—Mírala, Juvenal. ¡Qué hermosa! —adujo en tono afectado Sebastián. Él suavizó, sin darse cuenta, su fuerte acento español al dirigirse a su nuevo compañero mexicano.
Juvenal era un hombre de complexión robusta, mexicano de nacimiento, rozando la «cuarentena» de años, bajo de estatura, tez morena, y con una eterna sonrisa en el rostro. En aquella ocasión, como en muchas otras de la misma índole, tan solo sonrió al ver pasar al motivo de los desvelos de su compañero español, Ginette. Era ella una lindísima mujer también de origen mexicano.
—¿Qué hacéis para tener mujeres tan lindas en México? En la academia trabajo con mujeres de todo el mundo: brasileñas, africanas, peruanas, norteamericanas, rusas, españolas... —Sebastián tomó aliento—. En todos los países del mundo hay mujeres hermosas. Pero, ¿por qué todas las mexicanas de la escuela son todas tan lindas? ¿Qué secreto esconden allí Juvenal?
Juvenal vio pasar a Ginette y solo sonrió.
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«Las tres mentiras del mexicano: “Ahorita voy”, “Muchacha, solo es un café” y “Es el último trago”».
Para desgracia de Sebastián, aquella noche Juvenal y él estuvieron experimentando la última de las mentiras. La penúltima copa de tequila no sentó nada bien en el estómago del joven. Y estuvo devolviendo, literalmente, al suelo hasta la última gota de la gloriosa bebida. Por su parte, Juvenal, sereno bebedor, acabó con la casi «última» copa con fingido orgullo de macho. Aunque ambos, bambolearon sus cuerpos por la calle, dando tumbos sosteniéndose el uno contra el otro, agarrados tristemente por los hombros.
—Ay, güey... —eruptó Juvenal—, no más, pues...
Y como reza la canción, la bebida deja sordo de penas ajenas.
—¡Qué guapa es Ginette! Se lo digo en serio, todas las mexicanas que envían a la academia...son tan lindas. Yo sé que tienen un secreto. Cuéntemelo Juvenal. Cuéntemelo.
Juvenal cayó de rodillas al suelo. Sebastián lo recogió con toda la diligencia de la que pudo hacer gala en aquel pésimo estado. Ambos se sentaron en un banco de madera cercano.
—Cuénteme el secreto —repitió Sebastián con la insistencia propia de los no acostumbrados a beber.
—Sabe, ¿compadre? —Eructó Juvenal pensativo, mirando a la infinita negrura de la noche—. Puedo contarle el secreto, pero entonces, deberá casarse con una mexicana.
—Si es —Eructó también Sebastián—... con Ginette, lo que usted me diga.
Entonces, antes de esperar siquiera la respuesta de su compañero, Sebastián agitó con gesto aquiescente su cabeza, dando pie a Juvenal a continuar con la historia.
El hombre asintió taciturno y comenzó a hablar...
—En México, un jurado formado por ocho hombres y dos mujeres, dictamina cuales mexicanas son lindas para viajar allende los mares. Los miembros del jurado no pueden hablar entre ellos. La mexicana que desee viajar al extranjero debe acudir bien linda y arreglada a dicho tribunal. Si cinco de los ocho hombres votan «Linda», la mujer puede viajar al extranjero. Si una de las dos mujeres vota «Linda», la mujer puede viajar al extranjero. Y si ambas mujeres, votan «No es linda», entonces la muchacha, está obligada a viajar al extranjero, ¡híjole!, pues dichos votos son muestra inequívoca de los celos de ambas ante la belleza de la candidata, y significa que la muchacha es bien relinda. ¡Ja ja ja!
Desbordado por su propia picardía, rio alterado Juvenal, quien se atragantó con sus propias babas. Tosió fuertemente después de aquel fugaz ataque, y calló pensativo inmediatamente. Ya repuesto del susto, respiró entrecortadamente observando a la luna, sentado en aquel banco de madera.
—Pero, Juvenal, compañero —tartamudeó Sebastián—, eso es algo muy machista.
—No crea compadre, todo está bien chingón. También tenemos un jurado similar para los hombres que desean viajar al extranjero, pero en ese tribunal solo hay mujeres. Pues, ¿quién piensa que ideó todo este sistema? Algo de «Malinches» esconden nuestras mujeres de allá.
A partir de ese momento todo se volvió muy turbio. Juvenal cayó pesadamente al suelo, ¿fue la sobriedad la culpable de la desgraciada caída? Sebastián sintió un pinchazo en el cuello, con su mano se rascó la zona irritada, al rascarse descubrió algo extraño allí. ¿Un dardo? El último recuerdo en la vista de Sebastián fue la atípica figura de dos mariachis acercándose hacia él.
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Epílogo:
Los rayos de luz entraron tenuemente en la gran habitación. Sebastián estiró sus manos. Las sienes martillearon fuertemente, como sendos tambores, en ambos lados de su cabeza. La resaca golpeó sin miramiento. Entonces fijó su mirada al lado.
—¡Oh! ¿Qué? ¿Ginette? —su mirada atónita quedó clavada en su compañera de cama. Sin querer, alzó incrédulo la voz, cosa que despertó a Ginette—. ¿Qué está sucediendo aquí? Esto... Esta habitación, no es mi casa. No recuerdo como...
Pero la adormilada Ginette se giró bruscamente.
—Ayer nos casaron.
—Pero, no recuerdo nada, es... horrible.
—¿Horrible? Es usted un sin vergüenza Sebastián. No es eso lo que decía ayer. Que si me quería mucho, que si un beso amor, y después se quedó dormido. Ahora me cumple. Si llego a saberlo antes, escojo Alemania para estudiar el Doctorado. Está me la pagará, esposo, ya le aseguro yo.
Y Sebastián recordó, al principio apenado después mucho más alegre, un viejo refrán de su tierra: «Sarna con gusto, no pica». Abrazó a Ginette y la acalló con un beso. Ella le dejó hacer. Ya le haría pagar más tarde.
*nota*: Dedicado a Juvenal y también a Ginette. Espero que usted, estimado Juvenal, comprenda todas las vicisitudes de este relato, no solo por la cercanía a la dama, si no por su inestimable ayuda.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia
No importa como sea con tal que uno se despierte una mañana con la mujer desea acostada a su lado.
ResponderEliminarFelicidades al hombre.
Saludos.
Como siempre grandes tus entradas.
ResponderEliminar¡Hombre, qué bien, ya se pueden poner comentarios! Antes no me aparecía esta ventanilla. Pues te ha quedado un post "padre", orale cuate. Es cierto, las mexicanas que vienen por aquí son lindas, con algo especial. Cuando bebes tequila parecen brillar con una luz propia excepto el día que tomé mi primer mezcal que me sentó como un tiro aunque acabas de tal modo que no te das cuenta de que te has comido el gusano de postre.
ResponderEliminarSaludos, güey!
Borgo.