La alegría en la vida no suele durar mucho tiempo, puesto que el tiempo transcurre mejor en la felicidad y lentamente en la desgracia.
La fama del pequeño imperio del gran Bárnabas se había extendido demasiado. Un día se presentó una pequeña comitiva del Janato de la horda de oro en el campamento del gran Bárnabas. La comitiva fue dignamente acogida. La fama del Janato era inmensa. Era un grupo unificado y numeroso de grandes hordas del este asiático. Los seguidores del Janato se autoproclamaban los herederos del mundo.
El emisario portaba un pergamino donde los grandes Kanes del Janato imponían la voluntad y planes de la anexión de la horda de Erna Ura Rago al Janato de la horda de oro. Erna Ura Rago podría conservar su título pero debería rendir pleitesía al Janato, ceder el primogénito de su unión para asegurar la paz y proporcionar una onza de trigo por cada diez recogidas anualmente. A Bárnabas todas las condiciones le apestaban.
Curiosamente el detalle que más lo enfureció fue el título con el que le nombraban desde el Janato en todas sus misivas.
Erna Ura Rago. Su antiguo nombre. No habían utilizado su nombre de guerra por el que era más conocido. Bárnabas estalló en una secreta ira.
No comentó nada al emisario. Recogió el pergamino dando por finalizada la conversación e inmediatamente se dirigió a su yurta personal con Siyye y Liör.
En la intimidad de su yurta Bárnabas mostró los pergaminos a su amada Siyye y a su fiel Liör. A Erna siempre le había costado leer, pero gracias a las enseñanzas de Siyye había aprendido a un ritmo constante en los últimos tiempos. La escritura, sin embargo, era algo que se escapaba al entendimiento del gran líder y jamás puso empeño en esa labor.
Siyye se escandalizó al leer. "Exigimos una décima parte del trigo recaudado. Cada semestre nuestros emisarios recogerán la mitad de la décima parte. El primogénito será entregado en un plazo de no menos de un año.” El tono final de la emisiva no mejoraba el estado de Bárnabas al escuchar todos los detalles que se le habían escapado por alto en su reunión con el emisario. La misiva finalizaba con “Obediencia o muerte.”
La cólera de Bárnabas ardía en su interior. Tanto Siyye como Liör lo conocían bien y eran igual de orgullosos.
El día despertó y Bárnabas hizo llamar a la comitiva. El emisario confiado en su éxito entró en la yurta. La cólera de Bárnabas se desató. Un cuchillo se clavó en el estómago del desprevenido emisario. Mientras caía de rodillas al suelo, Bárnabas le abrió la boca con su cuchillo mongol, dentro de la boca ensangrentada introdujo por la fuerza el pergamino donde la horda, insistentemente, le llamaba Erna Ura Rago y le instaban obediencia. “Comeros vuestra obediencia”. Un puñetazo final introdujo de manera brutal el pergamino en la laringe del emisario que se ahogó lentamente.
Colérico abandono su tienda yatagán en mano.
Los cuerpos sin vida del resto de la comitiva yacían hacinados en el suelo a la entrada de su yurta. Y todas las cabezas de aquellos desgraciados emisarios fueron clavadas en picas a leguas de distancia.
Liör y Siyye estuvieron de acuerdo con la actitud de su Kan Bárnabas. Mejor morir libres que vivir esclavos. Era una vieja enseñanza de la estepa.
Se acercaban tiempos difíciles.
Pasaron cuatro estaciones.
De repente un día llegaron las noticias de una enorme horda que avanzaba en su dirección. Los exploradores contaban una proporción ingente de enemigos. El color dorado de los estandartes aseguraba que el Janato de la horda de oro no había olvidado la muerte de sus emisarios, ni tampoco sus pretensiones sobre los territorios de Bárnabas, la batalla era inminente.
Bárnabas y su mano derecha Liör idearon un plan defensivo. Fueron retrocediendo con el grueso de su ejército hasta las montañas nevadas. Esto les proporcionaría una tregua y cansaría a sus enemigos ya que deberían hacer caminar más a su ejército. También escogieron el lugar donde se defenderían, el desfiladero de los huesos rotos, un paso muy estrecho de las montañas nevadas donde podrían detener mejor a sus oponentes. Por desgracia, una vez pasado ese paso la única salida era un precipicio de mucha altura. Si el enemigo conseguía pasar... no habría escapatoria.
La retirada de la horda de Bárnabas se realizó con estudiada calma.
Y el tiempo pasó nuevamente.
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Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia
Bárnabas va a hacer correr sangre, y está en todo su derecho. Es difícil saber cómo terminarán las cosas. Solo queda una entrada para la conclusión. Ya quiero leerla.
ResponderEliminarSaludos, UTLA.
Estimado Raul,
EliminarBárnabas es de los que mueren luchando, me lo dice a mi un pajarito. Sin embargo, ¿quien sabe a ciencia cierta que le depara el destino? Quizás un ingeniosos juego del azar le permita escapar de su cruel destino?
Un abrazo bruto escritor.
Se esta poniendo bueno, esperando con ansias la proxima entrega. Un saludo.
ResponderEliminarEstimado Javier,
Eliminarjajaja me alegro que te guste. ya sabes que es un placer leer tus comentarios.
un abrazo Hikari Javier.
Que historia.... que forma de escribir... estoy intrigada en qué pasará en el próximo capítulo.
ResponderEliminarUn besito.
Aiya Eowyn,
EliminarComo siempre ves más valor de lo que realmente hay. Gracias por tus palabras reina Eowyn.
Namarië Eowyn, Tenna rato.
Gracias por pasarte por mi blog, eso ha permitido que yo conozca el tuyo.
ResponderEliminarBesos
El placer es mutuo María Pilar, gracias a ti.
EliminarUn abrazo. ^^