Una estudiante entró en el aula cargada con una docena de libros
y una carpeta apretados contra el pecho. Desde su posición veÃa en contrapicado
las pelambres y las calvas de algunos compañeros de espaldas a ella, asentÃan,
tomaban notas o charlaban entre ellos mientras prestaban atención a las
explicaciones del profesor, un hombre con una máscara blanca en el rostro al
final del anfiteatro universitario, una graderÃa con capacidad para cien estudiantes,
que apenas contenÃa una docena. Acompañó con espalda y culo la puerta, la singular
proeza malabarista permitió cerrarla evitando cualquier ruido al cerrarse, después
dirigió la vista a la última fila del anfiteatro y detectó la parte trasera de una
cabeza conocida, un inconfundible tupé, y se acercó hasta el alumno que estaba
allà sentado. ¿Hace mucho que empezó?, tras la queda interrogación y sin
esperar respuesta repartió la carga de volúmenes por encima de la alargada mesa,
desparramándolos delante de ella. Se sentó en la bancada ni muy junta ni muy
separada del compañero que tenÃa la mirada perdida en el techo. El asiento, junto
con la mesa, formaba un conjunto compacto y alargado anclado al suelo que ocupaba
la casi totalidad del ancho del aula, únicamente a los lados se extendÃan dos pasillos
laterales con escalones que separaban la graderÃa de las paredes, en el
interior de la grada una docena de filas idénticas con idénticas mesas acogÃa a
algunos alumnos. Los accesos laterales conducÃan a través de sus pequeños
escalones hasta la fosa del anfiteatro donde pizarra y mesa acogÃan al profesor.
¡Eh, Zeno! Estiró la mano y zarandeó al chico en el hombro. ¿Que si empezó hace
mucho? Él dejó de mirar al techo y se giró hacia ella. No, pesada, que acaba de
empezar. Tras la respuesta, asintió, soltó aire con lentitud y desperezó el
cuerpo dejándolo deslizar un poco por debajo de la mesa. Con el rostro más
relajado se metió la mano en medio del pelo afro, la mano negra contrastaba con
el intenso rubio del cabello, y volvió a la carga de preguntas. ¿Y Mei? ¿No ha
venido? Observó el corte de pelo de Zeno, rasurado por los lados y con un
prominente tupé, también vio el particular arqueo de las pobladas cejas del
muchacho y como este, por toda respuesta, se encogÃa de hombros. En ese
momento, la puerta del aula volvió a abrirse y otra estudiante, en idénticos
movimientos que su predecesora, pasos silenciosos, acompañamiento de puerta aunque
sin malabarismos, se sentó al lado de ella. ¡Aamo, Zeno!, exclamó la recién
llegada invocando entre susurros los apodos de sus amigos como si en vez de
encontrarse en un aula universitaria se encontraran en el acto litúrgico de una
catedral. Joder, Mei, menos mal que has venido. Traje los libros por ti, dijo
Aamo señalando los libros encima de la mesa. Lo sé, lo sé, glacias, contestó en
voz baja, sin apenas abrir la boca tras la última palabra y recogió los libros
y los guardó en el interior de su mochila. ¿Qué te pasa? Hablas raro. Nada,
nada… ¡Estás muy rara! ¿Se puede saber por qué llegas tan tarde? Zeno la
interrumpió. ¡Que desfachatez, pero si tú también acabas de llegar! Tú calladito
que hablamos de cosas de chicas, ¿de acuerdo? Zeno arqueó de nuevo las cejas, se
giró dándole la espalda a ambas y se fijó en el deambular del profesor, un
hombre con una máscara en el rostro que escribÃa sÃmbolos y caracteres de una
lengua desconocida en la pizarra porque, más que una pizarra, se asemejaba a un
muro de palabras o más bien a un muro repleto de grafitis desconocidos para los
que solo el propio autor discernirÃa el significado. Yo…, arrancó Mei. ¿Qué?
¡Habla! Mei separó los labios y con el dedo se señaló al corrector bucal que tenÃa
en los dientes. ¡Me da velgüenza! ¡Me cuesta plonuncial!, dijo bajando la cara.
Al oÃr las palabras de su compañera, Zeno se giró e intentó mirar a la boca de Mei,
pero no lo consiguió debido al ángulo del rostro de la muchacha que apuntaba
hacia el suelo. Al fin hablas como una verdadera china, Zeno sonrió malicioso. Vete
a tomal viento, le contestó ella sin levantar la cara. ¡Pero Mei, con ese
acento inglés tan bonito y perfecto que tenÃas! ¿Sabes que te digo? Que mejor
asÃ, que aquà preferimos a una asiática estereotipada que no pronuncie bien las
erres. ImagÃnatelo, no darÃas buena imagen a los clichés, ja, ja, ja. Aamo,
sentada en medio de los dos, le propinó un codazo en las costillas. ¡Ay!, que
bruta. ¡Que te calles! Las chicas estamos hablando. Pero en el inflamado crescendo
de la conversación habÃan alcanzado un volumen más alto de lo oportuno.
