Es una mujer excepcionalmente hermosa.
Inteligente, como atesora su doctorado en la universidad de Oxford.
Su sonrisa desprende una innata y agradable simpatía.
Por si todos estos atributos supieran a poco es bondadosa.
Y pertenece a una familia de buena cuna. En pocas palabras. Es rica.
Recuerdo la primera vez que vi los ojos avellanados de Martha.
Entró tímida en la gran sala. El Jefe, el señor Martínez, nos la presentó como un maestro presenta a un nuevo alumno a mitad de curso.
En nuestra oficina aquel evento se comparaba con el día inaugural en un festival de cine. Somos una sede pequeña con catorce empleados. Dos mujeres y el resto hombres. Aquel día las mujeres pusieron cara de circunstancias y los hombres escondieron barriga mostrando a continuación su mejor sonrisa. Que simple es la comuna llamada trabajo.
Monica y Silvia, envidiosas no por maldad sino por un puro acto reflejo de supervivencia, estuvieron criticándola durante semanas. Finalmente, como no pudieron medrar el carisma de su elevada adversaria, utilizaron el más sucio de sus ataques. La acogieron en su reducido grupo.
Cada mañana se repetía el mismo bucle infinito.
Paulo, el aceitunado argentino, la saludaba con un cortés piropo de rima imposible.
No hizo menos el atlético Andrés a la hora del café, trabajador por necesidad y culturista por decisión propia.
Así sucedió con Mr. Brown, en inglés y castellano, nunca un británico mostró un talante tan dado al escarceo.
O el procaz Juan, al que detuvimos no sin la típica pelea verbal entre varios compañeros por sus maneras soeces, que rallaban el buen gusto y ofendían a nuestra querida Martha.
Los demás empleados, ya fuera por timidez, lealtad a sus compromisos previos o por honor al buen gusto nos abstuvimos de decir nada que no estuviera relacionado con el trabajo.
Yo la idolatraba. No puede existir una mujer con tan buenas cualidades reunidas en un sólo ser. Ningún hombre con dos ojos en la cara no puede por menos que desearla. Un sueño inaccesible para todos.
Mi perfil podría definirse como el de un atolondrado hombre tímido. Encabezando la triste cola de los empleados menos atractivo. Por suerte mantengo, pese a la edad, un físico delgado. Mis compañeras dicen que tengo la sonrisa más tierna que han visto en un hombre. Aún no se si Monica y Silvia lo comentan en serio o simplemente se burlan de mi.
Pero un día el hechizo sucedió.
Ese mágico hilo rojo llamado destino quiso que coincidiéramos en el cine que suelo frecuentar. Martha iba sóla, al igual que yo. Uno llega a una edad en la que prescinde de acompañantes para ciertos eventos considerados como sociales.
Intercambiamos alguna mirada cómplice de reconocimiento durante la película. Pero no quisimos detener nuestra atención ante aquel elaborado guión de compleja trama, y decidimos por empatía natural no levantarnos de nuestras butacas.
Al finalizar la película nos saludamos. Aquella cinta dejaba muchas ambigüedades en el limbo de las dudas cinéfilas. Ambos consideramos justo que merecían ser analizadas desde la tranquilidad que ofrece un buen asiento al amparo de una agradable cafetería. Comenzamos a hablar, mi fascinación por la película quedaba empequeñecida por la presencia de Martha enfrente mio. El humo del café se evaporaba como una tenue niebla en medio de aquellos ojos avellanados.
Nos citamos para una siguiente película. Yo aun no lo creía. No sabía como había dado aquel pequeño gran paso. Armstrong enrojecería ante su pueril hazaña lunar.
Volvimos a quedar. Otra tarde de insípido cine. Y así, sin más. Brotó la magia. Nos besamos.
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El bello sueño duró apenas diez meses. Me abandonó como las hojas al caer de los árboles en invierno. Una fría despedida y la amargura después reconvertida en pesadillas de recuerdos.
Por suerte nadie en la sede se había enterado. No tuve que soportar miradas despectivas ni llenas de enrarecidos orgullos heridos. Tampoco escuche la rancia tonadilla "era demasiada mujer para ti". Las cosas buenas nos suceden así en la vida como en un soplo de aire. En un momento esta, y al siguiente ha desaparecido.
Una idea absorbió mi mente. Entrando en un frenético bucle continuo.
¿ Porqué me dejó ?
Parecía que me fuera la vida en encontrar la respuesta a esta pregunta...
¿ Fue tal vez alguna discusión ?
Un ágil repaso mental no encontró ningún motivo de rechazo, ni altercado grave, ni el más mínimo detalle al respecto. No podía ser eso.
¿ Algo Sexual quizás ?
Pero a menos que mintiera como una consumada actriz quiero creer que realmente nos lo pasábamos muy bien en nuestras particulares intimidades de alcoba.
¿ Había otro ?
La eterna pregunta estúpida que nos realizamos cuando falla todo lo demás. Sin embargo, no observé a ningún pretendiente en el propio trabajo ni nadie que la esperase.
Pasaron las semanas, y esa idea me tenia completamente absorbido, ¿ El Porqué ? Como un mal gusano que aguijonea la manzana y la va pudriendo desde dentro, así me sentía yo conmigo mismo.
¿ Porqué ? ¿ Porqué ? ¿ Porqué ?
Un día decidí regresar al cine en el que habíamos compartido tantos sueños de celuloide. Yo en compañía de mi mismo como única comitiva. Allí estaba. El cine que nos unió me brindó una triste respuesta. Era casi al final de la cinta...
"... Amigo Charles esa mujer era un tesoro demasiado caro para ti. No querías ver el cartel de Mujer Inaccesible colgado en su frente. No te enfades amigo. Déjame terminar te lo suplico. No digo que no estuvieras a su altura en inteligencia. Y aunque ciertamente era realmente bella, tu estabas a la par en su simpatia. Hechos son amores, y no buenas razones. No querido amigo Charles. La solución estriba en la clase social. Ese material intangible y a la vez tan valioso que no se puede adquirir con ningún don humano. Ella tendió un puente para atravesar hasta tu pobre cenagal. Pero después de la fugaz aventura no podía permanecer en esta orilla. Ella debía volver inmaculada a su apartado rincón del mundo. Y tu puedes decidir seguir lamentandote, quedandote sólo y amargado en tu asquerosa ciénaga de los recuerdos sin nombre o aceptarlo."
La película acabó con un fundido en negro.
No hubo aplausos. Ya nadie aplaude en el cine.
Recapitulé. En mi fuero interior hubiera preferido mil veces que hubiera habido un otro.
Contra la maldita insustancialidad de la clase social no se puede luchar.
Recordaré por siempre el título de la película. "A glass of acceptance".
*NOTA*: Esta entrada nació fruto de ver la excelente película "El Secreto de sus ojos".
Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia