«El amor es un indiano que va y vuelve, que va rico y vuelve pobre».
Parte V
Día: 24 de julio de 2019
Origen: Barcelona. Cementerio de Montjuic.
Destino: Tumba de José F. Fonrodona
Locomoción: Humana
Según indica la oficialidad, José F. Fonrodona, fue la
primera persona enterrada en el cementerio de Montjuic. Sobre este hecho, Montse
y yo, especulamos bastante la noche anterior. La curiosidad de ambos nos
separó, ella se atrincheró en su mesita de escritora, lacada en blanco, último
modelo IKEA, delante de su portátil; yo me planté delante de mi obsoleto ordenador
de sobremesa con un escritorio igual de antediluviano a juego y del que se
desconoce su año de fabricación, pues las pruebas de los historiadores con
carbono catorce arrojan resultados dispares. Separados, pero unidos por el
mismo afán, nos zambullimos en el virtual mundo de información que representa El
Internet a recabar información sobre aquel punto: el primer hombre
enterrado en Montjuic. Saciada la búsqueda, con la prontitud que exige el Dios
Internet de nuestros tiempos, nos juntamos al poco en la sala de guerra,
también denominado por lo común, el comedor y sentados cómodamente en el
sofá, intercambiamos los apuntes. Releímos acerca del emplazamiento de la
montaña, antaño conocida como cementerio nuevo o cementerio del sudoeste. Acogió
siglos atrás otros espacios de eterno reposo: un cementerio exclusivo para judíos,
pueblos de la edad media, romanos e íberos. Un patrimonio mestizo en raza y tiempo,
por lo que la atribución de primer enterrado se me antoja un poco
extraña, aunque tampoco quiero quitarle ese mérito al señor Fonrodona y si es eso
lo que pone en su tumba dejemos a las palabras esculpidas en el mármol hablar por
sí solas.
Antes de abordar la búsqueda de esta tumba, me apeteció
fotografiar a Montse en un panteón contiguo y así se lo pregunté. Se alegró y,
con semblante halagado por la pregunta, accedió a ello. Con elegancia se sentó
en los escalones del panteón, la faldita corta dejaba entrever las piernas y la
camiseta negra, ajustada, marcaba sus preciosas formas, para la fotografía se subió
coqueta las gafas de sol y me miró fijamente, con esa mirada que solo ella sabe
dirigirme. La casita de muertos detrás de ella, bastante grande, de entre unos
6 y 10 metros de alto, parecía un pórtico a otro mundo. En la cúspide se leía los
apellidos de los moradores, Familia Julio Barbey. Un arco atravesaba de parte a
parte la rectangular edificación y en medio pendía una antigua luminaria
forjada en hierro. A los lados dos columnas, creo que de capiteles góticos,
aunque escribo de memoria (le preguntaré a Montse) e incrustado en el muro,
entre las dos columnas, los años de nacimiento, fallecimiento y nombres de los
enterrados.
Acabada la tanda de fotografías, buscamos al señor Fonrodona.
Él nos esperaba tranquilo en el interior de su tumba, a salvo del tórrido día. Solo
a nosotros dos se nos ocurría montar un viaje fotográfico al cementerio en
pleno mes de julio, estamos un poco locos, aunque sé que ese término, locos, no
le acaba de convencer a Montse; yo pienso que sí, que el término nos viste con
exactitud tal túnica romana, creo que, como dijo en una entrevista Ana María
Matute, «los escritores estamos más para allí que para aquí». En todo
caso, a pesar de no encontrarnos en la misma onda etimológica, soy afortunado
de haber encontrado a una persona tan necroentusiasta como yo.
Montse y yo nos acercamos, a leer las letras en el mármol blanco,
bastante limpio si lo comparamos con otras tumbas. Me fijé en el único
ornamento adicional, una rosa de plástico que campaba muy lozana en medio del
epitafio. El mármol blanco detrás de la flor más bien parecía una puerta que
una tumba y contenía bastantes palabras. Ambos, ávidos lectores, leímos lo
siguiente:
«Aquí descansan los
restos mortales
de
D. José F. Fonrodona
y Vila
Vecino de Matanzas (Ysla
de Cuba)
Falleció el 16 de
marzo de 1883,
y su cadáver fue el
primero que recibió
sepultura en este
cementerio
en 19 marzo de 1883».
«¿Ysla?» y nos miramos un tanto extrañados ante el posible
fallo ortográfico. ¿O quizá era un término obsoleto en el lejano 1880?
