domingo, 7 de agosto de 2016



situada en el extremo este de bosque oscuro,
es un lugar donde sus habitantes,
viven solo a base de besos».
Crónicas de F’fidrac.
DDC 6102.

Habíase un lugar,

llamado Petonia, una tierra de ensueño donde sus habitantes subsistían tan solo a base de besos. Pero un mal día, llegó a aquellas tierras el barón Reisa, quien con su legión de golems Roquenses conquistó por la fuerza toda Petonia. Afincado su poder sobre aquella nueva tierra, impuso un severo impuesto a los petonienses: a excepción del primer beso matutino, el resto de besos irían a las arcas de Casbetisollo, el principal castillo petoniense, ahora en poder de Reisa.

Los petonienses sufrían un apetito atroz, por las mañanas atesoraban con lentitud aquel beso, pues con él debían subsistir el resto del largo día. El resto de caricias debían entregarlos a las interminables caravanas de carromatos, vigiladas por los golems, que recorrían los poblados en una interminable hilera de recaudación.

Sobé y Ormà, él un bravo arquero petoniense y ella una legendaria guerrera Astharte afincada en Petonia años atrás, decidieron unir fuerzas para derrocar al barón Reisa.

Durante un año, armaron en silencio a todo petoniense dispuesto para luchar, en la secreta gruta de Daprofún, donde además forjaban armas todo el día. Por las noches, para acostumbrar a los guerreros a la oscuridad, entrenaban en las profundidades de bosque oscuro a los valientes voluntarios.

El ejercito de golems del barón Reisa era temible, pues eran seres forjados en antigua piedra obsidiana, inmunes a la magia, e inmunes a los besos, solo el fuego podía acabar con ellos. Esto planteaba, además de un grave problema estratégico, un importante interrogante para los líderes Sobé y Ormà: ¿Por qué el barón Reisa acumulaba tantos besos, si su ejército no necesitaba alimentarse de ellos? ¿Quizás para debilitar a los petonienses?

En los incansables días de entrenamiento, Ormà comenzó a mostrar interés por Sobé, este también comenzó a corresponder las miradas de ella. Algunas noches, él acudía presto a la habitación de ella, otras, era ella la que solicita iba en su busca. Muchos de aquellos besos prohibidos no acudieron a las arcas del barón Reisa, y se quedaron impregnados en el cuerpo de la guerrera y del arquero.

../..

Habían pasado 601 días, un año completo, la tropa Petoniense estaba lista para la batalla. La típica caravana repleta de besos entró dentro de Casbetisollo, los golems custodiaban los carros hasta la cripta del castillo, un centenar de esclavos petonientes descargaban los sacos repletos de los preciados ósculos.

Llegó la noche. En la cripta el silencio nocturno fue roto, los sacos repletos de besos se rajaron desde adentro, y de su interior iban surgiendo guerreros y arqueros petonienses, entre los que se encontraban Sobé y Ormà. El plan había sido orquestado con sigilo durante todo aquel tiempo. En aquel día, los esclavos petonienses habían acomodado en un rincón especial aquellos sacos sospechosos de portar a un guerrero encubierto. En total, la secreta comitiva poseía un centenar de aguerridos voluntarios. La mitad de ellos acompañaría a Sobé a la gran puerta de entrada, para subir el rastrillo y abrir la puerta, con ello el resto de la tropa apostada en la linde de bosque oscuro, se apresuraría a entrar al castillo al advertir la señal luminosa disparada con una flecha de fuego desde las almenas. La otra mitad acompañaría a Ormà a la alcoba de Reisa, para apresarlo o matarlo.

La flecha de fuego dibujó una estela luminosa en el cielo nocturno. Una multitud de petonienses, y otros seres, se lanzaron a la desenfrenada carrera desde la linde de bosque oscuro hasta la puerta fortificada de Casbetisollo. La fortificación ya no poseía defensas: rastrillo levantado, puerta bajada. Los guerreros entraban con antorchas, muchos carromatos ardieron, los golems actuaron lentos ante la treta, la lucha se encarnizó, muchos petonienses murieron, la mayoría de golems también, solo algunos pocos huyeron, pues a pesar del saber popular, cuando un golem teme por su vida, también sabe huir. El patio de armas estaba tomado, aun así, Sobé no saboreó la victoria, encaminó a un grueso de tropas al interior del castillo, ¿Dónde estaba Ormà?, ¿Por qué el interior del castillo estaba tan silencioso?

Sobé recorrió el castillo acompañado de más guerreros, algunos criados petonienses del castillo, guiaron al grupo para alcanzar con rapidez los aposentos principales del barón Reisa. No encontraron a nadie. Sobé desesperado, dedicó entonces la totalidad de la tropa para rebuscar hasta la última piedra de Casbetisollo. ¿Dónde estaba Ormà? ¿Y la cincuentena de guerreros que la acompañaban? ¿Y el barón Reisa?

Durante una semana escudriñaron todos los rincones de Casbetisollo, incluso acudió el arquitecto original que aún no había fallecido, quien ayudó a buscar en salas secretas que no figuraban en los mapas. Después de siete arduos días de búsqueda, incluso con la ayuda del arquitecto, ningún petoniense, ningún otro ser, ni siquiera el afanoso Sobé, halló rastro alguno de los desaparecidos.

Se habían evaporado como por arte de brujería.

Ni los posteriores años de búsqueda, del incansable Sobé, consiguieron arrojar pista alguna sobre aquel misterio que perduró durante muchos años, incluso más que el propio Casbetisollo, el cual fue derribado por los petonienses años después de la muerte de Sobé, pues decían las leyendas, que de aquel castillo surgían oscuros anhelos, besos marchitos, y que cualquier petoniense que entrara en él, no regresaba jamás...

«Dedicado a Ormà... por si vuelve algún día».

Esto es verdad y no miento, 
y como me lo contaron, 
os lo cuento.




Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


2 comentarios:

  1. Qué historia más curiosa! Los besitos tienen su aquél...

    Un abrazo enorme!

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  2. hola! no me canso de leeros y compartir!estas paginas son un paraiso para estas buhas...

    ResponderEliminar

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