La chica nació en el Laberinto. Nunca había conocido otra existencia fuera de él. En el centro de aquel angosto mundo había un pequeño lago de apenas una decena de metros, un par de arboles frutales y una mágica claridad proveniente de un gran disco redondo en lo alto.
Pero la chica no estaba contenta con su vida dentro del Laberinto. Maldecía para sus adentros aquella parsimonia. La constante repetición de la consecución de los aburridos días uno igual al anterior.
Como todo buen Laberinto existía una estrecha brecha. Aquella salida era una senda larga y rodeada de altos cipreses. Nadie la había cruzado pero era tal su hastío que un día prefirió escoger el valor de la acción frente a la inactividad del cobarde.
Anduvo mucho tiempo por aquella senda. Lejos quedaban ya el pequeño lago y sus arboles frutales. Nunca mas los volvería a ver.
Creció. Su forma física ganó en altura. Sus senos se ensancharon y sus caderas aumentaron en volumen.
Se dio cuenta en aquel tiempo que el Laberinto era enorme. En ocasiones escogía sendas tranquilas. La luz bañaba las hojas de los árboles, algún pájaro despistado de su ruta se posaba en aquellas ramas. Su trino armonioso entonaba alguna canción. Eran aquellos caminos apacibles donde descansar.
Pero en ocasiones cuando la bifurcación le obligaba a escoger equivocaba el camino. La luz era tapada por oscuros arboles, tan antiguos como el mal, oscuros y funestos colores dibujaban las copas. Sus pies se hundían en un fango marrón y ningún pájaro acudía a cantar por esas sendas. Por suerte la mayoría de veces eran tramos cortos.
Y seguía caminando. El laberinto proveía. Pero la chica quería escapar, salir de ese maldito entresijo de arboles, malezas y caminos tortuosos y engañosos.
Un día conoció a un chico. Amable, de sonrisa agradable. Reían mucho. Anduvieron juntos un trecho de uno de los caminos tranquilos bajo una luz aclaparadora proveniente del disco tan redondo en lo alto de la bóveda. El camino resultaba más fácil en su compañía.
Pero un día discutieron a proposito de una bifurcación. Tomaron caminos diferentes y se separaron. La chica se lamentó mucho más tarde de no haber escogido el otro camino, pero tuvo que aprender a caminar con ello.
La chica crecia cada día un poco mas. Sus cabellos largos le llegaban a la cintura. También sus gustos se modificaban a medida que caminaba. Ya no disfrutaba tanto con el canto de los pájaros. Incluso en ocasiones podría intuirse cierta molestia en ella.
Un día se vio a si misma mas adelante. Era una versión mucho más mayor de ella misma. Esa visión se le acercó. Se contemplaron durante un tiempo sin decir nada. Al final, la versión más antigua de ella misma le advirtió de que no cogiera la senda equivocada. Que el camino era abrupto, peligroso, con recovecos tenebrosos si escogía mal.
Pero claro,
¿ que sabia ella sobre si misma ?
¿ como hacer caso de una anciana versión de uno mismo ?
La chica había adquirido cierto gusto morboso por el riesgo a escoger un camino equivocado. La elección de lo incorrecto creció en ella. La monotonía del Laberinto sólo era llevable por aquellos momentos de angustia en los caminos intransitables y oscuros.
No se despidió de su versión más vieja. Era una tontería, pues nadie se despide de si mismo.
Más delante el fango era más terroso de lo habitual. Plantas con espinas, arboles secos, grietas en el suelo pululaban por el congosto paso. Un hedor, como no había olido antes, surgía del fondo del pasillo.
Por primera vez vio un letrero dentro del Laberinto.
Era de madera antigua, desgastadas sus roídas esquinas por el paso del tiempo, la lluvia amenazaba con tirarlo abajo.
El cartel anunciaba impertérrito: "Punto de no retorno"
La chica se asustó. Aún Sopesó la aventura y el riesgo de continuar, pero su miedo era tal que reculó sin mirar atrás. Corrió y corrió. Jadeaba debido al esfuerzo. Había crecido tanto que ya no soportaba mantener el esfuerzo físico durante mucho rato.
Después de una eternidad consiguió volver a la senda donde había coincidido con su versión más vieja. Y a partir de aquel punto retomó la senda...
Pasó el tiempo y quiso el azar que volviera a encontrarse con el chico de mirada dulce y cara agradable. Él, al igual que ella, también había cambiado. Durante un tiempo enlazaron sus manos y continuaron la senda juntos. Aunque ahora ya no había cantos ni alegrías, la holgura infinita de saberse en compañía, uno al lado del otro, era suficiente equipaje. Esa conocida alegría cómplice y silenciosa surgida del alma al saberse en paz.
Sucedió nuevamente como antaño que sin saber muy bien el porqué se volvieron a separar. Había un cruce, con muchos caminos para escoger. Él se decidió por uno. Ella se decidió por otro.
La chica no volvió a ver al chico de sonrisa amable nunca más.
