lunes, 24 de agosto de 2020

«El nombre de drakar proviene de la transformación de un antiguo vocablo usado para citar a los dragones, ya que las embarcaciones en cuestión solía poner en sus proas, en lo alto de los caperoles, mascarones de terribles dragones, con los que causaban el pánico de sus enemigos y de sus presas»



Embarcados los tres, ella observó como Nils apoyaba la punta del remo en una piedra y, ayudándose con ambas manos, empujó el remo contra la roca, acción que, con inversa fuerza, los alejó de la orilla. La inercia los acercó al medio del canal y, acunados por las aguas, el muchacho aprovechó la corriente para bogar río abajo. El sol restallaba sobre el caudal azul y llamaradas de plata la deslumbraron, tapó los destellos interponiendo la mano delante de los ojos y, entre el diminuto resquicio entre falange y falange, vislumbró borrosa la blanca espalda de la chaqueta de Utla. El enanito seguía asido al caperol tan ufano como al principio y miraba al frente como seguro de encontrar algo. Nils, sentado delante de ella, bogaba sin ningún brío, pues la corriente ejercía suficiente fuerza para arrastrarlos hacia el mar. Las cuatro arcadas del puente Tullbron se les acercaban veloces, en concreto uno de los robustos pilares se acercaba más rápido de lo que a ella le gustaría. Su intranquilidad aumentaba. Nils se acercó a ella y la apartó hacia un lado sin brusquedad, aquello detuvo su temor, pues el chico continuaba tranquilo respecto a la proximidad del puente como el experto que conoce su oficio y no se asusta frente a lo que los neófitos desconocen, y, con una sola mano, agarró un travesaño de hierro encastrado en el timón y lo torció. El gesto maniobró el bote y la barquichuela salvó la enorme columna, pasando con seguridad bajo de una de las arcadas. ¡Ufff! Respiró más tranquila.

Superado el puente, pero no muy lejano a él, las ruinas de una antigua edificación reposaban inertes en tierra. Eran cimientos demolidos reconvertidos por el paso del tiempo en montones de viejas piedras, pero que, por la cantidad de runa y el espacio ocupado, reflejaban un prominente pasado al lado del río.

—Acerca la embarcación ahí —señaló Utla a una porción de muralla próxima a las aguas.

Con un golpe de remo Nils acercó la barca hasta donde indicaba el enanito. El costado de la embarcación chocó con suavidad contra las piedras y Nils bogaba para asegurar la posición. Utla alargó la mano hasta la hiedra verde que arracimaba sus hojas en la verticalidad de la construcción, su mano se engarfió a la frondosidad de la planta como si quisiera descorrer una cortina delante de una puerta secreta, pero al apartar la hiedra tras ella solo había más muralla. Lo miró extrañada. El hombrecito dudaba y el movimiento de la otra mano, aduciendo al descrédito del enanito, quién apoyaba infructuoso la palma de la mano sobre el muro, aumentó esa sensación.

—Vámonos de aquí, sigamos río abajo, probaremos otra cosa.

¿Probar otra cosa? Pero ¿qué persigue Utla? Fuera como fuese, el hombrecillo había recuperado el abombamiento en su cara, gesto que ella atribuía a un estado de seguridad o alegría, y encaraba el rostro hacia la desembocadura del río. Nils se encogió de hombros y un nuevo movimiento de remos alejó a la embarcación del castillo. Al dejar atrás la población, la coloración del lecho se volvió de un cristalino verdoso, la nueva pigmentación reflejaba los colores de la flora que crecía a los lados del río: tupidos álamos, alargados abedules y piramidales alisos; de entre ellos sobresalía un fresno quemado a orillas del río, partido por la mitad seguramente por la caída de un rayo. A la flora, se le sumó el baile de la fauna ribereña, bajo ellos bancos de peces aleteaban en bancadas y las escamas de los animales reflejaban los destellos solares, la diversidad de formas, tamaños y pigmentaciones confería vida al mural acuático. 


Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

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