domingo, 7 de julio de 2024

«A través de una ventanita, se veía una escena pequeña y remota: una playa solitaria y una mujer que miraba el mar. Era una mujer que miraba como esperando algo, quizá algún llamado apagado y distante. La escena sugería, en mi opinión, una soledad ansiosa y absoluta».
El túnel (Ernesto Sábato)


En ocasiones, si se evocan ciertas palabras, estas forman una madeja que, por extraña combinación, ovillan pequeños mundos. En mi caso, la madeja que llegó hasta mis manos poseía el nombre de
El túnel (1948), obra tejida por el argentino Ernesto Sábato. Una madeja interesante, sobre todo a medida que se avanza en la narración y los personajes secundarios aparecen ante el lector y le susurran relaciones extrañas e intrigantes. La imaginación (al menos la mía lo es hasta el grado del ofrecimiento) cree ver extraños paralelismos con la realidad. En mi caso, no puedo evitarlo, es una constancia, y El túnel de Sábato no sería la excepción. Explicaré mejor a dónde quiero ir a parar con mi tesis, pero antes pondré en orden ciertas palabras, que a partir de ahora nombraré etiquetas, para ejemplificar mejor mi extrañamiento ante la ¿caótica? o ¿extraordinaria? (cójase el interrogante que mejor se adecúe según cada uno) sucesión de hilos aleatorios: anciano, ciego, esnob, estatus, mujer, esposa, María.

Existe una alta probabilidad de que a cualquier persona cercana a la literatura esas seis etiquetas le hayan remitido de forma instantánea y sin ninguna dificultad a un ámbito real de la escritura, etiquetas que, de nuevo, sitúo en la palestra: anciano, ciego, esposa y María. ¿Son acaso un enredo sobre Jorge Luis Borges y María Kodama? Es de dominio público que Sábato y Borges no se llevaban bien, pero sería posible que Sábato hubiera escrito una obra solo para ridiculizar en los límites a Borges, y me refiero a ridiculizarlo lejos del tema principal del existencialismo, del que otras muchas tesis describen y nombran a El extranjero (1942) de Camus como referente, o alejado del análisis psicológico del personaje principal, Juan Pablo Castel, asesino machista; me refiero a los márgenes de la obra, a esos lugares desconocidos, extraños e incluso absurdos.

La ceguera de Borges se manifiesta de modo explícito desde 1955 hasta su fallecimiento en 1986, Ginebra (suiza), pero si se ahonda en lo biográfico, encontramos trazas de la temida desaparición visual durante el inicio de la escritura de El sur (1938), diez años antes de que Sábato armara su obra, donde ya Borges presentía la fatal negrura y donde, según escriben algunos, Borges narraba sus relatos para que, tal Homero, otros le transcribieran.

El personaje ciego de El túnel, Allende, el marido ciego de María, delata sin preámbulos el distanciamiento, al menos sexual, con su esposa.

—No me llamo Iribarne y no me diga señor. Soy Allende, marido de María.
Acostumbrado a valorizar y quizá a interpretar los silencios, añadió inmediatamente:
—María usa siempre su apellido de soltera.

Si se lee a Bioy Casares, y se le quiere creer, Borges era asexuado, y si se ahonda más todavía y se quiere creer a otros testimonios, se encuentra a la mucama personal (doncella/criada) de Borges durante casi 40 años, Fanny Uveda, que afirmó: «el señor murió virgen». Quizá hablar del sexo de un Dios Homérico sea llevar las creencias a límites cercanos a la religión y hacer que el mar retroceda y que el agua se convierta en vino. En todo caso, la referencia, alarmantemente cercana, alude al anciano marido, al esposo ciego, impotente al ver a su esposa danzando libre por la vida y sin más atadura que la prebenda matrimonial.

