«No hay que depender de las mayorías silenciosas, Evey, el silencio es frágil, un grito puede romperlo»
Brassos 128 B, un planeta al amparo de la estrella Próxima Centauri,
contiene habitantes antropomorfos, seres bípedos muy
parecidos a los humanos, excepto, en un pequeño detalle...
—Me temo que
deberemos amputarle esa fea extensión.
Las palabras
del doctor aturden a la mujer, unos minutos atrás, observaba con incredulidad la mutante
extremidad adicional adosada al cuerpo de su hija. Ante esa visión, no sabe como
sentarse en la butaca. Su marido, al lado, observa a su hija indiferente; ella,
inquieta, se pone de pie, como si desde la perspectiva más elevada las
preocupaciones se diluyeran.
Su esposo ni
la mira, ¿la culpa a ella? Permanece sentado mientras observa, con esa
anodina mirada y un rostro muy serio, a su hija que está estirada en el
interior de una incubadora, una máquina que recrea el antiguo
proceso de gestación Brassiense, cero
orgánico, muchos tubos y muchas luces.
Ella, aún de
pie, la mirada preñada de ternura, examina el minúsculo bracito que surge del
cuerpo de su hija, se parece tanto al otro, al normal, pero es una aberración,
el cuerpo de su hija es anormal, tan amorfo, ¿dos brazos? ¿Es culpa suya?
Su marido, con la invariable mueca de preocupación se rasca la barbilla
con su único brazo, al instante lo descansa sobre la pierna y, con sus seis
dedos, repiquetea nervioso en la rodilla. Ella le observa desde su altura más
elevada, se lleva la mano a la espalda, como cuando está nerviosa, y en esa
actitud de reflexión se encuentra, cuando el médico vuelve a interceder.
—Es
necesario amputar cuanto antes.
Él asiente.
Ella se queda mirando la asquerosa extremidad extra. ¿Por qué a su pequeña? En
esas ve como las dos manitas se mueven al unísono. Parece tan normal.
—Necesitaré
sus firmas —arremete de nuevo el doctor.
El médico acerca
su mano al ordenador, con un dedo enciende la pantalla, para después posarla en
el teclado de 32 teclas que se reparte como una esfera plana delante de él, ergonomía
adaptada para seis dedos.
—¿Tendrá
secuelas de mayor? —Interviene la madre nerviosa, sin dejar de mirar la manita
extra de su bebé—. ¿Es peligrosa la operación? ¿Le dejará alguna marca?
La retahíla
de preguntas surge atropellada de la boca, como derrotada por tamaño esfuerzo,
hunde la cabeza y se sienta en la silla, se lleva la mano a los ojos, no puede
mirar al doctor directamente. Tiene miedo de lo que dirá.
—Apenas una
pequeña cicatriz sin importancia, siempre y cuando realicemos la operación con carácter
de urgencia.
El padre
sigue sin decir nada, solo asiente, como hipnotizado. El medico calla, desvía
la mirada de él y la dirige a la mujer, quien, finalmente, se quita la mano del
rostro y le mira. Es consciente de que continúa en estado de shock, nunca
habría imaginado que podría pasarle algo así, a ella.
—¿Saben? Es muy
normal que duden, que les preocupe el futuro de su hija... —mientras el doctor
habla, sigue tecleando con su única mano el teclado de 32 teclas—. Hace
años trabajé en la unidad especial de mutaciones genéticas. Vi casos similares.
La mayoría de padres toman la buena decisión y optan por extirpar, pero...
Un breve
silencio. Ella mira el bracito extra, el apéndice contiene una manita
chiquitina y, al observar a su pequeña, alojada en la incubadora, siente pena y
asco a la vez.
—Un pequeño
porcentaje de padres no se deciden. No sé, es como si esperasen que con
ese brazo extra sus hijos fueran a ser más fuertes, más listos, algunos incluso
poseen extrañas creencias religiosas, en fin, no deseo molestarles con mi
opinión, pero es mi deber informarles que los padres que no dan el visto
bueno... —El doctor suspira cansado.
