domingo, 5 de mayo de 2019


«Nacer es solamente comenzar a morir»


La melodía de tañidos, una tríada de notas agudas y penetrantes, marcaron la señal de cambio de turno. El pasillo se llenó de esféricos alumnos, bolas luminosas, que transitaron veloces camino de sus respectivas aulas al compás del melodioso tintineo. Los repiqueteos agudos, emitidos desde el campanario lugartiempo, traspasaron el interior de cada uno de los alumnos, quienes, constreñidos por la poderosa vibración en su interior, sintieron un poderoso, «rápido, tenemos que ir a clase», y por ello se afanaron aún más en acudir con sus respectivos profesores.
Encima de las puertas, carteles rectangulares de brillos dorados, señalaban el clasificatorio nombre asignado a las aulas, así, en IºS el señor Búho enseñaba ululantes cantos, en IXºE, en la clase del ser sin rostro, aprendían telepatía empática, en VIIºR la señorita Gididí mostraba costumbrista historia zombi, en la segunda planta, en VIIºG, confección de atrapasueños y artilugios; una clase clausurada en la tercera planta, al final del pasillo, con un cartel desvencijado y borroso no permitía adivinar el número, aunque si la letra, una borrosa i, donde el marco quemado y la balda atravesada con clavos, impedía la entrada a los alumnos esféricos. Ese aulario cerrado era el preferido de los rumores, pues ellos retransmitían, fueran ciertas o falsas, noticias acerca de una antigua clase de historia sobre humanidad, seres terribles que vivían en un extraño planeta verdiazul, o al menos esa era la fábula, insistentemente repetida, por los rumores.
También había otras y muy variadas clases, pero la última, la que ocupaba la séptima planta de la escuela de Almajardín mostraba la clase VªO y nadie sabía que se impartía en ella, ni los rumores, ni mucho menos las esferas, quizá sí lo supieran algunos profesores, pero ningún rumor había conseguido sonsacar tal información a ninguno de ellos, pero sí coincidían los rumores en señalar al director, el adusto señor Ermute, como único conocedor del secreto.


Henstep se levantó del camastro solo para decirle, a su compañera de cuarto, que estaba durmiendo, después, se volvió a acostar. Bitathá asintió, molesta e ignorada por su compañero, absorbió el eco de algunas palabras sueltas diseminadas por la estancia y, al escuchar la segunda repetición del terceto de notas, marchó corriendo a clase. Un tiempo después Henstep removió su aura lumínica y con la desperezada sacudida removió algunos finos haces de tinieblas de su lecho, solo en el cuarto se levantó, emitió una fugaz vibración y marchó para el jardín, allí donde quedaba el pozo con la curiosa inscripción que tanto llamaba su atención.
El pozo. Una construcción fascinante, erigido en cuarzo rosado, con un semiarco de huesos que lo envolvía en todo su diámetro, y la inscripción, tallada a mano en el mineral, rezaba: «la curiosidad echa a perder a los mejores». La inscripción le fascinaba desde hacía muchas perspectivas atrás, más aún que el propio pozo, cuando lo vio el primer día en su ingreso en Almajardín, perspectivas más tarde cuando fue asignado al cuarto de Bitathá y, desde la ventana ovoidal de la habitación, volvió a observarlo; en su segunda semana lo ubicó mientras transitaba por el pasillo exterior cercano al ala este y le llegaban multitud de frases escampadas por los rumores, al pasar de las perspectivas escuchaba cada vez más, porque oía en demasía a los rumores en pasillos, zonas de recreo, lavabos y aularios, la misma frase, «no te acerques al pozo, no te acerques al pozo», frase que, lejos de ahuyentarlo, lo atraía.


El señor Ermute vigilaba desde su despacho, ubicado en la séptima planta, colindante a la habitación cerrada, el pozo, lo observaba desde muchas perspectivas, pasadas, presentes y futuras, se conocía de memoria la tallada inscripción y, también observó, al esférico alumno, conocido como Henstep, acercarse en horario lectivo al borde del agujero. El director agarró un libro con su única mano, de título Desesperación, y bajó raudo las escaleras de caracol, una bajada de emergencia situada en la cara este del edificio. Las escalinatas conducían hasta el patio del pozo.


Henstep se encaramó al borde del pozo, curioseaba en la linde, observando el vacío del agujero, una negrura casi sin fin se extendía mucha distancia bajo su esencia. Al final de ella, un puntito redondo, azul y verde, giraba y susurraba «ven Rey mío, ven». La sombra de Ermute sorprendió a Henstep, el alumno no esperaba al director allí y menos tan de improviso, pensó en alguna excusa que transmitirle, pero este, sin decir ni una sola palabra, le estampó la portada del libro en toda su ovalidad, el golpetazo empujó a Henstep unos centímetros, los suficientes para perder agarre en el borde. Cayó al interior del pozo, el director tiró tras de sí el pesado volumen con título Desesperación, y, esfera y libro, cayeron arrastrados por alguna clase de succión, más poderosa que la fuerza de gravedad, hacia el no tan lejano globo redondo, azul y verde, al que se aproximaban más y más veloces. Un presagio acudió a Bitathá contándole lo ocurrido, aunque los rumores no le confirmaban nada de lo que le contaba aquel buen ser, con un pálpito y, sin esperar a la finalización de la clase, salió volando al pasillo, recorrió el claustro interior y llegó a tiempo de observar, espantada, los últimos haces de luz de Henstep escapándose desde el interior del pozo, mientras el director Ermute daba la espalda al pozo y abandonaba el patio, presta, Bitathá se acercó al pozo y de un brinco lumínico se lanzó a su interior, fue engullida por la misma succión, recorriendo la misma negrura que Henstep, siguiéndole allí donde él fuera.

Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia


1 comentario:

  1. Ostres Sergi!!! és com un coitus interrumptus, Hauràs de fer la segona part. Què hi ha al final del pou? :)

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