«Recurrí a los libros, al ejemplo de papá, lector incansable, que había pasado la vida entre la biblioteca de su cuarto, la del colindante o la del comedor, abriendo una puerta y otra y dirigiéndose a los libros, siempre solícitos en los estantes, consultando, interpelando, contrastando información, fechas o datos».
Montse González de Diego
Memorias ensayísticas escritas desde tres percepciones: espacial, temporal y emocional. Así encara la autora sus vivencias por este constructo memorístico cimentado en tres pilares y, desde ellos, con tan variada argamasa, erige su bello y particular edificio. Los pilares sostienen el espacio de la obra, evoca tiempos que no volverán, y adorna cada piso, cuatro en total, con prosa esmerada y elegante, de igual modo que realizó en su anterior obra, La tercera sala; finalmente, como es propio en los papeles privados, alicata muros con impresiones y reflexiones propias, interpelando a los tiempos modernos, en el deambular por las estancias nos retrotrae a esa lucha obrera y social y olvidada por mediación de su padre y rescata ilusiones infantiles de Campillo, el pueblo burgalés de su niñez, de la mano de su madre y su tía. En una de las habitaciones de esta morada, nos acuna con una nana de melodioso pentagrama de espacios, tiempos y afectos.
La reciente premio Nobel, Annie Ernaux, respondió así en una entrevista: «Solo con vivir no me resulta suficiente. Hace falta que escriba esos instantes». Recoge la misma premisa Montse González de Diego en su obra. No es suficiente con vivir, hay que escribir.
En este cianotipo de su vida, desgrana con el mortero la escritura y la amplifica con literatura, pues en la certeza de que la memoria es engañosa convierte a esta en una aliada, en un elemento valioso, para dejar huella de la verdadera realidad de la vida, en las emociones comunes a cada uno de los lectores. De la obra erigida nos queda la esencia de lo vivido y Montse, con plena consciencia de la importancia de su propiedad, prepondera en Vienes una mirada lúcida sobre la niñez, la adolescencia y la adultez y las mezcla, en estudiada proporción, con las épocas y las convenciones.
Tras la construcción de su edificio, abre los postigos de las ventanas para que sus preocupaciones personales se aireen con vientos humanizados y universales, guía a los lectores, más allá de géneros, roles y estereotipos. Por el jardín, a los pies de la casa, un divagar literario y calmo aflora. En cambio, el entorno donde erige la casa se sitúa en las periferias de una sociedad cada vez más agresiva, fugaz y líquida. Esa contraposición de espacios, tiempos y sentimientos se desmenuzan en la visita, vemos las distintas salas, habitaciones y espacios como distintas piezas de un puzle, en sus distintos atributos culturales, sociales y artísticos, desde el tamaño, pueblo versus ciudad, desde el utilitario, rural versus urbano, culturales, centro versus periferias, literarios, autoras versus autores, acercando a la biografías y a la memorias colectivas recuerdos de una sociedad vistos desde la óptica de una mujer.
Es en estos tiempos donde, quiero creer, la perspectiva femenina alcanza un mayor grado de protagonismo por la conciencia adquirida en el pasar de los años y Montse, portadora de ecos, de antiguas edificaciones como la erigida por Christine de Pizan en su Ciudad de las damas, divisa desde la vastedad de sus dominios y, con ojos de escritora, la tierra de esta sociedad en que le ha tocado vivir.
Las puertas de esta casa quedan abiertas, pasen y lean, bienvenida la persona que desee entrar en ella, pues será afortunada de habitar un edificio tan bien construido.
Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia