domingo, 1 de marzo de 2015



El tiempo transcurrió con su tedio habitual. Habían pasado veinticuatro estaciones desde la marcha de la muchacha.

Un día aparecieron en la linde del bosque doce hombres y una mujer. Todos ellos iban montados en caballos, y la mayoría portaban armas visibles al cinto o en la grupa de sus monturas. Dos eran, sin lugar a dudas, antiguos caballeros de la orden Dijë, iban montados en caballos muy robustos, sementales oriundos de las Tierras de Dij, las armaduras oxidadas de los dos caballeros lucían el símbolo del rayo partido. Otros cuatro eran arqueros, llevaban el emblema en su peto de las alas rotas, propias de los hombres del rey. Otro parecía por su singular atuendo un antiguo mago de las antiguas tierras de Kä, a su lado un hombre de baja estatura llevaba una gran hacha colgada en su espalda, este «hombre pequeño» se rascaba con creciente nerviosismo su gran barba blanca. Faltaban tres hombres al final de la comitiva, estos vestían capuchas oscuras y no hablaban con nadie. Ni siquiera entre ellos, no mostraban ningún símbolo ni heráldica, así que difícilmente alguien podría deducir su origen. El último hombre en cerrar la comitiva, si es que se pudiera llamar así, era un joven muchacho, apenas un crío, de pelo muy corto, pecas por toda la cara, que mostraba una sonrisa bobalicona propia del miedo a lo desconocido.

Aquel grupo lo encabezaba una mujer con una azulada capa. Portaba una corona de oro en su cabeza y su estilizada figura se realzaba gracias a aquella vestimenta de tonalidad azulada. Aunque los años la habían envejecido, su rostro seguía siendo reconocible para cualquier observador de Bosque Oscuro. Era la muchacha.

—Seguidme.

Los doce hombres y la muchacha se internaron en el bosque. Sortearon el manantial de la tristeza absoluta y bordeándolo con cuidado, encontraron la senda hasta llegar a los pies del endrino. Los hombres descabalgaron de sus monturas y prepararon sus armas: espadas, arcos, dagas y lanzas.

—Duende de los corazones rotos... —pronunció la muchacha en voz alta.

El endrino tembló y el duende surgió de debajo de sus raíces. Su mano derecha, tan callosa como siempre, agarró una druna de color violáceo y se la llevó a la boca.

—Has vuelto —gruñó— .¿Qué fue de tu corazón envenenado de amor?

La muchacha miraba a Tsinränzon con una frialdad pasmosa. Hizo un gesto y el joven muchacho, casi un crío, la ayudó a descabalgar de su caballo.

—Al primer año de mi marcha me casé con un rico burgués de ciudad. Enfermó, murió y heredé su fortuna. Un año después me mudé a la corte de Nicosan. Allí me case nuevamente con un conde, era muy inteligente y fuerte, pero también murió y heredé el título de condesa. Mucho tiempo después me desposé con el Rey de Nicosan, puesto que su esposa, la reina, murió en terribles circunstancias. Hace apenas una semana el rey murió y enviudé por tercera vez. Entonces marché a buscarte.

El duende miró la extraña mirada de la muchacha. Y recordó aquella fría sensación en su interior cuando la encontró por primera vez cerca del manantial de la tristeza absoluta.

—No hacía falta matar a tanta gente muchacha —sentenció con acritud el duende— ¿Conseguiste al menos de esa manera cambiar tu corazón envenenado de amor?

—No me hables tú de muerte, ni tampoco de cambio. Durante todo este tiempo hice mucho más que eso. Conseguí el poder que necesitaba.

El duende agarró otra druna violácea de las ramas de su endrino y se la llevó a la boca.

—¿Descubriste aquello que te atormentaba?

—No te hagas el estúpido conmigo. Este maldito bosque mató a mi amado. Tú, en parte, tuviste que ver con su muerte. Me contaba sus pesadillas nocturnas, el miedo a la depresión, a la oscuridad, miedo a vivir con miedo. El aroma de los racimos de drunas envenenadas que crecen en tu endrino lo deprimían gravemente. Aquel aroma lo agotaba por las noches. Me contaba cosas acerca de este lugar sin llegar a estar en él, y yo no podía hacer nada por salvarlo. Hasta que una noche vino hasta aquí, y se arrojó al lago de la desesperación y se convirtió en una más de las muchas gotas que forman ese hoyo de aguas tristes.

—Entonces —respondió imperturbable el viejo duende— ¿Sustituyó tu corazón el veneno del amor por el veneno del odio?

