miércoles, 10 de marzo de 2021


«La trama no es sino las huellas que quedan en la nieve
cuando los personajes ya han partido rumbo a destinos increíbles
». 



Un gran escritor R. B., no solo del género de ciencia ficción que en estos días parece resurgir de la tumba en la que muchos intelectuales querían enterrarlo, un escritor que ensalza lo genuino de lo escrito por encima de lo mercantil o de la temática, una persona que maximiza la ciencia ficción como la via que hace pensar, pero no porque el género en sí mismo invite a ello (que lo hace), sino por ser el medio que él escogió para expresarse, tan válido como cualquier otro. 

Mi admiración hacia Bradbury surge de su inmensa humildad ante sus logros, pues inicialmente se sentía pequeño ante ellos, pensaba en su escritura como algo mercantil, pero fue justamente su honestidad, voy a escribir sobre lo que me gusta, lo que lo apartó de dicha senda del mercantilismo o includo, de cosas peores, el no escribir.
En este libro, el autor camina entre el ensayo, los artículos periodísticos y la poesía, y se lee en su interior esa falta de divinidad, ese alejamiento de la pedantería propia de las personas que creen saber mucho y, al leerlos, dicen poco. Me inclino a pensar que todos debemos aprender de Bradbury, de esa carencia de pedestales que no tocan.

Además, Bradbury aboga por el uso no cultista del lenguaje, una prosa sencilla, muy parecido a lo que postulaba Walt Whitman, puede albergar grandes ideas y mejores sentimientos, que mejor que recuperar sus propias palabras:

«He oído a conductores de locomotora hablar de América en el tono de Thomas Wolfe […] He oído a madres contar la larga noche de su primer parto y el miedo de que el bebé muriese […] he oído a mi abuela hablar de la primera pelota que tuvo […] Y, cuando se les entibiaban las almas, todos eran poetas». 

¡Bello! Bradbury nos regala también, al final del libro, unas cuantas poesías de su cuño, pues como bien indica, lee poesía todos los días. No será casualidad que los poetas sean magníficos escritores e, incluso, como escribió Ursula K. Le Guin, algunos gobiernos a los que más temen son a los poetas, pues cuando los demás callan, los poetas escriben.

Adentrándonos en términos de técnica, Bradbury expresa lo esencial, escribir desde los cinco sentidos, conservar la escritura centrando la conciencia en la nariz, el ojo, la oreja, la lengua y la mano. 

Él lo expresa de manera contundente.

«Si el lector siente el sol en la carne y el viento agitándole las mangas de la camisa, usted tiene media batalla ganada. Al lector se le puede hacer creer el cuento más improbable si, a través de los sentidos, tiene la certeza de estar en medio de los hechos». 

Más adelante compara sus lecturas, sus vivencias literarias, alude a Herman Melville y a su Moby Dick, sobre todo porque la reescribió para un guion cinematográfico, y también nombra a Julio Verne y sus Veinte mil leguas de viaje submarino y al Capitán Nemo, y compara ambos líderes, como si el mando y las profundidades abisales volvieran, con tanta masa de agua, locos a los hombres. 

Anota otro dato interesante, al igual que Stephen King en su Mientras Escribo, las palabras diarias que lo convertirían en escritor. Entre mil y dos mil palabras al día, en esto un tanto más humilde que el maestro del terror que se inclinaba a la fijación por las dos mil, pero, y en todo caso, insistiendo en la única importancia que reside en dicho nexo, la asiduidad, lo único importante.

Otras palabras que me llamaron poderosamente la atención fueron su concepción inicial sobre su novela, posiblemente la más aclamada, Fahrenheit 451, ya inscrita en el canon de la ciencia ficción y un clásico incluso fuera de él; estas fueron:

«Yo no lo sabía, pero estaba escribiendo una novela literalmente barata. En la primavera de 1950, escribir y terminar el primer borrador de El bombero, que más tarde sería Fahrenheit 451, me costó nueve dólares y ochenta centavos, en monedas de diez». 

