«Y
llego a los campos y extensos recintos de la memoria, donde están los tesoros
de innumerables imágenes tomadas por los sentidos.
Allí también me encuentro ‘conmigo mismo’ y me acuerdo de mí y de qué hice, cuándo y dónde y de qué modo estaba afectado cuando lo hice […]
Y de allí viene la capacidad de pensar, construir imágenes del pasado y prever el futuro»
Allí también me encuentro ‘conmigo mismo’ y me acuerdo de mí y de qué hice, cuándo y dónde y de qué modo estaba afectado cuando lo hice […]
Y de allí viene la capacidad de pensar, construir imágenes del pasado y prever el futuro»
Me
encuentro en un vasto campo de ensueño, lo último que recuerdo es haber leído
un tomo del maestro Hipona, antes uno de Freud y antes de ese uno de Jung.
¿Estoy soñando? No lo sé.
⁂
Solo veo ante mí una inmensa galería
de espejos cuasi infinita. Me rodean por todos lados, por todas partes:
grandes, pequeños, ovalados, cuadrados, hexagonales, redondos, oblongos y hasta
verdiazules...
Conforman una reflejada amalgama de mí
con formas inimaginables e, incluso el suelo que piso, lo forma un gran espejo de
reflejos multicolores. Riela mi forma onírica de maneras que desconocía, alargada,
amplia, expansiva y, sobre todo, escurridiza. Este pensamiento no es una
creación original de mi psique, pues la mayoría de recuerdos perviven de manera
soterrada en nuestro inconsciente, lo que creemos fresco, original, creativo,
no es más que un plagio involuntario almacenado en esta extraña antesala de la
memoria; quizás provenga de Alicia en el país de las maravillas, o de aquel
personaje de mi infancia llamado Bermudillo, o tal vez de una olvidada película
de magia y fantasía protagonizada por un musculoso actor alemán de apellido
impronunciable.
⁂
Mientras
mi onírica sombra se aleja de mí, ajena a mis propias divagaciones, me deslizo discretamente
por la inmensa sala. Me fijo en un espejo, hay una imagen, no soy yo. Ella
acostada a mi lado. El reflejo de antaño evoca el olor de su pelo, los
sentimientos, esos nervios anclados en la boca de mi estómago y la incipiente
erección.
«Hola
cariño, buenos días», mi formula matutina habitual. Ella se da la vuelta y
sonríe. La sonrisa queda enquistada en el espejo para siempre. A su lado otro espejo de forma
cuadrada, con esquinas puntiagudas y afiladas, me devuelve otra imagen. Ella se
levanta cortante con la vida y apaga su enfado conmigo respondiéndome al, "Hola
cariño, buenos días", con un seco «Déjame dormir». Efluvios de tristeza se
mezclan en la melancólica imagen del pálido reflejo del segundo espejo.
Avanzo por la sala, un nuevo espejo
—no acaban nunca—, el tercero en discordia forma una extraña silueta fálica.
Todo es negrura. Revivo la desesperación del deseo, ya no poseo el tiempo de
utilizar mi repetida formula de despertar. Unas manos buscan hambrientas el
objeto de mi deseo. Siento, siempre a través del espejo, el tacto caliente de falanges
en mi abdomen. El espejo muestra una oscuridad parcial, atenuada por un ligero
brillo de luz que entra por una rendija, la claridad de unos ojos entrecerrados. Las manos continúan exploradoras, chiquitas pero fuertes, el espejo
refleja un leve temblor proveniente de algún lejano lugar. Entonces, una
explosión lumínica emerge de su superficie y una luz blanca, cegadora,
hambrienta, tan antigua como el tiempo, ahoga la negrura del reflejo.
¿Acaso
el siguiente espejo tendrá de nuevo relación con mi alcoba?
No. No
es así porque...
Entonces
despierto.
«Buenos días», digo en la habitación
vacía, en voz queda, invocando a la nada. Y convivo por unos segundos con la
solitaria soledad pleonástica, una reverberación onírica que sacude con fuerza mi
cuerpo, mis recuerdos y otras partes de mi ser más elevadas. Algo en mi
interior, la intuición superior me dicta que no existen dos espejos iguales,
dos redundancias memorísticas en mi psique. Para mi pesar, sí las hay. Relaciones
iguales, tratos iguales, malos comportamientos programados de idéntica índole.
Así, de esta manera, se crea un
nuevo espejo mnémico que evocará por siempre, en mi vasto salón de espejos, la
esencia de mi soledad. El propio lugar formará parte de un nuevo espejo en una
redundancia infinita hasta mi muerte.
Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia
¡Qué bueno! Los espejos, no sé porqué tienen algo de misterioso.
ResponderEliminarTe deseo un buen inicio de semana.
Besos.
Aiya Eowyn,
EliminarAsí es... Estuve documentandome, algunas civilizaciones pensaban que los espejos guardaban parte de nuestra alama, por eso, cuando una persona estaba próxima a fallecer retiraban todos los espejos de alrededor suyo, para que alma no quedara anclada a este mundo. ^^
Igualmente Reina Eowym feliz inicio de semana.
Namarië Eowyn, Tenna rato.