VII Encuentro por la igualdad (Sevilla)
Alameda de Hércules.
S. llega junto a Montse a la caseta de la editorial. Allí, afaenado y con varios libros en las manos, se topan con Luis, el editor de Con M de Mujer. Viste una chaqueta acolchada sin mangas, pantalón tejano y zapatos. Es la primera vez que se conocen en persona, Montse le da dos besos en las mejillas y S. le estrecha la mano. Es la bienvenida a la Feria del Libro Feminista de Sevilla, han dejado atrás las once horas de viaje en tren del día anterior, hace mucho tiempo, casi... La voz del editor saca a S. de los recuerdos recientes con indicaciones para la escritora.
—Es esta caseta de aquí —indica Luis a Montse y despliega unos ejemplares de Vienes por un camino que mi memoria sabe en la mesa.
A los lados, Montse tiene una compañera y un compañero escritores. Se presenta con locuacidad. A S. le agrada la viveza de su esposa, su espontaneidad, su amabilidad, es la primera impresión que atesora de ella en aquella lejana cena letraherida. Para darle espacio en su quehacer, S. se separa unos metros, intimidad para los autores, adquiere un banco, se sienta y espera acontecimientos. A un lado y otro de la alameda, discursos feministas se dispersan por la plaza. Una voz vigorosa, deje argentino de mujer, grita una historia antigua, una leyenda, de hombres que robaron las máscaras femeninas, las máscaras de poder tribal, a las mujeres, enfrente, otra voz, una periodista, sevillana, más apagada pero igual de interesante, explica los problemas de recuperar una antigua casa señorial sevillana para uso igualitario con un presupuesto de un millón y medio de euros que a pesar de parecer abultado apenas llega. S., vigilante en su banco, observa las personas, al heavy con chupa de cuero que toma asiento en la charla, la mujer de pelo lila con dos galgos negros, la mujer con el carrito de bebé que toma una fotografía con el móvil, una pareja joven de muchachas que se besan, el hombre mayor que saluda a su mujer que se acerca...
Es un no parar de escenas, personas y eventos, S. advierte lo variopinto del escenario donde se encuentra y no es tan distinto a aquella antigua Alcarria que describe Cela, pues, recapacita, quizá con acierto, que ningún tiempo es tan moderno para que no quede pronto desfasado por el ahora. En esos momentos, S. suele encontrarse como un personaje en la tarima, es y no es él. Montse, omnisciente, se acerca, y al verlo tan quieto, intuye:
—Ve a tomar algo. Yo me quedo aquí.
Ella sonríe y S. saca de su chaqueta el móvil y lo señala. Montse asiente. Lenguaje no verbal: cualquier imprevisto se llaman. S. se aleja por medio de las paradas y cuenta diez, cinco a cada lado, en ese afán tan suyo por dar sentido a la vida, recopilador de números como quien recopila sellos o monedas o recortes de periódico; es posible que de haber sido judío se hubiera dedicado a la cábala. A S. la feria feminista le trae recuerdos de otra, la Feria del Libro de La Llagosta, de igual tamaño, de amorosa concurrencia de personas, familias, niños, parejas y algún solitario caminante, que deambulan a la caza de libros, de reinvindicaciones, de experiencias. Es plácido el mediodía, a pesar del aire frío y los dieciseis grados en ese inicio de marzo, aunque para S. los dieciseis grados Sevillanos le parecen veintidós tarraconenses. Y le apetece dar una vuelta. El morado, color insignia de las pancartas, rinde la plaza. Da unos pasos, no muchos, no desea alejarse. Para delante de Casa Paco. Mesas de madera con patas en forma de equis y una fachada repleta de flores y toldo negro. Pide una clara, en su caso, cerveza mezclada con limonada. El camarero, un tipo robusto, tatuaje en el brazo y pendiente en la nariz, le trae además una tapa de regalo, de olivas, y S., como buen catalán no acostumbrado a los pequeños placeres de la restauración, saliva ante el delicioso ofrecimiento. Tienen hueso pero están igual de deliciosas, como si no lo tuvieran. La lengua de S. excarva y extirpa el centro y lo tira en una papelera estratégica colocada al lado de la mesa, todas las mesas la tienen. No esta acostumbrado, pero es una excelente idea. Durante la breve estancia en Casa Paco, S. bebe la clara, come las olivas y acaba de narrar esta breve crónica, en lo que ha pasado una hora. ¿Cómo le irá a Montse? Y S. aprovecha el último rato, antes del cambio de turno de escritores, para apurar la copa, apurar la crónica y apurar la Alcarria, e ir al encuentro, bajo la caseta de escritores, de lo que más quiere.
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