«Que el hermano ayude al hermano»
Capítulo III. UTLA.
Leía con detenimiento el nombre del hombrecillo escrito con
trazo tembloroso encima del papel blanco.
«UTLA».
¿Y ese que nombre es? Bueno, al menos el hombrecillo tenía uno,
no como ella. ¿Cómo se llamaba? Por más que se devanara en fútiles recuerdos no
aparecía ante ella la mágica palabra. Ya lo recordaría, si es que ello sucedía
alguna vez.
Había pasado una semana y en ese tiempo las heridas se habían
sanado muchísimo. El pequeño ser la cuidaba con esmero, cada mañana, recién
aparecida la claridad le depositaba una bandeja con unas tostadas untadas en
alguna clase de compota y una bebida humeante de color verde un poco amarga
pero revivificadora. Al mediodía mezclaba arroces con verduras u otras
hortalizas que desconocía, por la noche un plato caliente y espeso le animaba a
reposar. Los primeros días se pasaba durmiendo la mayoría del tiempo, también
por la noche, solo en el sueño encontraba el descanso para soportar aquella
quietud, aunque en sus sueños, mayormente pesadillas, revivía, una y otra vez,
el frío de aquellas criaturas incorpóreas, el asalto a su cuerpo, el desgarro,
el dolor, los chillidos agudos, y, justo antes de levantarse sudorosa y con
dolor, por los roces ocasionados por los movimientos involuntarios, rememoraba
la antorcha y el corpulento ser que la portaba.
El tercer día se encontraba mucho mejor, aun así, UTLA, con
sus gestos y trazos temblorosos sobre el papel le pedía más descanso. No es que
no agradeciera las atenciones del pequeño ser, pero el momento de vaciar sus
excreciones en la cuña resultaba humillante. Ese día, el hombrecillo apareció
con un libro bajo el brazo, de extraño título, que ofreció a la convaleciente huésped:
Diccionario Mímico. Este esperó delante de ella hasta que ella abrió la primera
página. Los ojos de la enferma interpretaron los signos, las letras y, a pesar
de encontrase en alguna clase de lengua que no entendía, comprendía la
significancia de lo dibujado. Al girar un par de páginas vio un dibujo de una
mano, igual a la suya, con cinco dedos: pulgar, índice, corazón, anular y
meñique; seguida de una breve explicación de la aplicación práctica de cada
falange, la utilidad de la palma para agarrar objetos, la contraparte de nombre
dorso, y los usos conferidos a una mano en un lenguaje que parecía gestual. Al
girar una nueva página rio, ilustrada en un par de escenas examinó el
movimiento que le había hecho UTLA el primer día, nada más abrir los ojos y
entrar por la puerta. Los dedos de la manos se juntaban y alineaban, se subían
a la frente y, fugazmente, deducía por las líneas de trazo rápido dibujadas
sobre el papel, el conjunto se separaba al aire dando a entender un, «Hola», en
aquel lenguaje de manos y gestos. De súbito recordó una fórmula de camaradería,
levantó su mano y extendió la palma delante del hombrecillo en un gesto de
acercamiento para que él hiciera lo mismo. UTLA se acercó más, a pesar de la
baja estatura de su cuerpo su mano era grande, ancha, y con cuidado entrechocó
con su palma con la palma de ella. La convaleciente descubrió que el tacto de
aquella piel grisácea era mullido, bastante reconfortante, y transmitía una
ligera calidez; no recordaba la última vez que había tocado a alguien. Jugueteó
con sus cinco dedos, tamborileando con ellos encima de aquella extraña palma
que solo contenía, ¿dos dedos? Es decir, un pulgar bastante gordo y una falange
unificada que debería haber contenido el resto de dedos. UTLA cabeceaba, ella
dedujo que satisfecho, por sus movimiento le recordó a un gato, solo le faltaba
ronronear y pensó que era adorable.
Al día siguiente, quizá fue el cuarto, o el quinto o incluso
el sexto día de reposo, se animó a preguntarle una pregunta que la acuciaba.
—me encontré con alguien en el bosque. —Esperó alguna
reacción en su interlocutor, reacción que no llegó, pues UTLA la seguía
escuchando con su quietud habitual—. el que me salvó era igual a ti. ¿sois
familia?
UTLA movió la cabeza con aquiescencia, puso la palma de
ambas manos mirando al suelo, acercó las distales de las alargadas falanges y,
en un gesto rápido, repiqueteó los lados de cada falange la una contra la otra.
Gracias a la lectura del diccionario mímico sabía reconocer los gestos básicos
de aquel idioma, y aquel movimiento de manos, como si fuera un medio aplauso
con los laterales de las manos, sí supo identificarlo:
«Hermano».
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia
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