domingo, 26 de agosto de 2018


«Un adicto no es un adepto»


Examino el diccionario de uso de la RAE, con exactitud, la segunda acepción de la palabra que encabeza el título de esta entrada.

Adicción
...
2. f. Afición extrema a alguien o algo.

Hoy hablaré de la peor adicción de todas, pero si me lo permitís, rebelaré el nombre de dicha droga al final del artículo. Un juego para generar expectativa y, quizá, hasta una segunda relectura.

Esta potente droga la consume la práctica totalidad de la humanidad. Su alcance, una pandemia de siglos prósteros y venideros, no asusta a nadie, pues la consumimos tan a diario que se ha convertido en parte de nuestro modus vivendi.

Sin embargo, sus efectos, a largo plazo, resultan devastadores. Además, la adicción crece con el tiempo; no tiene uno nunca suficiente de ella, se quiere más y más. Cualquier persona, en cualquier lugar del planeta, se levanta por la mañana aspirándola, sintiéndola en cada poro de la piel, inunda pulmones, atraviesas pupilas, se clava en las raíces de los cabellos, no hay parte del cuerpo que, sin lugar a dudas, sea susceptible de ser una zona de entrada del elemento.

Llevamos tanto tiempo, en nuestra sociedad, consumiéndola, (quizá desde antes de los albores del homo sapiens), que se ha vuelto invisible a nuestros ojos, no hay ninguna sustancia que pueda compararse con ella. Genera más adictos que ninguna otra, no importa que lleves 2, 10, 20, 30 o 90 años hollando el planeta, siempre quieres más.

En algunos casos, datos recientes realizados sobre personas en coma podrían, según dichos estudios, no ser afectados por ella. También, el rango de los informes arroja que, ciertos inhibidores en las mentes de las personas depresivas podrían aniquilar en parte la peligrosa substancia.

Para los amantes de las estadísticas, estas no engañan, su consumo ha aniquilado a más personas que ninguna otra plaga, epidemia, enfermedad o pandemia conocida, y, sin embargo, obviamos su peligrosidad porque nos hemos adaptado a ella; incluso las madres, esas que debieran protegernos de las adiciones, inconscientemente, nos la inculcan desde el pecho materno, en una terrible cadena de acontecimientos que nos llevan, a cada uno de nosotros, a ser unos enganchados en los que nos resta de existencia... 

Es posible que no haya dado suficientes datos técnicos, pero creedme, la peor adicción de todas se llama Vida.

La negatividad os hará libres.

Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


domingo, 19 de agosto de 2018

«Alguien dejó la puerta abierta y entraron los perros equivocados en casa»

La polvorienta nube de arena, en las afueras de Rae Town, anunciaba la llegada de la banda de Gramática Kid.
En el interior de la taberna, cinco ojos, pertenecientes a Billy el tuerto, Calamity Rose y Salvaje Jones, observaban nerviosos el devenir de la polvareda.
Las espuelas de Gramática Kid resonaron contra los tablones de madera del suelo, abrió con ambas manos el portón batiente y, junto con seis de sus hombres, se sentaron en una mesa vacía del local.

—¡Eh! Tú. Indio —Atronó Gramática Kid señalando con el dedo a Salvaje Jones, quien se encontraba detrás de la barra—. Sírvenos un whisky.

Salvaje Jones apuró la secada de una jarra de cristal en su delantal blanco y la depositó boca abajo encima de la barra.

—¿Whisky normal o whisky con sabor a Oeste?
—¿Pero qué dices Indio? Eso está mal dicho. No se dice «con sabor a».
—Estar bien dicho, como Pato con sabor a naranja.

Salvaje Jones secó otra jarra de cristal con su delantal que, acto seguido, puso al lado de la otra.

—¿Pero qué vas a saber tú de gramática? Aquí Gramática Kid soy yo, palurdo, sírvenos un whisky... y rapidito.
—¿Tener miedo de sabor a Oeste?

