«La dirección general de tráfico recomienda no aparcar nunca tus sueños»
Anónimo inspiracional
Author photography: markus53
Anónimo inspiracional
Author photography: markus53
Habíase un
lugar, llamado Parchelona.
En esa pequeña
población, situada a orillas del mar, los habitantes se desplazaban en los
quehaceres diarios con sus estimados automóviles. La mayoría de parchelonistas
se dedicaban a la caza de ostras -con perla- en las inmediaciones marítimas. Inspiraban,
recogían aire -con grandes aptitudes apnéusticas- y solo a pulmón se sumergían metros
abajo en el embravecido mar.
Se daba una desagradable
situación geográfica que impedía a la población de Parchelona crecer a lo ancho.
Pues los antiguos fundadores, en su carente falta de visión futura, instalaron
la ciudad en un valle rodeado de escarpadas montañas.
Los actuales arquitectos
del Apuyantamiento, muy imaginativos ellos, decidieron elevar edificios cada
vez más altos para invadir la verticalidad de los cielos y ganar de esa manera
espacio habitable. Sin embargo, ese hecho desembocó en una falta de espacio
terrenal para los pequeños parchelonistas que no podían aparcar sus vehículos
en las calles.
Primera orden
del día. La zona Azul: Por orden del excelso Apuyantamiento -órgano gestor de
la ciudad de Parchelona- creará las zonas azules de aparcamiento. Estas
costarán 7 perlas -por uso- y se podrá depositar el vehículo un máximo de dos
horas.
Aquellas zonas
azules no eran más que pequeños rectángulos de dicho color pintados en el suelo,
donde el parchelonista podía estacionar su vehículo, previo pago en perlas en
máquinas habilitadas a tal efecto; y acto seguido recoger la emisión
acreditativa, en un papelito blanco, que le autorizaba a aparcar durante el
tiempo limitado establecido.
Los pequeños conciudadanos,
aunque indignados al principio con el cobro por aparcar en sus calles, acogieron
como justa la medida. De esa manera todos rotaban en el aparcar y nadie se
quedaba sin faenar. No obstante, los vecinos más cercanos a la zona costera,
vieron reducidas sus capacidades de aparcamiento; y sin prisa ni desencanto
acudieron a quejarse con gran vehemencia al Apuyantamiento, repleto aquel de
funcionarios bien pensantes, con gran imaginación colectiva y magnánima.
Segunda orden
del día. La zona Verde: Por orden del excelso Apuyantamiento -órgano gestor de
la ciudad bla bla bla- creará las zonas verdes cercanas a la costa para
favorecer en igual medida el aparcamiento a los vecinos; con el simbólico pago
de 1 perla al mes en cesión vecinal.
De nuevo,
durante un tiempo, algunos se molestaron; pero los parchelonistas, gente muy
culta y tranquila, observaron de nuevo como justa la medida.
Un par de años
después, la ciudad empezó a expandirse más y más a lo alto; y muchos turistas
vinieron de allende los mares para reposar durante poco tiempo en la población
que crecía sin parar. Y estos, los turistas, comenzaron a depositar sus
vehículos -que también traían consigo- en las zonas azules. Sin embargo, debido
a la picaresca turistil, estos pagaban cada dos horas y dejaban el vehículo
estacionado todo el día.
Los
parchelonistas, que veían peligrar su trabajos de «buceadores a pulmón recoge
perlas», se quejaron con ahínco al Apuyantamiento. De nuevo, los excelsos
funcionarios repletos de buenas ideas crearon una nueva variación zonil.
Tercera orden
del día. La zona Lila: Por orden del excelso Apuyantamiento -órgano gestor bla
bla bla- creará las zonas lilas cercanas a la costa. Estas zonas serán
gratuitas para los faenadores a pulmón recoge perlas y en ellas se podrá estar
un máximo de una hora. Los buceadores deberán probar sus respectivas aptitudes apnéusticas.
Las actitudes apnéusticas
-la capacidad para para estar bajo el agua a pulmón libre- era comprobada por
empleados del Apuyantamiento que recorrían las zonas costeras. Estos observaban
los vehículos aparcados en las zonas lilas y esperaban a sus ocupantes. Cuando estos
llegaban, les obligaban a aguantar la respiración dos minutos, tiempo pequeño
para cualquier faenador recoge perlas... pero claro, la medida casi resultó de
mortal uso para algunos aprovechados turistas. Muchos, viéndose en la tesitura
de tener que aguantar la respiración, para evitar el multazo futuro, tornáronse
lilas sus rostros cuando intentaron aguantar la respiración tanto tiempo. Un
par fueron ingresados y uno casi pierde el oremus, volviéndose su rostro tan
lila como las líneas pintadas en el suelo que daban nombre a esas zonas.
Los turistas pactaron
con el Apuyantamiento la creación de párquines subterráneos; y al tratarse de
turistas ya no hizo falta ninguna orden del día y se crearon ipso facto las estancias
subsuelísticas necesarias que, a 12 perlas la hora, se habilitaron solo para los recién
llegados a la localidad.
Y todos
quedaron contentos: faenadores a pulmón recoge perlas, vecinos marítimos, parchelonistas
en general y los bienvenidos turistas (que ya no debían superar la apnea, que para
personas sin experimentación era un riesgo innecesario).
Esto es verdad
y no miento,
y como me lo
contaron,
os lo cuento.
Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia
hola! que bueno el relato y cuantos colores, a saber si servirían realmente, gracias por compartir un mundo imaginario tan agradablemente! saludosbuhos.
ResponderEliminarEstimados Buhos,
EliminarEn algunas ocasiones la realidad supera la ficción, y es que en una ciudad como la imaginaria parchelona todo es posible: verdes, azules, amarillos, naranjas, rojos y lilas. ;->
Ululantes saludos estimados buhos. ^^
esto tiene cierta parte de verdad en Madrid a pasado algo parecido jajaja
ResponderEliminar¿En Padrid, querrá decir, estimado Hikari Javier? ;->
EliminarEn Parchelona, Padrid y otras ciudades similares los colores abundan por doquier en un sinsentido de amalgamadas tonalidades.
Un abrazo muy grande Hikari Javier. ^^
Original y delirante, como siempre. Puro talento imaginativo, UTLA.
ResponderEliminarSaludos.
ja,ja,ja Eso es que me lee con buenos ojos, estimado administrador Bruto.
EliminarUn abrazo muy grande bruto escritor. ^^