viernes, 31 de marzo de 2017

«¿Por qué no marcháis a casa?, 
preguntó Engatuzada»
Relatos aquiescentes - UTLA
Engatuzada y el señor Tortugo

Estimados,

Comenzamos una nueva etapa de relatos en youtube. Allí mostraremos relatos con: animaciones, voces, preciosas bandas sonoras y aturrullantes efectos de sonido. ^^

La mayoría de relatos serán de estilo pixel art, aunque también mostraremos adaptaciones de cómics y dibujos tradicionales.
Todas las ilustraciones están licenciadas: dominio público (CC0), creative commons (CC3) o poseeremos el permiso necesario del artista (atribución/permiso).

Esperamos los disfrutéis.

Abrazos estimados.

Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


domingo, 26 de marzo de 2017




«Muy frecuentemente 
las lágrimas 
son la última sonrisa 
del amor».
Stendhal (1783-1842)




No le gustaba llorar, pero no podía evitarlo.

Se pasaba horas estirado en el sillón de su casa mirando aquel techo, como si la sola contemplación de aquel pedazo liso de masilla blanca pudiera redimirlo de su tristeza.

Las lágrimas rodaban calientes por sus mejillas. Embriagadoramente tiernas.

Los recuerdos no menguaban por más llanto que produjese. Ni siquiera podía interiorizar su frase preferida, «Vive el ahora», diluida en el absurdo bucle de lamentos pasados.

Y la manida expresión, «Llorar es un bálsamo para el alma», no producía el efecto descrito por el taimado escritor anónimo.

Entonces, sus lágrimas empezaron a bajar por la pendiente de la calle.

Una tras otra, como un tímido manantial lastimero, comenzaron a anegar la playa de su ciudad.

El torrente no disminuía y los ríos de su país comenzaron a inundarse de agua salada debido a la abundancia de este elemento en su llanto.

Los animales y personas escalaron a lugares más altos, para intentar escapar en vano de aquella tristeza que les acabaría ahogando.

En poco tiempo, las aguas de los mares y océanos vieron incrementado su caudal.

«Cuando se llora, como lloraba aquel ser, ni toda la alegría de un mundo puede contener la implosión de infelicidad acumulada».

Y así, el agua salada fue desbordándolo todo. Se extinguió su especie. Más lágrimas. El planeta rebosaba líquido, la gravedad expulsó, en un intento vano por ganar la partida a la tristeza, el agua sobrante al espacio. Pero el sistema se hallaba comprometido, la entropía estaba cambiando...

La estrella, un pequeño sol amarillo de apenas cinco mil millones años, se apagó por aquel desbordamiento de acuosa tristeza.

Más tarde, el cosmos entero acabó convertido en una piscina de rebosante tristeza.

Finalmente...

«Splasssh»

El acontecimiento cósmico del «Big Splash» sucedió en apenas 10-35 segundos. Toda la materia se contrajo en una infinitesimal gota salada, la esencia de aquel universo remodelada en una pequeña lágrima y un nanosegundo de tristeza después... explotó.

Porque la tristeza, únicamente finaliza, cuando revienta.


Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


domingo, 19 de marzo de 2017


«Agosto tiene la culpa y septiembre lleva la fruta.
Lo que agosto madura, septiembre lo asegura.
En agosto, sandía y melón un buen refresco son».



¡Qué planta tan deliciosa la sandía! Cuando mejor sabe su fruto es a finales de verano, cuando el sol ha terminado de tostar su piel y ha calentado tiernamente su interior, macerando así sus jugos. Esto evoca en mí recuerdos de cuando niño.

«No es fruta, es planta». Acude a mi memoria la risita estúpida de Manolita, la niña de las tetas grandes de primaria. Ella no sabía distinguir entre fruta, planta, hortaliza o sembradío; y a pesar de ello, era una excepcional temporera. Nos escabullíamos rápido al salir de clase, prestos a comer en las esquinas, en los campos, o al resguardo del malecón. ¡Qué recuerdos! En esos tiempos se forjó en mi mente el ideal de la fruta de mis amores.

Todo mi vigor se renueva cuando huelo ante mí una buena pieza; pero no soy de esos que gustan de las grandes; no, me deleito con las chiquitas, pues en su interior la pulpa es más jugosa e indudablemente sabe mucho más dulce al paladar.

Sandía jovencita de mis amores: suave, jugosa y dulce.

