lunes, 31 de diciembre de 2018


«Haced lo correcto y feliz año nuevo»

Entré en esa cafetería librería situada en el centro de la ciudad, ya sabéis, esa clásica edificación de nombre extraño e inventado, un antiguo templo de la literatura reconvertido en un almacén del consumismo literario. Había pedido un té verde y la camarera, solícita, me lo había servido con puntualidad suiza en la mesa. Llevaba mucho lío en mi cabeza, mi coche, un viejo Peugeot azul metalizado con más de dieciocho años sobre su chasis reposaba en el garaje, siendo presa de una reparación de urgencia por sobrecalentamiento; además, esperaba a mi biografiado, que por culpa de llevar mi vehículo al taller, quizá no aparecería, pues le había escrito un mensaje comentándole mi retraso debido a mi lamentable situación... Sí, llevaba mucho lío —insisto en que hay personas que se ahogan en un vaso de agua y yo soy una de ellas— a pesar de todas estas excusas, hay hitos que uno no debiera olvidar, a saber uno de ellos, pagar la consabida consumición.
Llamada del biografiado confirmándome que no acudiría finalmente a la cita. Mea culpa.
Colgué y al instante, y por culpa de esa sincronicidad cósmica, recibía la llamada del garaje: que tenían el coche arreglado, que cerraban en media hora, que si no me pasaba ya no podría recogerlo hasta pasado el fin de semana. Era viernes. Las campanas de la celeridad replicaron con intensidad en mis oídos, recogí bufanda, carpetas con anotaciones de la biografía, guarde móvil, bolígrafos y hojas en blanco, también el sempiterno libro electrónico que siempre llevaba encima, me puse la chaqueta y partí.
El coche bien arreglado, un peso menos y el desasosiego, del no saber que tendrá, desapareció, y al desaparecer ese peso, la mente se vacío y acudió a mí el desagradable recuerdo soterrado del té verde no pagado en la librería de la culturización. ¡Sacrebleu! Me había ido sin pagar la consumición. Mierda. Debería volver al otro día y subsanar mi cuenta. Sí, sé que muchos pensareis lo siguiente, pero si solo es una bebida con agua, lo que te gastaras en tren o en gasolina, mas el aparcamiento o desplazamiento en transporte público superará con creces su importe, y súmale la despreocupación del antro de la cultura al cual no le importará un pimiento el exánime dispendio de esa bebida no cobrada...
Pues no importa. Mis padres me criaron con esos valores estúpidos que impiden, a una persona correcta, llevarse nada ajeno, menos aún hurtar —no diré robar, pues no hubo mala intención—.


Al otro día agarré el tren, el metro y me personé en la cafetería librería de nombre extraño e inventado, donde «la lie». La camarera no era la misma, así que puse en situación a la nueva: ayer, un té verde, no lo pagué, nervios, confusión, hágase cargo y ¿cuánto es?
La camarera me miró como al estúpido más grande que se hubiera topado en la vida y me pidió el ticket de caja. Obviamente no lo tenía. Me hizo esperar de pie e hizo una llamada, según ella a su compañera, esta debía andar ocupada en su día libre y no cogía la llamada. La nueva camarera soltó un bufido, después del cuál llamó a un encargado, me iba informando de todos sus movimientos, imaginé para tranquilizarme o por pura cortesía profesional. El encargado tardó unos minutos en agarrar también el teléfono, escuché un exabrupto malhumorado al otro lado de la conversación, era fin de semana y el superior no debía entender porque le llamaban por aquella nimiedad. La camarera -la nueva- le refirió el problema con todo detalle. Al poco colgó e insistió: "sin ticket no podemos cobrarle".
En vista de que no me exoneraban la deuda y que tampoco me aportaban solución alguna, solicité un nuevo té verde. La camarera asintió, me senté en una mesa y volví a beber, aunque sin ganas, aquella delicia importada de vayan a saber que cultivos índicos. Me la bebí, sin darle tiempo a enfriarse, me quemé la lengua, y me dispuse a pagar. Cuando la camarera -ya había hablado más con esta que con la anterior, por lo que no usaré el adjetivo "nueva" para referirme a ella-, se dispuso a extenderme el ticket y yo tenía pensado dejar una propina que añadiera a la cuantía mi deuda del día anterior, la mujer, no sin cierta desazón descorazonador en el rostro me dijo:"¡Oh, lo lamento! No le puedo extender el ticket. La máquina no funciona".
Me encogí de hombros y, ella, adelantándose a mi pregunta me dijo que volviera otro día.
Aquellos tés verdes iban a costarme una fortuna. Creí intuir, por la sibilina sonrisa marcada en su rostro, que ella pensaba que ya no volvería una tercera vez. Craso error.