Las venas de los ojos de Gramática Kid se inyectaron en sangre mientras miraba de soslayo a sus hombres. Estos repartían risas burlescas y miradas nerviosas entre su jefe y aquel indio.

—Yo no tengo miedo a nada, Indio.
—Entonces, whisky con sabor a Oeste.

Salvaje Jones se dio la vuelta, traspasó la puerta que daba al almacén y, después de unos minutos, reapareció con siete jarras de un líquido entre parduzco y dorado. Se encaminó hacia la mesa de Gramática y depositó delante de cada uno de ellos una jarra de whisky.

—¿Por qué has tardado tanto? ¿Has escupido ahí dentro?
—Salvaje Jones no escupir.
—No me fio de ti, Indio.
—Los sioux no mienten —intervino la buena de Calamity Rose.
—Tú calla, mujer. Nadie te ha dado vela en este entierro, y lo mismo va por ti, Billy el tuerto, si no quieres perder el otro ojo. —Gramática Kid buscó con la mirada a uno de sus hombres—. Tú, Jimmy, bebe esto y dinos como sabe.

Jimmy tragó saliva, agarró envalentonado la copa y la deglutió de un único trago.
¡Gluc!

—¿Y bien?
—Está bueno, un poco ácido, pero bueno.
—Sabor a Oeste —anunció Salvaje Jones, que miraba muy fijo a Gramática Kid—. Solo para muy hombres.

Ante aquellas palabras Gramática Kid apuró de un trago la jarra, después se secó los labios con el dorso de la mano y estrelló la jarra contra el suelo acompañada de una carcajada histriónica. Sus hombres lo imitaron. Mientras abandonaban el local, el jefe de la banda dedicó una sonrisa a Salvaje Jones y una mirada lasciva a Calamity Rose y, sin pagar la consumición, se largaron.

Con una escoba, Salvaje Jones recogió los pedazos de cristal del suelo, atravesó la barra y se dirigió al almacén. Una vez dentro tiró los cristales y se levantó el delantal blanco. Su enorme pene apareció por el agujero abierto de la cremallera, acabó de miccionar en una barrica que ponía Whisky con sabor a Oeste e introdujo el pene en el pantalón y cerró la cremallera.

Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


domingo, 12 de agosto de 2018

«La gente que viaja en el metro de Nueva York lleva siempre los ojos puestos en el vacío, como si fueran pájaros disecados»

Le resultaba molesto ir en el metro, soportar el peso de las miradas de la gente, los codazos, la eterna lucha por un asiento. También por eso escogía quedarse de pie, para no tener que luchar por ese nimio gesto que representaba tomar un sucio asiento.
En aquella ocasión no llevaba libro en el bolso, por lo que no podría tener la excusa de desviar la mirada de sus congéneres, distrayéndose entre las líneas perdidas de una novela. Por eso optó por agachar la cabeza y mirar al suelo, al límpido terreno que relucía bajo los pies (¿sucedían esas cosas, de suelos límpidos, en aquel metro?).

El terreno que pisaba reflejaba los fluorescentes del techo, líneas paralelas que se asemejaban a vías de tren en dirección al infinito. El convoy avanzaba rápido entre estación y estación, en cada una, las puertas del vagón se abrían y una oleada de personas bajaba y otra subía; ella, con la cabeza mantenida en esa posición solo veía sus propios zapatos y el calzado de la marabunta de pasajeros que la acompañaban: bambas deportivas, tacones altos, turistas con calcetines blancos en zapatos negros, mocasines, sandalias...

Como le exasperaba toda aquella turba de gente.
Entonces, sin aviso, se fijó en el suelo, las pequeñas motas del pavimento, blancas, negras y grises, que conformaban la amalgamada superficie que pisaba, comenzaron a arremolinarse las unas con las otras.
—¿Qué? —Lo dijo tan bajo que nadie se giró para ver por qué lanzaba aquella pregunta.
Tampoco nadie prestaba atención al suelo, bueno, quizá sí había un niño pequeño que señalaba con el dedo bajo sus pies, pero su madre, más absorta en la contemplación de su móvil, no prestaba atención al dedo de su retoño, y, si la progenitora no prestaba atención al renacuajo, mucho menos lo hacía el resto de pasajeros.