A vuelta con lo narrativo, tras la entrega a Juan Pablo de una carta íntima escrita por María. Allende, el marido ciego, añade…

—Así es María —dijo, como pensando para sí—. Muchos confunden sus impulsos con urgencias. María hace, efectivamente, con rapidez, cosas que no cambian la situación. ¿Cómo le explicaré?
Miró abstraído hacia el suelo, como buscando una explicación más clara. Al rato, dijo:
—Como alguien que estuviera parado en un desierto y de pronto cambiase de lugar con gran rapidez. ¿Comprende? La velocidad no importa, siempre se está en el mismo paisaje. Fumó y pensó un instante más, como si yo no estuviera. Luego agregó:
—Aunque no sé si es esto, exactamente. No tengo mucha habilidad para las metáforas.

Y mucho más adelante, una confesión de María, ante la insistencia de Castel y sus incipientes celos, descubren una relación Allende-María más cercana a lo maternal que a lo sexual:

 —[…]Vos has dicho mil veces que hay muchas cosas que no admiten explicación y ahora me decís que explique algo tan complejo. Te he dicho mil veces que Allende es un gran compañero mío, que lo quiero como a un hermano, que lo cuido, que tengo una gran ternura por él, una gran admiración por la serenidad de su espíritu, que me parece muy superior a mí en todo sentido, que a su lado me siento un ser mezquino y culpable. ¿Cómo podes imaginar, pues, que no lo quiera?

Todo ello, por no olvidarme de mencionar, muy de pasada, a los amigos de María, un círculo social de clase alta, un tanto esnob y trasnochado de la vida, quizá otro claro guiño al círculo vital del Borges real. ¡Quién sabe!, son tantos guiños que uno acaba desquiciado con tanta mioquimia.

¿Es El túnel una obra en el que el inconsciente de Sábato le juega una mala pasada, una simple casualidad que según la ley receptiva de Robert Jauss cada lector lee lo que quiere leer o es una plena consciencia maledicente que ataca al rival escritor?

En cualquier caso: «And ne forhtedon na».




Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

domingo, 19 de mayo de 2024



Nos dirigíamos en coche a un pueblo de montaña. Por la carretera no dejaban de pasar ciclistas a toda velocidad por nuestro lado como en un tour de España. Yo estaba muy intranquilo por miedo a chocarnos con ellos, pero tú estabas tan radiante y mostrabas una sonrisa como cuando eras mucho más joven.
—Tranqui, amigo, no pasará nada —me decías.

Al cabo de un rato llegamos a un pueblo y aparqué el coche. En medio de la plaza un árbol se erguía majestuoso, aunque no crecía recto, sino que estaba torcido y hacía forma de ese y debajo de esa ese, a modo de dintel y esculpida en el tronco  había una talla de un ciervo incrustada en la propia madera y pintado el animal con acuarelas. La tradición local —no sé cómo sabía acerca de la tradición local, pues era la primera vez que iba hasta aquel lugar— decía que quien pasara por debajo del ciervo tallado en el árbol tendría suerte toda su vida. Me apresuré a agacharme y pasé a rastras por debajo del agujero. 
Una vez traspasado el agujero, tal Alicia, al levantarme, te había perdido de vista y un momento después te reencontré y te vi delante de un bar. La entrada resultaba encantadora, rústica de madera, muy bonita, de auténtico pueblo y detrás de un tonel estabas tú con un vermut en la mano. Y me acerqué hasta ti,  todavía conservabas esa sonrisa tan genuina tuya, y te pregunté:
—¿Tú no pasas por debajo del árbol, amigo? 
Y me contestaste:
—¿Para qué? Sí yo ya soy muy afortunado.


Menudo sueño más chulo, había mucha paz en ese viaje.


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Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