Como ahora, que dispongo de una joven y gozosa ante mí. Me quedo parado, esperando, ¿por qué? Simplemente espero. Es el deleite del cazador recrearse ante su presa, encantarse justo en ese momento previo a la exploración, antes de zambullirse a juguetear con la lengua entre los pliegues de las hendiduras, tan húmedas, tan dulces, tan tiernas. ¿Por qué algún dios creó en el universo sustancia tan lujuriosa? Acaso, ¿para hacer que hombres débiles como yo vieran flaquear sus fuerzas ante su visión? Yo, pobre de mí, que tiemblo ante el solo pensamiento de su pepita y su carne jugosa.

Ya ha pasado el tiempo de la anhelante espera, acerco gozoso mi cara a la fruta, mi lengua se adelanta como la exploradora de una tropa, pero antes, mi nariz huele el embriagador perfume, la planta desprende un vaho mágico de eróticas ensoñaciones. Y muerdo un poquito, pero solo un poquito... ¡Qué temblor! Ha quedado mi marca en la fruta, una dentada bien marcada en la zona pulposa y roja. No es culpa mía, es el verano, que le abre más los poros a la pobre fruta. Entre calores, sudores, agua fría, qué delicioso tiempo este, el tiempo de comer sandía. Sí, sobre todo en verano, cuando el calor azota el paladar, y todo tu cuerpo te pide a gritos lo siguiente: «¡Por favor, dejadme saciar esta cruenta sed que llevo en mis entrañas!».

Pero no puedo parar, ahora mis manos engarzan la fruta como las garras de una arpía. La agarro lujurioso entre mis extremidades, mis falanges adquieren la forma de un cuenco, una suerte de prodigiosas tenazas que no sueltan la presa, y sorbo hacía mí, como si fuera un cáliz de lo divino, con este líquido sagrado que me enloquece. Y este sorber debe llevarse a cabo como a cada cual le plazca. Ese es el mejor consejo para comerla. Disfrutarla al antojo de uno. En mi caso, son mis labios los máximos hacedores de tal recreación, se acurrucan instintivamente formando una gigantesca O alrededor del pequeño centro de la planta. Sorbo. Sorbo. Mis labios sorben... pero, ¿dónde está el néctar tan sabroso? ¿dónde está mí ambrosía que se me escapa por momentos?

Me asalta una duda, ¿lo estaré haciendo bien? Hay algo que no funciona sí no cumples el tópico: «Sabes que no la estás comiendo bien, si el jugo no te rezuma por la barbilla». Eso es, eso decía mi padre. Lastimoso defecto el de los jóvenes de no escuchar y aprender de sus mayores. Cuánta sabiduría esconden los viejos comedores de sandía.

Mis desvelos aflojan la presa. Se mueve nerviosa entre mis manos. Tanto pensar, y ando despreocupado de ella, debo atenazarla nuevamente con brío, que sepa quién es él que se la come, no se vaya a escapar a este lujurioso abrazo entre lengua y barbilla.

Es tiempo de recrearse en la pepita. Una única pepita negra, pequeñita, resbaladiza como lo es todo su contorno, un minúsculo promontorio que es la antítesis de la aburrición más vulgar, y de la que mi lengua, con mucho gusto, juguetea recreándose en la dureza de su semilla.

Ahora si bebo agua fresca, chorrea toda ella en mi barbilla. Y mi saliva, fundiéndose en un cóctel afrodisíaco con la pepita y el agua de vida. La fruta está completamente abierta, se acabó el tiempo de los mordiscos, demasiada brusquedad para tan tierna fruta. Pequeña simiente, no te agotes tan temprano, pronto te lameré un poquito más, y veremos si tu cuenco está hecho para el deleite de los sentidos. Juguetea mi lengua con la pequeña simiente, y sigue ella, la puntita de mi lengua, juguetona como siempre, pero no quiere salir la pepita. ¿Acaso esta dolorida la pepita? ¿se niega a salir? Lamo. Lame, estúpido. Lamo. Lamo. Lamo.

Ya veo ahora, que el fruto de mis esfuerzos, comienza a dar el ansiado éxito de mis anhelos, entre los pliegues de debajo de la pepita, de esta pepita ya madura para ser disfrutada, surge un néctar. ¡Qué rico! ¡Qué delicioso! Pero claro, es una fruta joven, apenas cuenta con un tiempo de maduración suficiente, y como los albaricoques jóvenes, que aún no les sale el vello, disfrutar de este placer requiere tino, anhelo, pasión, delicadeza, paciencia, y ternura, siempre ternura. Una díscola ternura embriagadora que haga aflorar la simiente de esta chiquitita fruta.

