«El arte es seducción,
no rapto»
Comienza mi sueño en una
localidad recurrente, París:
Estoy en la ciudad de la
luz, estoy planeando secuestrarte, desconozco el motivo. Me encuentro en una
vieja buhardilla que posee una vieja mesa roída por la carcoma, encima de ella el
mapa de una casa con una dirección. Creo que es el lugar donde te alojas, pero tampoco
estoy seguro de ello.
«¿Por qué en los sueños todo
tiene que ser tan difuso?».
Me propongo dirigirme hacia
allí y aparezco de repente. Si la difusión es el hándicap en el mundo onírico,
la inmediatez es la gran ventaja. Es una casa grande, de varias plantas; observo
a través de las ventanas y múltiples siluetas se deslizan por detrás. Más
captores, me asalta esa idea en el sueño, y no sé el porqué deduzco que son unos
peligrosos mexicanos mezclados con un par de árabes, estos últimos ataviados con
kalashnikov.
Al principio me asusto y
pienso que no te raptaré. Después me arrepiento y otra idea revuela por mi
difusa cabeza: no debo raptarte, debo rescatarte. Entonces me introduzco por
las alcantarillas, no recuerdo bien como consigo, a través de la intrincada red
de túneles, dar con la entrada subterránea a tu vivienda. El caso es que lo
consigo, me deslizo con sigilo y comienzo a buscarte por las habitaciones.
En una habitación estás
tú. No estás asustada, como esperaba encontrarte, pero tampoco sonríes. No sé
si sufres o lo estás pasando en grande. Te miro al rostro -que no me devuelve
la mirada pero sonríe- y te agarro de la mano. Al principio pienso que leerás
mi mente, que sabrás que inicialmente quería raptarte, y no querrás venir
conmigo. Aunque aceptas mi mano de buen grado, sigues sin mostrar ninguna clase
de sentimiento.
Nos conduzco escaleras
abajo, la casa tiene varias plantas, paso asustado por todas ellas; observando
de soslayo cada esquina, bajamos con lentitud las escaleras, tú al lado de mí,
sin decir nada, avanzas impertérrita por los escalones.
Alcanzamos la planta baja,
a través de las ventanas puedo ver la calle, suspiro aliviado; sin embargo, sin
aviso, aparecen los hombres mexicanos. Tú les sonríes. Me quedo sorprendido.
Entonces me doy cuenta que son amigos tuyos.
La puerta de la salida
está repleta de luz, los árboles al otro lado brillan con la luz de la
mañana...
«¡El tiempo! Un
efecto de asincronía persistente en los sueños, que nos permite pasar de la
noche, al día o a la tarde en cuestión de un fugaz pensamiento».
Quiero avanzar contigo
agarrada de la mano y traspasar el umbral de la puerta. Ya casi estamos, los
mexicanos no oponen ninguna clase de traba, pero entonces aparecen los árabes
con sus khalasnikov. Los semblantes, serios, no anuncian una cálida bienvenida.
Estoy realmente asustado, los mexicanos no intervienen, ni para socorrernos ni
para ayudar a los recién malvenidos.
La habitación me recuerda a una vieja escena de los hermanos Marx. Nadie dice
nada.
Tú, con la sonrisa
sempiterna de tu rostro, les sonríes a los árabes. Estos se quedan de pie, de
espaldas a la pared y continúan sin decir ni hacer nada. Solo sostienen, como
soldados de plomo, sus armas de pie en un rictus completamente marcial.
Y mi hermano aparece,
está ahí, dentro de mi sueño.
«¡No sé qué narices hace
mi hermano dentro del sueño!».
Aprovecho el momento de
confusión difusa y pronunció en voz
alta, aunque sin gritar, una cuestión para mi hermano: «¿Cómo podemos salir de
esta casa?».
Entonces, en medio del comedor
hay un escritorio -resalto este hecho, porque hace un momento ni siquiera había
reparado en él-, pero sé, por esa clase de atemporalidad propia
del ensueño que ha estado ahí desde el mismo momento en que bajamos; me fijo en
el mueble, una antigua mesa de época, la clásica mesa victoriana con ribetes cincelados
en la madera. Encima de ella, una caja registradora y, detrás de la mesa, una
farmacéutica que sonríe.
—Salir cuesta quince euros
sin receta. Orden del doctor Misi.
Parece ser la única
personaje que posee voz. Introduzco, sin soltarle la mano a mi raptada-salvada,
mi otra mano en el bolsillo. No tengo dinero. Recuerdo que soy pobre. Miro
asustado en derredor. No podremos salir. Mi hermano acude a mi lado, me
extiende la cantidad encima de la palma de la mano. La farmacéutica sonríe, mi
hermano empieza a sonreír, los árabes empiezan a sonreír y los mexicanos los
emulan en otro tanto. Los únicos que no lo hacemos somos tú y yo.
Miro la puerta, la luz,
los árboles, la libertad nos espera al otro lado una vez superado el umbral,
pero algo me impide avanzar. Me giro, observo tu rostro, por primera vez en el
sueño me sonríes. Me estás mirando con intensidad a los ojos. Tu sonrisa se ve
radiante, y yo me pregunto si quiero salir de la casa y...
Se acaba el sueño.
Cierra tus ojos, encuéntrate y sigue para adelante. Buena Suerte.
Un Tranquilo Lugar de Aquiescencia
Mierda, raro de verdad. Todo es tan onírico que marea...
ResponderEliminarSaludos.
Los sueños son reales, la marea de lo onírico surge al contrastarlos con la realidad, que es tan "cálmica". ;->
EliminarAbrazos administrador bruto.