domingo, 28 de abril de 2024




La conocí en La ridícula idea de no volver a verte y después en Historias de mujeres, dos obras muy diferentes, pero igual de intrigantes. La autora me causó una gran alegría, pues, además de ser una autora popular, su prosa era todavía mejor. Su nombre, Rosa montero, y su libro poseía una relación indirecta con una búsqueda anclada en mí desde hacía tiempo: encontrar un libro de ciencia ficción de habla hispana. Había decidido alejarme un tiempo de la ciencia ficción anglosajona y buscaba un escritor o escritora oriundos en lengua castellana. ¿Era pedir mucho? Pues no. Rosa Montero nos regaló este Lágrimas en la lluvia que venía con pack de regalo. ¿Por qué? Porque la autora se adentró en el mundo de Philip K. Dick y su inquietante ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, y lo amplió, creando un personaje redondo y un mundo afín a sus inquietudes. No era el original, cierto, era mejor, al menos para mí sí lo era. Dick poseía ese estado de gracia como generador de ideas, pero no era igual de brillante en sus ejecuciones. Así, no resultaba extraño encontrar a sus fans polarizados por sus obras, incluso algunos no le perdonaban la tiranía de las tramas con giros inesperados y prescindibles, puesto que, de hecho, sus mejores novelas eran aquellas en las que el autor apenas daba importancia a la trama. Así, de vueltas con la obra, ¿Sueñan los androides…, una buena idea, una mala ejecución, se vio pronto superada por su versión fílmica, Blade Runner, que la lanzó al estrellato de la scifi. Montero hábilmente recogió ese vasto y rico mundo de replicantes, humanos sintéticos apenas diferenciables de los verdaderos humanos, con una vida falsa construida a base de recuerdos virtuales implantados, y fue más allá. Recreó el mundo de Dick, los Estados Unidos de la Tierra (EUT), e insertó a los replicantes en su tejido social, más integrados, pero igual de inadaptados, pues cualquier mundo, real o ficticio, posee parias; y después nos regaló pinceladas de otros conceptos de la ciencia ficción, otros mundos, algunos humanos y otros extraterrestres, y como una excelente jugadora de póker mezcló la baraja con todas las cartas y jugó a ver qué carta saldrá. ¿Contienen metaliteratura las lágrimas de un replicante? En este caso mucha. Esas memorias falsas insertadas en la mente de los replicantes resultaban un hábil trasunto utilizado por la escritora para hablar del acto creativo, de cómo un escritor se inserta, con plena consciencia o plena inconsciencia, en la manipulación de los recuerdos de sus personajes; ¿y si un día un personaje descubriera que toda su vida, su familia, amigos y pasado… fueran falsos?, ¿cómo se reinventaría?, ¿podría superar tamaño bache? Siguiendo ese hilo, así se sentía la protagonista de esta obra, Bruna Husky, que para mayor inri, poseía los títulos de replicante, detective y mujer; y una vida sintética y limitada —recordemos— por diseño de fábrica a vivir tan solo 10 años. Por si sus pesares fueran pocos se los repetía con cansino y acertado leitmotiv: cuatro años, tres meses, … No harían falta más explicaciones, si todavía no se leyó la obra. Las situaciones y conflictos recreados por Montero eran los propios de su época, siglo xx-xxi, pero reconvertidos en un futuro Dickiniano y un mundo fácilmente reconocible para los cinéfilos de Blade Runner. Montero tradujo la homofobia por tecnofobia, la pobreza simplemente no la tradujo, pues la pobreza resultaba igual en todos los tiempos, aunque sí cambió sus circunstancias, la lucha entre potencias la elevó del suelo a los cielos y al cosmos, y las miserias humanas, avaricia, miedo y odio, las dejó inmutables. Las buenas novelas de anticipación han jugado (y juegan) con todas esas particularidades y han injertado problemas sociales en sus tramas para hablar de lo mismo, de la contemporaneidad, de la sociedad y de las cosas que creemos que deberían ser mejores y que cuestan tanto de cambiar. Lágrimas en la lluvia fue más bien un guiño a la película, cierto, pero resultó un guiño acertado, aunque no desembocó únicamente en un pastiche de elementos Dickinianos y fílmicos, uno tras otro, pues si se fue fan de la novela o de la película no se quedará defraudado por esta obra y después de que se lea se podrán entender las modificaciones que insertó Montero, los giros en la obra original que harán soltar lágrimas de felicidad, de histeria o de extrañeza que quizá no el lector no se espere… o tal ves sí. El futuro era replicante, el futuro era mujer, pero, sobre todo, el futuro estaba en la lluvia y, como siempre, en el presente.