—Los de la última fila bajen el volumen de su parloteo. —De
repente, el profesor, que habÃa dejado de escribir en la pizarra, les señaló
con la tiza—. Les invito a abandonar el aula si no quieren prestar atención, si
no tienen respeto por la asignatura al menos sà tengan respeto por el resto de compañeros
que desean tomar apuntes y aprender.
Dicha la amonestación, el profesor se recolocó la máscara,
se giró y volvió a la retahÃla de sÃmbolos y caracteres, grafÃas que mezclaban
glifos hindúes, egipcios y latinos entremezclados con otros indescifrables.
Menudo farsante el tÃo este y encima nos da lecciones. ¿Si
no querÃas aprender Guáltrapa por qué te apuntaste? Pues yo la encuentlo
intelesante. Por favor, ¿es que no lo veis? Mirad la pizarra. Ambas inclinaron
la vista y miraron metros más abajo los trazos de los sÃmbolos escritos en tiza.
¿Habéis mirado bien? ¿Qué sentido tiene ese conjunto de sÃmbolos? La primera
fila es egipcio mezclado con hindú, la segunda lÃnea es un popurrà de latÃn y castellano
antiguo. La tercera fila… Vete a saber que habrá inventado en la tercera. Eso
es polque los guáltlapa elan un pueblo nómada y tomalon plestado vocabulalio de
otlas cultulas. Zeno miró el rostro de Mei que, por fin, habÃa alzado la
barbilla y podÃa observarle los labios. ¿SÃ? ¿Y dónde está escrito eso? ¿En qué
artÃculo?, el rostro de Zeno enrojeció. Hay estudios que lo confilman. ¿Estudios?
Los cuatro libros que publicó él mismo y su camarilla de colegas frikis. No me
extraña que la decana lo quiera echar. ¿Entonces ahora eres amiguito de la
Dupré? ¿Y tú no? Claro que no. La mirada de Zeno se ancló con malicia sobre Aamo
que lo estudiaba con precisión y después pasó rápidamente la mirada a Mei que lo
miraba con inquietud. ¿Las negritas no sois amigas entre vosotras? ¡Hey, bro,
black power y todo eso!, Zeno levantó los dedos en estilo rapero y le lanzó una
sonrisa burlesca, la cara de Aamo representaba justo lo opuesto del rostro de su
compañero, un revoltijo de odio y contención, pero ella se revolvió. No todos
somos hijos de un ricachón. Las palabras habÃan girado las máscaras de la
comedia, el rostro de Zeno se transmutó en la máscara de la tristeza y el de
Aamo en el de la sonrisa del loco. No peléis, pol favol. ¡Bah! Eres muy buena,
Mei, es un auténtico lul. Tras el insulto en neerlandés, Mei puso la
mano sobre el hombro derecho de su compañera, el tacto y el pacÃfico gesto tuvo
su efecto y Aamo relajó de improviso el rostro y, como en un baile de espejos, Zeno
también. Venga, no querÃa joderte, no nos peleemos por tonterÃas. ¡Qué te den!,
a pesar de la calmada compostura Aamo no pudo reprimir un último coletazo de
rabia. Zeno se mordisqueó los labios de un lado para otro, pasó la mano por el tupé,
como si se lo quisiera alisar. ¿Bandera de la paz? Y le tendió la mano. Aamo
gruñó. Si me perdonas os cuento lo que me contó un primo mÃo de Barce… ¡Bah!,
lo interrumpió Aamo, tú tienes primos en todo el mundo. Es sobre el profe, el
señor Strambotikus. ¿Qué le pasa?, preguntó correctamente Mei. Eso, ¡qué le
pasa! Si os calláis os cuento lo que me dijo mi primo. ¡Puuufff! ¡SÃ, pol
favol! Ambas compañeras mostraban un interés particular, Mei abrÃa los ojos y
asentÃa con delicadez, Aamo seguÃa mostrando una impostada careta de enfado, pero
ambas modificaron la postura y, cada una su modo, inclinó el cuerpo un poco
hacia delante, para escuchar con atención lo que les querÃa contar entre
susurros. Pues mi primo se apuntó a Guáltrapa y vio desde un principio que
serÃa un peñazo de asignatura, asà que cogió una tarde, se fue hasta el Strambotikus
y, ¿sabéis que le dijo? Pues le dijo, le doy dos mil euros si me aprueba. Zeno
jugó con el silencio, como cuando querÃa hacerse el interesante, y se acarició el
tupé y… ¡Bueno y qué! ¿Qué le respondió el profe? Eso, ¿qué le lespondió? Pues
le dijo, le dijo que sÃ. ¡Ostia¡ ¡Gé! A que sÃ, que fuerte, ¿verdad?. ¿Y le
pagó y aprobó? Pues sÃ. Joder que cabrón, pues con la pasta que tú tienes. Eso
es, y le guiñó un ojo a Aamo mientras replicaba un nuevo gesto rapero, pero en
esta ocasión más amable, mientras, Mei zarandeaba la cabeza de un lado a otro.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia
Hola Utla. Ha sido un placer leer está página de Un Tranquilo Lugar de Aquiesciencia.
ResponderEliminarDe disfrutado con el personaje Zenu.
Un abrazo