lunes, 20 de abril de 2020

«No, es de veras un intacto candor el que reina sobre las dos caras
fronteras»

De nuevo, sintió el halo de claridad blanca alrededor de ella.

—sí, había una luz blanca que rodeaba al libro. no olí nada, pero sí escuchaba... mi propia voz, ¿qué extraño, no?
—Mmm... ¿Color Blanco? Entonces parece poco grave. Una primera toma de contacto, quizá.
—¿qué es ese lugar?
—¿Allí abajo?
—sí.
—Yo la llamo, La Biblioteca, pero recibe muchos nombres.

Utla calló, volvió a coger una espiga y desensanchó el rostro, como si formara con aquel gesto una sonrisa.

—pues fue muy raro, también escuché risas, pero antes, si te digo la verdad...
—Sí, cuéntame, por favor, por raro que te parezca, yo lo creeré todo.
—yo... quería irme, al principio quería salir de la casa, pero todo era blanco fuera de la habitación, yo... no sabía cómo salir, pero leí una hoja al azar de aquel libro que me dejaste, no recuerdo el nombre.
—¿El Imaginarius?
—sí, ese, y me puse a pensar como quería que fuera la casa y abrí la puerta de la habitación y allí estaba todo como yo quería, mucho espacio, salones grandes, luz, comida, un baño, por fin. ji, ji, ji —Se sonrojó—. me da vergüenza hablar de ciertas cosas, ¿tú no sientes vergüenza por nada? —Utla no respondió—. bueno, que me lío yo sola, y todo esto para decir que tenía ganas de escapar. sí, sí, sé que me has tratado bien, me cuidaste, me curaste, me diste de comer, me dejaste libros para que no me aburriera, para que aprendiera, pero no me gustaba estar allí. me sentía atrapada y, después de asearme y comer un poquito, me fui a la planta baja, sabía que había una puerta que conducía afuera, pero cuando estuve delante de ella, con el picaporte a tocar de mi mano, sentí que tenía que ir al ropero, ¿sabes a que me refiero? ese ropero que está al lado de la puerta. ¿tú lo usas?
—Sí, conozco el ropero, pero desconocía que se podía bajar hasta la biblioteca por él.
—¿lo ves? —Pero, ¿no era absurda aquella expresión dirigida a alguien que no tenía ojos? Sonaba ridícula, pensó en ello y se sonrojó aún más—. perdón, quiero decir... ¿es normal que no conozcas tu casa y yo sí?
—Estás confundida, yo solo habito en ella. Nadie es su propietario y sería pretencioso querer conocer todos sus secretos; y te diré más, estimada, algo que aprendí hace tiempo: al interior de la casa solo se puede entrar si la propia casa te lo permite o si un morador te permite entrar.
—ya... —Aunque la articulación de su locución, ya, sonó como si no hubiera comprendido bien la respuesta—. una casa con, ¿personalidad?
—Se podría decir así.
—¡y eso que llamas la biblioteca! allí abajo escuché risas, y se parecían a mi voz. ¿era yo misma?, ¿y la oscuridad de allí bajo?, ¿qué son esas salas tan distintas entre ellas y que almacenan?, ¿son libros?… y el brillo, cuando toqué el libro, plufff, y aquí los dos, bueno, ji, ji, ji, o los tres, si es verdad que tu hermano también está. ¿nutla esta aquí?
—Estimada, son muchas tus preguntas y muy variadas. Deberías seleccionar solo una y a partir de ella te respondería lo mejor que supiera.

Claro, aquello era lógico, pero tenía tantas preguntas, ¿por cuál se decantaría primero? Pero la elección no llegó a término, caminando, caminando, caminando por el caminito habían llegado hasta el puente que les permitiría entrar en la población.




Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


domingo, 5 de abril de 2020

«La fe tiende un puente desde este mundo al otro»

Zigzaguearon por un camino bajante, tierra allanada por el continuo trasiego de otras personas, hasta la falda de la colina. La cubierta anaranjada de los tejados, una iglesia de picudo techo, unos vagones sobrepasaban el río por un puente en forma de tergo y sumado al traqueteo de la comitiva ferroviaria le acompañaba más humo negro surgido desde la locomotora que encabezaba el convoy, y, para finalizar la postal, un viejo molino de estilo holandés erigido más lejos que las casas, el puente, la iglesia, el granero y la locomotora.

Utla caminaba con tranquilidad, zarandeando las manos despreocupadas, agarrando espigas salientes a lo largo del camino, las acariciaba con la palma y, al poco, se las llevaba a la mejilla para frotárselas contra la dermis. Es difícil poner nombre a una zona facial en un ser sin rostro, por ello, decir que se las frotaba en la mejilla sería una elucubración que, pensó, sería lo más acertado. La aparente calma de su anfitrión la enervaba, ¿no me va a explicar nada? Utla seguía con sus pasos cortos y tranquilos, con vaivenes de manos que acompañaban con dulzura el recogimiento de las hebras y su posterior frote en la cara. Los apacibles movimientos del pequeño ser contrastaban con la ira que creía en el interior de ella, un creciente fuego avivado por una pequeña chispa, la chispa de un tono molesto, estúpido y apremiante, «me preocupa más Nils», ¿y yo?, ¿te preocupo yo? Ni se había molestado en informarla de absolutamente nada, así que le quedaban dos opciones: ¿estallaba o respiraba profundamente y le acosaba a preguntas? Respiró profundamente, arqueó las cejas y, con una mirada clavada en el techo del sombrero blanco de Utla, debido a la notable diferencia de alturas, le dijo:

—a ver, a ver. antes de ayudar a ese nils explícame un par de cositas. ¿qué me pasó al tocar el libro?, ¿qué hacemos aquí?, ¿qué he soñado o qué he visto o lo que sea que me ha pasado?, ¿qué es todo esto?

Utla dejó caer la espiga que sostenía en la mano, la forma oblonga del rostro se le contrajo, como si el deleite hubiera finalizado, y respondió:

—Claro, estimada. Alguna explicación debo darte. Todo empezó cuando tocaste tu primer libro.

—¿el objeto rectangular que brillaba?

—El mismo. Un libro. Uno de tantos. Te estaba llamando.

Recordó la mimética voz idéntica a la suya, escurriéndose desde el sótano y atrapándola en el vestíbulo, alojando los particulares fonemas en su espacio vestibular, deteniendo el tiempo, atrapándola y seduciéndola en un canto de sirena.

—¿por qué me llamaba?

—¡Quién sabe! Necesitaría ayuda, te querría enseñar algo o simplemente querría conversar, ¡quién sabe!... Son tantos los seres que se sienten atraídos por los libros y desconocen el porqué, aunque son muchos menos los que poseen tal vinculación con ellos hasta el punto de escuchar su llamada. ¿Con qué intención te atrajo? Lo desconozco. Quizá averigüemos más cosas preguntando: ¿podías pensar con claridad mientras te acercabas a él?, ¿viste o sentiste algún color u olor en particular?, ¿escuchabas sonidos o música?, ¿danzaban luces a tu alrededor?, ¿sentías tu tacto melancólico u oprimido por alguna presencia?, ¿olías a hierba recién cortada o quizá un sabor a rosas se apoderó de tu paladar, o, mejor aún, sentiste una empatía superior?

[...]


Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


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