«El tiempo es la cosa más valiosa que una persona puede
gastar»
Se vio dentro de un coche fúnebre. No le
fue fácil digerir que había muerto.
—Morí ayer —susurró.
⁂
Su pensamiento le arrastró a los experimentos
en el laboratorio, a los pequeños saltos de hasta veinticuatro horas adelante en
el tiempo que podía realizar una única persona. La sinistemprun, la máquina,
también permitía un pequeño salto espacial en un rango de diez kilómetros, las
coordenadas se habían fijado para una materialización física en el parque central
de la ciudad, repleto de árboles, ajeno a miradas extrañas, y la ubicación temporal
a las 11:00 del día siguiente. Cuando
apareció tomó notas, leyó algunos periódicos y analizó algunos sucesos pero cuando
quiso activar su retornador, no
volvió. Algo había fallado, siguió el protocolo trazado para esas ocasiones y volvió
caminando al complejo, al acercarse observó un coche fúnebre con una comitiva
de vehículos de la empresa, lo que más le alteró fue ver su fotografía en el interior
del primer vehículo y a su mujer vestida de luto. Así descubrió que había
muerto.
⁂
Por suerte, antes de iniciar cada viaje,
al viajante le cambiaban las
facciones para que resultara irreconocible, no existían evidencias que el
futuro pudiera alterar el pasado, pero cualquier precaución era poca tratándose
de algo tan delicado como el tiempo. Se acercó a un grupo de empleados a ver si
se enteraba del porqué. Al poco escuchó la frase, «La máquina explotó. Ha
quedado irreconocible». Así que, ¿aquello había sido? La jodida Sinistemprun había
explotado, pero antes de hacerlo lo había catapultado al futuro, y todos se
creían que había muerto, bueno, en el fondo así era, miró su retornador y el tiempo se le agotaba, en
unas horas, cuando la energía se le agotara volvería atrás, la máquina
explotaría y moriría. No había recambio alguno ni solución posible, y eso que
durante unos minutos le dio vueltas desesperado a la idea de poder salvarse.
No, no había solución. Solo se le había concedido un regalo de unas pocas horas
de vida.
Mimetizando al resto de los allegados,
se introdujo en un autobús habilitado por la empresa y, sin que sospechara nadie
de él, llegaron hasta el tanatorio. Una vez allí, se separó del grupo y se quedó
apoyado en una esquina, vigilando a pocos metros la sala de duelo, las personas
pasaban a su alrededor ignorándolo, veía como los asistentes daban muestras de
consuelo a su viuda, le apretaban la mano, pronunciaban las frases de rigor,
algunos la abrazaban.
No había sido un buen hombre, eso lo
sabía bien. Siempre tan distante, tan frío, ¿podía culparse? ¿Qué importaba
aquello ahora? Muchas dudas se arremolinaron en su pisque y, si la visión de su
propia muerte no lo transformaba, nada lo haría; rememoró la frialdad calculada,
el trato con los subalternos, con su mujer, con sus hijos. ¿Había hecho falta
tanta distancia? ¿Era así mejor jefe? ¿Mejor persona?
Su mujer lloraba e intentaba no mirar al
ataúd, desviaba la mirada a algún otro lugar, él también desvió los ojos,
posados sobre su esposa y observó su propio rostro en el interior del sarcófago
de madera, ¿acaso aquel rostro desfigurado le devolvía una mirada siniestra o
más bien enfurecida? ¿Él con furia al morir? ¡Qué estupidez! La muerte se
afronta con frialdad, no deja de ser algo natural, los vivos mueren en alguna
ocasión, punto. Lo achacó al carácter de la explosión.
Consultó el reloj, era tarde, solo
quedaban algunos amigos consolándola, pero, ante todo, no debían verle. No
hacía falta ser dramático, conocía los peligros de su trabajo y ya nada se
podía hacer, su final era cierto, solo quería despedirse.
Miraba el reloj constantemente, faltaba
poco para agotarse la energía del retornador
que le mantenía en ese marco temporal, acabado el plazo volvería atrás... y se
acabó. Por suerte, el tanatorio, al arreciar la tarde, se vació, su mujer,
acompañada con la única compañía de su hermana, quien la consolaba, dirigió la
mirada al ataúd, estuvieron así un rato largo hasta que su cuñada se excusó y
marchó al lavabo, así, por fin, su mujer restaba sola en la sala.
La miró con cariño, ¿quizá la primera
vez en mucho tiempo que lo hacía? ¿Por qué había sido como había sido? ¡Qué
estúpido! Tantos momentos en los que le podría haber mostrado algo de cariño,
¿tanto le hubiera costado? Faltaba media hora.
—¿¡Cariño?! —se acercó a ella.
Su mujer se volvió del pequeño sofá, asombrada,
pero reconociendo la voz de ultratumba de su marido.
—¿Tú?
Sobrecogida, con miedo en el rostro, tembló
y echó el torso para atrás, pero él tendió su mano y, con ese gesto, apaciguó
su temor, ella aceptó entonces la mano y se dejó levantar del sofá, la llevó al
enorme balcón del que disponía el centro. Allí podrían hablar a solas. Disponía
de menos de media hora, ¿qué podía decir en tan poco tiempo? ¿Disculparse?
¿Decirle lo mucho que la quiso en vida? Le dijo estas cosas y muchas otras que
llevaba guardando durante mucho tiempo. Cuando acabó, ella, que era su mano
derecha en los experimentos temporales, le preguntó:
—¿Saltarás en breve?
—Sí —revisó su retornador—, solo me quedan dos minutos.
Ella asintió muy seria, abrazada a él, respiró con
fuerza, él sintió la respiración de su mujer en el cuello, le besó
y la mujer se separó un poco, apenas faltaban veinte segundos.
—Amor... —dijo ella.
—¿Sí?
—No fue un accidente. Yo averié la máquina.
Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia
El tiempo, la memoria... el pasado son recuerdos y el futuro sueños. Te envío un microrrelato:
ResponderEliminarUn hombre con graves problemas de memoria no recuerda lo que hizo el día anterior. Decide escribir un diario para saber qué es lo que hizo ayer. Solo escribió un día.
FIN
Saludos!
Borgo.