Su cuerpo crecía y crecía en aras de la decrepitud. Su cansancio aumentaba y no aguantaba el ritmo de sus propios pasos. En ocasiones maldecía el Laberinto. El maldito dédalo proveía pero nada tenía sentido. Ningún significado existía en aquella miríada de caminos y bifurcaciones. Era monótono, aburrido, glacial. No era frío debido a la temperatura, sino a la frialdad con la que el paso del tiempo hacia mella en los recuerdos de la chica.
Su pelo largo y blanco le llegaba ya a los pies. Hacia tiempo que no escuchaba el dulce trinar del canto de los pájaros. Las aves ya no se perdían por aquellos lares, y las flores no se abrían mostrando el capullo de sus flores al descubierto.
Sin embargo la chica aun esperaba encontrar la salida del maldito Laberinto.
Un día se vio a si misma de más joven. Su otro yo poseía un pelo colorido, su otro cuerpo presentaba la vigorosidad perdida hace tiempo. Aquella aparición más joven llena de fuerza le hizo recordar con cierta nostalgia un camino paseado de la mano de un chico.
Intento advertir a su joven Yo/Ella. Pero claro, ¿ quien se hace caso a si mismo ?
Tenemos el derecho de no escucharnos si no queremos. El maldito libre albedrío.
La aparición tomó la senda equivocada, como ella misma había escogido, y desapareció...
Siguió caminando y en su mente se desdibujaba aquel insólito hecho.
¿ Quizás solo había sido un sueño ?
Se fatigaba mucho últimamente. Las manos le temblaban por el esfuerzo.
El último recoveco era espacioso. Y sorpresa.... una luz blanca muy pura surgía del final de las ramas de los árboles.
Un arco tallado en piedras flanqueaba la salida. La estructura sólida de piedras bañada en una luz clara le inundaba los ojos.
Después de tantos años de despotricar.
De maldecir el Laberinto.
De odiarlo en silencio...
Tuvo miedo de abandonarlo.
Auténtico pavor.
Pero ya no podía echarse atrás. La luz, la luz pura bañaba su rostro.
Y comprendió que por fin, después de tanto tiempo, había encontrado la salida al Laberinto.
LA NEGATIVIDAD OS HARÁ LIBRES
El Ka es una rueda, decía Rolando, el pistolero de las novelas de La torre oscura de Stephen king. En este caso, Ka es el laberinto por el que transita la protagonista, el destino, la vida misma que gira y gira para volver siempre al mismo lugar. Pero pasar por un sitio con el peso de la experiencia previa es algo distinto. Así lo vive la muchacha, hasta que obtiene su propio fin a lo Truman Show.
ResponderEliminarEstupendo susurro, NUTLA.
Saludos.
Un escritor bruto. Sabias son tus palabras como sabia es tu conciencia.
EliminarVeo que al final este abominable espacio empieza a tener seres con sensatez que ven la inmensa sabiduria en la negatividad racional.
La negatividad os hará libres.
Buena historia me cuesta creer que sea Nutla quien escribe esto. No sera que le tienes preso en algun lugar y le obligas a seguir escribendo. :)
ResponderEliminarQue palabras tan hirientes. ¿ tener preso a mi hermano para escribir esto ?
EliminarUTLA no podría imaginar un camino tortuoso en su vida. El amor no existe, solo existe la realidad de lo que nos rodea... y es siempre oscura, traicionera y hostil.
La negatividad os hará libres.
Me ha gustado mucho la escena en que la protagonista se topa con ella misma en el laberinto, una buena situación para un lugar formado por calles y encrucijadas, intencionadamente complejo para confundir a quien se adentre en él. Por suerte para ella no se encontró con el Minotauro.
ResponderEliminarSaludos! Borgo.
Esa situación es real... El minotauro es una alegoría del mal que hay dentro de uno mismo y que nunca se combate, a sabiendas de saber que existe.
EliminarNos dejamos arrastrar por la negatividad, cuando la negatividad bien usada, podria ser nuestra arma.
La negatividad os hará libres.
A eso los psicólogos le llaman zona de confort, aunque vivas allí amargado y tu día a día sea un rollo te sientes seguro dentro y cuesta abandonarlo, por eso de más vale malo conocido que bueno por conocer (quizá el refrán más nocivo de la historia).
ResponderEliminarMe ha gustado el relato, los laberintos tienen siempre algo misterioso muy atractivo.
¿Psicólogos? ¿ los adoradores de la pseudociencia ?
EliminarHaz lo que yo diga pero no lo que yo haga.
Efectivamente Doctora, los laberintos siempre nos recuerdan a nosotros mismos.
La negatividad os hará libres.
Tu humano está bien, me lo encontré laberínticamente, y te manda recuerdos y que no recurras a él para escribir. Así mejor.
ResponderEliminarAsí mejor. Por supuesto. La negatividad siempre es mejor.
EliminarLa negatividad os hará libres.
Jooo... había escrito un post larguísimo y no se ha publicado.. grrrrrr
ResponderEliminarya no sé lo que había dicho.. snif snif
Me ha gustado mucho la historia, es como ya han dicho, una alegoría de la vida. El final ansiado, al final da miedo. Lo importante siempre es el camino, hay disfrutar del recorrido porque nunca sabes lo que te depara el final.
Nutla: me gusta encontrar el lado positivo a tus historias...
La negatividad podrá hacer libres a algunos, pero yo prefiero el positivismo.