«Feliz Narratividad»
Un año más se
reunieron durante las fiestas navideñas. La cena previa, en torno a la mesa
rectangular, finalizó con manchas de vino y minúsculos restos de pan sobre el
mantel. Satisfechos los estómagos y, fieles a la tradición, mantenían la
expectación en la lectura del siguiente relato. La mayoría de ellos prestaba
una atención muda, aunque un par cuchicheara en voz baja en un intento de desvelar
la autoría de la última narración y otro se distrajera leyendo la pantalla del
móvil. En todo caso, la hipnotizada mayoría escuchaba la voz del maestro de
ceremonias, cálida y vibrante, que se abría paso en la sala del restaurante
elevándose por encima del bullicio para hacerse oír.
Hubo varias
narraciones: un cuento con jovencitas pícaras y jóvenes sátiros que convertidos,
por un sortilegio, en sirenas y vampiros acabaron en un Walpurgis orgiástico; en
la siguiente narración apareció un detective vestido con oscura gabardina y
mirada perdida que no pudo resolver el asesinato al descubrir que era su mujer
la homicida; otra historia donde se mezclaba realidad y magia relataba la portentosa
habilidad de una vasija de barro, fabricada por un maestro escultor, que
tornaba rico y desgraciado a quien sacara de ella una moneda; la narrativa se
amenizó con una historia navideña con final feliz, abrazos y carantoñas de un
hijo que tras largos años se reencontraba con su madre y que, a pesar de los
lugares comunes que transitaba, emocionó el corazón de los oyentes; otra
historia navideña, con boy scouts alrededor de una hoguera y un
inesperado cuento de terror al que no sobrevivió ninguno; pasado el sobresalto,
llegó el tiempo de una voluptuosa narración sobre la visión y la plasticidad de
dos primas-hermanas, pintura y escultura, y su amor secreto; también se confabuló
una extraña historia, mitad ensayo, mitad ciencia ficción, sobre un viaje de
Cristín de Pizán a través del tiempo hasta llegar a la escritura del yo; siguió
una pequeña obra de teatro, un último diálogo delante de las puertas de San
Pedro entre Julieta y Romeo, los jóvenes abrazados unieron los labios y, sin
dejar de besarse, fueron transportados al interior del cielo (algunos de los
comensales bostezaban, muchas narraciones y poco vino); quedaba un último relato,
un drama de tono operístico acompañado con violines, flautas, oboes y timbales,
una partitura clásica que lanzaba en épica tonada, con tintes de Eneida, las palabras
al aire.
El orador
calló y los comensales, melancólicos por la finalización de los relatos, aplaudieron.
Pues así se regocijaban, un año más, entre risas, abrazos, lecturas y
pensamientos. ¿Qué pensaban? Pensaban que no les importaba la fama, ni el
reconocimiento, ni mucho menos el dinero; la mayoría sabían que la fama tenía
un precio mucho más alto que aceptar treinta monedas de plata, y el
reconocimiento no lo valía si suponía alejarse de la senda de la excelencia y
del camino literario, porque si algo les unía a todos ellos en las bonitas
palabras, era ese sueño inalcanzable de la literatura y perderse entre las
ramas que conformaban las palabras de un bello libro.
Eran felices,
con la simple alegría, de saberse unidos por su amor a la literatura.
¡Feliz
Narratividad, letraheridas y letraheridos!
Este relato forma parte del boletín Letraheridos,
del cual formo parte, y cumple dos años.
Recomendaciones de libros, más relatos, y estadísticas.
del cual formo parte, y cumple dos años.
Recomendaciones de libros, más relatos, y estadísticas.
Podéis descargarlo gratis aquí.
Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia
0 comentarios:
Publicar un comentario