domingo, 2 de mayo de 2021


«Revolviendo algunos papeles en su cartera, se levantó al verme»


Desde una perspectiva elevada, mi cámara de durmiente examinaba una aparente montaña de papeles desperdigados por el suelo, aunque a primera vista pudiera parecer que el caos había erigido aquella pila: hojas de periódicos, novelas, revistas, manuales de instrucciones; en una segunda visión, apreciaba como se extendían paralelos y apegados a una vieja pared de ladrillos sin revocar. De hecho, a medida que el tiempo onírico avanzaba, mi conocimiento sobre el espacio y sus contenidos también crecía y, de repente, con esa clarividencia que solo en los sueños se posee, una lucidez omnisciente me invadió y supe más del improvisado iglú de papeles: era mi hogar.

Se accedía por un agujero trasero, alejado de la calle donde me encontraba. El hueco de entrada quedaba tapado entre un tomo desvencijado de una obra inmortal —que apenas nadie lee a día de hoy— y la pared. La entrada secreta perfecta. El interior estaba oscuro y, con claridad, entendí que no podía hacer un fuego allí dentro para leer, ni siquiera para ver, y, aunque me hice la pregunta, tampoco supe por qué no disponía de una linterna. En todo caso, si se pasaba el tiempo suficiente en el habitáculo, los papeles dejaban traspasar la claridad exterior y los ojos se acostumbraban a la penumbra interior. Desde luego no podía ponerme de pie en el reducido espacio, pues apenas podía entrar reptando. En el suelo había un saco de dormir, unos cojines, bolígrafos, libretas y un portátil, las únicas comodidades que necesitaba.

Un hombre y una mujer rondaban mi casa. La policía papelaria o algún título similar para nombrar a la pareja. Estaba prohibido construirse casas con papeles y ellos se encargaban de comprobar que no hubiera ningún ilegal (como yo) erigiendo habitáculos de tal índole. No podía pasar el día entero allí por lo que, para pasar desapercibido, salía de casa bien temprano, vestido con corbata, chaqueta y unos buenos pantalones negros. En mi parcela de mundo onírico si vestías con la corrección esperada no resultabas sospechoso a ojos de la policía papelaria ni del común de los habitantes.

Para salir de mi casa, reptaba por el suelo hasta llegar al desvencijado libro-puerta, salía vestido con mis galas, me sacudía con las palmas de mis manos el polvo que hubiera podido quedar en mi traje y, puesta de nuevo la improvisada puerta que ocultaba la entrada, giré la calle y saludé al hombre y la mujer que caminaban expectantes por la zona con las manos a la espalda y con mirada aguda.

—Buenos días.

No decían nada, pero devolvían el saludo con un asentimiento de cabeza, sin quitar la vista de los papeles, pues su atento examen requería de toda su concentración (o al menos eso pensaba). Mi interior andaba revuelto con antagónicos sentimientos, preocupación y tranquilidad, pues en aquel vertedero de celulosa con tantísimos papeles desperdigados por doquier, ¿quién pensaría que junto a aquella pared, donde los churretes de cemento se advertían entre ladrillo y ladrillo, pudiera haber un hogar de una persona como yo?

Durante el tiempo diurno deambulé por la ciudad. Me hubiera gustado poder transcribir qué maravillas vi en ese deambular, pero Morfeo no quiso mostrarme nada del paisaje urbano que, a modo de excusa, me ocultaba entre su muchedumbre y sus altos edificios. Los supuse altos porque, no sé por qué, imagino las ciudades desconocidas con rascacielos como si me encontrara de nuevo en Manhattan.
El interminable día pasó y, agotado, volví a mi hogar de papel para descansar. Los ladrillos de la pared se encontraban destrozados como si una inmensa bola de demolición hubiera arrasado con ellos, los papeles habían hundido el techo de mi casa y se encontraban destrozados y esparcidos por la tierra. La entrada ya no existía y el desvencijado tomo inmortal de la entrada a mi casa se encontraba rajado y, de igual modo que el resto de elementos de celulosa que componían mi hogar, desperdigado por el suelo, imposible de unir, de reparar, rajadas las páginas como si un escuadrón de la policía papelaria se hubiera ensañado con él.

Con esa sensación de vacío inexplicable que dejan los sueños, desperté.


Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia

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