Esperé al lunes, agarré de nuevo el tren, agarré el metro y acudí, por tercera vez, a ese antro de pseudocultura. La primera camarera -la primigenia- volvía a encontrarse detrás de la barra y al lado de ella un hombre, quien deduje sería el encargado. De nuevo me presenté, les expliqué la situación; el hombre levantó una ceja y reconoció en mí al tipejo que le había molestado en el fin de semana de su descanso, la camarera intentó hacer un esfuerzo de memoria, pero por su cara yo debía ser un completo desconocido, su memoria debía ser peor que la mía -algo realmente excepcional-, entre ambos se encogieron de hombros y me explicaron una nueva situación.
La cafetería quedaba temporalmente fuera de servicio, no podían cobrar, ya que la máquina expendedora se encontraba estropeada y el técnico, supuestamente de camino, desconocían cuando llegaría. Tres días perdidos, imploré alguna solución, después de todo no iba a desfallecer en mi esfuerzo de hacer lo correcto, es lo que me habían enseñados mis padres, e insistí en encontrar algún método compensatorio con el que pudiera subsanar los dos tés verdes que ya debía. El encargado bufaba, todo se hubiera solucionado si el hombre me hubiera perdonado la cuenta, pero supuse que alguna ley, de orden interno en aquella esnob cafetería, debía impedirle ofrecerme aquella sencilla salida a aquel callejón de exageradas buenas formas y estúpidos tecnicismos, pero no, en ningún momento vi atisbo alguno de aquella solución honrosa. Me volví a encoger de hombros y me parapeté detrás de la barra, mostrándome firme en mi propósito de no marcharme en aquella ocasión sin pagar. El encargado, intuyendo la cabezonería de aquel tipejo -yo-, me ofreció la posibilidad de comprar un libro en el establecimiento de más abajo que también pertenecía a la cafetería librería donde, y para que todo fuera más oficioso, la camarera me acompañaría, le explicaría la situación al dependiente de abajo y me cobrarían un importe adicional en forma de bolsas de plástico que compensaran la cuantía de los dos tés verdes.
¿Y qué libro escogía yo? El más barato era de un tal Armando Torres Revueltas, 35 euracos, con razón nadie iba a comprar libros a aquel templo del consumismo literario. A pesar de encontrarme satisfecho por hacer lo correcto, me encontraba apesadumbrado por la rascazón impuesta en mi exánime billetera; me adicionaron a la cuenta tantas bolsas de plástico por importe de los dos tés verdes en deuda, y cuál fue mi sorpresa cuando me dieron veintiocho bolsas de plástico. "Oigan, que no es necesario. No hace falta". Insistí. De nuevo, alguna ley de orden interno actuó en contra de mis ecológicos y pragmáticos intereses. Era obligación por parte del dependiente hacer entrega de las bolsas de plástico al cliente. Así que marché del establecimiento con veintiocho bolsas de plástico debajo de las axilas, parecía el hombre de las nieves yendo de compras navideñas. Aproveché el viaje y llamé a mi madre, para saber si les iba bien que me pasara a comer con ellos. "¿Qué cosas de preguntar? Pásate cuando quieras", era la respuesta de siempre. Llegué al hogar materno, mi madre cocinaba un excelente guiso, y cuando me vio aparecer cargado con veintiocho bolsas de plástico se hecho a reír, aunque al momento acogió con agrado aquellos portentos de valijas a las que les daría tantos usos. Mi padre, observante de toda la escena, me esperaba serio sentado en el sofá. Me preguntó acerca de mis últimos días, le di la retahíla de largas y oportunas explicaciones de aquellos tres días, mientras él asentía sin interrumpirme, cuando acabé mi relato me preguntó acerca del coste de las bebidas y del coste final de transportes y libros; yo le respondí: 2 euros y 50 céntimos los dos tés verdes, el libro de Revueltas más los gastos de desplazamiento 41 euros con 77 céntimos.
"Pero hice lo correcto", puntualicé con énfasis orgulloso aquella proeza mía, promovida, sin lugar a duda, por las enseñanzas paternas. Mi padre se encorvó un poco y acercándose a mi oído, quizá para que mi madre no le escuchase, me soltó: «Hijo, tú lo que eres es un tontaina».