«Debo parar o mañana no habrá más. Es demasiado chica», pienso, o ¿acaso lo he dicho en voz alta? La locura del devorador no conoce límites. Y tampoco puedo achacarle a la fruta la culpa de su despertar tardío, su maduración llega a la edad que llega, como la época de los almendros en flor que florecen cuando les viene en gana. Aprovecha este momento, déjate disfrutar un poco más, date este gozo, que a nadie le hace daño, los manjares de la tierra están para ser disfrutados.

Suspiros. Jadeos.

¡Qué manjar tan delicioso! Así me gusta, con todo su néctar en la barbilla.

«Mal rayo me parta, yo quiero morir entre los pliegues de esta Sandía».


Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


domingo, 12 de marzo de 2017


«Mis labios,
peregrinos ruborizados,
quisieran hacer penitencia con un dulce beso».
(Willliam Shakespeare)




Habíase un lugar,

llamado Alexandría.

En la isla de Pharos se alzaba un majestuoso edificio. Enormes bloques de mármol y plomo fundido levantaban al coloso en medio de la isla. Su llama eterna señalaba una referencia vital para los navegantes.

En el interior de la construcción, además de espejos y lentes, vivían dos fantasmillas. Un fantasma hembra y un fantasma macho.

En vida, la fantasmilla había recibido el nombre de Relaxanda, hija natural de la isla de Lemnos. Aclamada flautista del templo erigido en honor a la diosa Artemisa. Fue raptada de su tierra en una incursión tirrena y llevada como esclava a Pharos. Allí, en un desliz de sus captores, se despeñó por el faro y murió. Después de la violenta muerte, su esencia quedó anclada al lugar...

Él fantasmilla había sido Enquire, un valiente guerrero en las Guerras Púnicas. Además de combatiente, era un bardo excelente y un mujeriego empedernido. Su excelente voz relajaba a sus compañeros después de las batallas y encandilaba a las mujeres que lo acompañaban por las noches. Años más tarde, defendiendo el faro de los piratas, recibió muerte a manos de dos tirrenos que lo asaltaron por la espalda...


La caída del sol anunciaba la muerte del atardecer y el nacimiento de la noche, en ese momento mágico, aparecían Relaxanda y Enquire en el interior del faro.

—Relaxanda, hoy estáis especialmente bella.
—Sois un poco fantasma.

Relaxanda no se fiaba de las intenciones de Enquire. Pues hasta su fama le precedía después de muerto, y realmente, había sido muy fantasma en vida.

—¿Cómo podré ganarme su sincero afecto? Yo la amo.

Por suerte para Enquire en la misma ciudad habitaba un amigo llamado Vidobana, un fantasma que había trabajado en la biblioteca.

El amigo abrió un pesado tomo.

—Amigo, lo dice aquí. Para alcanzarla debéis abriros.
—Ufff... Eso es complicado.
—Los libros no mienten.


A Enquire le daba miedo mostrar su interior. Mostrarse tal como era. Pero pasaban los días y Relaxanda no se acercaba a él.

Una noche, Enquire observó a Relaxanda, la mirada triste de ella observaba el lejano mar y las estrellas titilantes en el cielo...

—Saber que te puedo mirar.
—¿Cómo?
—La locura de observarte.
—¡Estáis loco Enquire!
—Loco por ti.
—No sois puro. No me fio de palabras vacías.
—Lo que quiero mostraros...

Y viendo que perdía cada vez más a su amada tomó la decisión. Se despojó de su envoltura, de la pesada carga que había tejido a su alrededor, de la vieja armadura oxidada que le suponía un lastre... La sábana cayó pesada al suelo.

Su luz brilló pura envolviendo a Relaxanda. Era tan luminosa, que de las aperturas del faro surgió, como antaño, un haz que volvió a señalar una vez más el camino a los navegantes.

Ella lloró. Él sonrió. La luz. El beso. La pureza. El sueño. La caricia. El abrazo. La ascensión. El amor. La muerte.


Esto es verdad, y no miento
y como me lo contaron,
os lo cuento.


Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


domingo, 5 de marzo de 2017


«Un pequeño paso para el guáltrapa,
un gran paso para la humanidad».
Recopilación guáltrapas electos Tomo XXVII por Ignatius B.P.


