—¿Dónde estáis? —la voz de Alicia reverbera distante en el inmenso túnel.
—Aquiiií —resuenan multitud de voces minúsculas alejándose de su dirección.
Esa esquiva palabra, en ese inmenso túnel, tan sólo puede escucharla Alicia, pues no existe otro ser en todo este mundo que pueda hacerlo aparte de ella.
Si nos remontamos un poco en el pasado, no nos cabría extrañar la obsesión de Alicia con esos seres. Es un encuentro largamente pospuesto durante siglos, pues los ancestros, de los ancestros, de los ancestros de sus progenitores únicamente habían alcanzado a poner nombre a aquel anhelo de su imaginación: «Strangelets».
¿Cómo podían sus mayores haber puesto nombre a seres de los que tan sólo intuían su existencia? ¿Cómo puede ponerse nombre a cosas que no se ven? A pesar de ello lo hicieron.
Desde su infancia, Alicia había sido concebida con el único propósito de alcanzar aquello que sus progenitores no habían podido conseguir por medios propios, capturar alguna evidencia de los escurridizos «Strangelets», seres infinitesimalmente pequeños, imposibles de apreciar por el ojo de sus padres. La compulsiva búsqueda, yerma de todo encuentro, propiciada por la terquedad de sus progenitores, provoca con el paso del tiempo un ansía, que cuanto más se niega, tanto más se desea. Y de esta índole, Alicia hereda esa compulsiva desazón de sus padres, (¿quizás fuera un pensamiento insensato querer saber más de su universo?).
La paradoja se suscita por el único lugar del mundo donde Alicia puede encontrarlos. Un titánico túnel de 27 kilómetros. Resulta paradójico pensar que para encontrar lo más pequeño, haga falta ir al lugar más grande. Y nuestra Alicia, al igual que su homónima del país de las maravillas, no encuentra en aquel vasto espacio a la codiciada presa, el transmutado conejo blanco.
—Atlas, querido, ¿los has visto? —la voz de Alicia, cada cierto tiempo, solicita angustiada ayuda a su compañero.
—No —el compañero de Alicia, un mastodóntico ser, escatima las palabras, tal parquedad no se debe a un desinteresado amor por su compañera, su estima por ella es de sobra conocida; tal racionamiento se debe a una excesiva meticulosidad en su trabajo, lo cual le absorbe de los demás quehaceres, tal que hablar, relacionarse, sentir.
Y nuevamente, la vieja palabra, tan vieja como el viento entre las ramas, vuelve a escucharse en la distancia.
—Aquiií —retumba de nuevo en la lejanía la legión de minúsculas voces. Y es únicamente Alicia, en su heredada maldición, la única capaz de oírlas. Una única palabra susurrada por miles de millones de pequeñas voces en constante fuga.
¿O eso es acaso lo que Alicia querría escuchar? Podéis pensar: Los túneles son engañosos, con el viento colándose por miles de hendiduras.
¿No os ha pasado que entráis a un bosque y creéis escuchar una palabra susurrada por entremedio de las ramas de los árboles? Entonces miráis en derredor, creyendo que alguien os gasta una broma, y ese alguien cuchichea palabras, pero no es así, y os tranquilizáis pensando, es el viento. Sí, es el viento.
Pero Alicia sabe que no es el viento. En este gran túnel, una construcción digna de los titanes, no hay viento; pues no hay resquicio, rendija o hueco similar por el que pueda colarse, el tan sibilino personaje del viento. El gigantesco túnel circular, que al igual que el Uróboros, se devora infinitamente a sí mismo, fue construido con una mal sana precisión quirúrgica, todo es perfecto en él, sus bóvedas, sus emplazamientos, las juntas herméticamente selladas. Aquí no hay viento. Y Alicia lo sabe.
—¿Dónde estáis? Os puedo sentir, mis papas no, pero yo sí. Mostraros. No os haré nada.
—Aquiií —pero a pesar de la respuesta, e incluso de la benévola insistencia de la presa en anunciar su localización, los seres huyen vertiginosamente rápidos. Ella sabe que no los encontrará, aunque si los puede escuchar, eso ya es mucho más que lo que consiguieron sus progenitores. Alicia es más inteligente que sus papas, posee una creencia superior acerca de los seres que persigue, y es la siguiente: «aunque los encontrara, siempre habrá otros "Strangelets" a los que dar caza, pues forma parte del ciclo infinito de desencuentros creado por la naturaleza. Sus progenitores, y quizás ella misma, se pasarán la vida buscando la eterna búsqueda del conocimiento».
¿FIN?
*Notas*:
Este relato surge de mi angustia por la pobre Alicia. Ella es uno de los cinco grandes detectores de partículas situados en el LHC.
El Gran Colisionador de Hadrones, LHC (en inglés, Large Hadron Collider) es un acelerador y colisionador de partículas ubicado en la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN).
Los físicos confían en que el LHC proporcionará respuestas a la siguiente cuestión: El significado de la masa (una limitación de la ciencia actual: se sabe cómo medir la masa, pero no se sabe qué es realmente).
¿Se puede medir algo que no se sabe que es? Al parecer no sólo la teología especula con cosas intangibles.
El descubrimiento de Strangelets abriría nuevas vías de conocimiento entorno a la materia.
Un Strangelet es un objeto o estado hipotético de la materia nuclear extraña constituido por un conglomerado de dos (doblete) o tres (triplete) de quarks extraños.
En condiciones normales, el quark s (quark extraño) sometido a la interacción nuclear débil se desintegra en quarks u ("quark arriba") y d ("quark abajo").
Hubo pruebas previas durante la operación del colisionador de iones pesados relativistas RHIC en Brookhaven (EE. UU.), ni una sola vez se observó ni un solo Strangelet.
La producción de Strangelets en el LHC es menos probable que en el RHIC, y la experiencia en este acelerador ha validado el argumento de que no se pueden producir Strangelets.
Le deseamos suerte a Alicia. ^_^
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia
Me parece que como a la famosa Alicia del cuento aun le queda mucho camino por recorrer para llegar al final del largo viaje o como mínimo a atisbar un alto en el camino. Mucha suerte!
ResponderEliminarMe resulta increíble la historia que creaste, y en lo que te basaste para hacerla. Me da un poco de pena el destino de tu Alicia.
ResponderEliminarSaludos.