Mientras, los puntos negros, blancos y grises se habían juntado formando un rostro bajo sus zapatos. Petrificada ante la visión de aquel rostro debajo de ella, se quedó aterrada contemplando la monstruosa visión que justo se formaba al comienzo de la punta de su calzado.


El rostro, aunque pudiera parecer una pareidolia sin fundamento, creaba una faz reconocible; esta miraba hacia arriba, y, la cara, formada por todas aquellos pequeños puntos blancos, negros y grises, sonrió. Abrió la boca y lanzó un susurro que, al parecer, solo ella escuchó en el vagón: «bonito tanga rosa».


Pervivo para enseñaros.
IGNATIUS B.P.


Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


domingo, 5 de agosto de 2018

 «Desde el momento en que cogí su libro me caí al suelo rodando de risa.
Algún día espero leerlo»

Lela afirmaba que ninguna persona sin estudios universitarios debería escribir, puesto que tal persona, poco menos que inculta, no poseería el suficiente conocimiento, ni sensibilidad, ni atino, para transmitir con palabras lo que debería ser contado solo por algunos pocos elegidos. Mi amiga Lela pensaba, y lo pensaba fehacientemente, que esos elegidos, entre los que ella se encontraba, debían hallarse en universidades privadas o encontrarlos en premios literarios de renombre. Debían poseer algún título de alta alcurnia, tal como un master o un doctorado en filología, periodismo o literatura comparada; ese bagaje literario, de títulos y parabienes reglados, formaría, según me explicaba, una cuna de neoliteratos de altísimo nivel que darían forma a una literatura de alta calidad que asentaría el modelo para las futuras generaciones del siglo entrante.

—Pero Lela, amiga mía, quieres decir con eso, que yo, sin estudios universitarios, ¿no debería escribir?

Ella me miró condescendiente, sonrío, mostró una sonrisa afable, la misma que hubiera dirigido un adulto a un niño que hubiera hecho una pregunta absurda.

—Sergio, te haría un flaco favor si permitiera que soñaras con ello.
—Pero me gusta escribir, ¿no crees que podría...?

Me atajó con premura adelantando su mano derecha, en un gesto realizado sin brusquedad pero imperante.

—Dime un solo escritor de renombre —apuntilló levantando el dedo índice—, que no haya tenido estudios.

Marché muy triste a casa, yo sabía cómo opinaba ella, pero era la primera vez que me exponía su pensamiento en primera persona, siendo yo la diana de sus elitistas disquisiciones morales. Entonces, aquella noche, acuciado por la desazón que me producía mi propia mediocridad, mi poca cultura, y, porque no decirlo, avergonzado de mi bajo estrato social, me puse a ojear internet, el recurso de los pobres, intentado encontrar una lista que pudiera, con mis escasos conocimientos, rebatir el argumento de mi querida amiga.


El resto, ya no es un relato, es un recopilatorio de personas sin estudios universitarios finalizados que consiguieron labrarse un nombre en el mundo de las letras...

·     Mark Twain. Dejó los estudios a la edad de 11 años.
·     Julio Cortázar. No acabó la universidad, la dejo pasado el primer año. Tenía que cuidar de su madre.
·     Charles Bukowski. No finalizó la universidad.
·  José Saramago. No finalizó sus estudios, sus padres no le podían pagar la escuela.
·     Roberto Bolaño. Nunca terminó la secundaria. 
·     Jack London. Abandonó la universidad pasado el primer año. Nunca se graduó.

Y tantos otros...

Antes de dar por finalizado este relato, me gustaría apostillarlo con una frase:

«Para que tu luz brille, no es necesario apagar la de los demás».




Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


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