Zarpé de Puerto Alegría el 32 de mayo de 1914 en el bajío Esperanza II.
Era especialmente caro el precio de los billetes de embarque, sobre todo para un simple jornalero como yo, tres ilusiones y 5 peniques.
Todos mis conocidos me desaconsejaron partir en busca de ese destino: Bahía Aventura. El lugar estaba situado al otro lado de mi mundo, un lugar tan sorprendente como desconocido. Esperaban en destino la misma cantidad de promesas como de infortunios.
Pero el navío naufragó al sexto día de viaje. La quilla se quebró por la mitad, los alaridos de algunos tripulantes contrastaban con el mortal silencio de otros. Todo fue horror en aquel perfecto caos.
En mi salto desesperado al inmenso mar me agarré a una barca salvavidas. Un auténtico eufemismo de salvación. No duraría mucho. Notaba bajo mis pies toda la malignidad de aquel inmenso recipiente licuoso bramando furioso.
Pasaban los días, y el mar de odio me rodeaba con marejadas de soledad, abrumadoras olas de ira me asaltaban algunas noches. La bendita agua de lluvia escaseaba. Resultaba curioso ser consciente de toda la cantidad de líquido que me rodeaba y al mismo tiempo pensar en la insalubridad de tanto odio.
Y finalmente el agua de lluvia se agotó. Durante tres días, bajo un sol agonizante, mi lengua reseca soñaba con la preciada sustancia.
Alucinaba por las noches, creía ver formas semihumanas brincando por encima de las olas. Me llamaban por mi nombre, con un profundo rencor, tan viejo como el propio mar que me rodeaba.
Una noche, más desesperado que valiente, superé la barrera del eterno miedo de los vivos y me lancé por la borda de mi improvisada embarcación. Esperaba que el tormento duraría poco, ahogarme rápidamente en aquel odioso océano.
Burbujas plenas de desesperanza subían en fila a la superficie, mientras mi cuerpo descendía con pesadez en dirección al abismo. Mis pulmones tragaron odio líquido, y comprobé que el odio no era frío como pensaba, sino más bien tibio, y ni todas las buenas intenciones de mi anterior mundo hubieran secado aquel inmenso mar. Y deseé morir.
Pero no lo conseguí, al menos no inmediatamente. Algo me agarraba de los tobillos. Incliné mi maltrecha cabeza, las últimas fuerzas me acompañaron en aquel estúpido gesto. Una forma semihumana, de garras y colmillos alargados, y sonrisa macabra me sujetaba.
Y no morí, el asqueroso ser me arrastraba más y más en dirección a mi ansiada perdición...
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Ahora, algunas noches, espero bajo éste inmenso mar a los incautos aventureros que creen en sus pueriles sueños. Mis uñas se alargaron, mis colmillos también. Mis pulmones se adaptaron y algo parecido a unas branquias surgieron de mi cuello. Ahora respiro con normalidad bajo este mar de odio y desgarro con toda mi ansiedad a esos malditos soñadores.
Sólo en alguna ocasión conservo otras almas perturbadas a mi lado. Y al igual que hicieron conmigo, las hundo hasta el fondo del abismo, convirtiéndolas en esta gloriosa forma semihumana en la que me he convertido por gracia y obra del dios odio.
Y pienso: Tú serás el siguiente.
LA NEGATIVIDAD OS HARÁ LIBRES.
Qué bueno Nutla
ResponderEliminarNUTLA, debo decir que la naturalidad con la que, con maestría, nos brindás desesperanza y nos refregás tu negatividad por las narices, hace positivo el pasar por acá para disfrutar de tus historias.
ResponderEliminarAbrí tus ojos, no pienses en vos y detenete.