Extasiado en el vocablo no me di cuenta de como, Montse
alias Pigeon Kid, la pistolera más rápida al oeste del Pecos, extraía su
libretita negra del bolso y anotaba algo rápidamente en ella, aunque mis
reflejos fueron lentos en aquella ocasión, también anoté la duda en mi móvil y
aproveché para tomar dos fotografías, una con la cámara y otra con el propio
móvil, esta última la guardaría como dato adjunto en el apunte de aquella tumba
que tenía abierto en el aplicativo Evernote.
(*momento publicitario*: Evernote, dicho sea de paso, excelente
herramienta para escribir y organizar notas sin la que no podría pasar).
[Futuro: Será necesario una indagación posterior]
«Para los avezados lectores, eternos quisquillosos ante las
faltas ortográficas, indicaré que la primera letra que conforma la palabra Ysla
de Cuba, escrita con esa extraña i griega, no posee fallo alguno. En mapas
del siglo XVIII y XIX, la por todos conocida isla de cuba, se encontraba así
escrita: Ysla. Aclarado el pequeño misterio de la errática letra nos
queda buscar más datos acerca del primer hombre enterrado en el cementerio. Don
José F. Fonrodona y Vila, un indiano* lanzado a la aventura de las
américas fue vecino de la población de Matanzas (Cuba). En esta ocasión El
Internet se muestra clemente y me proporciona la información al primer clic.
Por suerte, a diferencia del anterior poeta, descargo en un comodísimo PDF,
escrito por su bisnieto, Rafael Soler i Fonrodona, una prolija biografía de 23
páginas dónde se explica la vida de Jaume Fonrodona, hermano de José Fonrodona.
Aunque el estudio biográfico se centra en la vida del otro hermano, los
engarces familiares entre ambos arrojan mucha información sobre la vida del primer
enterrado en Montjuic.
*Me gustaría aclarar, llegado aquí, el término indiano.
La palabra se refiere a la denominación del emigrante español en América que,
por lo general, retornaba rico a España después de su aventura económica tras cruzar
y regresar de las indias occidentales. El término se fijó como un tópico en el
siglo de Oro de las letras españolas y se utilizaba en tono de admiración o de
manera peyorativa según el interlocutor que se refiriese a tales individuos. La
dualidad del término se circunscribía a dos hechos distintos, por uno vemos al
héroe en su acto valiente de abandonar familia y cruzar el peligroso océano
Atlántico para buscar fortuna a miles de kilómetros de su tierra, aunque en el
anverso se esconde el villano, el indiano de hilo negro, que para enriquecerse
traficaba con esclavos, una transacción legal en la época pero repudiada moralmente.
Al leer la biografía escrita por el bisnieto, un dato
interesante se recoge en ella, el estudio aporta que el primer censado con un
apellido similar es el hijo de un tal Antoni Fontrodona en 1541 en la zona de
Mataró. He querido rescatar este detalle porque si nos fijamos en la tumba del
primer hombre enterrado en Montjuic, Don José F. Fonrodona y Vila, no existe el
carácter te: Fonrodona vs Fontrodona. Un claro ejemplo de como
los apellidos mutan con el paso del tiempo debido a fallos en las
transcripciones registrales, modificaciones intencionadas con algún fin legal o
nobiliario, etc. En todo caso es interesante observar como el linaje de una familia,
igual que el de una isla, varía su identidad por el simple hecho de variar una letra.
Sobre José F. Fonrodona y Vila no queda mucho más que decir.
Después de haber leído tanto sobre la zona y las distintas necrópolis, para
muchos será discutible que sea el primer enterrado y ese pensamiento se mantendrá
según la susceptibilidad y desconfianza de cada uno y, a pesar de las
reticencias, o no, que cada uno pueda tener, el dato histórico es que, el señor
José F. Fonrodona, guarda con celo el honor de ser el primer enterrado según la
oficialidad del momento actual.
P.D.: Es curioso
que el número visible en la parte superior de la tumba del primer hombre
enterrado sea el 14. ¿Quiénes son los decimoterceros anteriores?» Y la
cuestión arroja una nueva nota mental.
Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia
Sigue siendo fantastico... Saludosbuhos.
ResponderEliminarQue historia de investigacion más currada. Me ha gustado, de verás. Felicidades para los dos. Montse y Sergio. Por descubrir este cadáver en el cementerio de Montjuïc.
ResponderEliminarUn abrazo y seguir así amigos.