¡FELIZ ENTRADA DE AÑO 2019!
¡Y RECORDAD... NO SER UNOS TONTAINAS!

¡ABRAZOS!

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miércoles, 19 de diciembre de 2018


«Saludos aquiescentes
en nuestro octavo
cumpleblog
»



Habíase un lugar:

Cuando el tiempo empieza a medirse en años se echa la vista atrás y se rememora, con cierta nostalgia, el camino andado. Es esa clase de nostalgia pacífica, agradable, que impregna tu ser con una bonita sonrisa al recordar....

Así me gusta imaginar la sabiduría de la vejez, y aunque solo ocho años cubren mi sombrero debiera por ese hecho y por ese tiempo escribir un símil acerca de un aprendizaje cuasi infantil; pero me gusta imaginar que quizá forme parte de ese círculo de almas viejas a las cuales no les importa los años físicos, sino el tiempo sensorial, o como yo prefiero llamarle, el tiempo sentimental.

Sea joven, o sea viejo, con independencia de ese punto de vista de edad físico-mental, disfruto echar esa mirada atrás, y agradecer, siempre agradecer, aceptar todas y cada una de las ambigüedades que me encuentro en esta senda de existencia: penas y alegrías, llantos y risas, errores y aciertos... Y aprender, siempre aprender de las situaciones, de las personas, de los lugares, sobre todo de la quintaesencia de esta vida que anida en el centro de la aquiescencia: el amor.

Agradezco... un año más.

Gracias a todos por estar aquí.
Abrazos, estimados.




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miércoles, 5 de diciembre de 2018

«Una obra práctica y completa por su reducido tamaño»


En el interior de cada persona existe un pequeño prontuario escrito con letras versalitas. Para Jaime, la palabra odio ocupa un lugar importante en su particular volumen y la primera definición de su destacado vocablo arranca tal que así:

Odios.
Primera acepción. Sustantivo masculino plural. Catorce de agosto. Los grises disparan a mi padre por la espalda, le dejan desangrarse en la cuneta.
Odio.
Segunda acepción. Sustantivo masculino singular. Lola fallece a la semana de traer al mundo a nuestra hija. No me pude ni despedir.
Odia.
Tercera acepción. Verbo intransitivo. A mi hija. Que los ángeles te cuiden por toda la eternidad, cariño mío. 


En el prontuario de Jaime existen treinta y tres acepciones distintas para la palabra odio, la última de ellas, engarzada en lo más profundo de sus sentimientos, se la reserva como un epitafio, una frase póstuma que espera, algún día, esculpirá en su tumba. 

«Odiad el amor, ese que tanto os quitará».


LA NEGATIVIDAD OS HARÁ LIBRES
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domingo, 25 de noviembre de 2018


«Me gusta caminar bajo la lluvia, porque así nadie puede notar mis lágrimas».