Él pensaba que era una novela comercial, un pastiche sin ningún orden ni concierto y, que al final, resultó una obra maestra; también me sorprendió descubrir a mí ese hecho íntimo del autor, pues al pensar en los grandes escritores los endioso como seres de algún panteón mitológico y los imagino sin dudas y conocedores de todos los entresijos de los universos que crean y los imagino infalibles; cuando la verdad es que poseen dudas, muchas, incluso los mejores como Bradbury. De lo que no cabe duda, al menos Bradbury así lo afirma, es que se debe ser honesto al escribir, hablar de los temas propios, lo que te conmueve, lo que te hace levantarte cada día. Lo que amas y lo que odias. Sobre eso es lo que deberías escribir.

Como dato anecdótico, también descubrí que Bradbury, al igual que Goethe, escribía sus novelas en un chorro de pasión creativa, del tirón. Y disfruté, como solo se puede uno encandilar con un plato de tan exquisito gusto, la definición, un tanto mitológica, que daba sobre la ciencia ficción:

«La ciencia ficción es un intento de resolver problemas mientras se finge mirar para otro lado. […] este proceso literario es como el enfrentamiento de Perseo con la Medusa. […]. Así la ciencia ficción simula futuros a fin de curar perros enfermos en los caminos de hoy. El tropo lo es todo. La metáfora es remedio». 

Nos habla de la importancia de concretar, otro hito en literatura, y para ello se vale de sus conocimientos de poesía. La poesía es imagen, la imagen es metáfora, y, parafraseándole, si un escribiente encuentra la metáfora adecuada, eso se convierte en la imagen justa, y, al ponerla en escena, servirá por cuatro páginas de diálogo. Maravillosa manera de expresar la idea de concreción.

Aboga también, a diferencia de otros literatos más proclives al no mestizaje de artes, a visualizar películas, pues en la ficción audiovisual el escritor puede aprender las técnicas que predisponen al espectador-lector a la configuración de las escenas, la mirada de la cámara vs la mirada de la imaginación no distan tanto la una de la otra, o, al menos, esa es la interpretación que hago yo de sus palabras.

Finalmente, no son lecciones para autores noveles, ni para diletantes de la escritura, más bien es una reflexión que lanza en alto para quien la quiera recoger. La clave de una buena novela es el trabajo, la segunda la relajación y, por encima de ellas, relajarse y no pensar, sobre todo, No Pensar. De aquí viene la anécdota del título de Zen en el arte de escribir, es decir, tómate un respiro, no te critiques antes de empezar y, simplemente, escribe. 

Para ello se impone la carga de las mil o dos mil palabras diarias, que ya comenté, y la deducción que, tiempo más tarde, llevaría a crear el reto Bradbury.

«Mil o dos mil palabras por día durante los próximos veinte años. Al principio podría apuntar a un cuento por semana, cincuenta y dos cuentos al año, durante cinco años. Antes de sentirse cómodo en este medio tendrá que escribir y dejar de lado o quemar mucho material. Bien podría empezar ahora mismo y hacer el trabajo necesario. Porque yo creo que finalmente la cantidad redunda en calidad». 

En el fondo, él no animaba a nadie a escribir, pero, de nuevo, leyendo entre líneas y entre palabras, esa cantidad redunda en calidad, y ese número mágico (a las personas nos encantan la medida de los números) cincuenta y dos, supuso el inicio de un reto que, a día de hoy, sigue en pie y que muchos lo realizamos con cariño, con trabajo, con esfuerzo y, sobre todo, con ese No Pensar en el que tanto insistía nuestro maestro de la ciencia ficción.

Para acabar me despido con una cita maravillosa, una de las tantas, que encontré en el interior de Zen el arte de escribir.

«Recuerden: la trama no es sino las huellas que quedan en la nieve cuando los personajes ya han partido rumbo a destinos increíbles. La trama se descubre después de los hechos, no antes. No puede preceder a la acción. Es el diagrama que queda cuando la acción se ha agotado. La trama no debería ser nada más. 
El deseo humano suelto, a la carrera, que alcanza una meta. No puede ser mecánica. Solo puede ser dinámica».

Así que, recordemos.


Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.

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