lunes, 1 de febrero de 2021

«A las personas que gustan de buenas historias de misterio… el Manuscrito Voynich de la decimoquinta o decimosexta centuria les fascinará».


Una estudiante entró en el aula cargada con una docena de libros y una carpeta apretados contra el pecho. Desde su posición veía en contrapicado las pelambres y las calvas de algunos compañeros de espaldas a ella, asentían, tomaban notas o charlaban entre ellos mientras prestaban atención a las explicaciones del profesor, un hombre con una máscara blanca en el rostro al final del anfiteatro universitario, una gradería con capacidad para cien estudiantes, que apenas contenía una docena. Acompañó con espalda y culo la puerta, la singular proeza malabarista permitió cerrarla evitando cualquier ruido al cerrarse, después dirigió la vista a la última fila del anfiteatro y detectó la parte trasera de una cabeza conocida, un inconfundible tupé, y se acercó hasta el alumno que estaba allí sentado. ¿Hace mucho que empezó?, tras la queda interrogación y sin esperar respuesta repartió la carga de volúmenes por encima de la alargada mesa, desparramándolos delante de ella. Se sentó en la bancada ni muy junta ni muy separada del compañero que tenía la mirada perdida en el techo. El asiento, junto con la mesa, formaba un conjunto compacto y alargado anclado al suelo que ocupaba la casi totalidad del ancho del aula, únicamente a los lados se extendían dos pasillos laterales con escalones que separaban la gradería de las paredes, en el interior de la grada una docena de filas idénticas con idénticas mesas acogía a algunos alumnos. Los accesos laterales conducían a través de sus pequeños escalones hasta la fosa del anfiteatro donde pizarra y mesa acogían al profesor. ¡Eh, Zeno! Estiró la mano y zarandeó al chico en el hombro. ¿Que si empezó hace mucho? Él dejó de mirar al techo y se giró hacia ella. No, pesada, que acaba de empezar. Tras la respuesta, asintió, soltó aire con lentitud y desperezó el cuerpo dejándolo deslizar un poco por debajo de la mesa. Con el rostro más relajado se metió la mano en medio del pelo afro, la mano negra contrastaba con el intenso rubio del cabello, y volvió a la carga de preguntas. ¿Y Mei? ¿No ha venido? Observó el corte de pelo de Zeno, rasurado por los lados y con un prominente tupé, también vio el particular arqueo de las pobladas cejas del muchacho y como este, por toda respuesta, se encogía de hombros. En ese momento, la puerta del aula volvió a abrirse y otra estudiante, en idénticos movimientos que su predecesora, pasos silenciosos, acompañamiento de puerta aunque sin malabarismos, se sentó al lado de ella. ¡Aamo, Zeno!, exclamó la recién llegada invocando entre susurros los apodos de sus amigos como si en vez de encontrarse en un aula universitaria se encontraran en el acto litúrgico de una catedral. Joder, Mei, menos mal que has venido. Traje los libros por ti, dijo Aamo señalando los libros encima de la mesa. Lo sé, lo sé, glacias, contestó en voz baja, sin apenas abrir la boca tras la última palabra y recogió los libros y los guardó en el interior de su mochila. ¿Qué te pasa? Hablas raro. Nada, nada… ¡Estás muy rara! ¿Se puede saber por qué llegas tan tarde? Zeno la interrumpió. ¡Que desfachatez, pero si tú también acabas de llegar! Tú calladito que hablamos de cosas de chicas, ¿de acuerdo? Zeno arqueó de nuevo las cejas, se giró dándole la espalda a ambas y se fijó en el deambular del profesor, un hombre con una máscara en el rostro que escribía símbolos y caracteres de una lengua desconocida en la pizarra porque, más que una pizarra, se asemejaba a un muro de palabras o más bien a un muro repleto de grafitis desconocidos para los que solo el propio autor discerniría el significado. Yo…, arrancó Mei. ¿Qué? ¡Habla! Mei separó los labios y con el dedo se señaló al corrector bucal que tenía en los dientes. ¡Me da velgüenza! ¡Me cuesta plonuncial!, dijo bajando la cara. Al oír las palabras de su compañera, Zeno se giró e intentó mirar a la boca de Mei, pero no lo consiguió debido al ángulo del rostro de la muchacha que apuntaba hacia el suelo. Al fin hablas como una verdadera china, Zeno sonrió malicioso. Vete a tomal viento, le contestó ella sin levantar la cara. ¡Pero Mei, con ese acento inglés tan bonito y perfecto que tenías! ¿Sabes que te digo? Que mejor así, que aquí preferimos a una asiática estereotipada que no pronuncie bien las erres. Imagínatelo, no darías buena imagen a los clichés, ja, ja, ja. Aamo, sentada en medio de los dos, le propinó un codazo en las costillas. ¡Ay!, que bruta. ¡Que te calles! Las chicas estamos hablando. Pero en el inflamado crescendo de la conversación habían alcanzado un volumen más alto de lo oportuno.