En un futuro muy cercano los avances tecnológicos permitirán controlar el tiempo a gusto y uso de los ciudadanos, se establecerán medidas de votaciones telemáticas para que las personas puedan escoger a su antojo los días soleados, lluviosos o nublados.

La elección, por desgracia o por suerte, quedará condicionada a los departamentos técnicos quienes se encargarán de los pormenores que atañerán a elementos variados, tales como: medio ambiente, climatología, ciclos de Milankovitch, etc... A priori resultará sencillo evaluar aquellos días mínimos, según zonas y regiones, de precipitaciones diarias, los vitales milímetros de agua de lluvia necesarios para flora y fauna, saneamiento de calles, nubosidad presente en la atmósfera para atemperar el efecto invernadero, cantidad diurna de luz solar —en el futuro la demanda de sol para edificios con placas fotovoltaicas aumentará—, perpetuar y mantener el ciclo fotosintético de las plantas... y un sinfín más de datos, variantes, y cuestiones meramente científicas, que los responsables técnicos se encargarán de establecer con baremos confiables para evitar catástrofes medioambientales.

Una vez establecidas las franjas mínimas de lluvia —a nadie gustará acudir al empleo bajo el efecto de la lluvia—, las franjas nubosas y aquellas en las que aparecerá el ansiado sol —elección de la mayoría—, se abrirá el proceso de elección y votación mensual para los ciudadanos.

¿Pensábamos que en el futuro se eliminarían las castas sociales? Pensar eso sería una utopía por nuestra parte, sucederá un hecho curioso. La mayoría de ciudadanos, aquellos que se moverán en franjas de oficina más habituales, como son los trabajos de lunes a viernes, de 08:00 a.m. hasta 20:00 p.m., apartarán en su mayoría las horas de lluvia para las noches o algunos fines de semana, sacrificando algunos días entre semana para días lluviosos, para poder obtener así fines de semanas completamente soleados.

¿Qué sucederá con aquellos trabajadores nocturnos o de fin de semana?

La casta de los lluviosos. Trabajadores no solo denostados por su habitual incomodidad horaria, ellos, además, se verán afectados por la dificultad de acudir a sus puestos nocturnos, o de fin de semana, bajo la lluvia. Se convertirán en una casta aún peor de lo que son hoy en día. Trabajos que nadie querrá, ya no solo por el hecho horario, sino por la incomodidad de la molesta lluvia, un día tras otro.

Deberemos sumar, pequeñas casuísticas —nos comentan desde el futuro departamento de control de clima—, tales como la nieve, la niebla, huracanes —¿son necesarios?— desgraciadamente tales eventos de la madre naturaleza sí serán necesarios, según los estudios futuros que revelarán desde el departamento.

Así, el control del clima, tan ansiado, tan vaticinado y tan esperado con vítores por muchos, creará una mayor desigualdad en muchos estratos de la sociedad, para los lluviosos, quienes convertirán en disfemismos de mierda su trabajo.

Soleados días.
Futuro Dpto. de Control del Clima (DCC).



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domingo, 18 de noviembre de 2018




«Un gran poder conlleva una gran responsabilidad»



Cuando era apenas un crío sufrí acoso escolar. Extraña resultaba la semana que no recibía insultos, vejaciones, golpes, arañazos o incluso heridas...

Después de aquellas sesiones de interminable ensañamiento llegaba a casa, me encerraba en mi habitación, me secaba las lágrimas y me sorbía los mocos; el ritual, aunque típico y patético, me sedaba y me permitía arrastrarme hacia aquella otra realidad, donde mi destrozado ego se evadía entre las páginas de aquellos viejos cómics de superhéroes.

Recuerdo mucho a Spiderman, en aquel entonces nuestro trepamuros favorito —nuestro amigo y vecino Spidey—, no salvaba al mundo tan habitualmente como lo hace ahora. Sus historias combinaban la excelencia heroica con la cotidianidad de su alter ego, el también conocido Peter Parker.