 

SI NO ERES S. BONAVIDA PONCE

ABANDONA ESTAS PÁGINAS

ARCHIVERO CENTRAL S777

EUT 2077, TORRE, 12, ABRIL, 2177

 

 


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Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

domingo, 24 de marzo de 2024


«Un delgado muchacho chino con pantalón corto y una camisa llena de remiendos salió del escaparate casi rozándole las puntas de los dedos, apretando una caja blanca de filetes de carne sintética contra su pecho, y Andy sólo pudo extender una vez más sus manos inútilmente».
¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio! (1966. Harry Harrison)


El calor:

En la película el calor resulta insufrible, se palpa en los actores, se palpa en las calles resecas, en los estratos sociales, tanto bajos como altos, que lo sufren, aunque no por igual (los ricos tienen carísimos sistemas de refrigeración).

Por el contrario, en la novela la climatología posee mayor diversidad. No es únicamente el calor el actor principal, sino que también llueve, tanto, que se producen inundaciones que ahogan y matan a los niños incautos que juegan en las calles.


Mujeres:

En la película las mujeres que aparecen son poco menos que prostitutas, por suerte, en el libro hay mayor variedad y elenco de personajes femeninos. La muy rescatable señora Miles (inexistente en la película) que ayuda a Shirl en las interminables colas del agua y sobrevive con su marido y sus hijos. La propia Shirl, con intenso protagonismo en la novela, es un pálido reflejo en la cinta. En el otro extremo, nada amable, la horrible matriarca de los Beliche.

 

Corrientes:

La novela bebe de la polarizada corriente sesentera: señor y señora, hombre y mujer, buenos y malos, pobres y ricos, etc. La visión dual y reducida de la época encorseta al relato que, aunque distópico, rescata en excesos tópicos propios del tiempo de su publicación y que pueden alejar de la narración al lector contemporáneo. Sin embargo, si nos olvidamos de dichas particularidades, se puede disfrutar en general de un relato que anticipa una agónica distopía climática.

 

Un poco de trama:
A diferencia de la película, en la que Shirl apenas es una figurante sexualizada (prácticamente una prostituta) y que inicia una relación junto al detective Andy Rush donde no pasan de más de dos revolcones; en la novela Andy invita a Shirl a su casa y viven juntos una temporada, es decir, viven los tres juntos: Shirl, Andy y Sol. Lo que en un principio aparece como conflictivo, se resuelve pronto. Sol, un hombre mayor, acepta pronto la convivencia con la desconocida y hasta establecen entre ambos una relación padre-hija. Gran personaje el anciano que tanto en ambos medios, libro y película, representa la memoria colectiva, el gran receptáculo de sabiduría, el conocimiento perdido, es una isla Atlántida en medio de un mundo caótico y sin ideales.

No es de extrañar que sean los mayores (los ancianos) los únicos que reclaman derechos sociales en las calles (esto se palpa en la novela y en la cinta se les asigna el rol de grupo de intelectuales y ratas de biblioteca).

En la novela, en las manifestaciones (Kid Reeves, personaje inexistente en la cinta), jalea a la turba de ciudadanos a que griten y recorran las calles reclamando sus derechos.
Más adelante, la relación Shirl-Andy, en la novela, decae paulatinamente debido al trabajo excesivo de Andy, que no le ofrece tiempo para convivir. Es la falta de tiempo en pareja lo que asesina la relación. Ella no se queja de los pocos recursos de los que dispone Andy, no anhela sus antiguos lujos, pero sí desea mayor tiempo con él.