La pregunta del duende quedó sin contestar. La muchacha realizó un gesto y los arqueros dispararon cuatro mortales flechas. El duende no tuvo tiempo de moverse y dos de aquellas funestas saetas lo atravesaron. El impacto lo arrojó brutalmente contra el suelo. El duende apenas se movía. Unos espasmos recorrían su cuerpo y con su agónica mirada reseguía el curso de los acontecimientos.

—Bajad por la cavidad y quemad la raíz del endrino—ordenó la muchacha— .Los corazones están más abajo. Quemadlos también.

Los hombres bajaron por la gruta. En la superficie sólo quedaron la muchacha, el niño joven y el agonizante duende que miraba toda la escena con sus enrojecidos ojos saltones. En la comisura de la boca del duende, en la pendiente que formaban sus dos largos dientes caía un hilillo de sangre violácea, y en una extraña mueca: «¿Acaso se dibujaba una triste sonrisa?».


Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

14 comentarios:

  1. Muy buen relato Utla sigue así un abrazo

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    1. Estimado Hikari Javier,
      ^^ gracias, gracias, lo intentaremos.
      Un abrazo Hikari Javier.

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  2. Me encanta las alusiones del arbusto de endrino que de niño me quedaba embobado mirando aquel potente color morado, prunes de bosc las llaman en mi pueblo.
    Dos lugares recurrentes: el bosque y la cueva, normalmente lugares donde acecha lo desconocido. Esta historia promete.
    Saludos! Borgo.

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    1. Estimado Mr. Borgo,
      "Prunes de bosc", ciertamente parientes lejano de las drunas, estas últimas muy peligrosas para los humanos.
      Cierto compañero, bosques y cuevas, aunque esta segunda espero no la visiten, pues las cuevas siempre son lugar de cambio,
      Gracias por tus sabias palabras compañero.
      Un abrazo muy grande Miquel.

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  3. que bonito... eres tan dulce.

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    1. Estimada Mia,
      Más bonitas son tus palabras.
      Gracias por traer tu tan preciada dulzura y alegría a este pequeño espacio.
      Los demonios se subyagan con amor, un abrazo.

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  4. La pregunta del viejo duende. ¿Sustituyó tu corazón el veneno del amor por el veneno del odio? La interpreto como que no lo cambio, dado que manda la muchacha a los arqueros y caen esas flechas al pobre duendecito.

    Un abrazo.

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    1. Aiya Eowyn,
      O quizás si lo cambió, cambio el veneno del amor por el veneno del odio...
      Quien sabe, no queda muy claro este antiguo cuento que nos quiere transmitir. ^^
      Namarië Eowyn, Tenna rato.

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  5. Sorprendente cambio de tuvo este relato. Esta parte es más oscura y menos mágica. deja de lado lo fantástico para mezclar lo medieval y lo lo sangriento. Me tomó por sorpresa y me encantó, más que el duende sonriera, como si esperase que eso sucediera. Si es así, confirma mis sospechas.
    Saludos.

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    1. Estimado Raúl,
      Esa sonrisa, toda una mueca de intenciones nefastas, o quizás tan sólo era una mueca llevada por el dolor, en todo caso, ¿porqué era triste su sonrisa?
      Quizás tus sospechas no sean infundadas, el duende sabía algo que los demás no sabiamos.
      Tu clarividencia en ocasiones me asusta.
      Un abrazo bruto escritor.

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  6. Jamas me hubiera esperado este desarrollo de los acontecimientos. Eres increíble. Veamos a donde lleva esto.

    Un abrazo Ser Aquiescencia.

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    1. Estimado Shilmulo,
      Me alegro de sorprenderte, estimado su majestad.
      En la siguiente entrega finaliza todo. ^^
      Un abrazo Shilmulo, rey de los muerciélagos del oeste.

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  7. Nunca dejas de sorprenderme, Utla.
    Me encantan tus historias peonza: cuantas más vueltas le das mas energia adquiere y mas fuerza alcanza.
    Ya espero ver que nos depara la ultima parte.. si es que es la ultima... ;)

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    1. Estimada Amalasunta,
      Las historias tienen tanto valor como el lector quiera darle.
      Aunque te agradezco esa toponimia que me has dado,, historias peonza...jajaja Es una alegria verte por aquí, con tu sabiduria y tu buen hacer Amalasunta.
      Un abrazo Amalasunta Regna, princesa de las hadas de Bosquevilla y Madre del heredero único.

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