Este último me resultaba fascinante, un personaje cercano, un adolescente tan poco adaptado a la escuela y a la vida como yo mismo.

¿Quién podía haber creado a un ser que se pareciera tanto a mí?

El nombre y apellido del creador, Stan Lee, aparecía en unas letras pequeñas en la parte inferior de la portada, como si el propio autor no quisiera ensombrecer a su creación.
Durante años, crecí admirando aquellas hazañas, no tanto del activo superhéroe, sino del hombre que se ocultaba tras ella, de su particular heroísmo silencioso.

¡Y así, con aquellos cómics, crecí!

El bueno de Stan no hizo que mi infancia fuera mejor, ni que los abusones dejaran de golpearme, tampoco conseguí superpoderes que me ayudaran a defenderme, pero hizo algo infinitamente mejor, consiguió hacerme creer que con esfuerzo y valentía podía llegar a ser  una mejor persona, a no tener miedo y a convertirme en un ser más noble.


Gracias, estimado Stan Lee, por todas tus enseñanzas.


Este homenaje resultó de una idea inicial de @Roger Wilson para...


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domingo, 11 de noviembre de 2018

«No vivas con falsedades ni miedos, porque terminarás odiándote a ti mismo»




Habíase un lugar:

Cosplángalon, una galaxia habitada por la mayor diversidad de seres conocidos en el universo.

Pieles moradas, torsos desnudos, depilados o tupidos de vello, ojos vibrantes y mágicos, amarillos chillones, verdes esperanzados, azules cielo, mar y con el brillo de la hora mágica, también exorbitantes, alas enormes, finas y sedosas, músculos anabolizados cultivo de gimnasio, geometrías de rostros imposibles, rectangulares, cuadrados, ovalados, oblongos, octogonales...

¿Y el atrezo?
Pelucas, camisas a topos (¿en serio?), mallas, faldas, corsés, sujetadores y bóxers, pantalones, kimonos, trajes hinchables, orejeras y pajaritas, sombreros, tanto blancos como negros, corbatas de líneas imposibles, pajaritas (¿ya las nombré?), calcetines cortos, largos y algunos rotos, cascos, espadas, armas de fuego, láser y de agua, cayados de hechicero...

Mas la diversidad no acababa en el físico, el mental-sentimental variaba de unos seres a otros: seguros, protectores, amigables, pícaros y sátiros, tristes, freehuganos, siemprevivos, resilientes, psicópatas del tallaje, amorosos, delicados, turbios, titánicos, hercúleos, feroces, valientes y cobardes, si acaso ambos no son lo mismo, infelices pero no depresivos, prepotentes, adictos, geniales y bastantes más.

Y allí, al final del camino, se encontraba UT fotografiándolos a todos.


Feliz Cosplángalon,
cosplayers, mangadictos y seguidores del salón.

Salón del manga XXIV (2018)
* Dominio Público: las fotografías no son mías, son vuestras *



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domingo, 28 de octubre de 2018