En la película, la relación no pasa de dos revolcones y una Shirl totalmente sexualizada, manipulada y encorsetada en su papel de concubina de hombres ricos. ¡Una pena! Porque en la novela el personaje cobra otra perspectiva.
En el tramo final de la película, el anciano se dirige a la residencia, un eufemismo para designar al edificio público donde se practica la eutanasia. Muere en paz, estirado en una cama, mientras en pantallas gigantes ve amaneceres, ríos, bosques y animales. ¡La naturaleza ha muerto, larga vida a la urbanidad!
En la novela Sol también muere, pero no en un final con tan infladas imágenes. Tras acudir a una manifestación, la primera de su vida, cansado de callar y soportar tanto, se rompe la cadera. A partir de ese momento, iniciará su particular descenso a los infierno y se quedará en casa sin poder pedalear en su añorada bicicleta estática, que, por otro lado, proporcionaba luz al hogar. Shirl le hace compañía hasta el final. Tras morir el anciano, según la legalidad de la ciudad, una familia debe ocupar la habitación que ha dejado libre.
Y aparece la familia Beliche: padre, madre y varios hijos. Muy invasivos y más guarros que invasivos. Queman leña en el interior de la casa. Los niños defecan por los rincones. Y el comedor, un espacio de tránsito común, se lo adueñan. De ese modo, Andy y Shirl quedan recluidos en su propia casa en una habitación.
Shirl y Andy discuten continuamente. Él marcha a trabajar, a diario, casi a todas horas, eso le proporciona cierto alivio, pero ella debe convivir con los guarros Beliche. Finalmente, Shirl abandona la casa y a Andy.

Finales trampa/finales sorpresa:
La versión cinematográfica en el tramo final posee una sorpresa final relacionada con la famosa comida Soylent Green, giro que la encumbró y le permitió ser recordada. No así la novela que, ausente de cualquier estridencia final, incide con mordacidad en una critica social y ecológica.


En la novela en inglés:

soylent steaks / soylent burgers

...holding a white box of soylent steaks against his chest...

 

En la novela en castellano:

...apretando una caja blanca de filetes de carne sintética contra su pecho...

Lo que no estuvo:
En la novela aparece… Billy Chung, asesino del mafioso Mike, y toda su subtrama que es un bluf que no acaba en ninguna parte, pues aparecen un montón de personajes secundarios, únicamente nombrados y sin ser mostrados, que añaden una capa de conspiranoia absurda que nunca se acaba de materializar, únicamente sirve para rellenar páginas y páginas con ella. Una subtrama, la de Billy Chung que, los guionistas, en toda su sabiduría revolucionaria, decapitan por completo.

 

¿Qué interesa del libro?:
Lo interesante de este libro sesentero (1966) es la alusión a problemas de actualidad (2023), como son la cuestión del crecimiento global, la escasez de recursos (debido al nombrado crecimiento demográfico desmedido) y el antropoceno derivado (climatología y agentes geológicos y demás).
La novela retrata de manera más realista que la película la angustiosa sociedad futura (el ahora) donde las personas viven hacinadas en coches y calles debido a la falta espacio y vivienda. El calor extremo se evidencia también en la cinta y, en ambos medios, película-novela, la suma de calor y gentío se palpa como un elemento insoportable de cohesionadora decadencia cobrando, así, el título de la obra original, mayor fuerza que el rimbombante soylent.

Por que, sobre todo, ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio!


Una lista bastante completa de personajes de la novela versus personajes de la película se puede descargar aquí.


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Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

domingo, 25 de febrero de 2024



Una palabra, 100000 años. Magma fundido, la primera gota de lluvia, la primera bomba de fusión.
16 palabras. Reinventar marcos narrativos en mentes finitas, ¿cómo puede lo minúsculo albergar la inmensidad? 
32 palabras. Pensamiento racional, tecnificación, Inteligencias Artificiales, ¿nos acercan exponencialmente a la hecatombe? 
64 palabras. Racionalizar el mal no es entenderlo, al antropoceno no se le debe combatir, se le debe entender, o sentir, o empatizar; derrotar a un violento con violencia es inútil, es lo mismo.
128 palabras. Hubo una vez una niña que enseñó a un anciano que si salvas la vida de una solo tortuga, eso es importante para esa tortuga. Un planeta. Una tortuga. 
256 palabras. Vacío. Tiempo y espacio. Más allá no podemos predecir... la ciencia ficción no llega a tanto, solo es humana. 
512 palabras. Entrar en la rueda del Shamsara, desentender binarismos, triadas, cuartetos, cinquetos, integrar la numerología con la palabrería del sentimiento y fundirse en ese inasible sentimiento universal que solo se puede captar desde la intuición. 
Casi 1000 palabras después y faltaron 24 hasta las doce, para la medianoche, para entender lo más importante... que es... la eclosión de nuevas narrativas sentimentales múltiples y únicas en esta paradoja unidisciplinar llamada vida.