El padre
asiente, aunque es posible que no haya oído nada, al menos la mujer así lo
intuye, su esposo tiene la mirada perdida, la mirada de cuando está preocupado y
no atiende, o no quiere atender; ella misma viaja en una nube muy lejos de la
consulta, piensa en la operación, en el bisturí, en los cortes, sangre,
vísceras y huesos rotos. Tiembla y siente asco. El doctor levanta la mano del teclado
y la posa en su vientre y, sus seis dedos, tamborilean en el estómago, como si esa
zona fuera una extensión del teclado. La mirada del doctor les observa, un
barrido, mujer, hombre, y vuelve a ella, quien le aparta la mirada.
—Al
principio, algunos de los pequeños se desarrollan bien, ya
saben, crecen con esa mutación extra, incluso la mayoría, en los
primeros estadios, articulan todo el conjunto, mano y brazo, con precisión —Aunque
la voz del doctor es serena, al menos eso le parece a la mujer, anticipa cierto
nerviosismo por llegar en su monólogo, similar a la calma que precede a la tempestad—.
Pero a la mayoría de edad, el brazo se les pudre o acaban perdiendo movilidad
articular en la mano, a los que no les sucede nada de eso, padecen otros síndromes,
los problemas circulatorios ocasionados por la compensación extra que supone
acarrear más sangre son muy comunes, también los de índole respiratoria, por el
mismo principio. También sufren cardiopatías, la descompensación castiga mucho
al corazón. Los pocos casos que alcanzan una edad adulta y que no sufren de ninguna
índole anatómica, se les detecta depresión, esquizofrenia o síndrome disociativo
de la realidad. No importa lo sanos que parezca, o que incluso alguno de ellos
se haya hecho famoso por dar conciertos de piano a dos manos, esos que
sobreviven únicamente representan el 1%. Estudié las estadísticas, créanme
cuando les digo que los restantes 99% llevan una vida insana, con muchísimos
problemas. Ustedes son libres de decidir, pero escojan rápido.
La mujer
agradece el final agónico del discurso, se comenzaba a encontrar mal, tenía
ganas de vomitar, pestañea, pierde el enfoque al mirar el segundo bracito de su
hija, y lanza una mirada de auxilio a su marido. Este se gira, y vuelve a
asentir. Espera que él decida por ambos, pero ¿está ahí con ellos? ¿Se
encuentra en la consulta?
La pausa se
alarga, ahora sí, como un leitmotiv fúnebre, el hombre asiente de nuevo, su
mujer pestañea, tiene un tic en el ojo, le sale cuando está muy nerviosa, y,
entonces, por fin, su marido se dirige con aplomo al médico.
—Amputaremos.
Ella lanza
un suspiro. No quiere volver a mirar a su hija, no hasta que no le hayan
quitado esa malformación. ¿Por qué? ¿Por qué a ella? Piensa en lo mucho que beneficiará
esa decisión a su pequeña, las burlas, las humillaciones, los problemas físicos
descritos por el doctor, ¿qué hombre se querría casar con una mujer con dos brazos?
La sola idea le hace temblar, no, no piensa mirar a su hijita aunque se le
parta el alma, al menos no hasta que se lo quiten, su determinación es fuerte,
de hecho, solo le hace falta seguir las afirmaciones de su marido, que por fin
ha vuelto, ha tomado el control y eso la tranquiliza en parte, pero, y a pesar
de la aparente tranquilidad que va adquiriendo de nuevo, el pulso le tiembla, le
tiembla todo el brazo, todo su ser tiembla, cuando el médico le aproxima la hoja
de carácter legal y ella, dócil, se apresura a lanzar un garabato, apenas una insana
copia de su firma, para dar el consentimiento de la extirpación quirúrgica.
Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia
Polidactília, un dedo de más. Tengo aún la foto con un compañero de la mili en un bar, tenía seis dedos y decíamos que seguro que nunca se le caería la jarra de cerveza. Antes se creía que los "Seisdedos" tenían dotes curativas, y Hemingway coleccionaba en su casa de Florida gatos con un dedo de más.
ResponderEliminarSaludos!
Borgo.