En ese estado, entre la vigilia y el sueño, existe ese limbo de conciencia vacía. 
Y ahí estoy, con un libro bajo el brazo, dormitando... 
Ese palabra, dormitar, me la enseñó la maga artesana Gididí, que recién apareció en mi vida; cuando poseía la jarra corazón quebrada y los frascos amor rotos en las estanterías. 
Esa vieja jarra, una metáfora tan rota, en tantos miles de pedazos... Me da por soñar...
Existen buenas artesanas que sanan jarras, frascos, que poseen la capacidad de unir pedazos rotos y reconstruir estanterías de frascos amor y jarras corazón, es un poder en el interior de cualquier buena persona.
Pero... Pero... Yo dejé de ser bueno hace un tiempo, las personas buenas no sienten reparo alguno en decir que lo son, por eso sé que yo no lo soy, que no dispongo ya del don para reunir esos miles de pedazos rotos, trocitos tan pequeños, imposibles de unir, pegar, ni arreglar de modo alguno... 
Y llegó la maga artesana Gididí, mientras dormitaba.
Recogió uno a uno los pedazos, incluso aquellos que estaban ocultos hasta para mí, caídos en repliegues ocultos de mis arterias, de mis músculos, de mi perineo, de mi espalda... Y los fue recopilando uno a uno, con esa paciencia de las personas bondadosas, con la inocente verdad de los seres que no se avergüenzan de decir que lo son, buenos, con el poder de reparar las piezas rotas que no deberían —¿quizá no?— volverse a unir nunca jamás.
Desperté al roce de la yema de sus dedos acariciándome la espalda, me volví y no vi nada. Allí, detrás de mí, no había nadie, porque las personas buenas no necesitan de reconocimientos, por eso la maga artesana Gididí no esperó. Me ofreció el regalo de su roce, una bendición, aunque yo en aquel momento, mientras dormitaba, no fui consciente de ello. Me reparó.
Sé que no soy buena persona, pero al menos ahora sé, que tampoco seré una mala. 
Y cuando muera, espero tener un libro entre las manos, y recordar, mientras me preparo para dormitar eternamente, que ella me encontró mientras dormitaba. 



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lunes, 15 de octubre de 2018

«Doy gracias, por los innumerables perjuicios que dañaron este pequeño mundo»

Ë
¿Qué hago aquí? ¿Por qué está todo a oscuras? ¿Y por qué no recuerdo nada? ¡Ah, ya! Sí... paseaba con Marta y los niños... No, no, no, eso fue la semana pasada. ¿Dónde estaba? Ostia puta, ¿dónde estaba? La máquina. El tiempo. Eso es. La máquina. El experimento... sí, sí, sí, sí... Pero, ¿qué pasó con la energía? ¿Un fallo eléctrico? ¿De dónde salían las chispas? Venga, venga, recuerda... ¿Qué fecha ponía? ¿Qué maldita fecha ponía?
Ë

N
(Altavoz con estática de fondo)
X
Prisioneros de las celdas M7 a la M13.
Preséntense en las duchas.
El trabajo les hará libres.
Hail Hitler.
X
N

Ë
¡Mierda, los putos nazis!
Ë


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domingo, 7 de octubre de 2018

«Imagina encerrar a tan bello animal
en este lóbrego
rincón del mundo»
Aquiescencias Tomo I

Nadie sabía muy bien en el bosque porque una cría humana habitaba sola en aquella extraña cabaña, anclada entre las copas de un roble, con forma de seta. Los animales más valientes, como el lobo, o el búho, se habían acercado a una distancia prudencial para espiarla, uno desde tierra, otro desde el aire; y de sus respectivos reportes se obtuvo la siguiente fabulación: humana, doce años, estatura corta, facciones blanquecinas, pelo blanco e iris blancos, sin progenitores a la vista o al olfato.
Con esas noticias, la mayoría de animales respiraron más tranquilos, pues aunque por todos era sabido que no existía mayor bestia que hollara la tierra que el ser conocido como humano, una cría humana, no representaba peligro alguno.
Aunque, claro...
A ninguno de ellos se le había perdido nada por casa de Polabra, y, de esa manera, evitaban por prudente animalversión acercarse a la cabaña; bueno, ningún animal, no. Púer si se acercaba ufano y alegre, él no tenía miedo de la niña y, además, él conocía el pequeño secreto que escondía Polabra en el pequeño baúl que le había regalado su abuela en su séptimo cumpleaños y que le hacía habitar aquel trecho del bosque.



