domingo, 5 de febrero de 2017


«La raíz de todas las pasiones es el amor.
De él nace la tristeza, el gozo, la alegría y la desesperación»
El Fénix de los ingenios
(Francisco Lope de Vega)



Habíase un lugar llamado «las orillas del tiempo»,

Al mirar al cielo se podía observar un hueco entre la constelación de Andrómeda y Perseo. Era apenas un pequeño vacío en la inconmensurable bóveda celeste. Pero en ese lugar, hacía un tiempo, se dibujaba una pequeña estrella solitaria. Se llamaba Anirama. Su aura brillaba preciosa en el oscuro techo estrellado. Ella creía en las antiguas leyendas de los dioses griegos. Seguramente influenciada por las hermanas de las constelaciones cercanas.

Un día, Anirama decidió abandonar su ilustre posición galáctica y marchar en busca de la leyenda de la Diosa Inamar. Narraba la antigua leyenda espacial que la estrella que encontrara a la Diosa brillaría radiante por siempre en el firmamento. Sin embargo, Inamar estaba maldecida con la amnesia cósmica y no había dejado constancia de donde podían encontrarla. La leyenda continuaba indicando que tres pruebas debían superarse para llegar hasta ella: el navío, la estela y la red.

Antes de partir, se despidió.
—Adiós hermanas de Andrómeda. Adiós hermanas de Perseo.

Ellas le devolvieron alegres el saludo.
—Cuida tu brillo.
—Resplandece siempre.
—Nos vemos en tu próximo pulsar.

Entonces Anirama realizó un venturoso salto quántico, dobló el espacio-tiempo alrededor del agujero negro conocido como Gujansgro, el protector de vuestro sistema solar, y apareció en una inmensa playa de lágrimas.

Una gran nave, constituida con madera de bambú interestelar, flotaba cerca de la arena. Al lado de la embarcación volaba un Mávenix. Un ave mágica de grandes alas constituida por polvo de estrellas.

—Saludos, Anirama —dijo el Mávenix—. Entre ser feliz y ser mejor, ¿qué escogerías?

Anirama no supo que contestar. Sabía que el Mávenix al lado del navío era la primera de las tres pruebas. Temía fallar.

—No sé la respuesta —dijo Anirama avergonzada mientras el brillo de su aura decrecía.

—Dubiare stella es —dijo el Mávenix mientras extendía sus alas en dirección al navío—. Sube.
—¿Pero...? —Y Anirama se calló. Iba a decir que no había respondido a la pregunta. Pero era tal su deseo de superar la primera prueba, que calló.


El navío surcaba veloz el oscuro océano. Una blanquecina estela surgía por debajo, y aquella espuma cósmica se arremolinó paralela y perpendicular en torno al bajel. Anirama observaba hipnotizada la forma de la estela.

—¡Qué bonita!

El Mávenix no respondió.
Entonces Anirama observó a los otros pasajeros. Estos la miraban con extrañeza.

—Nunca habían visto a una estrella —dijo la inmensa ave.

Anirama sonrió coqueta, e iba a regalarles una gran sonrisa a los presentes, pero de repente, sin aviso previo, el Mávenix le asestó un fuerte golpe de alas que la tiró por la borda. Incrédula por lo acontecido, cayó en la gran estela blanca. Aquel brillo excesivo la ahogaba. Nadó contra corriente, intentaba retomar el tiempo presente, pero la marejada pasada y el empuje futuro la hundían cada vez más en aquel irreal oleaje estelar.

Y entonces, todo fue oscuridad....

... y de nuevo, todo fue luz.

—Hola. Me llamo Vibo. Soy un planeta del sistema Dana. ¿Cómo estás?
Anirama no respondió, aún estaba desconcertada por su anterior vivencia.
—¿Quién?
—Vi-bo. Del sis-te-ma Da-na —deletreó con paciencia el planeta—. ¡Qué bien que estés despierta!
—Me siento un poco... mareada —dijo Anirama.
—Normal. Flotas alrededor de mi gravedad. Ella fue la que te salvó de perderte en el vacío —dijo Vibo con una gran sonrisa en su polo magnético—. ¡Qué casualidad que pasaras justo por aquí!
—Pues... gracias, Vibo —dijo Anirama.

La estrella pasó una temporada flotando alrededor de Vibo. Se habían hecho amigos. Hasta que un día este le confesó un secreto.
—Anirama, cada vez estás más cerca de la Diosa. Pero te falta encontrar la red.
—¿Cómo sabes tú qué busco a Inamar?
—Yo sé algunas cosas, y otras cosas... no. ¿Sabes dónde puedes encontrar lo que te falta?
Anirama negó con la cabeza brillante.

—Está en mi interior. Debes dirigirte a las cavidades subterráneas bajando por el polo norteño. Una vez allí baja hasta mi centro e inúndalo con tu luz. Entonces la encontrarás...
La alegría de Anirama contrastaba con la tristeza de Vibo. Quién comenzó a soltar pequeños tifones de lluvias por su ecuador.
—¿Te pasa algo, Vibo? —preguntó preocupada Anirama.
—No es nada... Marcha, tienes un gran camino. Nos volveremos a ver.


Anirama se dirigió al polo norte de Vibo. Allí, encontró las cavidades subterráneas en la superficie del planeta amigo y descendió por ellas. Su inmensa luz se colaba a raudales por aquellos túneles.

Y al fin, después de un tiempo inmedible por ningún sistema horario, alcanzó el centro del planeta.

No había ninguna red. Tan solo un libro. Un pequeño cuaderno brillante que flotaba en el centro. Anirama se acercó curiosa, y comenzó a leerlo...

«Querido diario estelar,
El dios Rasepar me ha maldecido por salvar al Mávenix y a Vibo. Los quiero tanto que no pude permitirle que acabara con ellos. Es despreciable y como no puede matarme, me ha maldecido con la amnesia cósmica. Olvidaré mi nombre, olvidaré mi brillo, olvidaré a los qué salvé, e incluso olvidaré quién fui una vez... pero cuando vuelva aquí, cada cierto tiempo, impulsada por mi naturaleza inquieta, descubriré que no me hace falta brillar...
El brillo de la diosa soy yo».

Anirama dejó de leer. Una sonrisa triste se dibujó en su rostro. De su torso una luminiscencia sin igual comenzó a brotar. Recordó quién había sido: Inamar. Recordó a su buen Vibo y al Mávenix, y los motivos que hicieron que los tres estuvieran juntos una vez. Bailó al compás de los sonidos chamánicos del fondo de partículas, sonrió, se alegró, lloró, brilló como hacía tiempo no había brillado. De su luz nacieron unas cuantas estrellas, más pequeñas que ella, pero de igual naturaleza...

Y regresó a la posición que había ocupado una vez entre Andrómeda y Perseo.

Y entonces... se volvió a olvidar.

Epílogo:
Y nuevamente, Andrómeda y Perseo, le volvieron a contar todas las leyendas de los antiguos dioses griegos.


«Dedicado a Mica Dominguez. Gracias por tu calidez y tus palabras»

Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


3 comentarios:

  1. Otra de tus grandes leyendas, UTLA. Una historia maravillosa.
    No imaginé para nada que sería ella misma.
    Saludos.

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    Respuestas
    1. Lo maravilloso son tus palabras Raúl. Abrazos. ^^

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  2. Hola, encontré tu relato por casualidad y me gustaría saber si lo tienes en un libro. Me gustaría tenerlo puesto que mi nombre es Anirama

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