de Kafka no fuera, después de todo, más que una mascarada, una personificación del teatro del absurdo llamado vida, una solicitud interpretada hasta el final donde, ni el propio Kafka, confiaba en que su amigo cumpliera lo dispuesto. En todo caso, y gracias a esa lealtad en contra de él mismo, tenemos su obra en nuestros días.

«No puedo decir, tampoco, que esté usted acusado: o, más bien, ignoro si lo está. Que está usted detenido es exacto, y no sé nada más».

El Proceso es una burla al sistema judicial. De entrada, Josep K. —el protagonista— nunca llega a leer ni oír la acusación contra él; esta no se pronuncia, no cobra forma en ninguna carta, manuscrito, libelo o pliegue jurídico y ni tan siquiera uno solo de los personajes que aparecen, y aparecen muchos, menciona tan siquiera de pasada en qué consistirá su sufrimiento legal.

«
Josep K.—¿Cómo se entiende que vaya al Banco, puesto que estoy detenido?
Inspector—Usted no me ha comprendido bien. Está detenido, sí, pero eso no impide que cumpla con sus obligaciones. Nadie le prohibirá llevar su vida normal.
»

Así, el tiempo novelístico pasa de palabra en palabra en la inopia del motivo acusador; y ni siquiera al propio afectado parece importarle el porqué de su asunto con la justicia, sino más bien el cómo. No le importa —al lector sí— el origen del crimen, sino como subsanarlo, es esta contraposición, la avidez del lector vs la absolución del personaje, querer saber más vs la pragmática resolución favorable, lo que enfrenta en toda la obra la curiosidad lectora y la habilidad de Kafka por no querer decir.

«¡Hay tantas sutilezas en las que la justicia se pierde! Llega a descubrir un crimen allí donde nunca lo hubo».

Y Joseph K., simplemente nombrado K. la mayoría de veces, es un personaje guiado por una hábil mano, un personaje que recorre los vericuetos de ese circo creado por los hombres llamado Justicia y que tan bien recrea para burla y escarnio el autor.

«[…] el proceso seguía su curso y que allí arriba, en el granero, los funcionarios de la justicia quedaban pendientes de los archivos de este proceso […]».

Resulta gracioso, al menos lo resulta en los primeros capítulo, como Kafka reduce al ridículo los espacios físicos donde se erigen los templos del derecho, pues los palacios de justicia se encuentran en los lugares más mundanos y ridículos: habitaciones en edificios de cinco plantas, graneros, puertas ocultas tras camas, almacenes, etc.

«[…] la escalera de madera no aclaraba nada. K. advirtió que cerca de la subida había un cartelito y corrió a verlo. Estaba escrito con mano torpe. La inscripción decía: «Escalera de los archivos judiciales». Así pues, los archivos de la justicia se encontraban en aquel hórreo […]».

No son menos ridículos los personajes que vigilan el paso a los edificios, y así, de todas guisas e índoles, nos dibuja a atípicos guardianes: lavanderas, jueces, pintores, policías, inspectores, chiquillas (algunas jorobadas), extranjeros italianos, abates. Podrá darse cuenta el elector de la transgresión del autor al nombrar a personal no cualificado como parte del entramado jurídico, rebajando de esa manera la importancia de la justicia, la bufonada que supone para él, y para el común de los hombres, enfrentarse a la burrocracia justiciera. Pero es que, como Kafka persigue y explicita en un momento de la justicia: «todos somos parte de la justicia», es decir, y esta es una elucubración mía, todos somos parte de la bufonada.

«Es muy posible que ninguno de nosotros sea de corazón duro, inclusive estaríamos dispuestos a brindar un favor a quien lo necesitara; pero, en calidad de empleados de la justicia, aparentamos a menudo que somos de mal corazón y que no queremos ayudar a nadie».

No puedo negarlo, me he reído, sobre todo en los primeros capítulos, pero no se deje engañar el astuto lector por estas palabras; la narración se extiende, va más allá y poco a poco, hasta sus últimos capítulos, aunque sin perder ese tono caricaturesco-kafkiano, ahonda en la seria reflexión, acabando en un último capítulo triste, oscuro y esclarecedor de lo que, tal vez, quería transmitirnos Kafka.

«[…] asimismo es posible comprender algo y engañarse a un tiempo acerca de lo mismo».

Es El proceso una obra por la que merece echarse una risas y, por qué no, también unos lloros, pues quién esté libre de multas que pague la primera de ellas.


*nota*: Kafka es aquiescente.
«aprobaba con movimientos de cabeza cuanto iba diciendo el abogado, punto por punto, dirigiendo una que otra mirada a su sobrino como para dar ánimos a su aquiescencia».


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Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

miércoles, 2 de septiembre de 2020

«Yo lustraba una copa de coñac cuando entró la Madre Soltera».

 

¿Qué es una paradoja?

La Wikipedia recoge en una de sus acepciones, muy acertada ciertamente, la respuesta a la pregunta: «Una paradoja es una proposición en apariencia falsa o que infringe el sentido común, pero no conlleva una contradicción lógica».

Pues si algo ha conseguido crear el autor, Robert A. Heinlein, con este título de su propiedad es un auténtico relato corto paradójico en sí mismo.

Es un relato tan breve y tan bien pensado que explicar parte de la trama conllevaría a un destripe brutal de la misma y os salvaré de tamaño desproposito.

«Una puntada al Tiempo salva a nueve mil millones».

La idea es tan buena que fue llevada con bastante fidelidad al cine en 2014, en la película «Predestinación» (Predestination) protagonizada por Ethan Hawke.

No obstante, la primera vez que conocí de esta obra fue como un breve resumen en otro libro que abordaba los viajes en el tiempo desde una óptica científica. El artífice de dicha obra es el profesor J. Richard Gott, experto en matemáticas, astrofísica y divulgador científico. En su libro, Los viajes en el tiempo, explica grosso modo la historia que trama Heinlein en torno a su relato y, de paso, nos explica en que consiste la autoconsistencia temporal —no tiene desperdicio—.

«¡Soy mi propio xxxxxx!» (no spoilers)

Y si a alguien le resulta paradójico que lleve tantos párrafos escritos y que no haya explicado nada del relato de Heinlein en cuestión no debe azorarse ni achacarlo a alguna clase de descuido…

Simplemente, quedan, todos ustedes zombies, avisados de que estamos rodeados de efectos temporales perturbables, nómbrese como paradojas temporales, aforismos ocasionales o entradas de blog inconclusas.

«No dejes para ayer lo que puedes hacer mañana».


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Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia



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