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domingo, 30 de septiembre de 2018

«Escuchad el maravilloso sonido de la vida que fluye a nuestro alrededor. Las agudas notas emitidas por el corazón, imperceptibles para la mayoría, se esconden entre pliegues de baja frecuencia: alegría y tristeza»

Habíase un lugar:

Muchos animales juzgaban a Púer por su caparazón de afiladas espinas, espinas tan grandes que la mayoría de animales del bosque se asustaban nada más intuir el resplandor de la luz contra la punta de aquellos aguijones. La creencia más común, en el imaginario colectivo difundido entre la comunidad bosquelística, consistía en imaginar un ataque desenfrenado proveniente de Púer al cruzarse en su camino; así, con tan infundado pensamiento, cuanto animal que intuía aquellos brillos en la lejanía de los árboles, caminos o riachuelos, daba media vuelta para no cruzarse con él y evitar el pinchazo fatal que le depararía el erizo.
Resulta paradójico pensar que, aquel armazón que portaba a cuestas y que tanto le protegía de los malvados depredadores, fuera su peor enemigo en la obtención de amigos.
Solo había un animal en todo el bosque que se acercaba a él. Pertenecía a la especie humana, tenía doce años y se llamaba Polabra.


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domingo, 23 de septiembre de 2018


«El deseo nos hace tomar su propia violencia como un signo de eternidad»


Desesperación contenida es mantenerse erguido mientras el reino que has defendido durante tantos años, cae bajo tus pies.

¡El rey ha muerto, larga vida al rey!

No hay lágrimas en sus ojos, esa es la auténtica flema de un monarca que observa impávido la devastación absoluta de su antiguo poder.

¡El rey ha muerto, larga vida al rey!

La reina, su reina, yace muerta sobre el lecho blanco y la última carga desesperada de la caballería, choca contra la infantería enemiga.

¡El rey ha muerto, larga vida al rey!

No tiene castillos donde esconderse y los obispos le abandonaron largo tiempo atrás. El rey se tambalea, cae herido de muerte en el entarimado de mármol blanco y negra obsidiana.

¡El rey!

Gary Kaspárov concede el duelo.
Deep Blue analiza la partida con fría tranquilidad.

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domingo, 16 de septiembre de 2018

«Cuando el búho canta,
o llueve
o escampa»

—No he de mirar atrás. No he de mirar atrás.
Susurraba María en una angustiosa repetición. Su camisón blanco le entorpecía el paso de sus pequeñas piernas, apenas avanzaba, y aquel ruido seco, constante, en la espalda, un arrastrar de garras y plumas contra el entarimado suelo de madera, le erizaba el vello detrás de la nuca.
María inspiró y mantuvo suspendido el aire en sus pulmones durante un momento, el ruido a su espalda también se detuvo. Reanudó los pasos confiada camino del dormitorio, pero una tabla crujió a su espalda, quizá fruto de sus propios pasos, o ¿eran los pasos del Búho Loco?



Una sombra oscura, con alas, la perseguía desde aquel día que visitó, con su amigo Anthony, el pequeño bosque de Creek Hill. Fue el día que mataron un gorrión a pedradas.  Solo había sido un juego, la piedra de ella apenas le rozó el ala a la pequeña ave, la de Anthony se estrelló contra el pico y los ojos.



Mamá no la creía cuando le hablaba de la sombra larga, oscura, con alas deformes que la perseguía por la casa desde aquel día. Papá hacía ver que sí la creía, pero María sabía que no. Con su abuela no sabía que pensar, hasta que una noche se presentó en su cuarto y le contó una historia de un demonio de la naturaleza.
«No eches la mirada atrás» decía la historia que le contaba su abuela. «La sombra del Búho Loco te mata si la miras fijamente» y ella le creía. Al finalizar el viejo relato, le depositó un beso en la frente y una rama fresca de muérdago bajo la almohada.



La abuela falleció hará seis días, tiempo en el que la rama de muérdago se marchitó con lentitud. ¿Quién le daría ahora muérdago para protegerse?