—¡Pacooooooo! A la mesa —La que chilla es Ximena, la esposa de Paco, que grita desde el comedor.
—Ya voooooooy —responde Paco con la misma reverberación desde el hangar. Sus manos, con las arrugas propias de un hombre de cincuenta años, depositan los instrumentos de precisión atmosférica encima de la mesa—. ¿Sabes cariño? Muchos me llaman gordo, pero yo prefiero que me llamen pacomer. Ja, ja, ja.
—Ja ja, ja. ¡Mí Paco! Qué chistoso estás hoy.
—No creas. No sé que tengo, que con la tripa vacía pienso mal.
—Eso será cosa de las neuronas del estómago.
—¿Neuronas en el estómago? Habrase escuchado tamaña fantasía. Pues las mías deben estar hambrientas.

Paco se sienta en una silla blanca de respaldo redondo y Ximena sirve cuatro cucharadas de Pozole en dos platos hondos. Un tapete de plástico protege la mesa de migas de pan y caídas fortuitas de vino o agua. Los cubiertos de metal reposan brillantes al lado de los platos blancos. De la cacerola, situada en medio de la mesa, se eleva un humo caliente.

—¿Qué es eso de las neuronas?
—A uno que tenga hambre, dale primero de comer y después háblale de lo que sea.
—Bueno...
—Come. Primero come. Te cuento después.

Y así lo hace. Paco hunde su cuchara en el plato. Casi sin masticar se traga de un bocado la primera cucharada. Y presto, hunde de nuevo la cuchara. Ximena le rellana el plato dos veces y después de veinte cucharadas, saciado su apetito, reposa con las agarradas manos encima de su panza. Observa tranquilo en dirección al techo, donde un gran ventanal de triple apantallamiento, le permite observar un fondo negro iluminado por las distantes estrellas.

—Pero que rico estaba todo, Ximena. Ya sé porque me casé contigo —dice con picardía.

Ximena no se inmuta y continúa comiendo tranquilamente, ajena a las pueriles bromas de su esposo.

—¿Sabes, cariño? Ya me encuentro mucho mejor. ¿Qué era eso de las neuronas en el estómago?
—El otro día, en Taquión Visión de Diskovery Chanel, había unos doctores que hablaban de las neuronas del estómago y decían que allí abajo se piensa tanto como el cerebro. El control de las secreciones, los movimientos peristálticos, la apertura "no" tan involuntaria del píloro y la constante medición de los niveles de azúcar y acidez no las controla el cerebro como pensábamos. Todo ello lo controlan unas semineuronas que existen en el interior del estómago. Pero no acaba ahí la cosa. ¿Verdad qué en ocasiones, cuando hemos pensado mucho, nos duele la cabeza?
—Sí, claro.
—Lo mismo sucede con el dolor de tripa. Esa molestia expresa el uso abusivo en nuestro cuerpo de sustancias excesivas para nuestro organismo. Y no solo eso, las emociones extremas, como el estrés, la euforia o el miedo las controlan directamente estas neuronas a través del sistema nervioso. Al igual que en una "migraña", las neuronas del estómago ponen a trabajar su particular "migraña" estomacal. Una carga de trabajo repartida entre cerebro-estómago.
—¡Qué interesante todo esto! Pero, ¿por qué esperaste a que acabara de comer para contármelo?
—Sin sustento en nuestro cuerpo... las neuronas estomacales no prestan atención.
—Pero, ¿es el cerebro el que piensa, no?
—¡Órale! ¿Y quién te crees que envía los recursos necesarios al señor cerebro para que piense? Pues la señora tripa. Ja, ja, ja
—Ahora entiendo por que esperaste a que acabara de comer.

Antonio se levanta de la mesa.

—Perdona cariño, aún debo poner la antena atmosférica.
—Claro, ve con cuidado y átate bien el cable.

Antonio vuelve al hangar, recoge de la mesa la antena atmosférica, un aparato ovalado de cristales reflectantes. Camina hacia una de las pequeñas puertas situada en el hangar. Se introduce en un traje blanco, se acomoda dentro, se ajusta un alargado cable de kevlar alrededor de la cintura y por último se ajusta la escafandra en la parte superior del traje. Se introduce en el cubículo número dos, la descompresión se efectúa con éxito, el oxígeno entra a raudales en el interior del traje. La puerta delantera del cubículo número dos se abre delante suyo y la trasera se cierra. Antonio salta al vacío del espacio con la tripa bien llena y las ideas muy claras.

«Ximena es muy inteligente, siempre me conquista por el estómago».
Pervivo para enseñaros.

Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


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