Firmado por: un animal salvaje, una persona humana, un pleonasmo racional, un agente biológico, un agente geológico, un ser universal, nadie y todo, una desilusión y una alegría, y la única palabra que debería importar...

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domingo, 18 de febrero de 2024




Así se pierde la guerra del tiempo

Amal El-Mohtar (Canadá, Escritora)

Max Gladstone (EUA, Escritor)

Los hilos y las hebras de esta historia se entrecruzan con maestría, pero ¿a qué origen pertenecen?, ¿es orgánico o es inorgánico?, ¿son acaso brácteas rojizas de un arthurium o filamentos gris acero de una placa madre? Rojo o Azul, Azul o Rojo. Límites en el espectro de colores que sitúan la frontera y el marco para dos personajes rivales en estos viajes intemporales, pues intemporales son —me atrevo a afirmar—, pues el tiempo exterior solo es la excusa para hablar del viaje interior, el viaje de un personaje al interior del otro, un viaje donde el tiempo no cobra importancia, únicamente el sentimiento. La temporalidad y sus derivados son la excusa para hablar de lo íntimo: múltiples multiversos versus la única realidad de las protagonistas, distopías versus ucronías, no ficción versus ficción. Y, cómo única argamasa, ese tiempo interior que fluye con lentitud. ¿Es una historia de amistad? Quizá lo sea, y quizá, probablemente, de algo más, pero aventurarse en esa cuestión sería adentrarse demasiado en lo desconocido. Es más simple que eso, es una maravilla de historia, no por los viajes temporales (el pretexto), un simple marco de referencia ciencia-ficcional tan válido como la naturaleza, el realismo o la intriga; es maravillosa por esa prosa exquisita que ambos autores plantan, destilan y tratan con una mirada polivalente tanto para verla con un hálito tecnológico como con un hálito biológico-naturalista. Lo que se encuentra en Así se pierde la guerra del tiempo es una pérdida que, por otro lado, resulta una evidente ganancia para el lector. Para resolver la paradoja, que no es temporal, la solución es sencilla: se debe leer. Así, ¡deseo que quien lo inicie tenga un fabuloso viaje lector por estos hilos y estas hebras!

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domingo, 11 de febrero de 2024




Elina Cerla: Arte e historia


 · ¿Qué es el arte?

Elina no cree en la objetividad, para ella el arte es fundamentalmente subjetivo.

Un cuestionamiento complejo que nos plantea como un wicked problem... Problemas muy complicados de deshacer.



 · ¿Qué valor tiene el arte?

Pensadores como Platón no le daban valor al arte.


 · ¿Es la belleza permanente, en toda época y lugar?

Un juicio sobre lo que es bueno y lo que es malo... Sobre la belleza católica y universal... Y, cómo no, sesgos dentro de la atribución de valor.


 · Algunas cuestiones lanzadas por el público:

¿Es el arte humano?

¿Qué valor tiene el arte?

¿Quién decide el valor que tiene el arte?

¿Puede ser común o particular?

¿El arte se estudia?

¿Por qué nos estamos preguntando qué es el arte?

¿Podemos cuantificar el valor del arte?

¿Cuándo algo se convierte en el arte y cuándo deja de serlo?

¿La figuración del arte se puede aplicar a otros artes?


 · Y, por último, algunas funciones que posee el arte:

Ritual

Espiritual

Trascendental

Mercantil

Económico

Autoconocimiento

Expresión

Status

Poder

Riqueza

Educativo

Decorativo

Propaganda

Wellness (experiencias positivas)

Político

Reivindicativo

Discursivo

Terapéutico

Eutópico (lo bueno)


 · Antes de acabar, reflexiones actuales: ¿deberíamos incluir a las IA?

Si somos incluyentes, ¿no deberíamos abrazar a Robots e IA?

Sinceramente, la solución pasa por unir tres vértices.

Naturaleza. Humano. Tecnificación.

 

Acompaña la ponencia con música: Dagui Pierro.


Dagui Pierro


«Deberíamos hacer un test de Turing del arte».

Elina Cerla



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