Con las palmas en los ojos avanzaba a tientas por el pasillo. Avanzaba con el vello erizado, con el corazón dando enormes golpes contra su pecho, ¿cuán lejos estaba de su habitación? Avanzaba rápido, a ciegas, sin poder levantar las manos del rostro por miedo a ver aquella desangelada sombra; las piernas le fallaron, equivocó el paso y cayó por las escaleras que la conducían a la planta baja; rodó, se golpeó la cabeza contra los escalones, y la cabeza, ladeada de una forma antinatural, observaba hacia arriba; mientras, el blancor del techo se desvanecía de su visión poco a poco, envuelto en una sombra oscura que la reclamaba con un ulular funesto...


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lunes, 10 de septiembre de 2018

«Con el tiempo, sabrán lo que es perder. Sentir desesperadamente que están obrando bien. Y, aun así, fallar. Pueden temerle. Huir. Pero el destino es inevitable»

La disciplina científica, conocida como aritmética, se encarga del estudio de los números y de las operaciones que se hacen con ella.

1695. Inglaterra. Hogar de John Wallis:

Con los ojos aún medio cerrados, John deambulaba por el pasillo que unía su dormitorio con el lavabo. Hasta el mejor criptógrafo del parlamento británico necesita, recién levantado, echar la meada matutina.
Horas antes, su criada había recogido un regalo para él. Se trataba de un nuevo espejo circular, de esos tan de moda en las casas burguesas, que, molesta, no sabía dónde colocarlo. Contrariada por el hecho de no poder devolver el regalo, se le ocurrió anclarlo, en el lugar más remoto de la casa: el lavabo. En la pequeña estancia ya se encontraba otro espejo, casi idéntico, un doppelgänger del que sostenía ella entre las manos, se dirigió a la pared contraria, en la cuál había un gancho y lo dejó anclado delante del otro. Como la mujer iba muy ajetreada, no observó la maravillosa sucesión de imágenes que reproducían ambos espejos circulares puestos enfrente uno del otro.
Cuando el señor Wallis acudió al lavabo, no del todo despierto, alzó el cuello y vio, su propia espalda, reflejada en una vorágine inacabable de reflejos. Su primera reacción fue echarse para atrás, movimiento que emularon al unísono sus múltiples copias en el interior de los cristales. 
Recuperado de la impresión inicial, acercó el rostro al espejo circular que tenía delante, sin dejar de mirar de soslayo, los reflejos del que tenía a la espalda.
—¡OOH! ¿No se acaban nunca los reflejos?

...En la mente de John Wallis...

La mente de un criptógrafo, matemático y filólogo no es un lugar tranquilo. La electricidad transmitida por las neuronas marcha a una velocidad tan vertiginosa que cualquier cerebro normal acabaría reproduciendo el molesto fenómeno conocido como jaqueca.
—Nunca se acaban. No es finito.
La mente de John Wallis entró en un soliloquio sin fin, un bucle del que no parecía poder salir; mientras, algunas figuras y formas matemáticas, pululaban por los resquicios de las lejanas sinapsis.
¡Eureka! Espetó el genio ante su propia brillantez. Pero, ¿fue antes la idea, la palabra o la grafía? John no lo sabría jamás, pues su paralelismo cerebral, le permitía pensar en varios temas a la vez.
—Prefijo latino que indica lo contrario de... «in». Inacabado no es acabado. Inusual no es usual. ¿Lo contrario de finito? ¿Infinito?
A la par, una larga e interminable demostración matemática, como una larga hilera de vagones, viajaba paralela al término.
Y, en esa carrera, entre filología y aritmética, se sumó un nuevo actor, una nueva y reluciente grafía matemática.
El símbolo del infinito
Un ocho tumbado

John Wallis, gracias al reflejo de dos espejos, conseguía erradicar el oscurantismo científico que, durante 1600 años, había imperado por culpa de las palabras de Aristóteles sobre el infinito. (Cita).
«El número no puede ser infinito, ya que éste, así como todo lo que tiene número, puede contarse, y, si puede contarse, no es infinito». (Aristóteles, Cuaderno Phys III, nº5).


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