Nadie sabía muy bien en el bosque
porque una cría humana habitaba sola en aquella extraña cabaña, anclada entre
las copas de un roble, con forma de seta. Los animales más valientes, como el lobo,
o el búho, se habían acercado a una distancia prudencial para espiarla, uno
desde tierra, otro desde el aire; y de sus respectivos reportes se obtuvo la
siguiente fabulación: humana, doce años, estatura corta, facciones
blanquecinas, pelo blanco e iris blancos, sin progenitores a la vista o al olfato.
Con esas noticias, la mayoría de
animales respiraron más tranquilos, pues aunque por todos era sabido que no
existía mayor bestia que hollara la tierra que el ser conocido como humano, una
cría humana, no representaba peligro alguno.
Aunque, claro...
A ninguno de ellos se le había perdido
nada por casa de Polabra, y, de esa manera, evitaban por prudente animalversión acercarse a la cabaña;
bueno, ningún animal, no. Púer si se acercaba ufano y alegre, él no tenía miedo
de la niña y, además, él conocía el pequeño secreto que escondía Polabra en el
pequeño baúl que le había regalado su abuela en su séptimo cumpleaños y que le
hacía habitar aquel trecho del bosque.
Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia
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