—Los de la última fila bajen el volumen de su parloteo. —De repente, el profesor, que había dejado de escribir en la pizarra, les señaló con la tiza—. Les invito a abandonar el aula si no quieren prestar atención, si no tienen respeto por la asignatura al menos sí tengan respeto por el resto de compañeros que desean tomar apuntes y aprender.

Dicha la amonestación, el profesor se recolocó la máscara, se giró y volvió a la retahíla de símbolos y caracteres, grafías que mezclaban glifos hindúes, egipcios y latinos entremezclados con otros indescifrables.

Menudo farsante el tío este y encima nos da lecciones. ¿Si no querías aprender Guáltrapa por qué te apuntaste? Pues yo la encuentlo intelesante. Por favor, ¿es que no lo veis? Mirad la pizarra. Ambas inclinaron la vista y miraron metros más abajo los trazos de los símbolos escritos en tiza. ¿Habéis mirado bien? ¿Qué sentido tiene ese conjunto de símbolos? La primera fila es egipcio mezclado con hindú, la segunda línea es un popurrí de latín y castellano antiguo. La tercera fila… Vete a saber que habrá inventado en la tercera. Eso es polque los guáltlapa elan un pueblo nómada y tomalon plestado vocabulalio de otlas cultulas. Zeno miró el rostro de Mei que, por fin, había alzado la barbilla y podía observarle los labios. ¿Sí? ¿Y dónde está escrito eso? ¿En qué artículo?, el rostro de Zeno enrojeció. Hay estudios que lo confilman. ¿Estudios? Los cuatro libros que publicó él mismo y su camarilla de colegas frikis. No me extraña que la decana lo quiera echar. ¿Entonces ahora eres amiguito de la Dupré? ¿Y tú no? Claro que no. La mirada de Zeno se ancló con malicia sobre Aamo que lo estudiaba con precisión y después pasó rápidamente la mirada a Mei que lo miraba con inquietud. ¿Las negritas no sois amigas entre vosotras? ¡Hey, bro, black power y todo eso!, Zeno levantó los dedos en estilo rapero y le lanzó una sonrisa burlesca, la cara de Aamo representaba justo lo opuesto del rostro de su compañero, un revoltijo de odio y contención, pero ella se revolvió. No todos somos hijos de un ricachón. Las palabras habían girado las máscaras de la comedia, el rostro de Zeno se transmutó en la máscara de la tristeza y el de Aamo en el de la sonrisa del loco. No peléis, pol favol. ¡Bah! Eres muy buena, Mei, es un auténtico lul. Tras el insulto en neerlandés, Mei puso la mano sobre el hombro derecho de su compañera, el tacto y el pacífico gesto tuvo su efecto y Aamo relajó de improviso el rostro y, como en un baile de espejos, Zeno también. Venga, no quería joderte, no nos peleemos por tonterías. ¡Qué te den!, a pesar de la calmada compostura Aamo no pudo reprimir un último coletazo de rabia. Zeno se mordisqueó los labios de un lado para otro, pasó la mano por el tupé, como si se lo quisiera alisar. ¿Bandera de la paz? Y le tendió la mano. Aamo gruñó. Si me perdonas os cuento lo que me contó un primo mío de Barce… ¡Bah!, lo interrumpió Aamo, tú tienes primos en todo el mundo. Es sobre el profe, el señor Strambotikus. ¿Qué le pasa?, preguntó correctamente Mei. Eso, ¡qué le pasa! Si os calláis os cuento lo que me dijo mi primo. ¡Puuufff! ¡Sí, pol favol! Ambas compañeras mostraban un interés particular, Mei abría los ojos y asentía con delicadez, Aamo seguía mostrando una impostada careta de enfado, pero ambas modificaron la postura y, cada una su modo, inclinó el cuerpo un poco hacia delante, para escuchar con atención lo que les quería contar entre susurros. Pues mi primo se apuntó a Guáltrapa y vio desde un principio que sería un peñazo de asignatura, así que cogió una tarde, se fue hasta el Strambotikus y, ¿sabéis que le dijo? Pues le dijo, le doy dos mil euros si me aprueba. Zeno jugó con el silencio, como cuando quería hacerse el interesante, y se acarició el tupé y… ¡Bueno y qué! ¿Qué le respondió el profe? Eso, ¿qué le lespondió? Pues le dijo, le dijo que sí. ¡Ostia¡ ¡Gé! A que sí, que fuerte, ¿verdad?. ¿Y le pagó y aprobó? Pues sí. Joder que cabrón, pues con la pasta que tú tienes. Eso es, y le guiñó un ojo a Aamo mientras replicaba un nuevo gesto rapero, pero en esta ocasión más amable, mientras, Mei zarandeaba la cabeza de un lado a otro.


Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

1 comentario:

  1. Hola Utla. Ha sido un placer leer está página de Un Tranquilo Lugar de Aquiesciencia.
    De disfrutado con el personaje Zenu.

    Un abrazo

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